lunes, 30 de octubre de 2017

La cinta roja

-        Ya no quiero comer, no me invites más comida, no quiero.
-        Si no comes te mueres – le digo sonriendo, sabiendo que no reirá, solo por decir.
-        Ya lo sé pelotas, me refiero a que quiero bajar de peso, estoy harta. Pero es tan rico comer… ya no sé qué hacer.
-        Cerrar la boca tal vez – lo digo y veo su labio inferior que despacio se comprime contra el otro, formando una línea casi imperceptible entre una noche de verano en Magdalena. Los carros van y vienen por la avenida Javier Prado, los faros en sus ojos se encienden de un rojo intenso, uno que detiene algo en mí que no logro definir, no sé -, o tal vez no...
-        Ay ya cállate, eres un inmaduro, cuándo vas a crecer ¿No te da vergüenza? Siempre con las mismas bromas. No me da risa.
-        ¿Algo te da risa?
-        Sí.
-        Qué.
-        No me acuerdo.
-        Ah ya.
-        Ay ya cállate – y su nariz que se hunde hacia el costado mientras juega con un pellejo de una comisura. Con el dedo entre sus labios presiona despacio y me mira así, empalando mi humor. De pie ante mí, formando un puño que va soltando mientras jala la cadena del perro que insiste hacia delante, junto al mío que ladra, ambos ladran.
-        ¿Qué te gusta de mí? – le pregunto por enésima vez, y por enésima espero una respuesta que nunca llega. Ella piensa incómoda, realmente no sabe digo yo, “realmente no lo sabes”, le digo y Ángel no responde, sostiene mi mirada sin responder, dejándose llevar por el perro una vez más, y se aleja, y allá va mi respuesta mientras veo sus piernas que avanzan descubiertas bajo un vestido corto de esos que le agrada vestir en verano, y este es uno caluroso que calienta mis ideas e imagino las sostengo entre mis brazos, acaricio despacio, así, sin quitarle el vestido. Rozo su vientre con mi rostro y
-        ¿Qué miras? Ya no mires. Eres un enfermo – me dice a lo lejos y lo creo. He sacado cita con una sicóloga que me recomendaron pues ha de ser enfermedad lo que tengo. Luego de años de oírla, cualquier afirmación se vuelve realidad, digo yo, pues es como siempre digo. Y dejo de mirar.
-        Ese bulto es un animal, es por lo que ladran – le digo espabilando mis ideas -, un animal muerto. Déjalo.
-        Ay, tú como siempre tan negativo, tal vez está vivo.
-        No se mueve.
-        Tal vez está dormido.
-        ¿Patas arriba? – y por un instante vuelvo a imaginar sus piernas, ahora las sujeto por los tobillos y elevo hasta mis hombros y
-        Ay, cómo jodes, voy a ver – Ángel se agacha hacia el cadáver, lo toca, intenta olerlo. Alguien que besa en el hocico a un animal, es capaz de todo, es lo que siempre digo. Pero esta vez ella está más interesada en una cinta atada al cuerpo. Yo me fijo en la forma en que sus senos bajan despacio y suben un poco. El vestido aquel permite ese punto de vista en que empiezo a imaginar que hundo mi rostro entre ellos, que presiono los labios, los ojos cerrados y muevo la cabeza, mi cara estampada contra su pecho. Me veo haciendo el gesto del “jefecito” diciéndole a su mujer, “tu cachetoncito…”, y nada, un programa olvidado, un tipo de humor particular, como el mío, se me antoja como el mío, particularmente molesto, “annoying” diría mi traductora, “guglea esa definición y encontrarás una foto tuya”, me dijo el otro día, “eres como un niño”, también me dijo, y le creí. Pero volviendo al par de senos yo
-        ¡Y ahora qué estás mirando! Ay, tú como siempre pensando en sexo, me estás acosando – y yo nada, conmigo no es. Cruzo las manos tras mi espalda, como cada vez que Ángel dice quiero evitar involucrarme en algo, como pagar, comprar, gastar, soltar dinero en general para cosas que no me interesan, pero a ella sí. Y en realidad lo hago por eso, de alguna manera sé que ese cadáver, esa situación no quedará ahí, que habrá algo más aquella noche, y no lo disfrutaré. Como la vez en que íbamos a entrar al teatro, era nuestro aniversario, y encontró un gato moribundo tirado en la pista, encegueció, lo olvidó todo. Obsesionada pretendía salvarlo, rescatarlo, quería darle primeros auxilios, respiración de boca a boca, pero claro, ella no, es asquienta e incapaz de tal cosa, fui yo quien tuvo que hacer aquello, a cambio de algunos insultos que cerrando los ojos intento olvidar -. Acuérdate que ayer vimos un letrero en el poste de la otra esquina, el perro era igualito ¿te acuerdas? Qué te vas a acordar, nunca te acuerdas de nada. Anda y trae ese número. Apúrate.
-        No voy a llamar a nadie, olvídalo – se lo doy resoplando, he corrido, y se lo digo, asaltado por un repentino sentimiento de independencia-virilidad.
-        Ay, tú como siempre tan servicial, qué pesado, así no me sirves.
-        ¿No te sirvo?
-        No me sirves rata, espera que está sonando.
-        ¿Qué suena?
-        El teléfono pues pelotas, qué otra cosa, ahora cállate – y su mirada de pronto cambia, su expresión se vuelve aquella de la que un día me enamoré y ella no. Sus ojos irradian bondades de colores, sus labios muestran una sonrisa ajena a mis días a su lado. Inclina un poco la cabeza hacia la derecha, se acomoda el cabello con ese gesto que tanto me gusta, “Aló”, pone el altavoz -. ¿Aló? ¿Sí?
-        Hola ¿quién es? – ha de ser un pequeño de 5, tal vez 6.
-        Hola querido, dime, ¿se te ha perdido un perrito? – ella pregunta y siento que no es precisamente la pregunta que debe hacer, se lo digo y pone el índice entre sus labios, “shshsht”, me mira de cerca, como si estuviese a 100 metros de mi vida.
-        ¡Trompetín! ¡Has encotrado a Trompetín! – imagino al niño bajito, con un overol cuyos tirantes sostiene mientras se mece de un lado a otro. Usa una boina verde, una camisa a cuadros, sus manos pequeñas, grande su ilusión.
-        Bueno… yo… ¿Está tu mamá querido?
-        Pregunta si hay recompensa – digo.
-        Ay, tú como siempre pensando en la plata.
-        ¿Esa no eras tú?
-        Shshsht – otra vez Ángel, y vuelvo a sus senos.
-        No, mi mamá trabaja siempre, trabajo y trabajo, yo… yo quiero que venga aquí, que juegue conmigo, a la pelota, a patinar… pero siempre trabaja y trabaja mi mamá, yo la quiero y
-        Querido… pásame con un adulto…
-        ¡Memé ven! ¡Una señora quiere hablarte! – “dime hijito”, escucho a lo lejos, una voz que inicia bien despacio, termina medio fuerte con el “ya voy”, y lo que siguen son segundos en que el niño dice en voz alta lo mucho que extraña a la trompeta y yo nada, ahí parado con ambas cadenas que se me antojan cerradas sobre mi cuello. Me veo salivando, la lengua afuera, olisqueando… esperando el momento – Memé, toma, ¡encontraron a Trompetín!
-        Buenas tardes, encontró al perrito, es usted un ángel, Trompetín es el único amigo de mi nieto. Verá, usa silla de ruedas y bueno, usted comprenderá, no ha hecho más que llorar estos días. ¿Lo ha encontrado? No sabe lo feliz que hace a esta vieja –. Pálida, Ángel escucha a la señora, no la interrumpe, solo me mira como esperando respuestas, con esa forma de mirar cuando me necesita, cuando sabe que serviré. Una mirada con una diminuta luminiscencia en su centro, que se me antoja cariño en ocasiones, solo un poco.
-        Esteee… bueno señora, no precisamente.
-        Cosa lá – y “abuela, abuelita, dile que lo traiga”, se escucha ahora la segunda voz, alegre, cantarina –. Habla claro hijita, mi angelito no deja de saltar, y esta vieja necesita sus auriculares.
-        Señora creo, creo que su perro ha fallecido un poquito.
-        ¿Un poquito?
-        Ligeramente…
-        Qué dice usted, cómo es posible, si lo queremos tanto.
-        Es que, el aviso, el cuerpo en la calle, no sé…
-        Seguro no es el mismo hijita, mi perro es un schnauzer.
-        Con manchas señora…
-        Manchas negras, y una oreja
-        Una oreja gris… ¿y la otra señora?
-        También…
-        ¿También?
-        También… y el pelo…
-        … recién cortado señora, recién cortado.
-        Pe… pero como va a ser hijita. Bueno, ese perrito tiene una cinta roja.
-        Ah bueno, éste tiene una cinta azul señora.
-        ¿En serio?
-        No – responde Ángel, y me veo emocionado, caen un par de lágrimas que me queman tranquilas, me acarician mientras soporto mis ganas de reír. Y allí ella, tan ella, lo cabellos sueltos, el rostro salpicado, rojo de vergüenza sin saber si colgar, sin saber si seguir. Sonríe ahora, la veo y me pasa igual, me siento mal de hacerlo, pero me pasa -. Es que, ahora que la veo bien, es roja señora, está oscuro y no me había fijado. La cinta es roja.
-        Pero qué me dices hija, por qué eres así.
-        Señora, pero al menos el cuerpo…
-        El cuerpo, me conformo con enterrar el cuerpo.
-        Estee… mejor no.
-        ¿No?
-        No… está a la mitad, partido sabe usted. Ha de haberlo atropellado uno de esos camiones gigantes que
-        A mí me da algo…
-        Ay tú como siempre – cuelga el ángel mientras me río, seria otra vez, el labio que presiona, el hilo, el puño, el rojo intenso, sus senos, las piernas, el vestido aquel -, te burlas de todo. Eres un inmaduro, nunca vas a crecer.
-        No… ¿Qué te gusta de mí?

