miércoles, 27 de septiembre de 2017

Si me fuera

“¿Qué harías si me fuera?”, preguntó abuelo a mis quince, anochecía. Yo ahí con el pelo largo, los aretes, la música estridente, dije “nada”. Me miró sin reproche, con los años encima, su amor mientras riendo bajito “y quién va a prepararte la comida hijo, quién te va a acompañar”.

Si me fuera
Juma Paredes
Setiembre, 2017
www.facebook.com/inmaduronarrador


sábado, 23 de septiembre de 2017

Piel de durazno

Aburrido, Febo no oculta su bostezo ante la mirada soñolienta de Gerard, que bebe un poco de su capitán, que fuma un puro, que aspira, que exhala mirando nada. Pero es un bostezo ansioso, uno que no quiere ser y se transforma en ansiedad mientras cambia el whisky por rusos blancos que seca, que acaba, que acelera por una garganta acostumbrada a ser oída en el Tayta esa noche en Miraflores, como cada noche de sus fines de semana y ahora concentrado arma un porro, le vendieron por ahí, en el baño de ahí. Forma-crea una figura áspera, un nexo que lleva a la boca borrando de pronto al cantante de turno y esucha su nombre, lo invitan a subir con frases cortadas, soniditos.

Febo es músico, lo decidió el día en que renunció a estudiar o trabajar. Siente ahora que todos quieren oírlo, se restriega los ojos ante su guitarra, obligándola a exclamar los primeros acordes sin el menor deseo de cantar más canciones de amor que no le dicen nada. Despacio saca la nariz del morral, una de chancho que acomoda delante de su vista, incomodándola. Jala la liga, suelta la liga, sí, ahí, bien. El calor aumenta y la sonrisa lo despierta a pesar… ¡sí!, a pesar de haberla perdido, es eso, es esa idea la que lo envuelve de improviso y coqueteaba con él desde la tarde, mientras retozaba desnudo tomando luna en su habitación y Gerard penetró de improviso, agresivo, lapidante. Presiona los ojos para olvidar el momento de blancura mortecina… el talco, su cuerpo, su desnudez expuesta ante el amigo entrañable.

Sujeta la guitarra acercando el micrófono a sus palabras, ya la audiencia percibe: «Una tarde de verano fui con ella a conocer una laguna, oink-oink.» Gerard frunce la papada. «El bote era tan chico que… que ambos no podíamos ir juntos hasta el islote.» Febo se acomoda el sombrero de copa, está ahora tan nervioso. «Entonces yo… ella fue remando y desde allá me llamó.» Piensa, no sabe si continuar. Continúa. «Y yo me empecé a reír». Gerard sonríe «Y saludé y ella volvió para ir juntos, pero no podíamos», contrae la papada. «, porque era muy pequeña ji ji ji». Acaricia su copa, bebe un sorbo. «Y bueno, subí solo y remé hasta la mitad del lago, y quería seguir remando, pero junto a ella, así que empecé a remar hacia ella, el bote era muy pequeño.». Gerard sonríe, resopla. «Entonces me animé… y volví por ella… creo, no recuerdo bien, ji ji ji.» Alza la copa. «Bueno… brindo con ustedes, brindo por Celeste… haberla visto será mi alma y esperaré algún día darle mi vida a cambio de una mirada o una caricia de sus pestañas, oink-oink.» Su tierna y dulce Celeste. Sonríe con cierto aire idiota soltando notas musicales y el cantante se empieza a sentir peor.  Acomoda su sombrero de copa. Intenta cantar, no recuerda la letra.

