ideas
que dan vuelta en mi cabeza, vueltas y vueltas que no soporto, pero no sabes,
no entiendes, no eres yo narrador, solo eres un marica
Apura
un poco más de cerveza en su boca, brilla una lucecita reflejada en la lata que
reduce al viejo de hoy a tan solo un muchacho entre recuerdos confusos. Una
tarde soleada, el pasto verde-amarillo bajo nosotros sentados al borde e inicia
una vez más la serie que me tiene hasta acá, «seis-tres-siete…»
Su
angustia es la que no comprendo, está nervioso y se lo digo, “estás nervioso”.
Arranca hierba mala, le va quitando pedazos, la mirada gacha bajo el sol que
enoja su expresión. Me sentía pequeño esperando respuestas que no me daba, no podía.
Su vida ante mí volviéndose despacio una torre de platos usados que él luchaba
por no romper, «estás nervioso, eso es»
porque
el viejo espera demasiado de mí, soporté años, no puedo más, hoy me di cuenta,
no sé desde cuándo lo supe… siempre me apoya, “apóyame” le digo y él siempre
ahí me apoya con plata, carro, depa… hasta con chicas una vez me apoyó y pude
al fin… aj mierda, deja de escupir
Voltea
y me encuentra recargando el dedo de saliva que catapulto mientras habla. No es
que no me importe, me importa poco pero no es lo mismo que no importar, tan
solo similar. No quiero perder la ocasión de grabar bien en mi memoria las
incoherencias que suelta cual catarata de sandeces arrastrando su furia, su
pena, el número que no deja de repetir, y todo aquello que lo hace infeliz, «ocho-cuatro-cinco»
y por
eso esta mañana me rapé la cabeza, por eso me ves ahora calvo, porque no
aguanté, porque me estoy quebrando maldita sea, yo, a mí, a mí me está pasando,
duele aquí como mierda
Levanta
de pronto su camisa de vestir, un par de botones despedidos y muestra el pezón
izquierdo mientras forma un círculo en derredor con el meñique para luego
presionar con fuerza, para luego presionar despacio su pecho: “aquí”. Pero no
ha mencionado motivo alguno, no tiene sentido decir “y por eso” cuando no hay causa,
no la escucho, pero suelto otra carga de saliva, esta vez pende de su oreja. Se
enoja solo un poco
¿te
gusta mi hermana no conchatumadre? no, no, ¿quién te ha dicho? es obvio ¿y eso
es lo que te jode? no tanto, pero la rechazaste. no es cierto. sí lo es. era
solo un baile. y no fuiste con ella. y me arrepiento. encima te invitó imbécil.
y me arrepiento todos los días… pero tú fuiste con su amiga, la vedette, o ya
no te acuerdas
Y qué
sentido tuvo el que mencionase a su pareja de promoción, no lo sé, estoy en
este mismo momento sentado a su lado, al borde del precipicio, frente al mar
con cabecitas trepando olas en un vaivén infinito. Niños jugando detrás nuestro
a las cometas donde él y yo jugábamos trompo ayer, mundo, escondidas hasta oír
al heladero para correr perseguidos por nuestras sombras que llegando antes
pedían. Un heladero. Aún hoy me descubro diciendo estupideces ante el espejo,
solo en la cama, frente a una tele que no prende, la sábana rosa. Quienes se
mantienen a mi lado saben, no les importa. Son pocos, pero son. A veces creo
que disimulan, me soportan, «dos cero uno»
“ahora”
me pedía “ahora, ahora” me decía y me gustaba tanto que no siempre podía,
quería que me haga masajes, que me abrace, pero nada, con ella no era, “ahora”,
me tenía podrido, solo me di cuenta el día de los mariachis maldita sea, de
ella, mi dependencia, de cuánto nos habíamos alejado, “ahora, ahora”
“dile
vedette” le digo, y me dice que no quiere, que es su linda y no lo otro, que
sigue siendo su linda linda cuando le pido me cuente más sobre el mariachi,
gano tiempo, lo distraigo mientras grabo, algo bueno tiene que resultar para
escribirlo algún día, no sé cuándo, no sé cómo
es que
celebramos esa noche mi cumple, bien en un momento y al siguiente no más, no me
llamó más. estaba rica con ese vestido. rica sí, claro, era la elegida sabes,
esos ojos, su olor cuando me quiso. y luego no. ajá, y luego no carajo. te vi
feliz esa noche, al menos hasta que te reventaron los huevos. ese fuiste tú
imbécil. sí
Y elegida
cuando dice se me antoja en una primaria “i”, central, dictatorial ante la
pasividad del resto, la extiende, se toma su tiempo para soltar un “i” casi
musical, “la elegiiida” repite sonriendo y casi estoy convencido de su alegría
que va menguando con el ocaso del día, de su día.
