lunes, 9 de octubre de 2017

Huevos a la inglesa

La mañana es fresca, su sueño queda en cama bajo sábanas algo sucias, como se siente mientras rasca su abdomen. Carros pasan acelerados por la avenida, provocando zumbidos al principio, un ruego al final. La crema de afeitar es tan blanca, siente que la luz de semejante blancura lo ciega, se incomoda. Llena de crema su mano, acaricia con la otra los contornos de los dedos. Sopla viéndola desaparecer en el fondo del lavadero. Se mira en el espejo de costado, suspira, ahora del otro. Se rasura. «Así debe ser». El sabor amargo matinal junto con la pasta le provocan arcadas. «Así ha de ser por siempre», afirma hundiendo la navaja bajo el peso de sus días sin ella. ¡Apúrate carajo que se enfrían los huevos! Basta con esa mujer, ¡Basta mujer basta! Pero no le basta con el recuerdo al pastor, admira la gracia con que detiene los huevos entre sus manos y presiona despacio, sin llegar a reventarlos y el pastor accede sin chistar, acepta y ella fríe sobre la sartén, los prepara a la inglesa. Odias que revienten, que te los reviente ¿verdad? Obvio, los comes a la inglesa. Cierra esa tapa, usa otra ropa, péinate carajo. Y es hoy como cada día que la recuerdas, esos ojos verdes que te siguen haciendo perder la cordura, sus hombros salpicados de pecas mientras te sonríe de cerca, mientras te hundes en su vida, optando el dolor a la nada, el dolor a nada. Y no has comprado lo que te pedí, no te alcanza seguro, eres un misio pues. El silencio con el que esperabas el «sí» de sus labios para obtener una oportunidad de yacer a su lado desnudo, de entrar entre esos muslos que no te esperan más, que ahora están lejos y delante solo queda un espacio vacío, tu propia imagen ante el espejo. Te odio. «¿Por qué la dejé partir?» Se pregunta una y otra vez mientras cepilla sus dientes al calor de la mañana de verano limeña, frente al mar que ahora tan claro, tan calmado. Arquea una ceja. Cae un poco de pasta en el lado derecho de su pantalón, y olee se mira a un lado, «Mierda», olee para el otro, la mano derecha rígida, los dedos estirados de arriba hacia abajo en diagonal, dando pasitos chiquititos, mirándose de costadito y ya no, pues sostiene ahora su mirada ante el espejo, esparciendo más pasta en sus pómulos, sobre los párpados, en la frente, en la sien, ya en sus cabellos, ya en su nuca después, despacio, en círculos una y otra vez. El agua rebalsa, siente el frío en sus pies, le gusta sentir. Enciende un cigarro. «Tus ojos van a ser mi perdición» y ella sonriendo bromea, lo jala del brazo mientras pasea nocturna a los perros, la sigue, mientras solo toma algarrobina la sigue, mientras vuela esas cometas por las tardes la sigue, mientras no los quiere tener porque cómo va a ser la sigue, acepta su recuerdo y se pregunta si algo es eterno, si algo dura para siempre o todo siempre será como un suspiro entre sus brazos. Si los sentimientos son una breve ilusión, o un proyecto de vida soportado tan solo en la razón. Se moja la cara acostumbrado a ese par de estaciones que ella tuvo y le dejó, Veraniel, el débil, Inverniel, el pervertido. Cocinando de improviso en la misma cocina, siente que son su culpa, su carga, su responsabilidad. Haciéndose cargo ahora él mismo de sus propios huevos los fríe, «¡Apúrense carajo que se enfrían los huevos!», prefiere que nadie se los reviente.

 “Huevos a la inglesa”
Juma Paredes
Octubre, 2017
www.facebook.com/inmaduronarrador


Fotografía: Cesar Bedón

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anacoreta y yo (tres: sobre su fotografía y una clase magistral)

Tengo quince, le sonrío. No toma la foto. Sí retrata a las parejas de la izquierda, ellos ebrios, ellas con la orquídea en el pecho-muñeca....