jueves, 22 de junio de 2017

Amigo en secreto

Sábado. Lús ha comido poco desde ayer. Esos kilos, esa dieta, ese verano. No quiere volver a casa esta noche. Pasea frente al espejo con aquel andar sinuoso tras una figura alta y sonrisa discreta que suelta mientras acomoda sus lentes. Esos nervios Lús. Se agita. Acomoda una camisa blanca sobre sus hombros, con bordados rugosos en las esquinas, suaves a su tacto, ceñidos a su figura que abraza dando un pequeño brinco, no olvida las balerinas. Responde el teléfono, como si observase la expresión ansiosa de su amigo, la voz grave, la mirada perdida, que respira con dificultad: «Vamos al bar, te invito un trago». Es una voz cansada, como cargando la mochila pesada de atreverse, de invitar. Voltea los ojos, sonríe Lús mientras se pinta los labios. Acepta.

Tiene ganas de meter vino en su garganta. Sentado en un rincón sombrío dirige miradas amistosas a los presentes. El local está repleto, le resulta difícil respirar con tanto humo. El mozo se acerca, ¿qué se va a servir?, desea tomar la orden, ¿espera usted a alguien? Quiere vino. Una botella de vino por favor, mientras absorto la mira vuelto una penosa estupidez. Duda un par de segundos. Meter mucho en su garganta antes del amanecer, antes del amanecer.

En la tesis que estoy elaborando, intento establecer un concepto de participación ciudadana en el Perú. Mamá espera que la publiquen. Papá guarda silencio arrobado. Inicié la investigación estableciendo una noción «utilitaria» de ciudadanía.

Abre la cartera, saca un pequeño espejo y revisa ese rostro maquillado, retoca su nariz. Sorbe un poco de vino. Lo estima, verlo le inspira confianza. Mueve los brazos aquí y allá, utilitaria, los baja, los sube. Cierto seseo, cierta sonrisa que esboza, aunque de seria expresión, vehemente por momentos, los baja, los sube. Entonces apura la copa y rebusca la cartera. Rímel por aquí, ¿ah sí?, bosteza, rímel por allá, ¡ah sí, sí!, intenta escuchar al tiempo que el músico del bar se esmera en entonar estrofas que hablan de amasijos de cuerdas y tendones, dioses del ocaso que distraen su atención.

Verás, el asunto radica en que, si se habla de «participación ciudadana», se ingresa en un campo que implica saber quién participa y por qué. Mas allá de nacer aquí, ejercer derechos y deberes. Viste.
- Querido
Pero ser ciudadano es realmente sentirse parte de una estructura social y política, asumir responsabilidades sociales, ser autónomo como mi papá, él es ciudadano ves; el otro día compró un equipo de sonido y subió el volumen a toda potencia, mamá guardó silencio (reconoció sus derechos), pero le envió una carta notarial. Es un hombre triste. Yo en cambio soy feliz. Y se maquilla, sonríe con cierto aire compasivo, advierte su expresión avergonzada. Recibe esa mirada que hurga en la sima de su vida, cual libro abierto ante esos ojos de luz que desea besar desde hace tanto.
- Querido, eres aburrido, y no te has dado cuenta.

Solía pensar que no tenía suerte. Relaciones estrambóticas que jamás ocurrían, besos negados a sus deseos más íntimos. Sin embargo, aquella noche la tomó de la mano y se dio cuenta que no era simpática. Antes pensaba no conseguir nada, ahora está a punto de conseguir. Era dependiente, ahora depende de sí mismo. Siente que empieza a vivir a los treinta y que a las personas les falta iniciativa. «Si eres buena gente no consigues nada», piensa. Ahora piensa en él, intenta quererse mientras acerca su rostro hacia ella que sonrojada deja caer el espejo. Quiere besar su cuello, no puede, respira despacio, como concentrado, entrecierra-abre los ojos. Una pareja observa intrigada y cuchicheando señala. La segunda botella está casi vacía.

Con el hombre a cuestas, sube las escaleras de casa. Mamá barre en el poyo del hogar. ¡Jesucristo hijo!, grita acongojada. Que yo me encargo señora, que siento el peso del hombre hace mucho, que la carga es pesada, y además, se me duerme que ya es tarde. La madre con la boca abierta respira, los labios tiemblan y lo sigue, allí cerquita, pero tan lejos, qué lejos su hijo ahora que se va. Lleva una mano al pecho, baja la mirada, aprieta el crucifijo y calla. Cierra la puerta.

Suelta el peso del hombre sobre la cama sin saber qué hacer, o cuándo. Ven. El momento adecuado de optar por fin y vivir. Ven recuéstate a mi lado. Y esa voz pausada es una música hermosa, poesía suave para sus oídos. «A mi lado» es ahora como un susurro de vientos matinales bajo la suave brisa de sus deseos, de los antiguos y los nuevos; un tulipán merced al vaivén de la brisa indescifrable de su destino. Ahora despacio se recuesta con latidos que acelerados afectan su respiración. Allí las ideas difusas, entrecortadas. Acaricia sus hombros anchos, la piel cetrina que ahora tiene tan cerca. Recoge las piernas. Abrázame. Estira un brazo, alcanza el portarretrato con la imagen de sus padres, lo voltea y se acurruca, abraza. Le gusta. Besos sin lengua que se le antojan atados se confunden entre su formación lasallana y los días de su infancia entre recreos, pruebas, besos negados. Me encanta. Acaricia sus muslos, más fuerte. Voltea, mira un instante las pantorrillas, sus formas, siente la textura que sube, no puede más cuando la siente entre sus manos que estruja y no soporta, dejando escapar ese líquido eterno de indolencia y apatía que consume su ser cada fin de semana por las noches. Allí va despedido mientras se ve a sí mismo quebrado de placer entre sus brazos, los ojos cerrados, los ojos abiertos, los restriega dos veces. La blanca esperma discurre entre sus dedos. No comprende. Acaricia la almohada, está húmeda. No logra comprender. Se levanta dando un brinco, mira la habitación vacía. Ruborizado cruza los brazos, siente frío. Se quita la camisa despacio, falda, balerinas. Cubre su rostro avergonzado una vez más mientras su llanto parte el corazón de mamá que toca la puerta, que entra: «Pero hijo…»

Sábado. Elús ha leído poco desde ayer. Aún no termina de redactar su tesis. Luego de un gran esfuerzo debe titularse, antes que inicie el verano. Come un pedazo de pizza. Debe estudiar el resto del día. Frente al espejo viste una camisa blanca, con bordes ceñidos, una falda. Responde el teléfono. Era como si observase la expresión ansiosa de su amiga, la voz suave, la mirada pícara. Respiraba con dificultad: «Vamos, te invito un trago». Oye que se expresa en tono alto, tan segura de sí. Sonríe mientras se pinta los labios. Acepta.

Amigo en secreto
Juma Paredes
Junio, 2017


viernes, 16 de junio de 2017

Control remoto

Apoyado en la ventana respira el fresco aire nocturno de primavera. Su mano resiste las ideas que pronuncia en voz queda mientras gesticula soñoliento: «será pues». Mira el Parque Sur, sus luces lo seducen mientras cae en un sopor que lo reconforta. Aspira el fresco con una bocanada casual, así, sin pensarlo, y esos árboles le parecen siniestros, como oscuro-verdes, como salidos de un miedo agradable que se le antoja sin fin. Rasca su nuca, paseando la mirada por la pequeña habitación. Libros a la derecha, su cama. La alfombra sucia con restos de pizza. Documentos amontonados, anotaciones de sus clases de Derecho. Un espacio vacío entre el televisor y el ropero. Algo falta, un equipo de música, eso es lo que me falta. Sus ingresos han mejorado desde que trabaja para el Gobierno. Hoy puede solventar ciertos caprichos. Me da la gana de comprarlo pues. Le da la gana.

fragmento de "Control remoto"
Juma Paredes
Febrero, 2017
Foto: Gabriela Benites

Yo sobreviví al primer gobierno de AG

Recuerdo la mañana en que madre me lleva de la mano hacia la esquina de mi casa, en Magdalena. “¿Dónde vamos mamá?”, digo mientras su mano es grande y la mía pequeña. “Aquí a la Javier Prado nomás, media cuadra.”

