Tuve que irme a la cama para no flaquear, de haberme quedado ahí, de
pie, pudo haberse dado cuenta de mis dudas, acaso miedo,
-
A ver, para ser sincero, yo estaba aterrado, ese payaso es un sicópata
en potencia – dice Gerard bebiendo café esa mañana calurosa en el comedor del
hotel, mordiendo un poco el puro frente a la piscina. Resopla.
-
Yo estaba igual que tú, una cosa es ser sonámbulo, otra empezar a oír
voces, luego se tiró en la cama a roncar como si nada – digo casi susurrando,
la luz matutina me molesta, la tos persistente que no he logrado vencer -.
Juraría haberlo visto sonreír.
-
Estoy aquí.
pudo haber despertado de improviso y darse cuenta del pánico en que
sumido me cubrí con la sábana y ahí el payaso caminando despacio hacia su cama
se echa, roncando antes de caer sobre el colchón, cayendo antes que su peso.
-
Antes de todo, empezó a hablar, no entendí lo que decía, pero discutía
con alguien – ahora Gerard pasando la mano sobre los cabellos grasos, oscuros
-, algo de un administrador escuché, no fue un sueño, mío no al menos.
-
Te consta que te llamé, tú lo viste antes del fin - digo.
-
Sí – dice. Resopla.
-
Dijo que había un bar lado del
hotel, un karaoke, sí, y cantaban diez chicas – sigo susurrando, mi mano
cubriendo la boca. Miro de reojo esbozar esa sonrisa.
-
Sigo aquí.
Lo vi cambiarse de ropa, ponerse la gorra, ir hacia la puerta y
avanzar contra ella, no abrirla, avanzar, contra ella, la cabeza contra ella sin
abrir, moviendo las piernas y yo nada, absorto, oye Gerard ven apúrate mira a este loco, llamando a Gerard y él
asomando la frente desde el borde de mi vista al fondo de la habitación, aparecen
ya sus ojos mientras los mueve calculando el peligro, de un lado a otro los
mueve Gerard; de pronto nada, ¡ya no está!
Entre sueño y realidad se fue, abre la
puerta, desapareció, ¡ábrela tú!
Antes de salir, murmuraba algo de
-
Qué intentaba hacer a esa hora. Cómo calculó la cantidad de mujeres –
digo y es sonrisa ya no lo es, crece.
-
La bulla, yo no oí nada, tú tampoco, solo él – fuma un poco más,
arroja el humo mientras displicente me mira. Resopla. Soñoliento Gerard bosteza
y me mira al resoplar.
-
Sigo aquí, los escucho.
-
Si hubieras oído al payaso saltando de la cama, vistiéndose apurado
para llegar quién sabe a dónde, alegando ir en busca del administrador del
hotel quién sabe para qué. No es lo peor Gerard, no lo es. Él las oía
llamándolo, llamándolo para
hacer el amor, como un llamado nocturno, con
la saliva escurriendo por la papada, la barriga saliendo del cuerpo bajo-entre-sobre
la camisa cual hernia umbilical epigástrica soportando su mano al caminar, la
otra en la cadera; y aquella risa fingida, sonora como el traqueteo de una
quijada de burro. La mirada desquiciada. No los ojos cerrados, de dormido nada,
y dos minutos después ya de regreso, abriendo la manija, dando un portazo. Gerard
escondido en el baño resoplando desnudo, yo bajo la sábana temblando. Ya el payaso
va, ya el payaso vuelve a la cama, se saca la gorra, liberando una mata
pelirroja a un lado, una mata pelirroja al otro al centro nada, arriba nada,
debajo su rostro que voltea mientras se deja caer, libera los dientes atrapados
en una sonrisa como mordiendo, no riendo, roncando antes de caer sobre el colchón,
no riendo, cayendo antes que su peso. Duerme.
-
Hablan de mí como si no estuviese presente. Sonámbulo no soy – el
payaso abre la caverna en el rostro, horizontal, profunda, muestra los dientes
no riendo, como un simio amenazante, blancos, la mandíbula tensa -. Me tienen
harto (y su camiseta a rayas de colores arcoíris, y la gorra a rayas de colores
arcoíris con la hélice a la que acostumbra dar vueltas cuando no ríe, porque
eso no es ninguna risa. No lo es.
-
Dices que fuiste a un bar inexistente – digo -, a las cuatro de la
mañana.
-
Había bar – sujetando un brillo plateado lo dice, la otra mano sobre
la hernia prominente, umbilical.
-
Dices que oías música, cantos, nadie oyó nada – ahora Gerard calmado
me vuelve a mirar -. Y lo peor, dices que te llamaban.
-
Cantaban “Hacer el amor con otro” de Alejandra Guzmán. No a mí. Era el
llamado de la aventura. Ustedes no entienden – sujetando un cuchillo lo dice,
despacio lo acerca al plato vacío, clava el tenedor contra el plato, mueve la
mano como cortando, cortando nada.
…
Oigo al payaso roncar, murmurar incoherencias sobre
un administrador al que no encontró, la puerta del hotel cerrada, el licor que
bebió junto a ellas, con ellas. Tarareando una canción de amor el payaso
duerme, ¿o no?
“eso”
Juma Paredes