fui
yo, sentado entre la oscuridad, le digo. Las parejas bailando y sale su novia
con la torta bajo veinte velitas. Cantando mal y el resto peor. “happy birthday
Láfiguita” que sopla sonrojado cuando suena el timbre y ella se pone a “quien
será, quién será” y yo pienso “quién será” viendo a mi amigo que abre la puerta
y dice bien fuerte que no hay nadie, que nadie se llama así, que se larguen “se
me largan ahora mismo” y ella que corre y hace pasar a los mariachis que
cantando mañanitas entran despacio, la sonrisa de pe a pa, los bigotes fingidos
entre su “estas son” y mi cague de risa. Ella salta aplaudiendo, soltando
risillas contenta bajo el sombrero que él rechaza cuando le ponen, tirando al
piso y ella recoge dando saltitos otra vez mientras agarro los huevos que
guardo en el bolsillo desde hace rato. Espero a que los bigotes lo inviten a
cantar, él no quiere, ellos sí, él no quiere, ella sí. Suelto uno con cariño,
lo impulso, veo una discreta línea imaginaria que describe su estructura antes
de reventar en su rostro; es como sucede, es exactamente como sucede, antes de
empezar a chorrear amarillo, antes de caer el segundo y uno más. Son los ojos
de mi amigo, llora, está llorando, «cuatro siete uno»
solo
eso sale de tu boca, mentiras que sueltas, que todos creen, que dices así, sin
más, como la cojudez de la espada. Las espadas quieres decir. Sí, las espaditas
de mierda que no soporto y Elús aún me escribe, me llama, ha pasado un año y no
he vuelto a verlo, no quiero. No quieres. No, no quiero… estábamos ebrios y
Descansando
dentro de la oscuridad, sobre plaza y media, en confianza, con alcohol en el
estómago. El resto inconsciente aquí, por allá los cuerpos. Hoy Elús intenta
que su analista lo convenza de un sueño, una ensoñación que no fue, pero Láfiga
sabe y lo sé, lo estoy viendo, como si aquella noche no estuviese inconsciente,
sus palabras, su tono de voz: “te reto”. Desenvaina, lo reta a duelo,
sonríe-tiembla-sonríe Láfiga y allí Elús soñoliento, impávido recordando el
retorno del jedi, la maestría con que siendo Luke podría derrotarlo, el coraje,
su enojo por un breve instante mientras aprieta sus labios, me refiero a los
suyos, y los de él que “Luke” dicen, luego mi amigo “y yo Vader”, la fuerza que
están a punto de ejercer cuando aún se hablaban, cuando todavía lo hacían.
Lámpara del día encendida, sus voces apagadas. El cuarto enormemente pequeño,
mi dolor de cabeza, «cero»
porque
nunca pasó imbécil, porque solo quieres creerlo y listo, pasa ¡pero nunca pasa!
Agarra
una piedra, me mira. Los niños han partido, se acerca el final de la tarde que
Láfiga recibe como el telefonazo en la cara antes de su partida, sin risas, sin
saltitos. Tembloroso repite aquella serie, los ojos como canicas cerca del
ñoco, que no logran entrar. Levanta la mano, me reconoce, me mira como
intentando explicarme el asunto con miedo, se arrepiente y baja la mano. La
piedra. Yo callado, yo quieto lo miro sin miedo, con el sol a su lado, ahora
detrás, su cabeza lo roza y siento que lo puede trepar, dominar, yo lo admiro y
él no. Soy solo un pendejo, pero él ahí me abre las puertas de sus memorias
sollozante, sincero, como cuando niños me tocaba la puerta para jugar ajedrez,
sus lentes triangulares, los dientes que amenazaban cual cuchillas, “juegas”,
decía, “¿juegas?”, dice y lo tengo clarito aquí en mi mente. Hoy ha crecido y
yo no, hoy ya no cree vivir del recuerdo, pero la recuerda y yo digo “pobre
Láfiga” con frecuencia y se lo digo, pero el pobre soy yo, una especie de broma
de mal gusto contada fuera de tiempo y lugar que a fuerza de machucar botones
levanta el mundo que un día fue a su lado, las voces, las risas. Tantas, «seis tres
siete»
si
sigues así algo te va a dar, no sé, algo con la presión, mejor sueltas esa
piedra. Tómala tú, hazlo tú. No. ¿En verdad te interesas por mi vida? SÍ (no).
¿Me estás grabando? NO (sí)
Debe
haber sido así, al menos así lo recuerdo, y si lo tuviera que explicar diría
que ya tenía otra vez la piedra en su mano, una mano grande para una piedra más
grande. Mientras me miraba se relamió un instante, las canicas en su sitio y un
movimiento del brazo que se me antojó la interpretación de una partitura, un
ballet, una fantasía lírica que bajo la puesta de un sol que acercaba el verano
a nuestra juventud impulsa su mano y allá va la piedra, cae. Cae.