Pensativo, Gerard busca en la sima del vaso algún resquicio del espíritu jovial que tuvo horas antes de entrar con su amigo al bar, minutos antes de subir las escaleras, segundos antes de tremendo brindis. Desanimado, aplaude a su amigo. Quiere salir y respirar un poco de lluvia, de esa que pica el rostro entre el invierno limeño, en Miraflores. Resopla. «¿Quién mierda será Celeste?», se pregunta antes de beber el último sorbo del capitán, que saborea contra el paladar cuya lengua de pronto evita el progreso de su memoria. «¿Aguanta… no es esa niña que…?» Tose algo crispado, atorado entre su saliva y aquel brindis inverosímil. Levanta el vaso otrora lleno siendo el único en apoyar al músico. «¡Salud Febo! ¡Salud infeliz!» Siente un terrible ardor estomacal combinado de vergüenza ajena. Toma el líquido hasta la última gota. Arroja el vaso, estrellándolo contra el suelo. Algo mareado, se limpia los labios con la mano. El brindis más ridículo que ha escuchado.

Rasga la guitarra y se ve a sí mismo desde lo alto. Observa su cara con una rosa en la boca. Su público se mantiene boquiabierto. Vuelve la cabeza hacia atrás, bajándola exageradamente hasta sentir la sangre interior revoloteando entre su frente. Se acomoda el sombrero de copa. Una flor, una flor en los labios. Se siente estirado, cual pedazo de cuerpo en un ambiente ajeno, perdido pero feliz con un pedazo de risa dulce imposible de arrancar. Perdido y feliz.

La noche refresca a la pareja que camina por la avenida Larco rumbo al estacionamiento. Febo sonríe tarareando estribillos de sus canciones más antiguas. Abre los brazos y eleva la voz en la soledad de la noche, ignorando a Gerard que acelera el paso con las manos en los bolsillos, la mirada perdida entre la garúa y la sombra de su silencio que la vereda no logra ocultar, bajo los faroles callejeros: «A que no sabes quién es Celeste… ji ji ji». Gerard cierra los ojos resignado depositando la mano sobre el hombro del amigo con cierto aire paternal. Menea la cabeza en gesto reprobatorio. «Pero si salir con ella se siente rico sabes, bien suave… como mi piel de durazno ¿ves? Toca. Ven toca.» Gerard aprieta los labios, contrayendo la papada preocupado. Introduce el dedo meñique en un orificio nasal. El gesto adusto. Resopla. «Toca pues, toca mi jean...»

Abordan la camioneta en silencio. Febo todavía tiene las sobras del último porro del bar entre sus dedos, lo destruye. De improviso patea la llanta del vehículo con una vehemencia inusitada: «¡Cuidado con la ventana! Cuidado con la… ventana» La ventana… ya lo ha oído decir en otra ocasión «, el parabrisas está… como roto, como… usado.» Cierta obsesión con las ventanas rotas del carro, además de moscas revoloteando que Febo acostumbra comparar (durante esporádicas alucinaciones de hierba) con normales picaduras de abeja en cualquier autobús público al anochecer. Especie de ataques poliformes que terminan por deprimirlo. Picaduras que obsesionan los fines de semana de su maltratada imaginación.
-        No jodas, ¿Cuál la ventana?
-        ¡La ventana! ¡Hay perros!
-        Espérame que voy a comprar cigarros, no demoro. Fumar te está dañando Febo querido, ya para.
-        No es sencillo ¿Crees que es sencillo?
-        Siéntate aquí y no hagas cojudeces que las personas nos están mirando feo.

Gerard compra una cajetilla de cigarros antes de volver. Diez soles gastó, sí. Hace tanto frío, quiere que sea verano otra vez para ir a la playa con sus amigos. Sus pies desnudos se acercan a la orilla, la espuma es clara, las uñas de sus pies largas y sucias. Avanza quitándose la guayabera, descubriendo el pezón. Corre. Siente, quiere sentir el salado refrescante que sube por su «¡Cuidado con los perros!... que muerden cuidado saca, ¡los perros, sácalos!» Febo salta sobre un auto sorprendido ante sus propios alaridos en busca de auxilio. Desenvaina su espada y los aniquila uno a uno. «¡Cuidado!» Agita las manos para un lado, orina para el otro, los perros. Baja y avanza un par de pasos dejándose caer sobre la tierra de la playa de estacionamiento, boca arriba con la bragueta abierta, meado. Mueve brazos y piernas sobre el barro, formando un ángel. Una pareja murmura incrédula, se aleja. Se quita el pantalón, todavía siente su suave textura, aún le brinda seguridad. Acaricia los contornos de sus muslos, se lo quita. Lo restriega contra su rostro mientras defeca ahora agachado, en cuclillas, ahora no; los ojos entrecerrados, sintiendo que cae a un abismo sin fondo. Ella y él, Celeste y él sin poder encontrarla.