  “La cinta roja”
Juma Paredes
Mayo, 2010
www.facebook.com/inmaduronarrador


Fotografía: Juma Paredes
Edición de fotografía: TrMarina León

sábado, 28 de octubre de 2017

comepasto

La noche es estrellada, la bruma limeña evita que Huma se dé cuenta, pero la imagina así, allí sentado en la vereda, al borde del jardín, bajo un árbol-sombra que a esa hora no la da, solo lo cubre, haciéndolo sentir en cierta forma protegido. Algo mareado, insiste en acabar una caja de Gato Negro, levantando la cabeza hacia atrás mientras presiona el vino hacia su garganta, poquito cae, con eso le basta. Mira las calles de Monterrico, a su derecha, allí nada más (allá), ve la virgen en la cima del cerro, protegiendo con su manto como cada noche al que fuera su colegio hace algunos años. Piensa entonces en los amigos que se van y él no, él se queda en Lima, viajando siempre por el mundo a través de historias que lee, viviendo a través de relatos sin importancia que escribe y atesora como piezas de colección. Está aburrido. Levanta el índice y deposita un poco de saliva en la yema, formando con el mayor una especie de catapulta en miniatura que oprime y suelta, liberando la carga que despedida dibuja un arco hasta caer rapidito en la cara de Oarce.

                                                                                                  fragmento de "Comepasto”
Juma Paredes
Octubre, 2017
www.facebook.com/inmaduronarrador

Fotografía: Juma Paredes
Edición: TrMarina León

viernes, 20 de octubre de 2017

Patas arriba

Van mis piernas hacia arriba, un poquito de lado, un poquito yo hacia atrás. Veo mi mano que despacio se estira, como alcanzando el aire para asir. Lo lento de la absurda situación me permite pensar en la excusa y el qué dirán; la cara que pondré, las risas que antes del suelo veo aparecer una por aquí, varias por allá y mi rostro imbécil que abre la boca pidiendo ayuda sin decir, ojos abiertos, boca que deforme suelta la lengua arrojando un chillido cruel, y mucha saliva: “ay” solo sale, y allá va ahora mi orgullo.

Duele mi espalda. Yace allí mi cuerpo entre 500, 1000 me miran, 999 que ríen ya mismo unos, otros algo después, todos ahora a la vez. El techo con esa luz blanca y potente que desde entonces detesto, por eso no entro a Wong y me fue difícil volverme a enamorar del verano. Mucha luz, más humillación en la fila de adelante en que manos caritativas ahora se extienden hacia mí, rozan mi cuerpo, acarician mi rostro: “no pasa nada” dice uno, “suele pasar” otro y yo nada, conmigo no es, todo es mentira y allí estoy boca arriba, brazos y piernas extendidos en forma de cruz, crucificado sin corona, pena o gloria en aquella confirma del Belén, en el auditorio aquel, que viene a mí entre alegrías ajenas y demasiado rojo en mi rostro.