4 años
con lo mismo, el mismo número en mi cabeza dando vueltas, rondando.
Láfiga-memoria. Esa mierda decían contigo, tú decías. Yo decía. Claro, tremenda
estupidez de quién más pues. cierto. igual que mi apodo, no me digan así, ya no
quiero que me digan así, yo soy… yo me llamo:
Luego
ese profe anotando el número aquel en la pizarra. Retando a los muchachos
convencido de la imposibilidad. “No van a poder recordarlo, lo borro, quien
recuerde tiene 20”. Y allí mi amigo quieto, como una lechuza a punto de atacar,
más que nosotros, más que el resto. El profe que dice “jerckoff”, repite “así
se dice muchachos, jerckoff”. Pero Láfiga ya sin gafas-triángulo parecía guapo
de lejos, de cerca nada que ver, pero creía en él. Y borró pizarra y preguntó
“quién” y él dijo “yo profe yo” y allí está repitiendo los números mientras
tengo hambre, sin el peso de mis años y sus ojos cerrados, los dientes
afilados: «seis
tres siete ocho cuatro cinco dos cero uno cuatro siete uno cero»
Se
levanta de improviso, sin que lo advierta, sin que luego pueda decir que así
debió ser, porque lo fue. Yo perplejo. Él decidido avanza y salta. Cae.
Lo
sostengo de la camisa y siento que puedo caer también, pero nada, él regresa a
mí, ante mí, hacia atrás con todo su peso y da una vuelta mientras quita mi
mano y yo encima, ahora él, dos vueltas y el pasto en su cara, ya no el huevo,
ya no ella, ya no el número infinito ni la espada de Elús, solo pasto. 2
terrones. Escupe y ríe, no es una risa cualquiera, es la carcajada de quien
quiere vivir, una risa mística que cura su recuerdo, rodeada de fragmentos de
malos ratos que se van. Me abraza y me da la impresión, en realidad escucho la
piedra que sigue cayendo y al fondo golpea una lata, una puerta, un carro allá
abajo en la Costa Verde, bien lejos la puerta, bien cerca nosotros nos miramos
y no recuerdo bien sus palabras “hoy… hoy estás aquí”, pero sé que dijo algo
relacionado y juré no contarle a nadie, y echados nos quedamos viendo la puerta
abollada, un chofer maldiciendo, luego la pista, luego la arena, luego el mar y
más allá nada, la tarde que se aleja, mis días que se van.
yo fui
lorna ¿entiendes? Más lorna que tú, todavía más que tú. y no lo soportas. No.
pensé que llorabas por ella alucina. también. ¿no te dijo? no ¿no te explicó? no
¿así nada más? así nomás Huma, así nomás, todo bien en mi cumple y al otro día
nada, zas. con ese vestido estaba rica. Sí
Caigo,
no es la piedra, es mi cuerpo que avanza rápido. Cero digo, “0”, «6348452014710».
Duele. Huma se aleja mirándome desde arriba, me hace adiós, adiós le digo en mi
mente y lo repito en voz alta “chau Huma, eres tremendo hijo de puta”, pero no
lo grito, ya está chiquito contra el sol que escupe sobre mi cara con una luz
punzante, lo vuelve una siluetilla sombreada, como un borrador, como un retazo
delicado, su cabello largo, su colita coqueta, esa camisa a cuadros que nunca
se quita, que nunca se quitó. Tengo sed. La veo, “te veo linda… linda linda,
ven, vuelve conmigo… ¿qué tiene él?”
Pero
eso no pasó, eso no fue lo que pasó.
Cae, es
la piedra, es su forma que avanza rápido. Cero dice, “0”, «6348452014710».
Duele aquí en pecho el dolor de mi amigo, me mira lejos desde nuestra infancia,
toca mi puerta “¿juegas?” y esos lentes-triángulo. No te vayas le digo en mi
mente y lo repito en voz alta “no te tires hermanito, no te quiebres, no te
dejes romper”, lo grito, y él chiquito grita que no se quiere “¡no me quiero
romper!” contra el sol que escupe sobre su cara con una luz punzante, lo vuelve
una luminiscencia clara ante mis ojos, sus cabellos en trinche, esa ropa estilo
Ricky Martin que nunca cambia, que nunca cambió. “Tengo sed”, dice, y de
pronto: «Huma no puedo, ya no puedo, ¿Qué tiene él que no tenga yo?»
- a ella, hermanito, a ella…
sin miedo a la vida
Juma Paredes
Noviembre,
2017