viernes, 29 de diciembre de 2017

incordio

-            Cómo explicarle… – su mano una araña que sube distraída por la pierna, que baja. No es de día o de noche en la celda, pero sí la misma palma retenida a medio camino entre las piernas y sus palabras. Pero sí ambas palmas, abiertas.
-            Pues habla mentecato, habrase visto, una vergüenza más para tu padre carajo – tose mientras lo increpa con el bastón, más que tos, es un traqueteo, cual quijada de burro –. Dónde está ese guardia, ¡guardia!
-            Papá ¿dónde está mamá? – Aviación con un globo naranja que suelta para preguntar, explorando las arrugas del viejo entre las paredes de la habitación. Primer día de colegio, la lonchera, la mochila, el robot.
-            No hay mamá, otra vez la misma cantaleta – confundido, retrocede tartamudeando –. Se… se fue y punto, supéralo.
-            Cuando se va, demora en volver, toda la mañana lo hizo, ha de estar durmiendo. Usted debería saber eso que me dice, la forma en que me trata. No soy normal dice, distraído, jodiendo despacio, jode y jode. Pasaron los años y estoy otra vez parado sobre la silla del salón, o fue quizá al frente. Solo está mi mano en un puño. Me trataban como usted, con ellos tampoco pude. Ya nada me importa. ¿Qué cosa quiere saber?
-            Qué es lo que vi en las noticias, qué es esto de la redada. No pienso pagar fianza alguna. Esa camisa rara, ese mameluco. Tu maldita camisa. Tu maldita peluca. Esperaba llegases temprano por una vez, ¡te lo dije! Yo sufro de taquicardia. Encima… ¿Qué mierda le hacías a ese blanconcito? – señor Ruiz no lo vio, leyendo en el parte, preguntando, atando cabos sin los cuales entendería menos de lo que entiende a quien delante suyo desafiante -. ¿Qué le hacías? ¿Qué eres? ¿de qué eres capaz?
-            Negro me dijeron, marica también – suelta su mano el Señor Ruiz mientras caminan hacia el colegio, se diría que ofuscado, perturbado – la miss dice que no, pero dime tú qué es un marica, es malo creo, es negro. Ya no quiero ir, quiero jugar con mi robot, juega conmigo a Star Wars papá, no te vayas a trabajar. Si te amistas con mamá, puedo tener un hermano ¿no? Así puedo jugar. Ya no quiero ir.
-            Vas a ir carajo, y le vas a romper la cara al primer huevón que te lo diga, no voy a tener un hijo que no pueda. No se llora carajo, ¡no me llore!
-            A ver pues, dígame que no llore, ¡dígamelo ahora! – el hombre al frente del señor Ruiz, mostrando dientes risa-desafío que brotan de labios pintados. No un hijo, un sonido en su mente que lo perturba subiendo el volumen. Algo mareado ahora el señor, mueve la cabeza de un lado al otro, con cierta cadencia. – Lo de negro ya está, de negro padre negro hijo, hace mucho me dejó de importar. No como a usted, nunca como a usted. ¿Por qué nunca la olvidó? ¿Por qué esa obsesión con alguien que lo deja? Que nos deja. Muy blanca acaso, dónde va a encontrar una blanquita así seguro, pecosa en la foto rota que nunca pasó del tacho. Pero tremendo marica, eso no, eso sí que no.
-            Ah carajo, ahora resulta que no – hormigas caminan en el brazo del señor. Tose – me tienes harto. Pagaré nomás, como siempre. Vamos que ya sale el sol.
-            Hace calor papá, llévame a la playa – el pequeño pasando el dedo por la nariz, limpiando su rostro con la manga. En su recuerdo inmediato el dibujo del nido. Enmarcado en un cajón dentro de un escritorio, dentro de un garaje, dentro de cosas olvidadas que él un día curioso. Él y papá del mismo tamaño, palitos, una mancha azul el mar, hormiguitas que los rodean y cuenta antes de dormir por las noches, sin cuentos, los monstruos del armario, los lamentos del hombre maldiciendo en silencio, corriendo hacia la cocina ya sin maldiciones, solo silencio; los ojos cerrados de papá, en el piso –. No vayas a trabajar, yo tengo mucha plata en mi cajón, yo te doy todo papá, no trabajes, no te vayas.
-            Se llama responsabilidad, tengo que. Tu profesora me contó lo que dijiste, cómo lo dijiste. Vas a repartir cocachos hoy, escúchame bien, mírame cuando te hablo. No entraste al equipo de natación, no sabes jugar futbol. ¡Qué es eso de dibujar todo el santo día! Es hora que bajes la mente, la pongas en tus notas que para eso pago. Vas a ser responsable, vas a dejar de llorar. Voy a hacer de ti un hombre, un varón. Escúchame bien.
-            Ya sé, ya oí, es de día. Me voy a quedar aquí un rato más, me voy a quedar así, sin más. Ya no quiero extrañarlo, voy a arrancarlo de aquí. Solo quiero dejar de verlo en todas partes, por eso lo del pituquito, por eso lo de esta noche, me confundí, ya está. Pero le explico, las tetas para mí son nada, no sé si me explico, nada. Olvídese que las patas, olvídese que los potos, nada. Años fui raro, un anormal le decían a usted, y tenían razón, si acaso soy algo fuera de lo normal. Pero no malo, malo no padre, entienda que malo no. Soy como una mañana que amaga buen sol, como cuando me llevaba a la playa, si acaso recuerda, y que al final se retrae, sale, se mete, se metió… todo nublado ¿ve? Soy un hombre nublado, soy así – Aviación no aparta la vista del suelo mientras dice, a punto de despedazar la celda con sus barrotes, a punto de pedirle un abrazo al viejo – Número uno: “Luis murió”, venga siéntese – habla bajito mientras ayuda a su padre a sentarse a su lado – para mí su ausencia es calor, como el fuego de la vela que soplé al cumplir cuatro, el día en que mamá nos dejó, “pide un deseo”, me dijo, y el calor en mi rostro era en cierto modo agradable, sin los gritos de mamá o la vergüenza en mis mejillas, pero claro, de eso nadie se da cuenta.
-            Entonces, para ti todo se resume a una vela, calor le llamas, mariconada digo yo, habrase visto carajo. Dame un vaso de agua, me duele el brazo.