Ahora tengo nueve, estoy con amigos cantando, un terrorista dos terroristas, mientras el vocalista salta sobre el escenario del colegio Sophianum, se balancean, y esa niña me gusta, sobre una torre derumbaaaada, y la tarde llena de aire mis pulmones, el recuerdo se desvanece hoy a mis cuarenta, como veía que resistía.

 Y muchos adultos, el calor invade entre tantos que se amontonan esperando emocionados y no comprendo mamá, qué cosa hace un presidente, “el bien mi amor, el bien”.

Ahora tengo diez, y nadie sale después de las doce, no me afecta, aprovecho para hacer tareas. Es una aventura esto del apagón, bajo la tenue luz de una vela que prendo ay, un poquito uy, que me quemo. Hoy sería algo así como perder la conexión a Internet, mis alumnos no conciben la idea de perder luz, de leer con vela, o dormir asustado por interminables estallidos aquí y allá que madre apacigua contándome historias de policías y ladrones, hasta que no se contiene y aparecen una vez más los militares que mataron a padre, bajo el mismo toque, años atrás.

 Y no entiendo por qué este señor que abuela afirma emocionada se parece a su hijo el menorcito, está ahí parado en un carro sin techo que avanza despacio mientras lo saludan. Las personas mueven las manos, gritan, sí, ríen, cómo no.

Ahora tengo once, abuela canta tangos mientras refunfuña sobre la leche ENCI, la cola para comprar pan, lo hiperinflado que está todo, caminito que el tiempo ha olvidado, e insiste en que es culpa de ese presidente, que juntos un día. “¡Y atraparon a Polay!”, grita mientras me obliga a comer hígado, que es tan feo y saludable, nos viste pasar, “¡y ya se escapó Polay carajo!”, he venido por última vez, pero lo mío es la batalla entre mis G.I. Joe, no esas matanzas de las que hablan en la radio, tan lejanas, he venido a contarte mi mal.

El hombre es feliz recibiendo saludos. “Y es tan joven, el más joven que recuerde hijito”, y sigue hablando madre, bajito ante el griterío, “ojalá…”

Ahora tengo doce, madre me explica qué es el dólar MUC, se va a trabajar preocupada, han amenazado de muerte a mi tío, el empresario, mientras Carlos Alvarez repite “inti de tu eme” al ritmo de “Danzando lambada” en canal 2. Ahora en el noticiero, un tal Alva Castro habla de estatización, o algo así, bah, prefiero ver “V”, luego acabar “La ciudad y los perros”, todo el mundo dice que va a ganar, que será presidente.

Termino el libro y ahí está el comercial, “honradez, tecnología y trabajo” logro escuchar, antes que interrumpan las quejas del vecino sobre un enorme paquete, dice que está en shock, que la gasolina, que la comida; lo escucho llorar, está llorando mi vecino, es grande, cómo puede ser. Y Popy buscando su maletín, siseando y quejándose. Hoy veo el video que circula por Internet, donde en versión remasterizada recrimina con desparpajo “vas a rendir cuentas sobre los aviones Mirage, el BCCI, el departamento en París, el tren eléctrico, el grupo Rodrigo Fran…”; él solo ríe, con él no es.

Me acerco a madre, empinado mientras el sol pica mis ojos, los froto y logro escuchar “ojalá haga algo bueno pues”, vamos que tienes tarea amor. Sí mamá, vamos. Al hombre lo volvieron a elegir.


Yo sobreviví al primer gobierno de AG
Juma Paredes


martes, 13 de junio de 2017

El color de sus recuerdos

-            Morir es dejar de disfrutar las cosas que ves, que sientes. Es agotarse paulatinamente, es estar atado a una silla como esta, pudiendo mover únicamente la cabeza. Suena pendejamente irónico, pero cuando no necesitaba la silla de ruedas, estaba atado igual a una silla sin ellas, aguantando, siempre aguantando. Morir es no querer vivir, no querer abrir los ojos, ver. Es hacer a diario lo que no te gusta, decir lo que no piensas, pensar lo que no sientes, el resto de tus días hasta que se acaban. Darte cuenta que no es una etapa por la que pasas, es una que se instala de manera definitiva y las personas que te rodean se vuelven tus luminiscencias brillantes, de colores indefinidos, pero a diferencia tuya, ya no las sientes, sólo las ves – Anatolio mueve la cabeza con cadencia, va y viene, entrecierra los ojos, abre la boca e imagina, una lágrima cae discreta por su mejilla, da un respingo..

fragmento de "El color de sus recuerdos"
Juma Paredes
Febrero, 2017
www.facebook.com/inmaduronarrador

Diseño: Jaime Pariona

abrázame

Gerard resopla. El pantalón le aprieta. Ha subido algunos kilos. Lo sabe. Pregunta por qué
«Me parece una estupidez», comenta Veraniel resignado, mientras acelera el paso con el
, «¿Por qué hago esto?», y Huma nada, no responde, solo espera el momento propicio
cabello colgando en matas cuneiformes, los ojos cargados de ansiedad, «Que quede bien claro
 , el momento de debilidad ajena, como una incontinencia intelectual que invade a sus amigos
que es una estupidez». En aquella boca reseca se contorsionan sus labios, como pétalos al
y permite sean preñados de humillación.
amanecer, despacio, una y otra vez. Las manos invadidas por uñas carnívoras, largas cual
Con el pañuelo sucio en la mano, Gerard seca el sudor de su frente, se agita. Resopla. Avanza
cuchillas oxidadas.
un par de pasos, se detiene. El desorden de la habitación impera, es amplia. Grafitis aquí,
«¿Somos bien amigos no Gerard?, este idiota se aprovecha de eso, lo odio», y Gerard: «Claro
grafitis allá, y ese poster de Metallica. Un colchón misérrimo en el rincón, testigo discreto. La luz
que sí Veranito querido», pero sus ideas se trenzan palabra por palabra, lo somos, «confío en
tenue de la tarde de verano invade el espacio de un calor sereno que embriaga la sensatez de
él». Desconfía Gerard. Aceptó el trago que Huma les ofreció, pero solo probó, lo vertió discreto
sus amigos. Huma da un respingo, les pide prisa mientras prepara la cámara. ¿Serán amigos?
en el vaso de Verano. Huele a desconfianza, hay menos calor. El sol se va, la luna no. Y Gerard
Veraniel sube el primer peldaño. «¡Y la escalera para qué!?», Y «tú sube nomás», Huma dice,
escoge el otro lado, sí, el que quedará detrás de ambos en el marco que Huma imagina,
luego desganado, Veraniel sube el siguiente oyendo el crepitar. Sinrazones chirrean en su
«Pero no se muevan que no puedo enfocar». La sospecha enciende un pedacillo de
mente, como huevos crepitando al compás de una fogata taciturna. Tiene miedo.
mechita peligrosa en la serena mente de Gerard.
Inseguro, Veraniel se sitúa un par de peldaños más arriba, hacia la izquierda. Tímido sonríe,
«¿Estás nervioso?», le pregunta Gerard bajito, mientras poza el vientre sobre su espalda, medio
en fracciones, como regalando al camarógrafo pequeñas fracciones de su juventud.
metro más arriba. Resopla. «¡Solo es una foto para el recuerdo carajo, serénate», dice Gerard,
He ahí Verano que parpadea recordando sus días de infancia. Y Huma que jode y jode ahora,
y Verano se serena, pero él en realidad no. «Y déjate de webadas, no todos los días termina
que jode y jode ayer, cuando se enteró del asunto de la papaya.
uno el colegio, y el resto tarda en llegar.»

De pronto allí está Veraniel a los doce, entrando a casa, no soporta las ganas de orinar. Raudo sube al segundo piso del hogar y abre la puerta desesperado. Entonces Otoniel lo mira, se miran, el torso desnudo. El pantalón abajo, las medias caídas: «¡Pero qué carajo haces!»

