lunes, 12 de junio de 2017

Su Lucha

El humo irrita sus ojos. Rostros informes sobre troncos danzando con displicencia. Mesas pequeñas. Pide agua mineral. Con zumo de limón por favor, buen hombre. Muerde un puro. El tabaco raspa el paladar y aspira sintiendo en su cabeza cierto dolor, como una mano que empuja, que exprime. Gerard soporta. Lo suelta abriendo la boca e intenta volverlo a capturar. Atrapado, el humo se rinde, entra e irrita sus ojos. Cruza las piernas mirando la botella de Pilsen que el mesero destapa contrariado. Esto es un bar compare, ¡a posar a otro lado! «Posar». Resopla. El mesero tiene razón Gerard, sí, quieres posar y lo sabes. Gerard actúa sin mayor deseo que hacer evidente su actuación, desarrollar su personaje, improvisar. Se acomoda en la silla antes de sacar un libro viejo de su morral y allí está ella que lo mira risueña. Abre el libro, resuelto a posar entre sus letras, como concentrado en las formas, en el olor a página vieja. Como cuando mami te obligaba a ayudarla a pelar papas cuando niño Gerard, huele tus manos ahora, siéntelo. Huele sus manos, «es igual» piensa, «la textura es igual, el olor». Su enorme figura yace desparramada mientras mece la silla. ¿Oye qué lees? Aprieta los dedos sonriendo, esperaba ser interrumpido. Resopla. Seca el sudor de su frente con un pañuelo sucio. Eleva la mirada. Se acomoda el cabello con una mano. Cierra el libro despacio y extiende el brazo hacia el mentón de aquella joven curiosa, lo acaricia. Arrobada, aparta su mano y sonríe. Mi lucha, linda.
-        Ah mira, ¿pero leyendo en un bar? ¿no es raro?
-        ¿Qué es raro?
-        Eso, eso y que pidas agua – dice ella sonriendo un poquito.
-        ¿Es raro tomar agua?
-        En un bar sí dear, encima con zumo – está ahora seria, contrae una ceja -, ¿me invitas chela?
-        Faltaba más – dice Gerard.

Camina por la avenida Abancay buscando una bodega, quiere su Inca Kola («la más rica» según sus palabras). El ateo nihilista camina preocupado, tiene un sueño recurrente en el que está en el cine con su novia, aquella que abandonó hace años, pero esta vez no la humilla, te odio, al contrario, nunca me vuelvas a buscar, esta vez la besa. La noche es calurosa. Acerca sus labios a los suyos y la besa, un beso fresco, suave. Cerca de jirón Carabaya observa a Gerard sentado en las escaleras de un bar leyendo. Avanza despacio soportando la garúa que pica y nocturna en su rostro. Joven una limosna, su voluntad. Desplaza con el brazo a una anciana indigente. ¿Gerard?

-        My dear, por qué te pones a leer así, tan conchudo en frente de todos, digo, es raro. Eres raro.
-        ¿Cuántos años tienes? – dice Gerard.
-        22 dear, casi 25 – una pausa entre cada cifra, acentuando el veinte, luego el cinco -, ya soy grande.
-        Tierna y dulce niña, define «raro» por favor.
-        ¡Oh my!... raro lo que veo.
-        ¿Y si no vieras?
-        No entiendo – dice ella.
-        ¿Lo que dije o el fondo?
-        Lo segundo dear.
-        Cómo te explico, ummmh, de qué manera beauté… – deposita una mano en su muslo, se lo acaricia mientras ella lo mira absorta. Es el humo.
-        Dear dale nomás, con confianza. ¿O me estás metiendo floro? Anda pues dale – dice mientras Gerard presiona sus muslos, sentándola en sus piernas y riendo. Una risa espaciada, una melodía dulce, como Orinoco Flow durante una tarde en la casa de reposo con la abuela, algo así como un «ohó ho» continuo y altibajos recurrentes –, vamos pues, habla.
-        Ok, que veux-tu savoir? – improvisa Gerard, presiona levemente el labio inferior de la beauté, luego un leve pellisco, algo picarón.
-        Ja ja, eres lindo, ¿es francés?
-        Oui.
-        ¿Y qué significa?
-        ¿Qué quieres saber?
-        La verdad, si dices la verdad.
-        A ver, maintenant, que dis-je? – Gerard sonríe, mostrando unos dientes amarillentos que el puro ha coloreado durante años –. Puedo reflexionar sobre la verdad.
-        ¿Y compartir sweetie?
-        Y compartir.
-        Pues apura que me aburro. Me aburro rápido ¿ok? Sorry.
-        Te explico beauté, en este tipo de vaina la percepción es primordial, no sé, esencial – Gerard mete la mano bajo su falda, la sube, la baja - bueno, lección uno: «la verdad no existe», cierra tus ojos – habla bajito mientras juega con el encendedor, lo enciende cerca de beauté – para mí es calor, como este fuego, o el de la vela que soplé al cumplir cuatro - mami susurraba en tu oído gordis - «pide un deseo gordis», y el calor en mi rostro era en cierto modo agradable, un calor agradable que me hace volver a ese punto de mi edad mágica, y los abrazos de mamá. También está el calor incómodo, como cuando me quemé en aquella estufa caliente, o cuando siento vergüenza y mis mejillas… no me gusta. Para mí la verdad es calor, intensidad.
-        Entonces, intensamente, me pareces un hombre de nacimiento….
-        De un nacimiento intenso.
-        No, un hombre de nacimiento sweetie, de nacimiento y ya. ¿Los abro?
-        … ok no.