-            Me duele, no lo quiero mover, no hagas que lo mueva – dice Aviación retrocediendo, lo sujeta el señor, le sube la manga. Un moretón –, me escupen, me pegan. Vamos a la playa papá, llévame ¿Cuándo viene mamá? Si tú y ella dejan de pelear
-            Quien va a pelear eres tú, no esa… no ella… los vas a agarrar a golpes, y ojo, nada de acusar. En fin, mírame, ¡mira!, no va a volver.
-            Lo miro y no lo conozco, sigue insultando. Los pómulos siempre cubriendo su expresión, las cejas hacia abajo, matando a insultos a quienes lo rodean, fregando sabe usted, siempre fregando. – incordio piensa Aviación, y lo dice, “incordio”, lo leyó por ahí, se le pega de improviso. Señor Ruiz lo mira perplejo, algo agitado, más que hace un rato, menos que dentro de poco – Número dos: “soy negro”, no afro-peruano, no moreno, negro es la palabra, ¿acaso madre era euro-peruana? Un día te vi haciéndote así en el rostro, como sombreándote la cara con los dedos, la mano cerrada movías, con esa mueca tuya de asco, como si yo fuera… como si usted no fuera… me lo he dicho mil veces frente al espejo, un día supe que ahí estaba, detrás de mi color, de ese que repele, ¿ve?, estire la mano y sienta el color de su hijo. Mamá me decía, “shshsht, sin color”, y luego, “váyase a dormir”. Ella era un globo naranja padre, enorme, su cabeza grande y sus pies pequeños, las cejas hacia abajo siempre. Miraba sus dientes, la garganta. Sus manos que se estiran aquí y allá, “no has ordenado” decía, escapando sus ojos muy abiertos, “no has comido”, gritando desde lejos, bien arriba, la miro con miedo, bien abajo yo, hasta hoy es así, ella bien lejos, yo temeroso, viendo cumplido mi deseo de convertirla en el globo naranja en que se convirtió y no gritaba más. Al principio la busqué al su lado padre, en su cama, o al lado de sus borracheras, sus lágrimas cuando lo dejó, no estaba. No estaba en la refri, en la lavadora, no estaba en la alacena, ni en el desván, solo mucho silencio y mi globo en la mano ya sin gritarle a la lavadora, a la alacena, o al desván. La veo inflarse mucho, ponerse colorada al lado de la luz de ese verano amarillo y zas, un globo naranja. Calladito yo nunca se lo conté. La llevé al parque, la cuidé e hice dar saltos especiales a mi lado, conmigo.
-            Colores, recuerdos, para ti todo esto es una broma, sigues jugando, sigues mataperreando carajo – hace una pausa. Una risa a lo lejos, en la radio un partido, un grito de gol que rompe el letargo de la conversación. El hormigueo ahora en su pecho – Eres un error que sigo pagando, contenido en un nombre que inventé borracho. Te veo y la veo, le hice cosas, la dañé antes del inicio, antes no era así, pero todo vuelve.
-            ¡Sí va a volver! – grita Aviación como hace poco en el salón cansado de maltratos: “basta”, voltea, corre entre jardines descuidados, a lo largo de la calle, bajo árboles sin sombra ante la verdad ineludible impuesta a sus diez, y bajo sus pies otro él que lo sigue impasible hasta resbalar en un charco, su cuerpo va y viene en un espacio sin forma, su pierna se elevaba desmedida ¿o va hacia abajo?, la izquierda la acompaña resignada. Abre los ojos en un acto sin sentido, aferrándose al aire. El grito del señor se escucha en fracciones de tiempo que puede controlar, a diferencia de la gravedad que atrae su nuca contra el pavimento, rojo en su cara. Sobando con el shshshsh ahhhh… shshshsh ahhhh, shshshsh ahahah, inservible. Más duele el cocacho posterior en su cabeza. Shshshsh ahhhh.
-            Así has nacido, estás jodido, pero vas a abrir los ojos, te vas a levantar. ¡No se llora mierda!
-            Así he nacido, estoy jodido. Pero no siento estarlo, y me jode que no se dé cuenta. Número tres: “soy marica”. Es como ser una isla, así, la miras desde la cosa, no te acercas, para qué, es una parte muerta de un todo, separada, soy una parte muerta de un todo, no digo familiar, social, estoy allí, me ven. Naranja-fosforescente, como mi camisa, como el globo que perdí cuando niño.
-            Como esa ridícula camisa, la peluca sicodélica, ahora entiendo. Tu tatuaje, dice “me muero”, pero significa que literalmente quieras morirte. Tu naranja es ausencia de calor, ves todo oscuro. Si pudiera darte un coscorrón como cuando niño carajo – dice papá, ahora recostado contra la pared, presiona su pecho, vuelto una mueca en que su hijo no repara, no se fija.
-            Caramba padre, ya es tarde, mejor nos vamos, llamo al oficial – Aviación se levanta de prisa, percibiendo en un instante el murmullo del aliento de quien tantas veces le mostró quién era, y lo que pasaría en realidad, y fue como cuando la niebla-neblina limeña se disipa con una brisa, empezando el medio día de su vida. Pues para él (Aviación) siempre fue igual, la niebla-neblina ante sus ojos, una luz que no le hacía falta, un resplandor que no era consciente de querer, pues ¿cómo extrañar aquello que nunca tuvo? Viviendo al filo de la oscuridad, entre las discotecas de ambiente y los insultos del señor Ruiz, con una luminiscencia en el centro con nombre propio (Luis), cuyo recuerdo tomó forma en el cuerpo de un músico cualquiera, en una noche cualquiera, a quien sin dudar corrió a abrazar, a besar, como garabatos en su cerebro que no comprende. No comprendió cuando la redada, los serenos que se lo llevaron, encerraron esa misma madrugada. Ideas cual chimenea recién apagada, silencio que quema, conversación con nadie, y nadie responde, puros garabatos y él buscando pistas en la arena que no precisa, prohibido de andar gritando “Luis” por ahí como si nada, luego andar dando explicaciones, solo él (Aviación) encerrado, sin saber si ha vivido. Prohibido de disfrutar las cosas que siente, agotándose paulatinamente, como atado a esa peluca, pegado a un tatuaje, o el tatuaje mismo vuelto él, siempre aguantando sin abrir los ojos justo cuando hoy al fin “papá” -, ¿papá?