Y allí está ella (lo peor), tostada. Sus pestañas que me hincan y hacen cosquillas, una sonrisa que invade mi piel, aunque no lo sepa, aunque nunca se lo dije, aunque tardé meses en que pensara que existo, que estoy, que soy. Ella que incómoda con su rostro sobre el mío, derrama un bálsamo de comprensión sobre mis días, ¡oh hermosa dama descalza!, dueña de mis noches, el pasar de mis horas. Allí está ella… quiero llorar.

-            ¿Te caíste tontín? – ríe.
-            No… así me siento yo, de espaldas (pero no lo digo, y eso es mucho peor).


“Patas arriba”
Juma Paredes
Julio, 2017
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sábado, 14 de octubre de 2017

Viela

-            ¿Qué haces?
-            Escribo sobre ti, pero las palabras

Me conversa como jugando mientras elevo la vista y allí está su sonrisa, abrazando dientes que rasgan mis labios despacio, como arrebatando el escozor de su boca susurra cuando está y hace falta cuando no. Y la veo borrosa y ahora Viela también, sin los lentes ambos que chocaban y ahora no. No logro interpretarla, saber qué dice su mirar y calla, solo siento sus pestañas que picotean mis párpados, junto a sus cabellos que jalo despacio, casual. Ahora quiero que sonría, que cierre esos ojitos despiertos, coquetos; que no duermen, que sostienen mi mirada, que abren y cierran mientras me cuenta que quiere experimentar, que ahora conmigo y luego sin mí. Por ahora ese alguien soy-fui yo mientras sostengo sus manos frías que las mías calientes cubren intentando evaporar su desconfianza, en vano.

-            pero las palabras no me alcanzan, me siento corta. ¿Tú qué haces?

Ahora te miro y estás allí a mi lado mientras reímos en un bar entre varios, con humo y chilcanos estafadores hasta que encuentro dinero tirado en el piso y yo feliz y tú ríes conmigo, uno cerca del otro mientras acaricias mi cabeza con algo que se me antoja cariño, travesura en realidad. De pronto quiero crecer para alcanzar tus pensamientos que vuelan, que retroceden para irse y luego vuelven entre los míos, se mezclan con la segunda vez que aceptaste salir conmigo, te aburriste sobremanera entre capitanes y gente mayor, y yo nada, propongo y cierro los ojos, esperando nunca-pronto llegue la hora en que altiva bajes del carro, de frente, ya sin mirar atrás, ahí sabré que no vuelves, o lo harás para regalarme medio beso, como quedándote con las ganas que alguien más tomará.

-            Digo, solo tú estás en mi cabeza y eres la razón del por qué veo mi celular a cada rato y leo tus historias.

Y le gusto porque escribo, y nada más… y siendo así no dejo de escribir mientras pienso las veces que pensé, decidí y fallé. Respiro. Escribo y aparece su silueta delgada, aquellas piernas infinitas que acaricio hasta su vientre, que ahora respiro cercano en su regazo, jala mis cabellos y escucho palabras el interior de su piel clara, suave; cosas que piensa y no me dice. Sus ojos cerrados me atraen hacia los lados de su cuello, entre sus cabellos ahora sin aire. Atrapado entre su boca me hundo, me pierdo sintiendo que es al revés. Sujeto sus tobillos y me acerco despacio al vaho de su respiración mientras murmura. Y allí va mi dedo, se posa mientras respiro bajito, forma círculos en el contorno, como una moneda horadada al centro de su vientre, el ojo de la tormenta que no pude retener mientras mi lengua lo prueba y el ombligo sabe, me mira, ve; siente el calor entre Viela y sus caderas, lo siento ahora sobre su espalda que me recibe tersa, con espacios en los que me acomodo-vengo y voy junto a sus palabras, y la hora a la que debe llegar a casa. Quisiera no deba.

-            Me gustas, sé que me gustas, pero no quiero una relación.

Y pienso entonces en la definición de relación, en la diferencia entre hacer y no hacer, acompañar y estar solo, reír y fingir, abrazar y simplemente no hacerlo. Escribo pensando en las relaciones que he tenido sin querer, como si tenerla fuese una decisión o simplemente un estado de involucramiento involuntario entre risas, vahos y ojos cerrados. Está ahora callada, acurrucada entre mis brazos, las horas no bastan, las prisas no afectan, las risas sobran. Allí sus historias en borrador, allí sus fotos, allá sus miedos, lejos como la distancia que separa nuestras vidas. Vuelve a sonreír de la manera en que me gusta y por lo que me gusta. De pronto abre los ojos y no estoy a su lado. Estoy al frente y la llamo, y se levanta, y se acerca masticando el chicle una vez más, lo hace sonriente, con la coquetería que ya no funciona. Lo revienta, y empieza a hablar. Creo que le caigo bien mientras la escucho, creo que me soporta, ahora sí, ahora ya no.

-            Ayer quería escribirte y no lo hice... no te quiero decepcionar, son mis cosas, las ideas que dan vueltas en mi cabeza, me confunden y me caes bien pero