Y Huma aún sigue jodiendo mientras se pregunta la razón de esa repentina sonrisa que Verano
«Tanta vaina por una papaya», piensa en voz alta Veraniel, y de pronto se ve en aquella escalera
pretende ocultar. Configura mejor el enfoque, cierra un ojo, lo abre y guiña: «de qué te acuerdas
junto a Gerard, sintiendo el roce de su vientre, y se le escapa un «ay»: «¡Ay!», que le sale así,
picarón», le dice a Verano que sonriendo responde, «¡apúrate mierda que ya vienen los
casual, adoptando de pronto una actitud cariñosa, acaso fraternal ante el recuerdo de su
demás!», y Huma, «No te preocupes», todo detalle con el amigo, promete darse prisa.
mellizo. Junta entonces las manos y hacia el cielo las eleva y baja despacito. Semejante recuerdo
Pero ya Gerard con la duda sujeta las manos de su amigo con una mano, la
es ahora tan callado, lejano. Las sigue bajando hasta sentir la palma de Gerard al juntarlas, la otra sobre su hombro, de manera sana, acaso paternal.

«No jodas Verano, ya casi somos mayores de edad y tu hermano es un pajero, con frutas encima.», afirma algo tenso Gerard. Es el último día de clases del colegio de la Inmaculada y quinto B está por llegar a la casa, al cuarto de Huma, para tomarse más fotos, pero no como esta, no. Huma sujeta la cámara, enfoca, revisa la composición dentro del encuadre, ajusta por aquí, sí, presiona por allá, también, el botoncito y luego a revelar.

He madurado Veraniel, en estos años he madurado. Ciertamente la paja es un asunto mental (dice Gerard), a estas alturas de la vida deberíamos haberla dejado. Repruebo también la ingesta de alcohol en exceso, el estado final es deplorable y las consecuencias terribles a largo plazo (saca el pañuelo sucio y seca su frente). Pero ponte a pensar, si ahora sin trago estamos haciendo esto, Verano querido, imagina con trago y frente a este infeliz. ¿Qué haremos? ¿De qué será capaz? ¿Hacernos bailar tal vez? ¿Conseguir que nos besemos? (Resopla). Tu hermano es una cagada, díselo por favor de mi parte. Yo repito, he madurado. Madura tú también Verano amigo, madura conmigo, madura por favor, madura como yo (Presiona sus brazos con ternura sobre el delgado cuerpo de Veraniel que se quiebra entre sus dedos).

Lindas palabras Gerard (nervioso dice Veraniel), me has conmovido hasta la vena más íntima (sus matas se mueven al compás del equilibrio que intenta mantener allí arriba, mientras se siente alto, cada vez más).
-        ¿Estás llorando Veraniel? – dice ahora preocupado Gerard.
-        Sí – dice Veraniel, aceptando la pose para la foto del recuerdo con ahínco, convencido de la trascendencia del momento -. ¿No todos los días termina uno el colegio no Huma? ¿No lo haces por burlarte no? ¿Verdad que no?
-        Claro que no Verano – pero “verdad” resuena en los oídos de Huma como una alegre melodía de un verano en Lima, tibia-húmeda, dulce como la sonrisa que una vez más florece en aquel rostro atezado, de facciones feminoides que acompañan una voz cantarina, como si en algún momento de su adolescencia la testosterona lo hubiese abandonado en un nivel bajo, casi anormal como dijo un día su padre, “tu voz es casi anormal”. Gerard sonríe también. Resopla.

Lo ha logrado, ha humillado, logrado que lo hagan juntos, que rocen la alegría, abrazados, fundidos en el sublime momento. Atados, enlazados, enredados en un enredo concebido con ganas de joder. Ahora los jóvenes se compenetran de manera natural. CLICK. Sí, me gusta. ¿Le gusta? Sí, lindo discurso, sí, bonita foto. Resopla. “¿Le gusta?”, piensa.

Hoy, veinte años después, el viejo Huma le toma una foto a la foto. Crea un grupo de WhatsApp y la envía sin dudar. “¿Recuerdan esta foto?” Carajo, si parecemos un par de rosquetes ¿Cierto Gerard? Cierto Veraniel. ¿Somos amigos Gerard? Lo somos Veraniel. Dile a ese hijo de puta que por favor no la envíe a todos. SEND TO ALL. Se van a reír. Resopla.

Abrázame
Juma Paredes
Febrero, 2017

Comandante Jimenez














Fotografía: Gabriela Benites


CMDTE. Jimenez ___, Magdalena del Mar. Es la dirección que aparece en mi D.N.I ¿Pero es la dirección correcta?

No he vuelto a CMDTE. Jimenez hace años, 5, tal vez 10. La verdad es que no he vivido realmente allí desde que era un niño de 5, tal vez 10. Casa enorme que albergaba mis juegos de hijo único, de esos en que debía inventar diálogos (como últimamente he estado haciendo), personajes (también), describir lugares, situaciones forzadas y poses extremas para cada G.I.Joe (articulado) dispuesto estratégicamente entre la alfombra que madre estaba convencida me provocaba una de tantas alergias a las que me tenía acostumbrado, y los sillones que al golpear eructaban polvo, mucho polvo. Allí, sentado, solía acercar mi rostro al suelo; acerco mi rostro al suelo, con Han Solo en la izquierda y un cuchillito que no corta en la derecha, imitando a mi abuela, quien mientras se acomoda los lentes tararea algún tango de Gardel, Caminito que el tiempo ha olvidado, mientras escarba con su cuchillo (que corta) entre los espacios del parquet áspero, que juntos un día, sumatoria de rectángulos oscuros sin fin y que con su izquierda (luego de soplar la suciedad extraída) impregna de una sustancia viscosa, nos viste pasar, amarillo-naranja que esparce por aquí y por allá. Rasca. El cuchillo, he venido por última vez, los rectángulos que yo también mientras la miro y detiene un instante su cantar para reír a carcajadas por alguna anécdota de su infancia en Mollendo que acaba de recordar y me cuenta. La vez que se cagó en la jarra de chicha de su vecina (“pero si es mierda Santiago”, repite sin dejar de reír). Cuando descubrió aquel lunar verde en su amigo mientras lo bañaban al frente de su casa (“calla la boca culo verde”, repite riendo) o la vez en que su propio hijo (mi tío, cuando niño) se meó en la sopa de los comensales del matrimonio aquel, arrojando luego las sillas de mimbre al mar, en una tarde más de sus veranos en Mollendo. Y retoma, he venido a contarte mi mal, mientras esparce más amarillo-naranja, yo la ayudó y soy chiquito, y ella me abraza y me obliga a comer hígado; corremos hacia el jardín, “¡por la grande cabra que te vas a resbalar!”, y yo nada, y abro la mampara y entro-salgo al jardín, y ella entra-sale conmigo, el hígado en una, la sustancia en la otra, y mis Star Wars tirados por aquí y por allá, y ella me chapa y embute la comida con imprecaciones divertidas y risas infinitas y madre trabajando no puede estar conmigo y abuela en esa mañana tibia en el jardín. Y ella me quiso.

Hoy tomo un paquete nuevo de sustancia viscosa, y lo abro. Madre pregunta qué hago y guardo silencio mientras el olor me atrapa en los veranos en mi casa, en CMDTE. Jimenez; y me doy cuenta que no es verdad, Desde que se fue, que la dirección está errada, triste vivo yo, que siempre fue un “pasaje”, caminito amigo, Pasaje Comandante Jimenez 127 debe decir en mi D.N.I, yo también me voy. Está ahora callada en mi recuerdo, las lágrimas caen despacito por su rostro blanquecino de arrugas, Desde que se fue, y sombras de mi madre, nunca más volvió. ¿Por qué lloras mamá Elva? Seguiré sus pasos (con una voz melodiosa, junto a una carcajada que me acompañó en esa casa del Pasaje Comandante Jimenez entre los 5, acaso los 10), “Eres como mi hijo, Manolito, es como si fueras mi hijo”, caminito adiós (y me acompaña hasta hoy).