***

El señor Ruiz fue enterrado en el “El Ángel”. Caía la tarde y Aviación estaba allí, desprovisto de su fatal vergüenza, cartera en mano, zapatos de tacón. Lápidas con flores marchitas. Vírgenes. Quizá por una vez en su vida estuvo orgulloso de algo, ya sin poder compartir ese estado (ambos, padre e hijo). Elevando el bastón algunos metros hacia delante, aparta personas que estorban su camino sin pedir permiso, lo pone sobre el ataúd. El sacerdote pronuncia una oración que no escucha distraído con el calor de una nueva ausencia, la oscuridad de un nuevo recuerdo, el naranja-fosforescente de la realidad que al fin comprende, y acepta.


“incordio”
Juma Paredes
Diciembre, 2017
www.facebook.com/inmaduronarrador/














Nota: Fragmentos del recuerdo de Aviación sobre su madre, fueron elaborados sobre la base del cuento "El globo", de Isol.

miércoles, 27 de diciembre de 2017

sencillo

La noche es estrellada, la bruma limeña evita que Febo se dé cuenta, pero la imagina así, allí sentado en la vereda. Capitanes dando vuelta en su cabeza, al borde del jardín, frente a la avenida, bajo un árbol-sombra que a esa hora no, solo lo cubre, haciéndolo sentir en cierta forma protegido. Insiste en acabar un porro que mantiene en la comisura, levantando la cabeza hacia atrás. Fuma hacia su garganta, poquito entra, con eso le basta. Mira la avenida a su derecha, allí nada más (allá) un vago pidiendo limosna, abrazado de un teléfono público, enlazado. Piensa en los amigos que se van a Europa y él no, se queda en Lima, viajando a través de canciones que compone, viviendo a través de letras sin importancia que escribe y atesora como piezas de colección. Amodorrado levanta el índice, rasgando una guitarra imaginaria sobre su vientre, chan-chan-channn, dice emulando una de Led, pan-pan-papannn, ríe esperado Gerard lo escuche.
-        Fumas demasiado Febo amigo – voltea el rostro Gerard, mirando compasivo tras la luna abierta del carro que no arranca – ¿Ya me vas a contar quién es esa Celeste?
-        Todavía la amo – afirma Febo sin dudar, sin saber por qué. Es el capitán.
-        No jodas carajo – dice Gerard, baja del auto, se sienta a su lado. Saca el pañuelo.
-        Imbécil, ya te digo, date cuenta… los perros otra vez… ¡cuidado con los perros!

(el auto no arranca, amanece un nuevo año. Gerard llamando al viejo. Febo inútil lo espera porque sí, alucinado)

-        Qué chucha si la amo o no la amo… fuera perro ¡fuera!
-        ¿Tanto la amas?
-        No la amo
-        ¿Total?
-        No la amo más…
-        Febo, escúchame, despierta – con un chasquido Gerard, luego en franca cachetada sobre el rostro de su amigo, intentando atraerlo otra vez ahí -, presta atención: la amas sí o no.
-        Odio a la maldita… mi madre me dijo: “esa matalascallando es una maldita”.
-        ¿Cómo así?
-        Se cansó de mí, pisoteó mi ilusión con esos patines que yo mismo reparé, y eso es lo peor, esa reparación que hacía mientras yo mismo me partía, eso y no haberme atrevido – nauseabundo, Febo regurgita un poco de ruso blanco.
-        Atreverte a…
-        A besarla pues, a besarla… carajo, siempre que salgo en busca de alguien, casi siempre no me encuentro con nadie… esa puede ser una canción, ji ji ji.
-        Lo hiciste
-        Qué
-        Le dijiste...
-        No lo hice, parecía, pero no, no lo hice, no me atreví, no insistí, no presioné… aunque a veces parecía que quería. Me hizo entrar en el país de sus mentiras… ¡otra canción!
-        Entonces era ella la que insultaste.
-        No entiendo on.
-        Me hiciste ir un día a su casa, bueno, pasar por ahí, cerca del Golf, ya no te acuerdas, dijiste que cortaríamos camino; sacaste la cabeza, gritaste hija de algo.
-        Hija de qué va a ser pes.
-        Tanto tiempo ha pasado…
-        Hija de qué va a ser Gerard.

(Febo sacando por la ventana una cabeza ya pronto sin cabello, sorprendiendo al conductor que detiene el auto y él gritando hacia arriba, a un piso muy arriba del edificio que la noche oculta tras faros de luz potente. Solo una silueta a lo lejos, pegada a la luna nocturna que asoma ante el insulto, la bajeza, el rencor que sale por su garganta, solo lo hace, lo hace y ya. Gerard acelerando)

-        Celeste – dice Febo, como escupiendo una emoción.
-        Celeste…
-        Celeste Perry.
-        ¿Cómo Perry?
-        Perry pes carajo, así apellida, ya fue – dice Febo arrobado, mira las palmas de sus manos, esas uñas mordidas, los pellejitos, larga la del meñique -. Así le voy a decir desde ahora… Perry -. Titubea antes de decir “perry”, y mientras lo dice, suena como si estuviese a punto de disparar balas con la boca.
-        Tanto la quisiste…
-        No entiendes, tú no entiendes Gerard. “Quieres ser mi novia” le pregunté y ella me dijo “no” y yo le dije que lo piense ¿entiendes?, “piénsalo” le dije, qué imbécil.
-        ¿Y qué te dijo?
-        Nada – Febo eructa, y algo repuesto golpea su cabeza con la palma abierta, como castigando su propia humillación, estremeciéndose un momento por el dolor -. No con la cabeza hizo la Perry.
-        Mejor ya no pregunto…
-        Que lo piense le dije “piénsalo”, como si la siguiente vez que la viera, cosa que pasó, le tuviese que preguntar “¿y lo pensaste?”, no me jodas.
-        Definitivamente no te jodo.
-        Es que… “piénsalo” pes puta madre – ahora ríe Febo, con ese ji ji ji, que repite: “ji ji ji”, transmutado todo él, deforme, su cuerpo que se deforma ante Gerard, como con frío, como tiritando hacia un lado y el otro, le recuerda una película donde un niño calvo afirma que no hay cuchara, y la cuchara se contrae desdiciéndose en tremenda contorsión. Su propio cuerpo, la barba crecida de Febo, sus labios contritos, escasos los cabellos. Un corazón chiquito que Febo abre para un Gerard indiferente, aburridos ambos, pasados de vueltas. No hay cuchara.