Se acomoda el cabello con una mano, detesta ser interrumpido, saluda con la otra. El nihilista se acerca. Gerard resopla. El pantalón le aprieta, la barriga asoma entre la guayabera sucia. Ante todo, feliz cumpleaños Veraniel. Resopla. Mi cumple no es hoy imbécil. Su cumple no es hoy y lo sabes Gerard, quieres joder. Ohó ho, ríe. Había oído sobre ese libro. He oído sobre ese libro, nunca lo leí, pero… Veraniel solía ser un joven dedicado, absorto entre programas de confirmación y cantos religiosos. Le agradaba dar limosna a los necesitados. Me parece una estupidez, ahora que lo pienso. Estrecha la mano de su amigo, que se le antoja una marioneta con el cabello colgando en matas cuneiformes, los ojos cargados de ansiedad. Que quede claro que es una estupidez. La boca reseca presiona despacio, una y otra vez. Las manos invadidas por uñas carnívoras, largas cual cuchillas dispuestas a dañar.

Pañuelo sucio en mano, Gerard seca el sudor de su frente, se agita. Resopla. No comprende las reflexiones de su amigo, pero percibe cierto conflicto interior. Intenta hacer un comentario mientras el joven retrocede con aire melancólico, besando en la frente a la anciana que hasta el momento no se había movido y los miraba de cerca. Indecisa bajo sus harapos, murmura casi sin mover los labios.
-        ¿Aún lo amas? – los ojos húmedos de la anciana calan en el estado de ánimo de Veraniel.
-        No lo amo más. Ahora amo al súper hombre - Desde hace mucho todo le causa la misma impresión. Le parecía estar tan alejado de aquel bar, de su amigo. Partido, esparcido en un espacio inconcebible. Saca una moneda del bolsillo, duda un instante, la deja caer.
-        Bendito seas.
-        ¿Y cuándo los puedo abrir? – dice beauté.
-        Pronto, no desesperes - Gerard insiste con la falda, y la mano, y su mano, y las caricias – bueno lección dos: «el recuerdo no existe», no los abras. Para mí es como un parque, como el parque de mi casa, ¿no había uno en la tuya donde jugabas?
-        No darling, pero sí una huaca.
-        … Ok… a ver…. entonces… el parque… al que iba cuando niño - y mami decía «¿bien grande no gordis?» – y mamá decía «bien grande» y era cierto, era verdad, me parecía grande, enorme, y esa concepción en mi cerebro me reconfortaba, reconfortaba mis pensamientos mágicos - y los abrazos de mami – y los abrazos de mamá. Pero fui el otro día y es nada, digo, el parque es enormemente pequeño sabes, y quién tiene razón… no recuerdo eso, no es como mis recuerdos, no me gusta. Para mí los recuerdos son eso, distorsión, la verdad de las mentiras.
-        Entonces, me pareces un hombre distorsionado. ¿Ya puedo abrirlos?
-        No.

El ateo nihilista despierta, una paloma picotea el vidrio de su habitación como todos los días. Pasea la mirada por su cuarto, el piso lleno de polvo, Ecce homo debajo y al centro. Su hermano duerme en otra habitación, cerca, escucha sus ronquidos. Se levanta antes que su sueño, sin ganas. Mira el reloj como presionado por el tiempo antes de partir, de llegar a ningún lugar. No quiere bañarse, no se baña. Se coloca las sandalias desgastadas, la túnica de tela sujeta con la soga vieja que siempre lo acompaña. ¿Y por qué yo soy tan sabio? Algo de saliva en las matas cual cabello. Tengo olfato para la decadencia, ronca cerca, me persigue a diario y lo sé, está pendiente de mí, quiere que me vaya. Manipula con cuidado un pin en su pecho, donde baila una pareja andina entre colores, un huayno segurito. ¿Y por qué yo soy tan discreto? Una falda colorida viste ella, él no. Conozco las verdaderas dificultades religiosas, las abandoné hace mucho y ya no sé con ello en qué medida me he vuelto un pecador. Aun así, no siento remordimiento, y también soy incapaz de dejar en suspenso una acción luego de iniciada. Deseo eliminar el problema de mi hermano y sus consecuencias, si para ello debo hablar, hablaré. Debo reflexionar si hablaré, si le diré a padre. La pareja danza en su mente, una melodía que puede reproducir con ciertos instrumentos en el bus esta tarde, como todas las tardes, y así conseguir un sencillo, algo que ayude a padre. Él es una respuesta burda, sí, no puedo pensar así, aunque padre prohíba, aunque no permita, ¡yo sí puedo pensar! Pensar en salud y educación primero. Padre es un burdo, incluso disfruta de cualquier cosa que no conoce. La menor alegría la atribuye a Él, cualquier duda Él. Amanecer, atardecer, un abrazo, un embarazo, un beso, Él, Él, Él. Incluso la risa, dice padre que incluso la risa. ¿Acaso alguna vez Él rio padre? ¿Te consta? ¿Dónde dice? Y ahora eres predicador, y ahora predicas claro, un pastor, tremendo pastor. Despertó esta mañana. Desperté una mañana y me encontraba ya vacío, sin vida. Hoy mis manos quieren estrujar, escarbar… abren y cierran. Soy un ateo de aquellos, un ateo nihilista.