“Comandante Jimenez”
Juma Paredes
Octubre, 2016


lunes, 12 de junio de 2017

Su Lucha

El humo irrita sus ojos. Rostros informes sobre troncos danzando con displicencia. Mesas pequeñas. Pide agua mineral. Con zumo de limón por favor, buen hombre. Muerde un puro. El tabaco raspa el paladar y aspira sintiendo en su cabeza cierto dolor, como una mano que empuja, que exprime. Gerard soporta. Lo suelta abriendo la boca e intenta volverlo a capturar. Atrapado, el humo se rinde, entra e irrita sus ojos. Cruza las piernas mirando la botella de Pilsen que el mesero destapa contrariado. Esto es un bar compare, ¡a posar a otro lado! «Posar». Resopla. El mesero tiene razón Gerard, sí, quieres posar y lo sabes. Gerard actúa sin mayor deseo que hacer evidente su actuación, desarrollar su personaje, improvisar. Se acomoda en la silla antes de sacar un libro viejo de su morral y allí está ella que lo mira risueña. Abre el libro, resuelto a posar entre sus letras, como concentrado en las formas, en el olor a página vieja. Como cuando mami te obligaba a ayudarla a pelar papas cuando niño Gerard, huele tus manos ahora, siéntelo. Huele sus manos, «es igual» piensa, «la textura es igual, el olor». Su enorme figura yace desparramada mientras mece la silla. ¿Oye qué lees? Aprieta los dedos sonriendo, esperaba ser interrumpido. Resopla. Seca el sudor de su frente con un pañuelo sucio. Eleva la mirada. Se acomoda el cabello con una mano. Cierra el libro despacio y extiende el brazo hacia el mentón de aquella joven curiosa, lo acaricia. Arrobada, aparta su mano y sonríe. Mi lucha, linda.
-        Ah mira, ¿pero leyendo en un bar? ¿no es raro?
-        ¿Qué es raro?
-        Eso, eso y que pidas agua – dice ella sonriendo un poquito.
-        ¿Es raro tomar agua?
-        En un bar sí dear, encima con zumo – está ahora seria, contrae una ceja -, ¿me invitas chela?
-        Faltaba más – dice Gerard.

Camina por la avenida Abancay buscando una bodega, quiere su Inca Kola («la más rica» según sus palabras). El ateo nihilista camina preocupado, tiene un sueño recurrente en el que está en el cine con su novia, aquella que abandonó hace años, pero esta vez no la humilla, te odio, al contrario, nunca me vuelvas a buscar, esta vez la besa. La noche es calurosa. Acerca sus labios a los suyos y la besa, un beso fresco, suave. Cerca de jirón Carabaya observa a Gerard sentado en las escaleras de un bar leyendo. Avanza despacio soportando la garúa que pica y nocturna en su rostro. Joven una limosna, su voluntad. Desplaza con el brazo a una anciana indigente. ¿Gerard?

-        My dear, por qué te pones a leer así, tan conchudo en frente de todos, digo, es raro. Eres raro.
-        ¿Cuántos años tienes? – dice Gerard.
-        22 dear, casi 25 – una pausa entre cada cifra, acentuando el veinte, luego el cinco -, ya soy grande.
-        Tierna y dulce niña, define «raro» por favor.
-        ¡Oh my!... raro lo que veo.
-        ¿Y si no vieras?
-        No entiendo – dice ella.
-        ¿Lo que dije o el fondo?
-        Lo segundo dear.
-        Cómo te explico, ummmh, de qué manera beauté… – deposita una mano en su muslo, se lo acaricia mientras ella lo mira absorta. Es el humo.
-        Dear dale nomás, con confianza. ¿O me estás metiendo floro? Anda pues dale – dice mientras Gerard presiona sus muslos, sentándola en sus piernas y riendo. Una risa espaciada, una melodía dulce, como Orinoco Flow durante una tarde en la casa de reposo con la abuela, algo así como un «ohó ho» continuo y altibajos recurrentes –, vamos pues, habla.
-        Ok, que veux-tu savoir? – improvisa Gerard, presiona levemente el labio inferior de la beauté, luego un leve pellisco, algo picarón.
-        Ja ja, eres lindo, ¿es francés?
-        Oui.
-        ¿Y qué significa?
-        ¿Qué quieres saber?
-        La verdad, si dices la verdad.
-        A ver, maintenant, que dis-je? – Gerard sonríe, mostrando unos dientes amarillentos que el puro ha coloreado durante años –. Puedo reflexionar sobre la verdad.
-        ¿Y compartir sweetie?
-        Y compartir.
-        Pues apura que me aburro. Me aburro rápido ¿ok? Sorry.
-        Te explico beauté, en este tipo de vaina la percepción es primordial, no sé, esencial – Gerard mete la mano bajo su falda, la sube, la baja - bueno, lección uno: «la verdad no existe», cierra tus ojos – habla bajito mientras juega con el encendedor, lo enciende cerca de beauté – para mí es calor, como este fuego, o el de la vela que soplé al cumplir cuatro - mami susurraba en tu oído gordis - «pide un deseo gordis», y el calor en mi rostro era en cierto modo agradable, un calor agradable que me hace volver a ese punto de mi edad mágica, y los abrazos de mamá. También está el calor incómodo, como cuando me quemé en aquella estufa caliente, o cuando siento vergüenza y mis mejillas… no me gusta. Para mí la verdad es calor, intensidad.
-        Entonces, intensamente, me pareces un hombre de nacimiento….
-        De un nacimiento intenso.
-        No, un hombre de nacimiento sweetie, de nacimiento y ya. ¿Los abro?
-        … ok no.

Se acomoda el cabello con una mano, detesta ser interrumpido, saluda con la otra. El nihilista se acerca. Gerard resopla. El pantalón le aprieta, la barriga asoma entre la guayabera sucia. Ante todo, feliz cumpleaños Veraniel. Resopla. Mi cumple no es hoy imbécil. Su cumple no es hoy y lo sabes Gerard, quieres joder. Ohó ho, ríe. Había oído sobre ese libro. He oído sobre ese libro, nunca lo leí, pero… Veraniel solía ser un joven dedicado, absorto entre programas de confirmación y cantos religiosos. Le agradaba dar limosna a los necesitados. Me parece una estupidez, ahora que lo pienso. Estrecha la mano de su amigo, que se le antoja una marioneta con el cabello colgando en matas cuneiformes, los ojos cargados de ansiedad. Que quede claro que es una estupidez. La boca reseca presiona despacio, una y otra vez. Las manos invadidas por uñas carnívoras, largas cual cuchillas dispuestas a dañar.

Pañuelo sucio en mano, Gerard seca el sudor de su frente, se agita. Resopla. No comprende las reflexiones de su amigo, pero percibe cierto conflicto interior. Intenta hacer un comentario mientras el joven retrocede con aire melancólico, besando en la frente a la anciana que hasta el momento no se había movido y los miraba de cerca. Indecisa bajo sus harapos, murmura casi sin mover los labios.
-        ¿Aún lo amas? – los ojos húmedos de la anciana calan en el estado de ánimo de Veraniel.
-        No lo amo más. Ahora amo al súper hombre - Desde hace mucho todo le causa la misma impresión. Le parecía estar tan alejado de aquel bar, de su amigo. Partido, esparcido en un espacio inconcebible. Saca una moneda del bolsillo, duda un instante, la deja caer.
-        Bendito seas.
-        ¿Y cuándo los puedo abrir? – dice beauté.
-        Pronto, no desesperes - Gerard insiste con la falda, y la mano, y su mano, y las caricias – bueno lección dos: «el recuerdo no existe», no los abras. Para mí es como un parque, como el parque de mi casa, ¿no había uno en la tuya donde jugabas?
-        No darling, pero sí una huaca.
-        … Ok… a ver…. entonces… el parque… al que iba cuando niño - y mami decía «¿bien grande no gordis?» – y mamá decía «bien grande» y era cierto, era verdad, me parecía grande, enorme, y esa concepción en mi cerebro me reconfortaba, reconfortaba mis pensamientos mágicos - y los abrazos de mami – y los abrazos de mamá. Pero fui el otro día y es nada, digo, el parque es enormemente pequeño sabes, y quién tiene razón… no recuerdo eso, no es como mis recuerdos, no me gusta. Para mí los recuerdos son eso, distorsión, la verdad de las mentiras.
-        Entonces, me pareces un hombre distorsionado. ¿Ya puedo abrirlos?
-        No.