(desabotona su camisa Febo, muestra el pecho lampiño para indicar al amigo el lugar donde le duele, donde está herido, lo toca, pasa su dedo por el área, en un círculo que forma mientras rodea el pezón izquierdo. Incordio. El torso desnudo, la camisa blanca-negra en medio de la pista con sus cuadros. El chofer aguardando salga de aquella postración intelectual ante una madrugada que acaba. El sol sale)

-        ¿Quieres que me vaya?
-        En ese estado no puedes – dice Gerard sereno. Resopla.
-        No imbécil, eso fue lo que le pregunté al final.
-        ¿Y qué dijo?
-        Nada, no respondió, pero firmó mi guitarra con rouge… No la volví a ver en años, y hace poco de nuevo, y de nuevo todo, como la repetición de una mala película. No lo soporto.
-        Ni yo – dice Gerard cabeceando el sueño que lo agobia, viendo cómo un perro pasa cerca, orina a su amigo, se lleva su camisa en el hocico, los cuadrados blancos/negros -, papá dijo que no demoraba.
-        “La niña”, le decía al principio. Era mi niña, y creo que realmente nunca lo fue. La odio. La amo.
-        Bonita – dice Gerard, que acaba de sacar una foto de su billetera. Allí está Febo, sonriente en un selfie, la barba crecida, ella detrás, fuera del carro, fuera del colegio, en patines, patinando con el pantaloncillo, las rodilleras, mirando curiosa hacia el carro, hacia él, a punto de acercarse.
-        Más que eso, y devuelve la foto, más que eso era angelical. Bailaba conmigo. Pero sus manos suaves fueron ultrajadas por otro, no por mí.
-        Entonces ella
-        “¿Y lo pensaste?”, le pregunté. Ella nada, no sé, necesito alguien
-        No sabes
-        que borre de mi mente su cara tan blanca – respira agitado, se mece -. Hice una canción sobre la paradoja de su existir, hice varias. Su dulce existir me cautivó, me agobió – dice Febo estremecido, cubriendo su vientre sopla, escupe, sigue -, me destrozó.
-        ¿La besaste? – no termina la frase Gerard cuando Febo ahí llorando bajito, solo sobre el pavimento de la avenida Aviación, cubriendo el rostro con ambas.
-        Espérate un ratito – se oye desde el fondo de sus manos.

(ahí Febo llorando frases entrecortadas, como justificando en no haberla besado, intentado al menos. Con el dedo escribe su nombre en el barro. Saca una barra de chocolate del bolsillo, sonríe acariciando el durazno una vez más, su jean piel de durazno)

-        Me dijo que pase.
-        Y pasaste
-        Espérate un ratito.
-        Carajo
-        Pasé, subí a su depa, entré a su cuarto, con sus dibujos, sus manos pintadas, mi guitarra “te quiero” le canté, “te quiero te quiero y no hago otra cosa” le canté, me miraba de frente, sorprendida, “que pensar en ti” le canté.
-        Y entonces la besaste, mejor caminamos
-        Espérate un ratito. Se lo hice al oído, de cerca sabes, cerrando los ojos canté. Digamos, con sentimiento – un brillo casi imperceptible en su mirada, abrazado de su cuerpo se mece.
-        Y la
-        Que te esperes un ratito carajo, verás… le hablé en inglés, no sé por qué, y al revés
-        Al revés
-        Al revés en inglés por qué no sé, sí, al revés le hablé. Qué te puedo decir, ni mi nombre podía decir, tendrías que haber estado allí, comprender. Yo era virgen Gerard, estaba nervioso, no sé. Qué estoy hablando… me dijo que tenía frío, le dije que se abrigue, me dijo muchas cosas, no recuerdo, pero están ahí, diez años hace. A mis casi cuarenta, estoy más solo que Jesús en navidad.
-        Yo también Febo, yo también… dime… la besaste sí o no…
-        ¿Tú crees que es tan sencillo?

“sencillo”
Juma Paredes
Diciembre, 2017
www.facebook.com/inmaduronarrador/

 
Fotografía: Juma Paredes

martes, 26 de diciembre de 2017

cara de nada

Si-sol si-sol si-sol, marchan las alumnas desde el bosque del colegio. Al fondo Mater entre el follaje, la capilla, alumna es y quiere serlo, re-mi-fa-sol, Fresia que ahora arrodillada le habla bajo el manto sagrado, las manos juntas besando el mentón. Esa expresión serena de cabellos largos que ensayó ante el espejo cada mañana durante meses, minutos, años, si-sol si-sol si-sol, desde que en la primera de sus comuniones se halló sorprendida bajo la imagen que llena de gracia auscultaba los pecado-travesura que entonces cometía, re-mi-fa-sol para transmutarse un día en expiaciones de las que huiría, una de las cuales preñada albergó, para luego dejarlo todo.




fragmento de “cara de nada”
Juma Paredes
Diciembre, 2017


domingo, 10 de diciembre de 2017

catorce

«Señores ¡basta!», entre nosotros un familiar, «¡es suficiente!», rostro severo y desencajado. Considera que todo acabó, le parece demasiado. Una noche fresca de setiembre. Fría, oscura. La garúa limeña en Madgalena que pica-desespera, por la avenida La Marina. Todos en terno, con corbata, yo sin porque ahorca y no le veo sentido. Todos en círculo. Unos sentados, otros de pie, en círculo, acompañando al payaso, que no parece compungido, al contrario, repudia el dolor, está resignado mi amigo, lo comprendo y sigo contando

moviendo el mofle de un lado hacia el otro Panocha, yo lo miro apoyado en la ventana del bus de turistas. El cielo claro en Buenos Aires. La nube en forma de cangrejo sobre la Casa Rosada de rejas negras entre fotógrafos-turistas que agachados chick, ahora de pie sonríen chick. El mofle de un lado hacia el otro Panocha junto a un sonido gutural con la saliva que salpica, me limpio, los ojos abiertos ella, aj digo mientras me limpio y ella avanza un poco más, «What the fuck», colorada, «What…», rubia, «the», alta, «fuck», gringa que mira sobre el hombro al gordo de cabellos rojos, las pecas que invaden su rostro redondo, una boca enorme que ahora cerrada presiona sus labios inflando los mofles que de un lado hacia otro Panocha. Chick-chick.
-            ¡Qué mierda te pasa! – le digo.
-            ¿Quién es?