Viela
Juma Paredes
Octubre, 2017
www.facebook.com/inmaduronarrador

Fotografía: Juma Paredes

lunes, 9 de octubre de 2017

Huevos a la inglesa

La mañana es fresca, su sueño queda en cama bajo sábanas algo sucias, como se siente mientras rasca su abdomen. Carros pasan acelerados por la avenida, provocando zumbidos al principio, un ruego al final. La crema de afeitar es tan blanca, siente que la luz de semejante blancura lo ciega, se incomoda. Llena de crema su mano, acaricia con la otra los contornos de los dedos. Sopla viéndola desaparecer en el fondo del lavadero. Se mira en el espejo de costado, suspira, ahora del otro. Se rasura. «Así debe ser». El sabor amargo matinal junto con la pasta le provocan arcadas. «Así ha de ser por siempre», afirma hundiendo la navaja bajo el peso de sus días sin ella. ¡Apúrate carajo que se enfrían los huevos! Basta con esa mujer, ¡Basta mujer basta! Pero no le basta con el recuerdo al pastor, admira la gracia con que detiene los huevos entre sus manos y presiona despacio, sin llegar a reventarlos y el pastor accede sin chistar, acepta y ella fríe sobre la sartén, los prepara a la inglesa. Odias que revienten, que te los reviente ¿verdad? Obvio, los comes a la inglesa. Cierra esa tapa, usa otra ropa, péinate carajo. Y es hoy como cada día que la recuerdas, esos ojos verdes que te siguen haciendo perder la cordura, sus hombros salpicados de pecas mientras te sonríe de cerca, mientras te hundes en su vida, optando el dolor a la nada, el dolor a nada. Y no has comprado lo que te pedí, no te alcanza seguro, eres un misio pues. El silencio con el que esperabas el «sí» de sus labios para obtener una oportunidad de yacer a su lado desnudo, de entrar entre esos muslos que no te esperan más, que ahora están lejos y delante solo queda un espacio vacío, tu propia imagen ante el espejo. Te odio. «¿Por qué la dejé partir?» Se pregunta una y otra vez mientras cepilla sus dientes al calor de la mañana de verano limeña, frente al mar que ahora tan claro, tan calmado. Arquea una ceja. Cae un poco de pasta en el lado derecho de su pantalón, y olee se mira a un lado, «Mierda», olee para el otro, la mano derecha rígida, los dedos estirados de arriba hacia abajo en diagonal, dando pasitos chiquititos, mirándose de costadito y ya no, pues sostiene ahora su mirada ante el espejo, esparciendo más pasta en sus pómulos, sobre los párpados, en la frente, en la sien, ya en sus cabellos, ya en su nuca después, despacio, en círculos una y otra vez. El agua rebalsa, siente el frío en sus pies, le gusta sentir. Enciende un cigarro. «Tus ojos van a ser mi perdición» y ella sonriendo bromea, lo jala del brazo mientras pasea nocturna a los perros, la sigue, mientras solo toma algarrobina la sigue, mientras vuela esas cometas por las tardes la sigue, mientras no los quiere tener porque cómo va a ser la sigue, acepta su recuerdo y se pregunta si algo es eterno, si algo dura para siempre o todo siempre será como un suspiro entre sus brazos. Si los sentimientos son una breve ilusión, o un proyecto de vida soportado tan solo en la razón. Se moja la cara acostumbrado a ese par de estaciones que ella tuvo y le dejó, Veraniel, el débil, Inverniel, el pervertido. Cocinando de improviso en la misma cocina, siente que son su culpa, su carga, su responsabilidad. Haciéndose cargo ahora él mismo de sus propios huevos los fríe, «¡Apúrense carajo que se enfrían los huevos!», prefiere que nadie se los reviente.

 “Huevos a la inglesa”
Juma Paredes
Octubre, 2017
www.facebook.com/inmaduronarrador


Fotografía: Cesar Bedón

viernes, 6 de octubre de 2017

Flexible

-        Está el asunto de la partida, la de nacimiento, mi nombre está tachado con tinta roja. No dejo de pensar doc y digo «pero si tus padres son así, qué esperabas», pues es como siempre digo «mis padres son extraños».
-        ¿Y luego?
-        Y luego nada doc, y luego nada… mi tío me regaló unos lentes, unos para nadar. Yo no nado doc, nada hago, no es justo.
-        Esas manos Elús, que no dejas de mover vaya – el analista se sirve una copa de whisky, mira el reloj, tiene tiempo y susurra «tengo tiempo» –, las mueves todo el tiempo.
-        No lo puedo evitar doc, se me van, se mueven solas.
-        Háblame de tus regresiones Lús, ¿sigues viendo tus grabaciones?
-        Así es, las veo, me da sueño, es complicado doc. Son como representaciones grises que siempre tuve por sueños, o ensoñaciones diurnas ¿o no lo fueron? Estudié en La Salle doc, me sentí bien.
-        Sigue Elús.
-        Tuve amigos.
-        Tuviste amigos – dice el analista.
-        Dos, sí – Elús levanta dos dedos, los sostiene y cuenta en voz alta «uno, dos».
-        ¿Los únicos?
-        Los dos.
-       
-        Ayer desperté de madrugada temblando, tenía frío en sueño y realidad. Soñé que no podía dormir y otra vez estaba en la regresión; yo fui un pez doc, en alguna vida lo fui. Bueno, en realidad recordé como siete vidas doc, siete carajo… y lo único que quería antes de hacerla era comprender de dónde vengo.
-        ¿Y lo hiciste?
-        ¿Qué?
-        Comprender.
-        No.
-        Ok.
-        Bueno, en una vida fui una cabra, «cabra loca» me decían. También un ser altísimo, plateado en un mundo de hielo y tenía dos soles
-        ¿Acaso eras pobre Elús?
-        ¿Usted me está jodiendo? Tenía dos enormes soles y la comunicación entre nosotros era telepática. Yo flotaba en la superficie sabe… y esa voz santurrona de la mujer que me hizo la regresión mientras sonreía doc, ese timbre, esa delicadeza la tengo aquí metida. Ya no la veo, le temo.
-        Bueno Elús, quiero que salgas de esta vida maravillosa y vayas al momento más importante de alguna otra, dime qué ves – dice la mujer.
-        Un paisaje, veo un paisaje de nieve, y es de día. Hay un sol azul y uno amarillo. Iluminan el prado – los ojos cerrados Elús, lo están grabando.
-        Mírate tú.
-        Soy muy alto, delgado, floto, levito. Mi pelo es largo y brillante. No uso la boca, aj, no usamos la boca, no nos contaminamos… es todo telepatía.
-        Bueno, muévete al siguiente momento importante, a la cuenta de cinco, cuatro, tres… ya estás allí, dónde, qué ves – insiste la mujer.
-        Es todo rutinario
-        ¿Algo más? – ahora ella cruza las piernas.
-        Una cabra, soy una cabra negra. Feliz en la granja, segura. La hija del dueño me cuida. Pero de pronto veo gente y sé que muero, que voy a morir porque me buscan, la niña llora, me llevan, me jalan con una cuerda. Quien me jala es mi amigo Gerard, veo claramente su cara, sus mofles, su pelo y esa risa que detesto.
-        Y ahora nos movemos en cinco…
-        No respiro – dice Elús.
-        Qué más.
-        Duele.
-        ¿Qué ves? Ve al momento en que abandonas el cuerpo, dime qué sientes.
-        Nado en un riachuelo de la selva, un hombre me quiere atravesar, es pescador… intenta, quiere, quiere atravesarme con su lanza. Plumas de colores en la cabeza, cabellos oscuros pegados a la cara, pegados con sudor y risas… intenta clavarme y me duele.
-        Qué más sientes.
-        No sé. Siento que lo entiendo, tiene hambre, me quiere comer. Me asfixio, me muero. Está todo tan claro. Ya no como pescado.
-        ¿Y por eso no besas con lengua Lús? Ojooo jo – fuma el puro Gerard.
-        No sé ni para qué te cuento estas cosas Gerard.
-        Conociéndote… lo contaste – dice el analista.
-        Sí doc, sí.
-        ¿Y esa regresión te perturba Lús? – pregunta el analista, bosteza con disimulo.
-        Más me molesta el recuerdo de aquella noche en el cine doc, con mis amigos. En realidad, grité, pero no mencioné el riachuelo ni el pescado. La película de mierda esa de los cazadores azules armados con lanzas en el bosque me confundió, me hizo querer conocer nuestra selva sabe, conversar con su gente, consultar, hablarles, hacerlos entrar en razón. La cosa es que al final de la peli me paré y fui acercándome a la primera fila, desde allí grité.
-        ¿Qué Lús, dime qué gritaste? – pregunta el analista.
-        Pues que sentía clarito cómo me clavaban la lanza – dice Elús mirando al piso, se fija en una cucaracha que camina insegura hacia la puerta, mueve las antenas y avanza, retrocede, avanza.
-        Ciertamente debió doler. Bueno, ¿y tus amigos?
-        Rieron doc, se cagaron de la risa.
-        ¿Y cómo va tu imagen? ¿Ya tienes? – sonríe Gerard, a pesar de verlo, mientras aspira el humo del puro, machacando un poco la punta contra el cenicero, así, sí así. La hamburguesa intacta.
-        Desde hace poco Gerard, ahora me miro al espejo directo – dice Elús, la mirada anodina.
-        ¿Después de bañarte? – dice Gerard. Resopla.
-        Tal vez.
-        ¿Y qué ves? -  Resopla.
-        Esperanza – mira el rostro risueño, regordete, de su amigo Gerard - ¿vas a burlarte?
-        Pues imagina – sopla el humo, seca el sudor de su frente con un pañuelo.
-        ¿Qué Gerard? ¿Qué imagino?
-        Que te bañas para salir en la noche a una de esas fiestas casuales – se acomoda a su gusto en el asiento, pone la mano en el hombro de Elús -, imagina que te sientes algo coqueto y luego del baño estás fresco y te peinas, embarras tus manos de gel, te acaricias la cabeza y te miras, ¿qué piensas?
-        Que se hace tarde – transpira Elús - ¡uf! Qué calor.
-        ¿Y dirías que te ves atractivo? ¿Guapo quizá?
-        Diría que sí - transpira – apuesto que te da risa.
-        ¿No es un perro diminuto el que paseas cada noche? – se acomoda, fuma Gerard.
-        Pequeño sí, mi Gizmo – es suyo.
-        ¿Entra en tu morral? – mientras arroja un aro de humo, despreocupado.
-        Sí.
-        ¿Cómo sabes? ¿Calculas acaso?
-        Lo meto cuando salgo.
-        ¿Te das cuenta que realizar aquello es imposible? – sonríe Gerard. Resopla.
-        No jodas Gerard, lo meto al morral antes de salir a pasear ¿ok? – levanta una ceja, se rasca la nariz Elús - entra perfecto.
-        Entra perfecto…
-        Sí.
-        Perfecto…
-        Sí, sí, así es.
-        ¿Eres feliz amigo Lús? – una larga bocanada. Resopla Gerard – piensa tu respuesta.
-        Chicos les hago una encuesta ¿qué dicen? – dice alegre la chica de la encuesta ahora en el recuerdo de Elús.
-        Claro guapa, absolutamente ningún problema – responde jovial Gerard, coqueto de improviso - no tengo problema. Está bien.
-        Yo no quiero – enfatiza el «no» y el «quiero» Elús mirando aquellas piernas sin fin, de blancura contorneada, el tatuaje en el tobillo, un corazón. Leve ventisca. Cierra los ojos – no quiero.
-        Bueno chicos, mi nombre es Luz. Tú te llamas Gerard, dime ¿consumes gaseosas con frecuencia? ¿cuál es tu preferida? Cada cuánto tiempo te