El ateo nihilista despierta, una paloma picotea el vidrio de su habitación como todos los días. Pasea la mirada por su cuarto, el piso lleno de polvo, Ecce homo debajo y al centro. Su hermano duerme en otra habitación, cerca, escucha sus ronquidos. Se levanta antes que su sueño, sin ganas. Mira el reloj como presionado por el tiempo antes de partir, de llegar a ningún lugar. No quiere bañarse, no se baña. Se coloca las sandalias desgastadas, la túnica de tela sujeta con la soga vieja que siempre lo acompaña. ¿Y por qué yo soy tan sabio? Algo de saliva en las matas cual cabello. Tengo olfato para la decadencia, ronca cerca, me persigue a diario y lo sé, está pendiente de mí, quiere que me vaya. Manipula con cuidado un pin en su pecho, donde baila una pareja andina entre colores, un huayno segurito. ¿Y por qué yo soy tan discreto? Una falda colorida viste ella, él no. Conozco las verdaderas dificultades religiosas, las abandoné hace mucho y ya no sé con ello en qué medida me he vuelto un pecador. Aun así, no siento remordimiento, y también soy incapaz de dejar en suspenso una acción luego de iniciada. Deseo eliminar el problema de mi hermano y sus consecuencias, si para ello debo hablar, hablaré. Debo reflexionar si hablaré, si le diré a padre. La pareja danza en su mente, una melodía que puede reproducir con ciertos instrumentos en el bus esta tarde, como todas las tardes, y así conseguir un sencillo, algo que ayude a padre. Él es una respuesta burda, sí, no puedo pensar así, aunque padre prohíba, aunque no permita, ¡yo sí puedo pensar! Pensar en salud y educación primero. Padre es un burdo, incluso disfruta de cualquier cosa que no conoce. La menor alegría la atribuye a Él, cualquier duda Él. Amanecer, atardecer, un abrazo, un embarazo, un beso, Él, Él, Él. Incluso la risa, dice padre que incluso la risa. ¿Acaso alguna vez Él rio padre? ¿Te consta? ¿Dónde dice? Y ahora eres predicador, y ahora predicas claro, un pastor, tremendo pastor. Despertó esta mañana. Desperté una mañana y me encontraba ya vacío, sin vida. Hoy mis manos quieren estrujar, escarbar… abren y cierran. Soy un ateo de aquellos, un ateo nihilista.

Una repisa vieja cargada de libros de filosofía, páginas que permiten a Veraniel reflexionar sobre el bien y el mal, saber por qué Nietzsche escribe libros tan buenos. Una cama cuyo evidente estado de abandono cobija su descanso esporádico. ¿Por qué? Viste ahora la túnica vieja. ¿Qué lo motivó a dejar de creer?, pantalones de mezclilla y esas sandalias desgastadas. Avanza observando el recinto, su entorno. La mirada perdida. Carajo, me siento más solo que Jesús en navidad.

-        Bueno, quieres decir entonces que tu parque era grande, enorme, y que ahora es chico. ¿Y cuál es la verdad?... Bésame darling.
-        Adoptas una sencilla postura ante la vida beauté – dice Gerard, mientras la aleja despacio de su rostro -. A ver, entonces tenemos el fuego fatuo, el tamaño del parque y una cosa más.
-        Sólo dilo darling – lo huele, cierra los ojos –, dilo nomás antes que me mate.
-        Bueno… las vacas pueden bajar escaleras, pero nunca subirlas.
-        Darling – beauté siente una caricia que baja sin manos, una cosquilla que impetuosa pica, como hormigas caminando en su vientre, como un vientre salpicado de hormigas que caminan y bajan cortando despacio su respiración, un calorcillo pícaro que revolotea en su bajo vientre, ahora húmedo, ahora travieso – entra en mí… entra y no salgas, no te salgas nunca.
-        Ahora no beauté, otro día.
-        ¿En serio? Te llamo entonces.
-        ¡No! Qué ocurrencia beauté, yo te llamo.
-        Pero
-        Yo te llamo, gracias, chau.
-        Pero
-        No, ya chau
-        Pero…
-        Ya chau – dice Gerard y se acerca a la salida, baja las escaleras y allí se queda monotemático mientras saca su libro una vez más – chau chau chau chau.

Estúpido pero interesante lo que lees Gerard, te has vuelto un posero en todo el sentido de la palabra. Estornuda. ¿Mi Lucha? A ver. Veraniel interrumpe su reflexión para recordar por qué se acercó a saludar, por qué salió de casa en principio; cierto, la gaseosa-más-rica. Lo hace entrecerrando los ojos, con aquel tono de voz bajito, aquella voz cantarina, casi anormal, como diría padre: «tu voz es casi anormal». Qué te puedo decir, utilizó el racismo para dominar una nación entera. Inteligente. Consiguió el apoyo de un ejército derrotado, sediento de venganza. Astuto. Unió a los industriales enfrentados a sindicatos motivados por el marxismo. Sensato. Concitó el odio, transformándolo en superioridad de raza. Tremenda obsesión de poder. Un fanático de aquellos. Sí. Pero no logro entender. No comprendo. Con toda esa maldad, ese temple destructivo y asesino con el que se le recuerda y atribuyen tantas atrocidades, torturas, muertes. ¿Cómo puede escribir un libro dedicado a su enamorada?

Resopla. El gesto adusto. Aprieta los labios, contrae la papada. Introduce el dedo meñique en un orificio nasal. Contrae los labios y no puede. Ya no puedes contener la risa Gerard, y no lo harás. Saca el pañuelo. Su propia transpiración. ¡Ohó! Aguarda un instante. ¡Ohó ho! El ateo nihilista sonrojado se excusa. Es inútil. De ningún modo se refería a la novia de Adolph Hitler. Afirma. Las lágrimas explotan ante el cuadro vivo. ¡Ohó ho hoo! Aquello jamás pasó por su cabeza. Ahora es capaz de oír sus propios latidos. Cual avalancha lo aplasta furiosa la alegría. Abusiva irrumpe la felicidad disfrazada de un ateo confundido, sonrojado y nihilista, no te rías, quien había imaginado que semejante libro era un diario de amor, ¡mentira!, que la obra era un cálido poemario alemán dedicado a una muchacha durante la segunda guerra mundial. La carcajada de un placer tan sublime como absurdo. Se muerde las uñas nervioso, incapaz de reconocer la diferencia entre un nombre y un verbo.

                           Su Lucha
         Juma Paredes
                                                                                                                                            Agosto, 2017
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Invisible

Elús Sarmiento duerme. La República de Platón sobre su pecho que sube, amarillenta y deteriorada, acompaña el descanso que la elevada temperatura sofoca su pecho que baja. Sin despertar arranca la corbata rosa de su cuello arrojándola lejos. Ladra. Mantiene la boca abierta mientras la baba escurre por su mentón. Vuelve a ladrar. Escribir informes para el Ministerio de Ambiente lo agota, no es el trabajo que esperaba. «Abogado de ambiente», susurra mientras duerme, «de ambiente» y cruza la pierna sobre una almohada juntando la otra así, como en cucharita, sí, se siente así y sonríe Elús, antes que el micrófono aumente su voz en un discurso más ante una comunidad indígena, esta vez en Madre de Dios, donde influye bajo una mañana calurosa, manipula, se siente parte y sueña que es. Ladra.