«Silencio», el familiar. Salo sentado, su mano en la barriga, riendo sin reír. Gerard resopla. Cuchichean a unos metros, nos miran hostiles. Reprueban. Esa risa destemplada que sube de tono, la mandíbula del payaso que va. Pero que siga contando me dicen, sigo contando

Panocha nada, entró al baño del hotel antes de irnos, no pagó la cuenta, escondido entre nosotros no pagó, y Gonzalo gimiendo la noche anterior, «ay», Panocha esperando no ser él quien gime, asustado despierta de madrugada, «¡ay!», ay qué ay qué, pienso, pensamos, menos Elús que duerme soñando que ya no es virgen, tenemos 30, vamos a un concierto. De la oferta ni la mitad, un paquete engañoso que terminamos pagando por un cuarto miserable en una calle miserable de un hotel miserable. Enormemente pequeña habitación, con luz, sin agua. Gonzalo gime ahora despierto, ay qué ay qué, «ay qué rico», dice Panocha, sí, jejeje, como no, jajaja, menos Gonzalo que gime, que su testículo, que un calambre, que le duele el derecho, que lo ayuden, que lo ayudemos, que jódete no te ayudo, sí me ayudas, no mierda no. Pero Panocha nada, ya encerrado en el baño puja. Las losetas que brillan mientras tararea-canta su canción favorita, siente que nadie lo ve, alza la tapa, los pies sobre el borde de la taza, se agacha como de costumbre el enorme Panocha sobre tremendo espacio reducido, las manos sobre sus rodillas, Oops i did it again, canta pujando agachado, una leve sonrisa observando su pudor que le provoca una alegría extraña mientras piensa en los soles que se va a ahorrar, sus amigos pagan, él no, él nunca paga. La brisa traviesa, acceso de cosquilla inocente bajo su vientre, i played with your heart, lo acaricia, sus ojos llorosos, la cabeza gacha, la mirada perdida y el pedazo de papel ahí. Canturrea con la mirada oculta tras sus párpados cerrados, got lost in the game, mientras pugna la caca por salir entre breves espasmos que lo inquietan, oh baby, baby oops!, sumatoria de pellizcos ásperos que impregnan sus ideas de una hediondez particular, acompañada de una sustancia viscosa, you think im in love, amarillo-naranja que arremete contra el agua, canta ensimismado, rasca sus cabellos rojizos deteniendo un instante su cantar mientras jala, la palanca baja, el agua sube, su canción favorita, that im sent form above, el agua cae, sale bajo la puerta, apurado se limpia, sus amigos ya abajo pagando, ya abajo se van, «che gracias por venir», de nada Elús al botones, el agua baja por las escaleras desde el segundo piso, cae un poquito, «¿Les gustó Buenos Aires?», y otro más, «No». Otro poquito sigue y el pedazo de caca sólida que Panocha no logra alcanzar, sujeta sus pantalones, avanza despacio sin avisar, baja despacio, una estructura amarillo-naranja sólida sobre la base de una dieta de chorizos y hot dogs de la noche anterior en el concierto, yo lo miro, Gonzalo mira adolorido, Elús abre la boca, estupefacto. Panocha con una bolsita en la mano que arroja al tacho de basura, el pantalón desabrochado, la risa estúpida que dice «vamos» y nos vamos, «vamos que lo atoré», i´m not that innocent.
-            ¿Eres imbécil? – le digo.
-            ¿Quién es?

«¡Silencio carajo!», considera que todo acabó. La noche fresca. La garúa pica-desespera. Salo sentado, su mano en la barriga, riendo sin reír, no puede. Gerard resopla, el pelo graso. Seca su frente, resopla y ríe. Allá ellos cuchicheando en terno, lanzando susurros que se me antojan ensordecedores, con corbata los veo a todos, se persignan. Esa risa destemplada que reprueban, esa mandíbula: «carajo». Pero sigo contando

«No», dice Panocha, no es imbécil, se hace el imbécil mientras me dice en el taxi, llegado a Buenos Aires, que es un muchacho como cualquiera, que siente, tiene emociones, que está enamorado de Hannah Montana, solo que ella no lo sabe. Me invita a su casa en Lima, meses atrás, pone play en el VHS, avanza la imagen, Hannah sostiene el micrófono cerca de sus labios, salta en cámara lenta, la falda sube, «Huma marica, estuve pensando mucho», me dice, y el taxista, «ché pibes, ¿Les gusta Buenos Aires?», pone pausa ahí, las piernas de la adolescente levantadas, me comenta sobre sus zapatos (con taco), el tamaño de su falda (a cuadros), que esa es una peluca, que en realidad es otra, una que no le gusta, una actriz cualquiera que no le gusta, pero que Hannah sí, play otra vez, retrocediendo en cámara lenta baja las piernas, porque es chibola, baja la falda, menos muslos y el micrófono otra vez hacia su boca pequeña, «y no logro entender por qué me he vuelto el payaso de este viaje». Elús responde que no, «no», que no le gusta. El taxista es un hombre mayor. Habla de su ciudad, la falta de empleo, los políticos corruptos, el sol contra su rostro. Todavía no había amanecido, cuenta que trabaja desde el ocaso, detiene el carro en el peaje, presiona un botón, pasa. El sol contra su brazo. Tantas veces Panocha: «Che taxista, ¿te acabás de pasar el peaje sin pagar?». Pero el taxista: «Mirá pibe,», ahora fumando. Lo miro, a mi lado pistas en tres niveles, Gonzalo toma fotos, yo delgado, el pelo largo, las maletas de Elús, su rostro moreno tranquilo, soñoliento, Gonzalo otra foto, una mujer por ahí, tremenda otra por allá, sus ojos se desprenden de sus pestañas y filma excitado, «viste que aquí tenemos tanta tecnología,», Elús un lagarto orgulloso contra el cuero del asiento moviendo la cabeza inmerso en una pesadilla-pesada abraza su maleta («Gimli», dice, «me robaste Gimli»), su rostro desierto, demasiado moreno, lo miro y no veo algo, sus ojos cerrados, con un grumo de saliva balanceándose en su mentón, me demoro mirándolo, hace calor, «pero tanta tecnología, que un satélite reconoció mi rostro desde el espacio y me dejó pasar.»
-            ¿De verdad señor? – inocente ahora el payaso.
-            Andá pibe, andá.
-            ¿Quién es?

