Fotografía: Gabriela Benites
CMDTE. Jimenez ___, Magdalena del Mar. Es la dirección que aparece en mi D.N.I ¿Pero es la dirección correcta?
No he vuelto a CMDTE. Jimenez hace años, 5, tal vez
10. La verdad es que no he vivido realmente allí desde que era un niño de 5,
tal vez 10. Casa enorme que albergaba mis juegos de hijo único, de esos en que debía
inventar diálogos (como últimamente he estado haciendo), personajes (también),
describir lugares, situaciones forzadas y poses extremas para cada G.I.Joe
(articulado) dispuesto estratégicamente entre la alfombra que madre estaba
convencida me provocaba una de tantas alergias a las que me tenía acostumbrado,
y los sillones que al golpear eructaban polvo, mucho polvo. Allí, sentado,
solía acercar mi rostro al suelo; acerco mi rostro al suelo, con Han Solo en la
izquierda y un cuchillito que no
corta en la derecha, imitando a mi abuela, quien mientras se acomoda los
lentes tararea algún tango de Gardel, Caminito
que el tiempo ha olvidado, mientras escarba con su cuchillo (que corta)
entre los espacios del parquet áspero,
que juntos un día, sumatoria de
rectángulos oscuros sin fin y que con su izquierda (luego de soplar la suciedad
extraída) impregna de una sustancia viscosa, nos viste pasar, amarillo-naranja que esparce por aquí y por allá.
Rasca. El cuchillo, he venido por última
vez, los rectángulos que yo también mientras la miro y detiene un instante
su cantar para reír a carcajadas por alguna anécdota de su infancia en Mollendo
que acaba de recordar y me cuenta. La vez que se cagó en la jarra de chicha de
su vecina (“pero si es mierda Santiago”, repite sin dejar de reír). Cuando
descubrió aquel lunar verde en su amigo mientras lo bañaban al frente de su
casa (“calla la boca culo verde”, repite riendo) o la vez en que su propio hijo
(mi tío, cuando niño) se meó en la sopa de los comensales del matrimonio aquel,
arrojando luego las sillas de mimbre al mar, en una tarde más de sus veranos en
Mollendo. Y retoma, he venido a contarte
mi mal, mientras esparce más amarillo-naranja, yo la ayudó y soy chiquito,
y ella me abraza y me obliga a comer hígado; corremos hacia el jardín, “¡por la
grande cabra que te vas a resbalar!”, y yo nada, y abro la mampara y
entro-salgo al jardín, y ella entra-sale conmigo, el hígado en una, la
sustancia en la otra, y mis Star Wars tirados por aquí y por allá, y ella me
chapa y embute la comida con imprecaciones divertidas y risas infinitas y madre
trabajando no puede estar conmigo y abuela en esa mañana tibia en el jardín. Y
ella me quiso.
Hoy tomo un paquete nuevo de sustancia viscosa, y lo
abro. Madre pregunta qué hago y guardo silencio mientras el olor me atrapa en
los veranos en mi casa, en CMDTE. Jimenez; y me doy cuenta que no es verdad, Desde que se fue, que la dirección está
errada, triste vivo yo, que siempre
fue un “pasaje”, caminito amigo,
Pasaje Comandante Jimenez 127 debe decir en mi D.N.I, yo también me voy. Está ahora callada en mi recuerdo, las lágrimas caen despacito por su
rostro blanquecino de arrugas, Desde que
se fue, y sombras de mi madre, nunca
más volvió. ¿Por qué lloras mamá Elva? Seguiré
sus pasos (con una voz melodiosa, junto a una carcajada que me acompañó en
esa casa del Pasaje Comandante Jimenez entre los 5, acaso los 10), “Eres como
mi hijo, Manolito, es como si fueras mi hijo”, caminito adiós (y me acompaña hasta hoy).
“Comandante Jimenez”
Juma
Paredes
Octubre,
2016
No hay comentarios:
Publicar un comentario