Y desde ya les digo hermanos, la mujer del pelo suelto y mirada soñolienta suspira resignada negándose a creer en sus palabras, que la consulta previa no es una concesión, sino un derecho de ustedes y su pueblo, se peina se peina y lo mira, un derecho gracias al cual iniciaremos procesos de diálogo sobre distintas medidas que impactarán gravemente sobre sus familias y comunidad, el hombre de las arrugas sonríe mostrando un único diente de oro y cree que empieza a creer, sobre cultura. No hablo únicamente de proyectos de extracción de minerales o hidrocarburos, hablo de cualquier medida que afecte sus derechos, su modo de vida hermanos, su modo de vida y la forma en que lo ejercen. Es entonces cuando les hago la consulta: ¿Quieren consulta? El hombre de los brazos cruzados acomoda sus penachos de plumas multicolor elevando la vista hacia el estrado donde el abogado está de pie, como un gran árbol ante sus ojos, de tronco firme y ramas que van y vienen ante las afrentas del viento, casi haciendo equilibrio las mueve cuan largo es aquel abogado, o tal vez se mueven a su antojo, y sí quiere y cubre la vista con una mano bajo el sol que hinca y ahora lo puede ver mejor, su altura, cordura, garbo, ¿la quieren después, o antes de suscribir contratos de concesión de lotes petroleros? ¿de gas? ¿qué entienden ustedes sobre todo esto hermanos? ¿qué entienden? Y yo digo basta, el pequeño dice «bashta bashta» y yo digo ¡sigamos consultando! Y la madre dice «sigamos» y la comadre grita «¡sigamos!» mientras Elús seca su rostro con un pañuelo, de pronto allí una vasija con cocona que Elús acerca a su boca recordando a Gizmo, cierra los ojos y casi saca la lengua para beber, pero en lugar de ello la bebe nomás, así, tan tranquilo. No todos los conflictos sociales se resuelven mediante consultas previas, pero debemos saber cuántos hay, cuáles nos convienen. Consultar previamente es tarea de todos y para eso estoy aquí, pues he venido a decirles, ¡que respeto su interculturalidad! Respeto dicen respeto cantan respeto gritan con un grito de esos que casi no se pueden oír. Siente la necesidad apremiante de orinar y baja del estrado corriendo antes que sea tarde. Pisa un charco, apoya la mano sobre una palmera y cierra los ojos, sonríe mientras el líquido escapa de su vida, los ojos cerrados hacia el cielo. Las 2 p.m., es tarde.

Mordisquea la sábana mientras observa los pies descalzos, ya lame uno con insistencia. ¡Apoyarán la ley de consulta previa y no quiero que me jodan! La pesadilla pesada termina con Elús vociferando y una lengua lamiendo su cara. El sol escupe sobre su rostro cetrino una luz punzante, diurna. Abre los ojos irritado mientras vuelve del aquel sueño recurrente y advierte la silueta sombreada, como el bosquejo en borrador de un duendecillo dibujado a lápiz, de trazos remarcados, que jadeante mueve la cola bajo una maraña de pelos blancos-cremas. Ladra.

El gigante es bondadoso, oscuro, de movimientos lentos y patas largas, muy largas. En lugar de dar vueltas a la cama antes de dormir, se golpea allí abajo, se golpea varias veces todas la noches haciendo un sonido raro con el hocico hasta que termina, recién es cuando duerme. Y cuando duerme grita, grita y grita como si le gritase a alguien, a muchos humanos. Grita. ¿Cómo avisarle que debo salir? Lamo y no basta, ladro y no se da cuenta. Grita. Sigue dormido, y mucha baba y la pruebo, y es rica, sí. Así y así hasta que se acaba y no bastan las horas a su lado, desde siempre. Como cuando pequeño el gigante lo cargaba y hacía caricias, besando la nariz que ya casi no huele. «¿Quién es mi chiquito? ¿quién es mi chiquito?» Recuerda su imagen con ojos que casi no ven, el recuerdo era vista y luego se volvió olfato; el recuerdo es ahora compañía, presencia y costumbre.
               
Elús tiene hambre, se acerca descalzo a la cocina mientras rasca una nalga. Abre la alacena recordando aquella llamada. Los odia. Ladra. Gizmo se cruza entre sus piernas y sentado mordisquea una de sus sandalias, gruñe bajito y ladra. Sus padres han partido y solo dejaron comida para perro, no le sorprende. Respondió el celular antes de abrir su libro, antes de penetrar en ese espacio cavernoso en el que los prisioneros desde siempre sólo miran a la pared del fondo, como los castigos de papá, «un dos tres toca la pared… no gires la cabeza», y allí está la hoguera, imprimiendo sombras en la piedra mental que Elús puede ver de su familia comiendo en navidad, y allí está el pavo y su olor penetrante, suave, un olor suave al ser consciente de la verdad sobre aquellas sombras, y esa fue la verdad de su niñez, condenado a tomar por cierta aquella familia de la cual hoy quedan sombras y siempre atento a lo que ocurre a sus espaldas. Por eso el anillo, por eso la bruja, por eso la curación. ¿Qué ocurrió Elús cuando fuiste liberado de pronto en la facultad y obligado a ver la hoguera de trabajar en el Ministerio aquel? ¿Fue la realidad más profunda que la de tu edad mágica? ¿Asumiste hasta hoy tu nueva situación áspera, ahora escarpada en tu subida? ¿Desde cuando ves platillos voladores Elús? Y su mamá pasea allá en la cocina, preparando sabores espaciales ¿Desde cuándo? «este platillo les va a encantar» «¡Este platillo les va a encantar!» Sí Elús, ahora ves directamente al Sol y lo que le es propio. Es hora de salir Elús, sal, sal de la caverna.

Elús responde, es papá: «Hijo nos vamos a Europa a celebrar navidad. ¿Quieres ir?» Ladra. Europa le parecía una idea estupenda. ¿Es en serio? Está emocionado, viajar con la familia, su famiulia. Me parece genial ¿dónde están? Está muy emocionado. En el aeropuerto hijo. Descansar algunos días luego de tanta frustración en su trabajo; a sus veinte y ya ofrece discursos, toda una promesa, pero descansar la vendría bien. ¡Me encantaría ir! ¿A qué hora sale el vuelo? Sentirse querido por papá, ser querido por mamá, con quienes siente el deber de integrarse, participar, formar parte. En cinco minutos hijo, en cinco minutos. Ser ciudadano. «En cinco minutos» Ser reconocido. Ladra y mira la alacena y Elús también y comida para perro es todo lo que contiene. Comida para el pequeño travieso que atraviesa el crepúsculo de la vida y lleva en el hocico su correa, la mueve a un lado y al otro rascando la puerta, ladrando. Elús lo mira desde la cocina, el gesto adusto sobre un apacible corazón. Una expresión sobria en que él mismo se ve como un líder nato que mira desde el estrado-cocina, un conductor-consultor-salvador de algún pueblo remoto del Perú al que rescata de las garras hipócritas de los políticos que detestan consultar, consultar previamente. No encuentra las llaves.

El gigante noble busca aquellos resplandores que chirrín-chirrín y abren la puerta hacia la calle, pero otra vez se encierra en el cuarto del agua, donde está el recipiente que calma mi sed y moviendo la cola lo miro de lejos, vocifera ruidos complicados. Vocifera y mueve las patas hacia arriba, vocifera y las mueve hacia abajo, como intentando rascarse el cuello, como queriendo quitarse una pulga. Ahora está arrodillado, se le han caído los vidrios de los ojos y grita otra vez. Quiere gritar y ya no aguanta. Grita el gigante y yo lo quiero.

En verdad les digo hermanos, vocifera y mueve las manos hacia arriba, que tengo en mi despacho un reto sobre consulta previa e institucionalidad, sí, ¡con todas sus letras!, institucionalidad indígena para un nuevo amanecer vocifera, y las mueve hacia abajo, y estamos en un escenario en el que se debe adquirir consciencia de fortalecer este derecho, como intentando golpearse el cuello, así como mejorar la confianza entre el pueblo y nosotros, como queriendo quitarse un mosquito, su Estado. Mejorar la confianza de los pueblos indígenas, mejorar las situaciones donde las demandas van más allá de lo que se les consulta, recoger estas demandas, viabilizarlas hermanos, viabilizarlas. El alcalde duda sobre la existencia de aquella palabra, sujeta el sombrero con dos dedos y lo baja levemente hacia su frente, asiente. El Sol quema plumas y cabezas. Es por ello hermanos que la consulta previa no solo debe realizarse para actividades extractivas, es un proceso de diálogo entre nosotros, el alcalde bebe a su salud, sintiendo al ron causar estragos en sus entrañas, o para lograr acuerdos de convivencia, pues han de saber, que convivir no siempre es pecado.