«Señores aquí no se hace bulla», entre nosotros un familiar, «¿de qué están hablando?», que ahora se relaja entre nosotros, fuma un cigarro y escucha. La noche fresca. La garúa de Lima que pica-desespera. Salo sentado, su mano en la barriga, riendo sin reír, no puede, la hepatitis. Gerard resopla, el pelo graso, secando su frente resopla y ríe. Los familiares cuchichean, nos miran hostiles, él ya no. Escucha. Reprueban. La risa destemplada de Panocha que sube de tono, su mandíbula que va. No era tan tarde, estaban en plena misa. «Ah carajo, a ver sigue contando muchacho».

avanza el payaso estupefacto conmigo a su lado, un instante antes que su sombra mientras cuenta cuántas le gustan y en Lima no, en Lima es diferente dice, no hay bonitas dice, y cuenta nueve de diez mientras me dice que ha decidido que ya solo le gustan las mujeres y yo anoto todo muy adentro en mi memoria. La fila del concierto, el estadio de River, el sol que abraza-quema todo, Gonzalo comprando hielo, el hielo en su cabeza, sus piernas cortas, aquellos zapatos desproporcionados, me recuerdan los zapateos del patriarca Ballumbrosio, ahí agachado zapateando con zapatos enormes para una cabeza pequeña, la barriga que sale del vientre de mi amigo, mis: «¿Te has metido al gimnasio?», sus: «zí», mis: «no parece», sus «qué te paza imbézil» pre-silencios postreros, soportándome en el viaje, en la fila ahí chupando hielo. El payaso: «amiga no tengo casa, me quedo contigo», el payaso, «amiga qué hacés, veníte conmigo». Elús tendido en el cemento boca arriba, cuan largo es, lo echo de menos, el día anterior en Lima, hizo cola en el aeropuerto, su cámara de fotos nueva, caro le costó, Elús es un avaro, caro le costó, y se le acerca Gimli el enano, lo reconoce, Elús la reconoce mientras saluda, había estudiado con él y en voz baja me confiesa su apodo, a mí, me lo dice a mí, como tantas cosas, cómo se le ocurre, cómo se le puede ocurrir contarme, abro la boca parar reír, le escupo en la espalda a Elús que disimula ahora rojo con Gimli tan coqueta y su cámara más allá que no volvió a encontrar, me echa la culpa luego, durante todo el vuelo, bajando y semanas después, años. «Amiga, dame un beso», el payaso, «amiga vení, tocá sin compromiso», y yo le digo que le van a pegar, «te van a pegar mierda», Panocha no levanta ni sospechas, lo piensa Gonzalo también y me lo dice, «¿imbézil?», le digo que sí, «ajá».
-            ¿Eres imbécil? – le digo.
-            ¿Quién es?

«Habrase visto pues, tamaño manganzón», ya el familiar con nosotros, el brazo en el hombro de Gerard, fumando de ladito. Sonríe distendido. Ignora a los de terno que nos miran reprobando. Cuchichean. La garúa de Lima que pica-desespera. Salo con hepatitis. Gerard resopla. Seca su frente. Una enorme corona de flores, tan querido en vida dice o algo así. Siluetas humanas somos dentro del recinto, casi media noche y nadie se va. Sigo contando

pero ya el payaso cerca de una gordita que nerviosa lo soporta, lo escucha. Las tribunas atestadas, Elús boca arriba en el césped, dormido, ¿cómo puede dormir?. Le escupo un poco, estoy sereno, solo un poco. Miro a Panocha que hace brotar palabras cargadas de intensiones morbosas y ella percibe, suelta la risa él, depravado como es, cual perro con cadena, «¿y no me podés prestar tu cama che?», muerde y se lo dice y ella loco le dice, agrega el vos, «¿pero vos sos loco?», y el payaso insiste ladrando con su nombre, olfateando el aire se lo pregunta con el decíme, insiste «decíme tu nombre» y Lucía se lo dice. Elús levanta el torso, en un instante está sentado-resucitado, mirando a un lado y hacia el otro, deposita una manaza en la cabeza de Gonzalo, la atrae hacia su sexo y besa volado: «chuick». Gonzalo ahí desprevenido, sonríe diciéndole cojudo, y Panocha ahora con el apellido y ella: «Fazzi, pero me dicen Lita boludo». El payaso anota en su libreta, tiene números, direcciones, dibujos de ahorcados, de penes flácidos, de Hannah Montana levantando las piernas, el micrófono cerca de la boca, anota el payaso, ella se aleja: Lu-ci-a-fa-zzi-li-ta, listo el deletreo, «Luciafacilita», resume el payaso y lo repite «Luciafacilita». Veo bocas moverse difusas en segundos que transcurren lentos, rayos de sol cual paraca costeña fastidiando mi rostro, Elús me mira, los argentinos sombras sin ser, gotas de arena que se detienen, escucho mi propia respiración, mi risa exasperante.
-            Cojudo – dice Gonzalo.
-            Sí.
-            ¿Quién es?