Una repisa vieja cargada de libros de filosofía, páginas que permiten a Veraniel reflexionar sobre el bien y el mal, saber por qué Nietzsche escribe libros tan buenos. Una cama cuyo evidente estado de abandono cobija su descanso esporádico. ¿Por qué? Viste ahora la túnica vieja. ¿Qué lo motivó a dejar de creer?, pantalones de mezclilla y esas sandalias desgastadas. Avanza observando el recinto, su entorno. La mirada perdida. Carajo, me siento más solo que Jesús en navidad.

-        Bueno, quieres decir entonces que tu parque era grande, enorme, y que ahora es chico. ¿Y cuál es la verdad?... Bésame darling.
-        Adoptas una sencilla postura ante la vida beauté – dice Gerard, mientras la aleja despacio de su rostro -. A ver, entonces tenemos el fuego fatuo, el tamaño del parque y una cosa más.
-        Sólo dilo darling – lo huele, cierra los ojos –, dilo nomás antes que me mate.
-        Bueno… las vacas pueden bajar escaleras, pero nunca subirlas.
-        Darling – beauté siente una caricia que baja sin manos, una cosquilla que impetuosa pica, como hormigas caminando en su vientre, como un vientre salpicado de hormigas que caminan y bajan cortando despacio su respiración, un calorcillo pícaro que revolotea en su bajo vientre, ahora húmedo, ahora travieso – entra en mí… entra y no salgas, no te salgas nunca.
-        Ahora no beauté, otro día.
-        ¿En serio? Te llamo entonces.
-        ¡No! Qué ocurrencia beauté, yo te llamo.
-        Pero
-        Yo te llamo, gracias, chau.
-        Pero
-        No, ya chau
-        Pero…
-        Ya chau – dice Gerard y se acerca a la salida, baja las escaleras y allí se queda monotemático mientras saca su libro una vez más – chau chau chau chau.

Estúpido pero interesante lo que lees Gerard, te has vuelto un posero en todo el sentido de la palabra. Estornuda. ¿Mi Lucha? A ver. Veraniel interrumpe su reflexión para recordar por qué se acercó a saludar, por qué salió de casa en principio; cierto, la gaseosa-más-rica. Lo hace entrecerrando los ojos, con aquel tono de voz bajito, aquella voz cantarina, casi anormal, como diría padre: «tu voz es casi anormal». Qué te puedo decir, utilizó el racismo para dominar una nación entera. Inteligente. Consiguió el apoyo de un ejército derrotado, sediento de venganza. Astuto. Unió a los industriales enfrentados a sindicatos motivados por el marxismo. Sensato. Concitó el odio, transformándolo en superioridad de raza. Tremenda obsesión de poder. Un fanático de aquellos. Sí. Pero no logro entender. No comprendo. Con toda esa maldad, ese temple destructivo y asesino con el que se le recuerda y atribuyen tantas atrocidades, torturas, muertes. ¿Cómo puede escribir un libro dedicado a su enamorada?

Resopla. El gesto adusto. Aprieta los labios, contrae la papada. Introduce el dedo meñique en un orificio nasal. Contrae los labios y no puede. Ya no puedes contener la risa Gerard, y no lo harás. Saca el pañuelo. Su propia transpiración. ¡Ohó! Aguarda un instante. ¡Ohó ho! El ateo nihilista sonrojado se excusa. Es inútil. De ningún modo se refería a la novia de Adolph Hitler. Afirma. Las lágrimas explotan ante el cuadro vivo. ¡Ohó ho hoo! Aquello jamás pasó por su cabeza. Ahora es capaz de oír sus propios latidos. Cual avalancha lo aplasta furiosa la alegría. Abusiva irrumpe la felicidad disfrazada de un ateo confundido, sonrojado y nihilista, no te rías, quien había imaginado que semejante libro era un diario de amor, ¡mentira!, que la obra era un cálido poemario alemán dedicado a una muchacha durante la segunda guerra mundial. La carcajada de un placer tan sublime como absurdo. Se muerde las uñas nervioso, incapaz de reconocer la diferencia entre un nombre y un verbo.

                           Su Lucha
         Juma Paredes
                                                                                                                                            Agosto, 2017
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anacoreta y yo (tres: sobre su fotografía y una clase magistral)

Tengo quince, le sonrío. No toma la foto. Sí retrata a las parejas de la izquierda, ellos ebrios, ellas con la orquídea en el pecho-muñeca....