Mece su ser repetidamente cruzando las piernas, juntas mientras la recuerda, recuerda a la niña que lo hizo sentir inmortal, la que firmó su guitarra en tinta rosa transformando su ser en una flor. Quince años Febo, tenía quince años y no te da vergüenza ni la has olvidado, incluso hoy te encuentras inmerso en el país de sus mentiras. Ahora cómo olvidarla, necesitas olvidarla con alguien que borre de tu mente ese cuerpecillo terso patinando una tarde soleada. Inclina el cuerpo hacia delante, inclina el cuerpo hacia atrás, eleva las manos abiertas sujetando la nuca con fuerza. Una gota de sudor asoma a un lado de la frente. Sentado mece la cabeza repetidamente, contrae las piernas: «No puede ser, la tengo que encontrar la tengo que encontrar». Las abraza jadeante. Cada aliento asemeja un gemido que tranquiliza en cierto modo sus latidos, moderando su respiración, condicionando el pensamiento ante las ideas inconclusas. Señala al último perro apretando las piernas con todas sus fuerzas. Veloz se arrastra hasta un silo próximo devolviendo lo ingerido durante la noche, dejando escapar los tragos taciturnos de sus más íntimos deseos, tan sólo un par de metros antes de alcanzarlos. Ahora sólo ve sus manos apoyadas en el suelo dejándose vencer por el peso de su cuerpo cuyo rostro se sumerge en una especie de coma etílico que detesta. Pide ayuda sin poder hablar a causa del vómito que entra por sus fosas nasales. Gerard se acerca entre las aguas turbias de su imaginación, arrastra su cuerpo hasta la camioneta. Se mueve hacia delante, se mueve hacia atrás ahogado. Parten.

Piel de durazno
Juma Paredes
Setiembre, 2017
www.facebook.com/inmaduronarrador

Diseño: Victor Trujillano

lunes, 18 de septiembre de 2017

Celeste

“No es solo tu patinar, es también tu mente lo que me tiene en este lío.”
(Anónimo, 1998)

Un par de patines nuevos la esperan en casa. Baja corriendo de la movilidad que diariamente la regresa a las cuatro, arroja la mochila sobre la cama y abre el papel de regalo: «¡Patines nuevos Celestita!». Gracias mamá, sí, gracias papá, claro hijita todo para ti, sí, besos, sí, abrazo, claro. Vas a estudiar, sí. Vas a aprender, sí papá, sí mamá.

Piensa ver a sus amigas al día siguiente, patinar con ellas en la kermesse del colegio Sophianum. Emocionada ya no puede esperar. Mueve los pies una y otra vez, y otra vez, viendo volar sus zapatos. Sube el volumen de la radio. Se quita las medias, la falda verde de cuadros. Deja la camisa sobre el televisor mientras se prueba varios pantaloncillos cortos antes de escoger el más ajustado, con corazones rosa. Sentada en el borde de la cama con las manos sobre las rodillas desnudas juega con sus labios mordiéndose la lengua, masticando chicle, y esa manía de meter el dedo en una comisura, empujar, morder el pellejito dentro de ese rostro salpicado de pecas.