«Familia tal», leo en la corona, en varias coronas. Riendo el familiar con nosotros, arroja el cigarro encendido, escupe discreto en la espalda de Gerard que resoplando. Algunos en terno. No uso corbata. Frente a mí ese hombre del cigarro encendido, en planchado traje de luto, nadie sabía de dónde o familiar de quién, pero ahí con nosotros, erecto, tan alto que sus piernas no parecían llegar al suelo, con esa voz áspera e inofensiva: «Pero sigue, sigue compadrito»

y la entrada del estadio, los guardias de seguridad, el sello en el orto, «no me toque», le digo, y el guardia es fuerte, las letras V.I.P, no se irrita conmigo ni se asombra, mira en cambio al payaso que le pregunta ¿dónde?, por el sello que ahora es sesho, y yo no entiendo por qué suelta tantas tonterías, «espere un momento señor», sintiendo que no es una persona normal, muy gordo, muy risueño, el pelo demasiado rojo, esas pecas que lo embarran, yo lo miro con la conciencia tranquila, no es conmigo, es con él, «che guardia, ¿dónde me vas a poner el sesho?», mientras el otro se acerca formando un puño que golpea su mano abierta, «¿en el orto?». No me toque le dije a tiempo, alejándome del payaso que preocupado voltea, su mirada ansiosa, sus piernas fofas que se mueven en el aire, los guardias que lo levantan, «y sí,», le dicen, «vení, que te atendemos». La broma que alega Panocha, diles Huma me dice, quiere que les diga que es broma, no lo conozco, no sé quién es, deja de ser él pero sé que lo es, sé que es así todos los días de su vida. Digo que espere un momento, le agrego señor, le digo que es un payaso, que lo deje ir, uno no quiere, el otro tal vez. Lo dejan ir, lo arrojan al pavimento, un hilo de sangre en la comisura, Panocha sonríe espantado, su mirada me recuerda el susto de aquel niño al que le robamos la comida, el de la enfermería, 10 años atrás, yo en el patio con los árboles, él husmeando el pabellón de primaria, diciendo que las loncheras están llenas a esa hora, que los enfermos no comen, que solo descansan esperando a sus padres, así es como recuerdo. Panocha detenido, avanzando ya agachado y detenido mirándome de soslayo, porque el payaso nunca mira de frente, siempre de costado, como un caballo, como un perro que recibe un llamado de atención, contiene la risa, «shshsht», con el dedo en la boca, el cuadro de la enfermera pidiendo silencio, el pan con huevo, la limonada tibia, algunas galletas que se come el payaso y escribe en un papel gracias, da las gracias el pendejo y yo ahí igual de pendejo comiendo, el niño que nos mira afiebrado, en sus ojos veo los ojos de mi amigo espantados.
-            ¿Eres o no imbécil? – le digo.
-            ¿Quién es?

cercana otra vez Lucía pide una foto. Payaso le habla ya sabiendo su nombre, ríen, bromean. Un payaso etéreo, jovial que siente que su yo vivo no habita más un cuerpo muerto, tremendo diablillo que acerca el rostro. El grupo demasiado distante, no tocan, no empieza el concierto. Así es como recuerdo a mi amigo, el polo demasiado apretado, el ombligo que asoma tuerto, el rostro pecoso, mal-criado, y Lucía, «ché quiero tener una foto de recuerdo, ¿me tomás?», y Panocha sentado en el aeropuerto, mientras Elús busca su cámara, leyendo las letras de U2, quiere aprenderlas, canturrea con un audífono en el oído. Gimli el enano. «Claro, sho te tomo, sho te tomo», alega el payaso excitado.
-            Pero con mi novio, boludo – así la encontró, así la perdió, rodeado de argentinos tomó.
-            ¿Quién es?

Las coronas, riendo el familiar con nosotros que proyectamos sombras, bajo llena la luna. Riendo el hombre tras un murmullo socarrón, el traje de luto planchado, su cigarro que fuma. Tan alto él, cada vez más. Y yo ahí en soledad, hablando en voz alta me oyen, pero no, tal vez saben que estoy ahí, miran la historia, al payaso que riendo a mandíbula que bate, que posa sus ojos en mí como si hurgase en mi memoria. Se pregunta si es cierto lo que digo, se ríe más alto. Sigo

el cantante diciendo unos, en plural, «unos», y sigue, «dos, tres, catorce», las luces apagadas, la enorme oscuridad con lucecitas calladas que invaden el aire llenando de gritos mis oídos. Elús con la manaza en mi nuca, Gonzalo saltando, sus piernas cortas, los zapatos de otro cuerpo, me abraza y salta conmigo. Payaso meditando, calculando, el gesto contrariado. «Circulá», lo oigo decir, distraído yo cantando, allá Bono abriendo con Elevation. Sobre los hombros de Elús ahora soy grande, abriendo los brazos un momento. Ni cinco ni seis esperamos, toda la vida esperamos ese viaje, ese momento de los tres mientras el payaso nos dice que también quiere ir, que no conoce al grupo, allí sentado en el aeropuerto, mientras Gimli el enano, le explico que la entrada está cara, le subo el precio al triple, no se lo digo mientras me paga. «Circulá, circulá», los veo apretujados allí abajo, Gonzalo llora abrazado de Elús, un tipo enorme empujando mientras, I will be with you again, lloro, algunas banderas venidas desde lejos, y más fuerte el payaso que circulá-circulá, el enorme que voltea, no lo deja ver, «¿Qué decís gusano?»
-            Y nada che… disfrutá, disfrutá…
-            ¿Quién es?

Del velorio caigo en cuenta tarde, casi de madrugada, del volumen que esperan bajemos entre esos cuchicheos y algunos «shsht», con otros «¡basta!». Tengo frío, no he dormido bien. Esa garúa limeña. Salo sentado. Gerard resopla. El hombre del terno que pide más, divertido, que sacando una cajetilla ofrece y yo no gracias, pero Panocha que sí mientras ríe, tose de tanto reír. Fuma. Hay más

así nos despierta Elús, golpeando la pared de madrugada indignado, «cállense mierdas», repite Elús, «ya cállense», y no entiendo. Así nos despierta Elús, golpea fuerte sobre el empapelado de flores amarillentas, roto por aquí, rasgado por allá, la ventana, las cortinas verdes. El mini bar del cual payaso ya se acabó las gaseosas y reemplazó por unas de la calle. El mini bar. Los gritos de Elús que indignado pregunta que quién les ha dicho. Una pareja decente que vimos en la mañana, se besaban en los labios. Ella levantó la cabeza y miró a través de mi pecho, no sé cómo, pero cerré los ojos para que no viera que la estaba mirando, arrobado; él se da cuenta y sonríe, se besan en los labios. Los gritos de Elús, «carajo ¡quién les ha dicho», indignado, «que a un hotel se viene a tirar!», y Gonzalo «ay», su torsión testicular.
-            Es peligrozo mierda, peligrozo, zi ze me tuerze me tienen que operar – dice Gonzalo, no le creo y es verdad.