Elús ve a Luz, la vio llegar lento bajo el cielo gris limeño, sosteniendo un cuaderno de apuntes, bella-extraña ante sus ojos, no ha visto mujer semejante y lo invade un deseo de felicidad impaciente. Admira su andar. Murmura frases cortas, balbucea. Está ahora frente a ellos, frente a él. Una pelirroja de piernas largas, que mantiene el equilibrio sobre un par de tacones atados desde los tobillos por una sinuosa cinta de cuero desplegada hasta las rodillas. Siente una severa agitación corporal. Estoy haciendo una encuesta chicos. Se llama Gerard. Bien Gerard, ¿qué gaseosa te gusta tomar? Sus muslos son firmes, acariciados por una falda corta que devela las formas de sus caderas. ¿Con qué frecuencia la tomas? Voltea la mirada hacia él acompañada de unos cabellos de un arrullo oscuro. Una mueca breve refleja ahora ansiedad, preocupación. Elús percibe. Los labios carnosos, la nariz pequeña y esos ojos enormes que lo miran intrigados.

-        Elús, ¿te llamas Elús? ¿Tu nombre es Elús?
-        Sí – responde.
-        Ya veo – piensa y dice, las palabras de pronto salen, esperando segundos que a él se le antojan pesadilla pesada sin comprender la razón, lo mira, ya no piensa, las palabras brotan porque sí - ¿Eres feliz?