Elús mira distraído las losetas resplandecientes del baño «Confianza, confianza» «¡La confianza es viable!» Quiere comprenderlos, desea comprender a la persona que le dio la vida, también a mamá. Abre el caño. Desplaza con el pie a Gizmo y bebe un poco mientras refresca su rostro que húmedo descansa sobre un joven alto de ojos tristes, cargados de añoranza por aquellos días en que ingenuo, «¿Será posible?» creía ser. Ladra. «¿Será posible que no tenga imagen?» Cepilla sus dientes mientras el pequeño no deja de ladrar. Rasca y separa las patas traseras. DE-CI-DI-DO a no buscarse en el espejo se hunde en pensamientos que lo llevan al día, algunos años atrás, en que lograba ser mayor de edad y su padre le sostenía la mirada mientras, el dorso desnudo, se rasuraba. Veía a su hijo de pie, lo miraba en silencio, hacia arriba, Ven, Desde el silencio hacia arriba, ven hijo ven. Hombre de mirada adusta, rostro severo y desencajado. ¡Ven mierda! Un cigarro encendido en la comisura de los labios. Ponte otra ropa, cambia de peinado. No sabía cuánto tiempo llevaba allí, ni que su hijo lo admiraba, ¿Ya te has tirado alguna hembrita?, que esperaba su aprobación desde hacía tanto. ¿Ya te has tirado algo? Lo toma del brazo con firmeza volteándolo mientras presiona su cabeza contra el espejo. Mírate bien, mírate bien. ¿Puedes verte? La luz constante de la vela en aquel espacio oscuro del Perú de los noventas arroja sombras diseminadas entre artículos de baño. Claro que no, Presiona el mentón de su hijo igual que en el sueño que hasta hoy no logra dejar de soñar, si no tienes imagen.

Se mete un palito en los dientes que bota humo. Arroja un olor extraño entre sus piernas y sigue con el palito. No le da la gana de abrir la puerta, lo sabe y no quiere. Repite esos sonidos («imagen imagen») los repite («cuestión de imagen») Separa las patas traseras, mueve a un lado la cola y defeca. Mierda. Defeca con energía, ¡Mierda mierda! y vigor. El gigante arroja el palito, le sale humo del hocico y los vidrios de sus ojos caen otra vez. Agarra por fin la cadena y abre la puerta jalando, jadeante. Defeca formando un caminito sombreado mientras es arrastrado. Vocifera apuntando con su dedo. Vocifera y se choca con una como él ¡Jesús! Una como él pero no él, una a la que Gizmo ladra seguido, pero no un ladrido de salir, uno de desconfianza.
-        Disculpe señora – dice Elús a su vecina.
-        ¡Por Dios muchacho fíjese por dónde camina! – dice la vecina.
-        Claro – responde Elús con voz insegura, sutil – ¿Cree usted en la suerte?
-        ¿Cosa lá?
-        La suerte señora, la suerte – levanta el dedo y le muestra un anillo de acero, lo acaricia – yo sí creo – regalo de una bruja que mensualmente le brinda seguridad.
-        Santísimo Cristo resucitado, con amuletos y esas tonterías a mí, ¡habrase visto!
-        Anillo, sí, y curado mire – Elús se saca el anillo, sus dedos tiemblan y escapa entre sus manazas, su metro noventa. Cae al piso y al instante es ingerido por el perro. Una lágrima asoma por el rostro del abogado.
-        ¿Y para qué le sirve eso? ¿Acaso está usted llorando?
-        Me la dio mi… es que… tengo… estaba curado, nadie lo podía tocar, nadie – dice Elús, solloza un poquito -. Suerte, me trae la suerte, doy la imagen, doy la talla ante ellos señora, la talla ¿entiende? No entiende. ¿Entiende o no entiende?... no entiende.
-        Pero joven, llorar por tan poca cosa. Si hubiera sabido que usted… era tan… susceptible…

Es así hermanos, que consideramos necesario mantener la institucionalidad sobre sus pueblos, y en verdad les digo, que cualquier cambio supondría un retroceso, una transferencia hacia la invisibilidad de un sub sector intercultural al que no faltan complicaciones. Debemos fortalecer nuestros entes rectores y ustedes son la base para el progreso hermanos. Pero él no progresa, al contrario, sufre mientras transpira copiosamente. Inhala Elús: «Queremos restituir la imagen de sus pueblos y hacerla respetar por aquellos que se dicen dueños de la verdad y conciben soluciones sin proponer o preguntar y deciden por ustedes y deciden por nosotros mientras me pregunto dónde están y ya lo ven que no están». Exhala. Ya ven, ya ven. Pero él no decide, al contrario, duda mientras suelta un poco su corbata. ¡Juntos progresando!

Elús sabe la verdad, sentado, sabe que su anillo de acero no está más curado, y para él ese no es el significado de «poca cosa», al contrario, ¡fuss!, Se siente disperso, como imagen confundida entre la partida abrupta e inexplicable de sus padres y el afecto medido que siempre le brindaron, como limitado, como mordido. ¡Fuss carajo fuss! Continúa bajando las escaleras tras la mirada serena de la mujer que balbucea «Tus padres te quieren querido, no es tu culpa». Ajusta la cadena y continúa bajando cuando cada escalón se vuelve un submundo que respirar, uno más frío, el otro no. «No es tu culpa» repite Elús en voz baja. ¿Pero lo era? Si no hubiese estado allí la anciana, si no la hubiera empujado, si tan solo siguiese durmiendo indiferente ante Gizmo que ahora orina en la puerta del edificio un poco, tal vez ahora no estaría ese anillo en panza ajena. Como quiera que fuese, Elús voltea y mira a la vecina que lo ha seguido de cerca curiosa, algo preocupada.
-        ¿Vecina, usted me ve?
-        ¿Qué? Está usted hablando incoherencias.
-        ¡Me ve o no me ve!
-        Ah carajo, habrase visto. – se acomoda los ruleros la vecina con una mano, levanta el índice con la otra, como buscando las palabras, entre insegura y ridícula - No sea usted majadero, pero claro que lo veo.
-        Estuve pensando sabe, pensando en qué momento de mi vida me volví invisible.
-        Pero si lo estoy viendo.
-        Invisible para papá, para mamá. Nada más mi hermana me ha hablado siempre, de cerca, bajito, como evitando que la escuchen, o me vean. Recuerdo que me cargó, no era más que una niña y yo ni caminaba bien, y me puso sobre su hombro y me fui de cabeza sobre su espalda, hacia el suelo.
-        ¿Fue ahí? – dice la vecina.
-        ¿Fue ahí qué?
-        ¿Carajo no está usted diciendo que se volvió invisible?
-        Ah cierto, no, no fue ahí… fue cuando hice mi comentario ese del beso, en el bar… con papá.
-        ¿Y qué mierda tiene que ver una cosa con la otra?
-        Toda señora, todo.
-        Me haces perder el tiempo – alza la mano la vecina –, que no tengo por cierto, me voy.
-        No, espere que le cuento –. Elús detiene a la anciana tirando levemente de un rulero, sus cabellos blancos sobresalen, ella da un respingo.
-        Pero hijo, permita a esta anciana que…
-        ¡Espere le digo! – solloza Elús y ella ahí, quieta, como la muchedumbre ensimismada a la que él adora dirigirse, hablar, divagar y convencer. Su “muchedumbre de confort”.
-        Tremendo manganzón.
-        Fue en el bar ¿sabe? Papá hablaba de sus vainas «y sí, a tu edad me tiré a esta hembra, tremenda hembra y sí a la otra» y yo sí papá, no papá y papá «lo que más me gustaba era andar agarrándolas ahí en la calle, metiéndoles la lengua tú sabes» y yo… y a mí se me ocurrió decir «aj papá ¿te gusta besar con lengua? ¡qué asco!» y papá callado me miraba, y así estuvo, y así se quedó hasta hoy. No sabe nada de mí.
-        Cómo no va a saber querido, ¿no te traje yo un regalo cuando me fui de viaje? ¿no le pregunté a Don Rigoberto? Don Rigoberto, llego a Lima mañana, llevo regalos, ¿qué hace su hijo?
-        Nada – dice elús –, dijo papá.
-        Sí eso, eso respondió, nada. ¿Y no te regalé lentes para nadar acaso?
-        Nada pues señora nada, nada de ni mierda, yo no hacía nada en esos años.
-        Ah carajo – murmura la vecina.