La tapizada habitación blanco invierno distrae su atención, imaginando que rasga el empapelado y lo tira a la basura, no sin antes acomodarse los tirantes, quiere arrancarlo y luego hacer muchas estrellas de colores aquí y allá mientras salta sobre la cama con las medias multicolor que sacó del cajón en una mano. Aquí y allá cantando-brincando. Sujeta los bordes de una de ellas e introduce su pie distraída, presionando contra su pantorrilla en el vaivén que sube despacio hasta el muslo. La amé y me destrozó, la amé porque la amé, bella como era. Demasiado alegre como para advertir mi presencia, reclamaba mi atención por puro capricho, egoísmo. Sonríe ante el espejo, se peina, ya no sonríe. Mira los afiches de la pared, entorna los ojos incómoda ante el forcejeo del patín que no entra, jala con fuerza, la pierna estirada. Tuerce un poco el pie izquierdo. Sopla hasta reventar la bomba con ganas de bailar sin dejar de respirar hasta el amanecer. Hoy cumple 15. Una niña engreída y rebelde. Ya no la quiero amar porque rebasó sus umbrales.[1]
-        Febo, me cantas, dibujas tan bonito y eres tan lindo… quisiera tener un novio tan lindo como tú.
-        ¿De verdad? ¿Quieres ser mi novia?
-        No.

Persigue a sus amigas, tropieza raspando sus rodillas y suelta una carcajada. Celeste mantiene el equilibrio sobre las ruedas de los patines volviendo a caer, elevando esta vez la mirada, fijándose en ese Volkswagen viejo de gran parrilla, en el hombre que al volante fuma, detenido a pocos metros, cruzando la calle. Está ahora callado, componiendo en su mente la primera estrofa de una canción. Tararea con el cigarro encendido entre los labios. Sonríe tras la barba crecida, perdidos los cabellos, oprimiendo con firmeza la palanca de cambios. El calor lo exaspera, levanta una ceja, el sudor ha humedecido los contornos de su camisa, pero no se da cuenta y fuma por última vez. Sigue mirando al hombre que la mira y ahora discreto acomoda sus gafas oscuras ante el espejo retrovisor que le transmite una confianza repentina para luego arrojar el cigarro. Febo baja del auto decidido. Ya no es sagrada para mí. No sabe amar pues está enamorada de sus pestañas. Se acerca.
-        ¿Señor qué desea?

«Vamos a dibujar un cielo con las manos», le decía a diario, «también una casa enorme, una familia y bailar». Las paredes de la habitación estaban plagadas de dibujos traviesos con ángeles y diablillos. «Ven toca mi corazón». Tantos dibujos todos, muchos ellos. «No te detengas más ni dejes que me vaya». Los domingos se manchaban las manos de colores y él la ayudaba a pintar. Cantaba todas sus canciones… todas las compuso para ella. Llenó su soledad, creando un mundo personal intocable, limpio. Un mundo que compartían por momentos y jamás logró evocar en soledad, buscando aquella mirada pícara, intentando recordar ese rostro que otrora bajo el sol de mayo lo miraba con recelo.
-        Deseo… quisiera saber tu nombre.

Celeste patina veloz algunos metros hacia el hombre de la barba, su sombra la sigue hasta detenerse junto a él, ambas ahora unidas bajo sus patines y Febo contempla absorto, temblando sin miedo. Extiende su mano, acaricia un poquito su barbilla. A sus 30 se siente seguro.
-        Celeste señor. Celeste Perry.

Celeste
Juma Paredes
Setiembre, 2017
www.facebook.com/inmaduronarrador/




[1] Las expresiones de Febo ante el recuerdo de Celeste, fueron elaboradas sobre la base de los poemas salvajes de Endor Llaxtamasi (endor-llaxtamasi.blogspot.pe)

viernes, 15 de septiembre de 2017

I can´t

- You are going to marry me OK? - her eyes shine so bright, so her.
- Yes, my love, of course.

That new dress that now shines in her silhouette, those gloves of light, those jewels stolen from the first floor in the afternoon, during the nap ... and the high heels to the rhythm of a melody between us, ours that says "every minute at your side is great" and I must follow her steps and I step on her and she like nothing ever happened, she corrects me "and there is nobody in the worldwide world". Mesmerized I look at her, my arm on her back with her hand in mine, like curled up, like protected as we round in a circle "that I love more than being with you," and another before we get dizzy and fall.