En el sueño no es mujer doc ¿eres feliz?, es hombre, no eres feliz, es un pelirrojo pecoso que me pregunta mil veces lo mismo, ¿eres feliz o no eres feliz?, y maldita sea le tuve que contar a Gerard, no eres feliz, eres feliz, me detesto con frecuencia. No eres feliz.
-        ¿Y qué más pasa? – el analista toma apuntes, muerde un rato el lapicero y apura su copa. El humo.
-        La hermosura de la chica se esfuma, ya es hombre, ya un dolor intenso aquí en mi pecho. El hombre luego cae de rodillas con los brazos abiertos, pero ahora soy yo quien cae, abro la boca y miro al cielo doc, como el soldado en la película «Pelotón» cuando lo revientan a tiros, ¿la recuerda? Bueno, de pronto digo… y no crea que no me cuesta decirlo… de pronto digo «Mi ser es una flor», qué digo lo digo, ¡lo grito! – Elús está ahora sereno, resignado.
-        Una flor - Gerard aprieta los labios, contrayendo la papada, fingiendo preocupación. Resopla. Piensa si su amigo guarda algún secreto, si acaso no encuentra límites en sus ansias de contarle, confesar, si siente vergüenza o arrepentimiento – ¿gritas mi ser es una flor? Ojoo joo, no seas pendejo Elús.
-        Ahí va otra vez tu risa de mierda… tú no comprendes carajo – Elús muerde un pedazo de hamburguesa, pasa la carne con dificultad, tose - no comprendes nada de mi vida, apenas me conoces. Lee el letrero, prohibido fumar.
-        Ya, mmmh, a ver ¿Qué opinas de besar? – Gerard sopla el humo.
-        Besar… un beso es algo muy personal – mira el puro, no deberían permitirle fumar en público, lo deja pasar – muy personal.
-         ¿Metes tu lengua hasta el fondo? - insiste Gerard, y Elús imagina un rostro cercano, recuerda algún aliento en su vida, un olor, el sabor de la saliva mezclada con su bochorno, la vergüenza de una confianza forzada. La presión bajo su vientre - Pues claro que no Lús, te da asco, ¿ves? Te conozco.
-        Lo disfrutas Gerard, lo estás disfrutando y me jode.
-        ¿Quieres a tu perro? – insiste Gerard.
-        Gizmo, está muy viejo, se orina – Elús dice y
-        ¿Lo quieres?
-        Sí - Gerard disfruta, como si deseara, como si necesitara ser testigo.
-        ¿Te bañas? ¿Sufres? ¿Detestas ir a hoteles a tirar?
-        ¿Qué? – Elús ahora sonrojado.
-        ¿Qué de qué?
-        ¡Como que qué de qué!
-        Qué pues, qué… ¿sonríes?
-        Yo voy a dormir, no a tirar. ¡Quién te ha dicho que a un hotel se va a tirar! – Elús se siente indefenso, como un tulipán merced al vaivén de la brisa indescifrable de su destino, desde lo más profundo de su ser; como una poesía esplendorosa que va acabando en lugar de volverse siempre, toda ella, toda luz.
-        El sueño va más allá ¿cierto Lús? – dice el analista.
-        No – dice Elús.
Sí Elús, va más allá. Ahora en tu cuarto, te recuestas a su lado, tus latidos se aceleran. Vuelve a ser ella, ella que se voltea, que se mueve tranquila en la oscuridad, acurrucados bajo la frazada. Recogiendo las largas piernas entre las tuyas se coloca ante ti, en ti. Besas su cuello, cierras tu mano entre sus cabellos, la otra presiona su vientre mientras entras despacio, como pidiendo permiso Elús entras una vez, dos, más, sí, por ahí Lús, por ahí. Un círculo en su boca, un sonido que te agobia, que sale despedido a tu ritmo mientras contraes tus muslos, presionas los suyos, la miras, presionas su cintura mientras muerde la almohada, escuchas sus gemidos mientras besas sus costillas, el tatuaje, ese tatuaje... Te pide un abrazo, es cuestión del abrazo Elús, ese abrazo que no quieres, la cucharita que rechazas. Te vas.

-        Doc, yo pienso a diario ¿sabe?
-        ¿En qué? – el analista mira discreto su reloj, la sesión es larga.
-        En lo que sucede cuando a un pueblo se le arrebata el derecho de opinar, íntimamente relacionada esta idea con la libertad. Me refiero a que los medios de comunicación estaban maniatados, las autoridades absolutamente intimidadas, los poderes principales del Estado. Es entonces cuando surge la violencia, el uso de la fuerza es todo lo que queda, manifestarse públicamente, actitud natural ante tal situación. Yo fui a la marcha doc, la de los Suyos.
-        Prosigue – mira la piscina en su jardín, su pequeña jugando con mamá, se acomoda la corbata.
-        ¿Recuerda doc aquel concurso de ensayos de la universidad?
-        Continúa – si al menos el paciente no tardase tanto, podría estar en Paracas justo esa tarde, se siente agotado –, no te guardes nada.
-        Pues bien, participé.
-        ¿Y bien?
-        Tremendamente doc – mira Elús arrobado al analista.
-        Me refiero al resultado.
-        Es lo de menos.
-        Entonces no ganaste.
-        Lo hice… pero no quedé primero.
-        Lús querido – levanta una ceja el analista -, déjame recordarte que la lógica de un concurso, de cualquier concurso, es que gana quien queda primero.
-        Eso no es verdad.
-        Lo es.
-        No.
-        Continúa – la piscina, el sol que ya salió, la risa de su pequeña.
-        He ganado, quedé segundo, soy el campeón de los perdedores. Lo dijo en voz alta la directora «Señor Sarmiento, es usted el campeón de los perdedores», si hasta me felicitó y me dio un regalo doc, un libro.
-        Un libro – la piscina.
-        Sí, de ingeniería – y allí está la directora emocionada, aplaudiendo en su recuerdo. Los zapatos de tacón.
-        Pero si tú eres abogado.
-        ¡Y de los buenos doc!
-        Eso está muy bien Lús, ¿pero y el primero?
-        Vacío – se mira las manos, junta Elús sus índices, los choca y otra vez.
-        ¿Cómo? – tiene un acceso repentino de tos el analista - ¿Cómo vacío?
-        Que no contiene nada.
-        Sé lo que significa vacío Lús, pero…
-        Me siento bien doc, no sé cuántos concursantes participaron ni de qué universidades.
-        Pero Lús…
-        Ni de qué universidades…
Te sientes bien Elús, tardé varias semanas, tardaste varias semanas, en terminar mi ensayo sobre participación ciudadana, lo hiciste durante las noches de tus fines de semana ¡hasta que declararon al ganador! Desierto Elús, desierto doc, nada, vacío, no hubo primer puesto, te sientes bien Elús, yo gané.
-        Imagina Lús que corres una carrera de cien metros, o los que quieras, diez personas inician, o las que quieras, pero al final nadie gana… y tú llegas segundo. Subes al segundo podio Lús, al segundo, y el primero está vacío, nada, desierto.
-        No me voy a romper doc, no me quiero romper – dice Elús, solloza -. Odio los días en que duermo sin razón, es el sentimiento indescriptible al despertar por las mañanas y no saber qué día es, o si me encuentro conmigo desde esa regresión ¿Usted me comprende verdad? Y encima está el asunto de la punta, yo quise, atenté contra él doc. Pero antes lo salvé.
-        ¿Contra quién? – ya no hay piscina analista, acomoda nomás tu corbata; no más Paracas para ti.
-        Gerard, en Cumbemayo, trepó a la roca más alta, lo seguí como siempre – endurece el cuerpo Elús, mueve las manos arriba, ahora hacia abajo, mueve los brazos. El aire era fuerte arriba – el aire era fuerte y Gerard no, fofo como estaba se detuvo y retrocedió un paso, perdió el equilibrio digo yo, y como le dije el otro día en el McDonalds: «ojalá te mueras Gerard», pero no, ahí estuve, lo detuve antes del fin.
-        ¿Y después?
-        Vomité.
-        ¿Ese viaje te trae algún buen recuerdo?
-        Ese no.
-        ¿Y los otros?
-        Tampoco…
-        ¿Y la punta?
-        Las espadas doc.
-        Prosigue con confianza – el analista asiente entrecerrando los ojos que pesan. Disimula un bostezo.
-        Bueno, la noche antes de volver a Lima, estábamos ebrios. Gerard estaba ebrio, inconsciente doc. Temiendo verlo levitar o verme a mí mismo haciendo aquello, me metí en la cama – Elús soñó esa noche – y al despertar, Láfiga me retó a un duelo, desenvainó su espada laser y me retó. «Yo soy Luke» dijo sonriendo bajito, pero apretaba los labios, enojado durante un breve instante.
-        Láfiga dices – dice el analista.
-        Láfiga doc, sí – serio Elús.
-        No me hablaste de él. ¿O es ella?
-        Y «yo soy Luke», dijo, «y yo Darth Vader» respondí. Alegre doctor, estaba bien alegre. Reímos mucho.
-        Comprendo ¿Y lucharon?
-        No sé doc no sé… ¿Sabe el significado de odiar doc?
-        Vaya que lo sé… prosigue.
-        Odio a Gerard doc, lo detesto.
-        Ajá, sigue.
-        No soporto la forma que tiene de contarme sobre sus besos con lengua, y está su irritante risa. Me pide plata y nunca la devuelve – transpira Elús -, cuenta conmigo sólo para pagar el taxi y siempre que puede se burla de mí, de todos, pero nunca, jamás queda mal con nadie, nunca ¿es posible que me dé algo para olvidar esa risa?
-  Ya veremos señor, ya lo veremos, pero bueno por ahora – dice el analista contrariado, aparta las manos, se acomoda algo nervioso - cuéntame sobre esa punta Lús, mencionaste una punta en la sesión anterior.
-        Sí doc, punta con punta.
-        Punta con punta…
-        Sí. La segunda noche en Cajarmarca dormimos en un cuarto pequeño. Gerard se apropió de una cama completa, manos y pies, se aferró a ella como pudo, la quería para él y nadie más, pero en realidad no la quería doc, no la quería; tuve que dormir sobre un baúl que hacía las veces de lavadero y posa vasos, en cucharita. La luz estaba apagada y saqué a Dardo.
-        Dardo…
-        Mi punta doc, la saqué. Me acerqué a Gerard con Dardo en la mano y me acerqué a Gerard hasta que pude rozar su rostro con la punta de mi
-        De tu Dardo.
-        De mi Dardo sí, pero despertó.
-        Se asustó.
-        Terror, vi terror en sus ojos. Me quedé quieto, inmóvil doc. Estuve a centímetros de su rostro, pero no pude, no fui capaz. Ahí lo tuve y no pude.