Y ahora solo me falta la pose del pingüino, ¿o no?

con la pose del pingüino ahora andaba el payaso, repitió toda la noche en la disco, una argentina le había prometido, «me dijo papá, no sabés», que se iba a morir. Esperando su muerte se despide, ahora sube los escalones del edificio, los pasillos húmedos, viejos. Truena los dedos ella, la vista arriba le dice, no en su cola, él la sigue. Huele a gotas de lluvia que escurren por la madera, huele a humedad, alfombra mojada, a su cuerpo, sus besos. Se acerca a esas piernas suaves, que mantienen el equilibrio sobre un par de tacones atados desde los tobillos por una sinuosa cinta-cuero hasta las rodillas. El tatuaje, logo de Evanescence en la espalda-nuca. Muslos firmes. Falda corta ceñida a las caderas. Una blusa transparente que cubre algo su piel. Esos cabellos lacios mientras el payaso cierra los ojos, sus manos sobre la espalda, acariciando el tatuaje sopla de cerca, no quiere despertar de su letargo, ser salvado. No puede respirar, ella se lo permite, ella, Hannah, ahí tiene, tantas veces Hannah transportada a su presente, Bring me to live, le dice, con peluca. Desesperado se hunde en sus pechos pequeños, contorneados, iluminados por la luz de su deseo, esperando la pose del pingüino. «No le digas a nadie,», me dijo una vez, «pero estoy enamorado de Hannah Montana», me dijo, «No te preocupes, no lo haré.», lo hice. Ya sus manos se deslizan sin reparos por su cintura, reposan en sus nalgas, presionan contra su vientre, de pie uno frente al otro, gimiendo ella sin descanso mientras mete la mano en los pantalones del payaso, quiere que arroje el veneno insoportable que nubla su mente, mueve la mano con cadencia, estruja. Lejos de casa, sin dinero, colado en el hotel. U2 ha valido la pena, piensa y dice bajito, se viene el pingüino che, escucha que le dice, que se baje los pantalones, «y ahora nada boludo, nos vemos otro día», se lleva la billetera, él dice que espere, lo grita, avanza. Los brazos estirados, los dedos juntos, las piernas atrapadas entre los caídos pantalones que avanzan torpemente con la pose del pingüino.

Una más,

pregunta por las prendas Panocha, que cuánto le cobra, «¿cuánto me cobrás?», y le dicen que 20 pesos, «¿y si te doy un besito?», en el barrio de la Boca. Allí los colores, las formas, la tarde lluviosa, la pareja de tango que va probando de otra manera la inmortalidad del amor despacito, muy pegados, los colores en las fachadas, Caminito que el tiempo ha borrado, las caras de Maradona, que juntos un día nos viste pasar. El paraguas del payaso que se abrió al revés, se lo lleva el viento, mojado recorre las calles bajo el mío, sonríe despreocupado, sigue siendo imbécil, «y, 80 pesos boludo», pero no sabe, no le da la gana de entender, le digo que nos vayamos, «ah ya, entonces dame dos», que se hace tarde para el metro. Un metro que no sabemos usar, el ticket que Gonzalo advirtió era peligroso, «ez peligrozo», si el payaso se equivoca, la maquinita se lo traga. En la fila Panocha nervioso, los argentinos impacientes, mete el ticket al revés, no sabe si entrar, salir, pedir ayuda. Duda, arranca el ticket, lo huele, palpa la máquina, recuerda la advertencia de Gonzalo, le gritan de atrás, lo insultan solapados, la frente húmeda, lo miro tranquilo, conmigo no es. Ahora un pequeño de rostro sucio, cabellos dorados, mirada azul se acerca. Sujeta sus tirantes al mover continuamente los pulgares, los jala sobre el overol; moviendo y moviendo los pulgares se mece hacia delante, se mece hacia atrás; sube y baja los dedos, tirita en esa tarde gris, «¿ché, qué hacés?», acomoda su boina, «Decíme, ¡qué hacés!». Panocha tartamudea bajito, las palabras no le salen, sostiene el ticket, lo deja caer, lo levanta el crío, «Mirá, metés el ticket ¿por aquí, empujás el fierro por ashá, listo… ahora circulá papá, circulá». Agradece el payaso, se fijaban en nosotros, como grillos se fijaban, amontonados. Avanzamos. Agradece el payaso, «¡Andá!», grita el pequeño, la mano levantada. Se burla.

«Señores ¡basta!», entre nosotros otro familiar, «¡es suficiente!», pide respeto con el finado. La noche fresca. La garúa de Lima que pica-desespera en el patio del recinto. Salo sentado, su mano en la barriga, riendo sin reír, no puede, la hepatitis. Gerard resopla, el pelo graso, secando su frente resopla y ríe. Los familiares cuchichean desde la capilla, nos miran hostiles. Reprueban. La risa destemplada de Panocha que sube de tono, su mandíbula que va, sus mofles, que viene. No respeta, respeto eso. Abrazo a Elús, sujeto su cabeza, la traigo hacia mi sexo besando volado: «chuick». Gonzalo operado, sonríe diciendo «667, te pazazte de beztia». Seguí contando, mi voz no cesaba, se la iba tragando la noche, y ella allí en la penumbra, un rostro suave, con un leve aroma a fragancia juvenil, dulzona besando a su amado, de la mano con Lágrima Chicha, todo desgarbado, se diría que era su propio velorio, huraño nos contempla junto a ella, le susurra traducciones de mis diálogos, mis personajes, la verdad en mis historias, lo ocioso que resulta preguntarse si digo la verdad, su barba crecida, embrujado como el más afortunado la besa y ella ríe flexible, agitada sin tregua nos contempla de reojo, soltando por fin una mofa, soñadora, risueña, victoriosa.
-            ¿Y quién es el imbécil de Panocha? – escucha el payaso en silencio, transfigurado por la escena, su mandíbula por fin cerrada, la actitud en reposo.
-            Soy yo – responde el payaso, otrora jovial.



“catorce”
Juma Paredes
 Diciembre, 2017

anacoreta y yo (tres: sobre su fotografía y una clase magistral)

Tengo quince, le sonrío. No toma la foto. Sí retrata a las parejas de la izquierda, ellos ebrios, ellas con la orquídea en el pecho-muñeca....