- Why do we fall? - peeping around the edge of the pool she asks, not to me, to the air.
- To get up love, fail always, every time better.

Thereby while I raise her up very high, more and more. Screams in fright, laughs, does not want to come down. She is thrown out as she covers her nose, closes her eyes tight and swash, the plunge deep to the bottom and then again and again, and once again. Today you dive, today you kick, today you laugh hours for me, with me on the edge of the abyss and in the distance the sea, higher the sun, closer it's light that pecks here and there, dying the afternoon leaning there, one by your side, you to mine. And questions, mountains of questions.

- Take me to a roller coaster - starts quietly, ends very high, concludes, determines.
- Close your eyes love, don't cheat.

It is a hot morning, we wait in the queue and you ask for a cotton candy, the trip has been long, so long until we get off the plane and there is the park that so much longed for. We ran to get a spot, "me in front", you go in front yes, and I at the back. "And Mom," and mom is filming love, down there, do you see her? Don't open your eyes and you see her, "I see her", and the cart slowly starts to move, slowly slowly goes up a little and you say that you are not afraid and I am yes as always but you are brave and you demand it to go faster, "Faster, faster!", And it goes faster love, climbs up up and finishes climbing and there it goes now very fast it goes forward it runs flies falls down down and  we all shout hands up open mouths we scream nonstop loops loops many loops the car flies off and they all look at us as we fly to the bottom over a tree that softly receives us, that slows us down ... that cheerfully leaves us. "Let’s go again!"

- Don't go - and a little finger goes up to wipe a tear that looms discreet, there.
- I'm not leaving sweetie, tell me where I am.

You are here”, she lowers her hand together with mine down to her chest, makes a circle and her finger hangs from my serene gaze, I don't say a word, I hold my breath between my trembling and pressing lips, “and here”, now raises the finger up to her forehead, she rings twice, "oh this hurt me", you laugh again now, with that song to my joy, in that way that colors my grays, highlights my goods, erases my bads, forgets my fears, relives my days.

- I want to live with you.
- Me too my love, me too.

But I can't and I know it, you don't. I can't live with you, sleep with you. I can't stay awake due to your fever. I can’t wish for a longer sleep when you get up at 6 am. I can't miss a day off. I can't be late at work. I can't run to you when you have nightmares. I can't serve you breakfast. I can't bathe you. I can't play with you tired at night, complain because you do not obey, force you to eat, sit down to do chores, play 24x3. I can't tell you how sorry I am, not to even tell you everything I feel inside and it only comes out some nights when I can't hold it together anymore and I break, I crack, I'm parted in 1500 pieces to be reborn, to be well again. To realize that you are not sleep, fever, free days, delays, nightmares, breakfasts, baths, fatigue, yes sir, tasks or endless games. Quite the opposite my love. You are a sporadic tale before bed. You are Guardians of the Galaxy. You are Star Wars. You are The Lord of the Rings my love. You are the goal you kick, the pool you swim, the musicians you learn at school and I don't. You are Having a good time, TNT, or You are my sunshine while you sleep. You are The Dark Crystal, My Neverending Story. You are what I can sweetie, you are what I am.

- You're never going to be alone Dad; I am going to be with you.
"I can't"
Juma Paredes
July 2017
www.facebook.com/inmaduronarrador

Design: her




martes, 5 de septiembre de 2017

No existe

"Tomé un gas inerte que había en el aire, lo convertí en líquido, agregué ciertas impurezas a un rubí, le adherí un imán y pude detectar el fuego de la creación."
[Carl Sagan, Contacto]