No pudiste Elús, sólo era un pequeño roce en la cara, rozarlo y ya, cortarlo, pero sus ojos te vencieron, te compadeciste, viste fe en la humanidad, algo así como un atisbo de esperanza. No fuiste capaz, pero ya te sientes, pues has estado cambiando.
-        ¿En qué sentido crees haber cambiado? – ya falta poco analista.
-        Mi función social ha cambiado en la facultad de derecho, antes no conectaba, ahora estoy vinculado. Instauré mecanismos doc, el primero fue mediante el centro federado y luego el tercio. Me metí de lleno en mi promo y sus juegos de medio año, me propuse ganar en las olimpíadas de Derecho, serviría en mi hoja de vida ¿no le parece? – a Elús le parece perfectamente, transformando su repentino progresismo en un entusiasmo galopante ante el analista que sudoroso se sirve un trago, mira la hora -. Entonces conseguí el apoyo de esa gente, asumiendo entonces el puesto del delegado-presidente de promoción, eso definitivamente me serviría para alguna beca, respaldando así mis deseos de no dependencia. Ahora soy Elús-presi-presente. Suena ególatra y pedante pero así se presentaron las cosas doc, se lo juro. Hice que cien muchachos se preocupen por ganar; lograr un sueño, un anhelo sin factura doc, de manera legal.
-        ¿Y ganaron?
-        No.
-        Prosigue.
-        Antes era el mejor legitimado para asumir roles de «amiguito» pero ya no soy «lindo», ahora soy «chévere». Lo descubrí durante esta semana, he llorado por mi promoción. Pensaba que no tenía suerte, relaciones que buscaba y jamás ocurrían, pero es sencillo, cuestión de ponerse las pilas y ellas vienen.
-        ¿Ellas Lús?
-        Ellas doc, las sirenas. La primera fue hace poco, la segunda me colé a una fiesta y estaba borracha. Le di más cerveza y de tanto tomar me empezó a abrazar, simpática pero buena gente, me jaló de un extremo al otro del local, de la mano y recién me di cuenta que no era simpática. Jugamos un ratito y se fue, la seguí, se siguió alejando, la acorralé. La puse contra la pared en una esquina – sus brazos le impiden moverse, su tamaño desmesurado la agobia y allí está ella –. Me puse juguetón doc, rocé su rostro a mano cambiada, suave doc, suave aquella piel. Antes pensé no conseguir, he conseguido, era dependiente, ahora dependo de mí, desarrollo y vivo por fin. Quiero hablar, hablar en público doc, ejercer poder, poder ser, estar.
-        Elús te felicito, has despertado – dice el analista somnoliento, tras un breve bostezo continúa -. Eres como una mujer afgana a la que arrebatan el burka, y le gusta. Has visto la realidad como es. Te veo desvirgado mentalmente, tanto que dices sentirte seguro para hablar en público o besar a quien sea.
-        ¿Por qué cruzas las piernas? Te agarras ahí.
-        No pues no me cruzo, no, no me importa – se para Elús, se sienta, calor – no las cruzo.
-        ¿No te quieres cruzar con quién?
-        No me quiero cruzar con nadie.
-        Ergo quieres cruzarte con alguien ¿ves?
-        ¿Qué cosa?
-        La cosa.
-        ¡Cuál cosa! - Gerard deja escapar esa risa que Elús detesta. Esos resoplidos interminables. Sus dientes amarillos, El pañuelo sucio. La camisa pegada a su cuerpo mientras fuma. El sudor.
-        ¿Sientes cosquillas?
-        ¿Cosquillas? Pues sí, pero
-        Pero sin reír ¿Entonces eres feliz?
-        Le temo a la oscuridad, por las noches yo…
-        Sientes cosquillas por las noches
-        No.
-        Cuando piensas en la pelirroja del sueño – aspira, arroja humo. Tranquilo, mira cómo se consume el tabaco.
-        ¡No!
-        O en algún beso con lengua.
-        ¡No!
-        De esa forma eres feliz, aunque tu perro sea muy viejo
-        ¡Basta! - golpea Elús la mesa del McDonalds con el puño cerrado -. ¡Este jueguito homosexual se acabó! ¡No soy flexible! – Se para. Corre hacia la puerta de salida del local. Cerrada. Patea arañando la madera. y Gerard, sonrojado, pide la cuenta.
-        Lo habría logrado doc – extrae a Dardo del bolsillo de su saco – aquí está, lo levanto y corto mire, mire: «fiu» y «zas» ¿ve?
-        Muy cerca estimado, más lejos – incómodo, el analista siente la manaza sobre su frente, Dardo cerca de sus ojos que fiu y zas, es parte de su trabajo.
Quedaste segundo Elús quedé segundo doc y lo sabes corrí una carrera y quedé segundo. Corriste una carrera de uno y quedaste segundo ¡y nadie más compitió doc! Perdiste, perdí, pero nadie me ganó puta madre.