Los trazos surgen formando una silueta informe sobre un pedazo de papel arrancado del cuaderno que no usa, para un curso que detesta, en una carrera que aborrece, de una vida espectacularmente gris, sin gusto, sin miedo. Y allí impulsa las formas, bajo un día caluroso que esparce brochazos de luz intensa en sus ojos entrecerrados que la miran desde lejos, aguardando a una cobarde distancia, casi estirando una mano que quiere rozarla ahora que ella se acerca, una mano que terca presiona el lápiz, sobre un papel, sobre un cuaderno, sobre el fierro del balcón de su facultad, esa que odia. Su sombra en el piso devuelve una imagen en un ángulo entrecortado, como borroso, como solemne… y ella le gusta, y «¡no ha sido así! ¡no ha sido así!», dice hoy con frecuencia Oarce, el simple, mientras sujeta con una mano sus cabellos ondulados, mientras frota con la otra aquella cicatriz en la frente, fruto de tamaña osadía. Es ahí cuando muere el ser que existe, y surge el que no, grande, fuerte… todo él: «Mira, mira mi dibujito, ven, ven que te cuento». Es una voz ronca, que arrastra una ansiedad mal disimulada por probarla, sentirla a su lado, una voz taciturna, malhadada. Ella voltea los ojos, sonríe mientras se acerca despacio. Acepta.

El personaje glorioso se ha dejado largos los cabellos, enredados, brillantes que cubren una barba poblada, roja-oscura sobre una túnica que parda cubre el frío de sus días, entre una discreta soga que atada a la vestimenta sujeta una bolsita con polvillos mágicos, junto a esa daga forjada por el herrero habilidoso aquel, en la ciudadela central que no visita hace tantos años. Soporta además el peso de una pechera de plata, le cuelga una capa que ondea lento. La cota de malla se puede distinguir entre los puntos débiles de la armadura. El escudo cuelga de su espalda. Sostiene un estandarte con las lanzas cruzadas cubriendo el cuerno de la vida, símbolo de su casa, lejana entonces, barranquina. Un abrigo de piel sobre todo cobija al personaje glorioso que ha surgido de entre las manos de Oarce, allí delante suyo, grandioso ahora él mientras la clase universitaria llega a su fin, y las formas siguen apareciendo, despacio. Ya no un abrigo, ahora unas botas de cuero. Las espadas cruzadas en la espalda le brindan un aspecto cruel, se podría decir que infunde temor en el enemigo, si no fuera por la fina banda de plata con una estrella al centro adherida a la frente, su frente.

El personaje glorioso eleva la vista husmeando el aire que mece sus cabellos. Emite un silbido sostenido. Es entonces que en lontananza emerge la figura del corcel que despacio trota hacia él, que sonríe ante la sombra de su amigo. Relinchando ante su rostro baja la cabeza, un mordisco en su oreja. La fama del personaje es justa, de inusitada sabiduría, habilidades con la espada y ciertos conocimientos en magia oscura. Quizá pueda persuadirla de ir con él a su castillo, cobijarla ante los dioses, brindar juramento y cuando todo llegue al final, fundidos en un abrazo lunar, acariciar ese recuerdo recurrente. Pero el día agoniza y ahora ella ya no es ella, ahora es un recuerdo que cobra forma en ella, presencia. Ella que lo mira curiosa, ella de pie frente al lecho del río donde el personaje solía sentarse ante la puesta del sol, descansar mientras contemplaba el valle, sus árboles, flores, pajarillos volando aquí y allá, testigos involuntarios de sus aventuras.

Ella suspira envuelta en una dulce fragancia. Viste un traje entero de seda, transparente, cuya abertura deja ver los hombros salpicados de pellizcos oscuros, sujeto por finos broches de oro. Los cabellos sueltos, adornados con rubíes-fantasía y una diadema-orquídea. Avanza entonces con aquel andar sinuoso, mientras el personaje baja discreto la mirada, dirigiéndola hacia esas piernas contorneadas, bajo un vientre que se le antoja suave, como la brisa que acaricia su rostro. Ya la sube sibarita, depositándola sobre los pechos que asoman discretos, y ese cuello delicado que sostiene un rostro de indescriptible belleza, de labios que agreden, de ojos verdes que todo lo ven, que todo lo pueden, que todo reciben y nada entregan a cambio mientras miran, la cabeza gacha, sus pies descalzos.

- Se llama Edanedhil - le dijo – contempla, oh bella, tamaña grandeza. Acabo de hacer en clase el dibujito, mira, mira… ¿Cómo te llamas?

“Y tanto me gustas que quiero que lo sepas y aunque sé que me expongo a la desilusión más grande, si no hay en ti lo que quiero para mí, no me importa porque con esto me quito un peso de encima, al poder decirte, así sea con tinta…”
[Anónimo, 1998]

-            …que usted milady es lo más bello para mis ojos, y el resto de mis sentidos, que mis pensamientos se vuelcan hacia usted en cada momento del día, haciendo del gris luz[1] – un tanto nervioso dice Edanedhil.
-            Es usted tan galante, señor…
-            Edanedhil, hijo de Adanedhel, de la casa de Tilión, para servirla, - respira profundo Edanedhil, exhala – para servir a mis pensamientos, que ahora como dije, se vuelcan hacia usted. Para servir además al ritmo de su andar, y los saltos de sus bucles negros, cual noche despejada y sin luna. Su voz, heri vanya[2], alegra mis oídos amodorrados, y sus labios reemplazan al sol cuando amanece ya sin luna, ya sin estrellas, otrora sin usted.
-            Yo a usted lo conozco, de otra vida, de otro tiempo… no lo sé… confío… y a la vez desconfío… son tiempos de guerra, se acerca el frío, la hambruna… tengo miedo… ¿partirá usted?

En las colinas se oían resonar cuernos;
brillaban las espadas cual reflejo del mar.
Como un viento de verano los caballos galoparon;
temblaba la tierra.
Ya la guerra arreciaba.

El personaje glorioso desenvaina su espada, acerca la mirada a sus bordes, la estira cerrando un ojo, apunta con firmeza, la eleva, lo abre y cierra el otro, la vuelve a estirar, tensa, tersa. Es dura la batalla que lo espera, los hombres del enemigo son temerarios y feroces, “no se angustie milady, que acongoja mi corazón. Haberla visto… haberla visto será mi alma y esperaré para algún día darle mis días a cambio de una mirada suya, y una caricia de sus pestañas».

Y allí está Oarce, viendo cómo ella deja de mirarlo curiosa, y haciendo el gesto de un pequeño, casi imperceptible repudio, se va, para no volver. Y allá va la dama ahora, y no importa, y no le importa, pues no la conoció como a ella, a quien realmente conoció; podrida por dentro, suculenta por fuera, angelical, amable. De manos suaves, y una dulce existencia que lo cautivó, agobió y destrozó. Mientras la amaba, aprendió a ser fuerte y sufrir en silencio. Mientras la amaba, la amó y la destrozó pues la amó, bella como era. Una dama solitaria y triste sedienta de atención, caprichosa y egoísta, engreída… rebelde. Oarce no la olvida pues cruzó y rebasó sus umbrales. Está ahora tan sagrada, sabiendo que no sabe amar, y que vive enamorada de sus mejillas.

“[…] Primero, sin más ni más, miren que gloriosos son esos personajes, ¿no quisieran ser como ellos? Nada que eso no existe, ¿quién dice que no existe? ¿Qué quiere decir “no existe”?”
 [Anónimo, 1998]

No existe
Juma Paredes

Anónimo, 1998






[1] Fragmentos del diálogo entre el personaje y la dama, fueron encontrados en el escrito original, y adaptados al relato.
[2] “Hermosa dama descalza”, según anotaciones encontradas en el resto del escrito, y redactadas, al parecer, en alto sindarín.

anacoreta y yo (tres: sobre su fotografía y una clase magistral)

Tengo quince, le sonrío. No toma la foto. Sí retrata a las parejas de la izquierda, ellos ebrios, ellas con la orquídea en el pecho-muñeca....