-        Se fijó en mi manera de cruzar las piernas al sentarme, me miraba fijamente, que si de vez en cuando siento cosquillas, que si siento, que si temo a la oscuridad doc, ya no le temo hace años – solloza Elús, luego ríe – que si temo. Ese hipócrita de Gerard dejando escapar su risa, no la soporto. Yo le juro que no me sentí flexible esa noche, de eso estoy absolutamente seguro.
-        Abran la puerta – dice Elús contrariado mientras el empleado del mes se acerca nervioso.
-        Usted no sabe lo que se siente - levanta ambas manos – no lo sabe – las deja caer sobre el vidrio del escritorio y el cuchillo sale volando hasta ¡clinch! en el suelo.
-        Quiero salir – susurra Elús contrariado – ¡quiero salir! – ahora grita con la mirada perdida mientras acomete con el puño derecho hacia la puerta de vidrio del local - ¡Déjenme salir! – y el empleado del mes busca desesperado la llave - Abre la puerta compare, abre la puerta que el de la mesa paga, no abre, no abre la puerta ¿qué hora es? – se exaspera, rasca, araña el vidrio, jala la manija – ¡pero abran!
-        No te vayas Elús – Gerard mantiene la calma mientras su amigo sale hacia la fría noche buscando un taxi. Antes de subir voltea.
-        Te vas a la mierda Gerard – vuelve a voltear.

Bajan del auto. La húmeda madrugada cubre con un manto de neblina la iluminada avenida Pardo. Encuentran una mesa libre, dame dos, sí, dos hamburguesas, sí, sin agrandar, en combo. Elús sorbe la gaseosa y sopla un poquito, el sonido de las burbujitas lo relajan, segundo, mira absorto al payaso de la entrada y piensa en voz alta, las palabras simplemente salen en desorden: «segundo quedé, y el primer puesto desierto Gerard».
-        ¿Lo sabe tu analista?
-        Lo sabe y tienes razón Gerard, todo este tiempo has tenido razón – la sangre llena su rostro mientras tiembla sibilino, entrecierra los ojos -  no me verás llorar.
-        Algún día debes detenerte doctor, mira que reprimir emociones, piensa en tus acciones, tus emociones déjalas en paz – dice Gerard y ahora Elús mordisquea trocitos de carne con queso – ¿has seguido teniendo esos sueños? Ya sabes – su figura robusta se inclina levemente hacia delante. Muerde, la crema embarra las comisuras de sus labios, embarra un poco. Resopla. Se acomoda los cabellos y seca el sudor con un pañuelo sucio.
-        Esa mirada – dice Elús.
-        ¿Cuál? – dice Gerard.
-        Esa con la que pretendes burlarte, tú me quieres confundir Gerard… pero no lo vas a conseguir – más gaseosa Elús, más carne.

Elús Sarmiento confía en Gerard, su mejor amigo y confidente, su hermanito mayor. Gerard lo estima. Verlo le inspira confianza, hablar con él en ocasiones. A Gerard, pasar tiempo a su lado lo sumerge en un letargo taciturno de amistad y respeto. Suelta un comentario burlesco para cada situación de la vida de su amigo, quien lo distrae con frecuencia.

-        El asunto doc está en que, si se habla de participación ciudadana, se ingresa en un campo que implica saber quiénes participan y por qué, además de saber qué pueden y qué no pueden hacer los ciudadanos, cómo, dónde y… y creo que cuándo. ¿Me sigue? Es básico contar con mayoría de edad, pero hay más cosas; se debe nacer aquí y votar, ejercer derechos y deberes ciudadanos. Ser ciudadano es realmente sentirse parte de una estructura social y política, asumir responsabilidades sociales. Creo que la ciudadanía es poder, ser autónomo. Mi padre es ciudadano, el otro día compró una radio y subió el volumen a toda potencia… mi madre no dijo nada, reconoció sus derechos, pero arrojó la radio a la basura. Han logrado convivir.
-        Lo tengo Elús – afirma el analista en un arranque de inspiración.
-        ¿En serio?
-        Así es – pero ya es muy tarde para Paracas.
-        Digame doc, por favor.
-        Me aburres.
-        Lo sé.
-        ¿No comprendes? He ahí el origen de tu mal Lús querido, eres aburrido y no te has dado cuenta.
-        Comprendo doc y también sé que me gusta, ella me gusta, en el sueño acaricio sus muslos – abre la mano, la acerca, acaricia sus glúteos y pierde su rostro en aquel abismo asfixiante. Está a punto. Sabedor de tenerla a su lado, consigo, deja escapar aquel líquido eterno de indolencia y apatía que consume su ser, sabe que puede tenerla cada noche en su mente, sin que pase realmente nada. Sabe que cada noche puede dormir a su lado, aunque ya no esté. Ansioso, estruja las caderas de su recuerdo, aquel tatuaje, su boca en círculo, sus gemidos… y allí va despedido, sin límites, humedeciendo el pantalón de terno en plena sesión – mierda doc, ¡mierda!
-        Usted no comprende doc, no sabe lo que pasa – dice Elús, limpia su pantalón con un trozo de papel -. Yo era el más legitimado para asumir roles de amiguito. A la gente le falta iniciativa doc, si eres buena gente no consigues nada. Yo ahora pienso en mí. Soy especial.
-        Esta sesión ha sido buena Lús, muy buena. Has conseguido tocarme la vena más íntima - contempla la ventana el analista resignado, hay luna llena.

“Flexible”
Juma Paredes
Octubre, 2017
www.facebook.com/inmaduronarrador

anacoreta y yo (tres: sobre su fotografía y una clase magistral)

Tengo quince, le sonrío. No toma la foto. Sí retrata a las parejas de la izquierda, ellos ebrios, ellas con la orquídea en el pecho-muñeca....