La anciana arrastra su andar hasta los escalones, empieza a subirlos. Entra en su departamento despacio, moviendo la cabeza a un lado y otro: ¡habrase visto! Cierra la puerta con un movimiento brusco y la madera tiembla mientras aplica el cerrojo. Elús no esperaba tal fortaleza viniendo de una mujer que camina con evidente dificultad. Le recuerda a su abuela, no por la fortaleza, más por el carácter. Siempre sigilosa, observaba los castigos de papá, los reproches de mamá, testigo sordo de recuerdos que detesta. Ladra. Elús avanza pensativo, se siente ahora castigado. Es una noche de luna llena. A juzgar por el halo de luz que ilumina el vitral de la entrada del edificio, se podría decir que aún no anochece. Cruza la avenida Guardia Civil. Pisa el césped con cuidado, como midiendo sus pasos llora, Se han ido concha su madre, se han ido en navidad.

Es una tarde calurosa en el pueblo, los sonidos de la selva descansan amodorrados y el alcalde sirviendo más ron en su copa ve ocho horas de retraso en el reloj de pared, sospecha que no va a llegar. Dos gallinas cruzan corriendo en la puerta de su despacho, levantan polvo y estornuda. Se acomoda el saco gris, con parches en los codos y mira su retrato en el cuadro. Aquel día estaba feliz, acababan de elegirlo, todos festejaban y no quería aguarles la fiesta. Un rostro sobrio, como amagando una sonrisa bajo el bigote, los ojos fijos en el horizonte exponiendo pocas alegrías en su vida. Un rostro algo sombreado de sol que contrasta con el brillo de sus dientes. Los vecinos gritando «¡Unas palabras! ¡Que hable!» y su timbre de voz con ese tono cantarín que termina siempre en interrogación: «querido pueblo». Entonces se oye un alboroto en la calle «¡es el joven es el joven!» El joven infunde en sus corazones el alborozo de saberse consultados, pensar que pueden tomar decisiones sobre el lugar en el que viven, creer que se puede mejorar. «Es el joven de Lima». Había preparado unas palabras de agradecimiento por su reciente elección y esperaba ansioso su primer evento público, donde recibiría al joven de Lima, al abogado que siendo de ambiente preocupan temas como la consulta previa. Terminada la jornada, piensa invitarlo a cenar en casa, comer los juanes de su mujer y brindar por su pueblo.

Vuelve a su despacho contrariado, mirando el ventilador pum pum que ya de viejo y el aire en esa etapa fresca en que acompaña su propia modorra. Los electores caminan como zombies mientras los contempla por la ventana acalorado. Algo más de ron a través de su garganta. Nota las nubes que van oscureciendo su mundo, con el Sol que ahogado lanza brazos de luz en señal de socorro, con el agua cayendo en pedacitos, rompiendo arriba, chocando abajo y rebotando. Allí está Elús, bajando a lo lejos de una moto-taxi, con el andar soberbio de quien todo lo sabe sin consultar; con aquella corbata rosa, terno, sombrero de copa, zapatos de charol. Sostiene un bastón con el que se abre paso entre los salvajes dignos de admirar su presencia. Alcalde jala su silla ante la ventana y le hace señas amistosas con la mano, con lo cual Elús, a lo lejos, pareció retomar el rumbo hacia él, acomodándose el saco y aquel cabello engominado que cae en dos mechones sobre su frente amplia de cejas pobladas, mirada mojada. Una barba rala enarca el rostro del abogado. El trueno. Elús muestra ahora un rostro iluminado tras un sonido terrible bajo el cielo oscuro. Buenas tardes su señoría.
-        Caramba joven, me hace sentir usted como un don, cuando sólo soy un nativo de un pueblo alejado – dice alcalde alagado.
-        Faltaba más mi estimado, lo felicito, es ahora usted alcalde. Espero tenga a bien contarme las nuevas.
-        Las nuevas se las cuento en casa, mi mujer ha preparado unos fuanes que no imagina, ¿le hablará al pueblo hoy?
-        Hablaré mañana temprano – dice Elús mientras acaricia el anillo de acero en su anular. Enciende un cigarro.
-        ¿Todo bien joven? – alcalde se muestra contrariado, Elús eleva la voz de un momento a otro, arroja el cigarro y tose un poco.
-        Todo bien no, todo bien no ¿cómo puede estar todo bien? Me olvidé de curarlo ¿entiende? No sé si comprende lo que es eso. Tengo muchos enemigos, uno nunca sabe. El cazo sonó estupendamente sobre mi cabeza y manos, pero en mis pies, nada. Y ella me dijo que estaba encadenado.
-        ¿Encadenado? Cómo puede ser – dice alcalde.
-        Tal vez, puede ser me dijo la bruja, en todo caso olvidé curar mi anillo, han pasado días, ¡semanas!
-        ¿Quién pudo ser? – alcalde ofrece un pañuelo al joven.
-        No lo sé, puede ser cualquiera, aquí y allá, me odian. Invite uno de esos, venga.
-        Ron del bueno joven.
-        He cambiado don, siento que puedo, siento que puedo don y hablaré con su gente, hablaré ante su gente y me verán, verán y sabrán que soy, que estoy, que emano interculturalidad -. Elús camina hacia la puerta, de un porrazo la cierra y se despide con la mano alzada, sin mirar. Se enreda con el bastón, tropieza y cae de rodillas, los brazos extendidos, las manos abiertas, el rostro encarando al cielo y de vuelta al frío lodo. Se queda ahí, boca abajo entre el barro, ante los pobladores que en principio no salen de su letargo pero que ahora, como en cámara lenta, como paso a paso, salen de su asombro arrastrando sus cuerpos con caddencia. Primero la imagen (luz, Elús, color, forma), luego el sonido (gallinas, truenos, lluvia), ahora la distancia es menor mientras se acercan al cuerpo que ya no está tan lejos ni es de Lima, es un abogado de ahí, de ellos. Elús saca el rostro a la superficie, los ve. Se desmaya.

El pueblo lo conoce, lo reconoce. Allí está el joven que los anima, que los convoca y exhorta a participar- sentirse-parte-ser-estar-formar-parte-de. Esa mujer del pelo suelto y mirada somnolienta lo mira directo a los ojos soltando un suspiro mientras se peina. Un niño desnudo de unos seis años se acerca e intenta levantarlo, agarrándolo del cuello, un poco del sobaco; está ahora colorado del esfuerzo y dice un par de palabras que Elús no entiende. Su madre se acerca, limpia su rostro con el dorso de su falda, algo percudido ante sus ojos e intenta ayudar al guambrillo; ahora un hombre con arrugas que sonríe mostrando un diente de oro, ahora un hombre que hasta el momento tenía los brazos cruzados se anima a levantar al abogado que con la punta del zapato ensucia sus penachos de plumas multicolor y la comadre levanta las manos con todos, entre todos sostienen en alto entre sus manos al joven en actitud crucificada, los ojos cerrados, los brazos abiertos, la baba escurriendo. Entre todos sostienen el cuerpo en alto, sobre ellos, cual sacrificio, como una ofrenda especial medio desmayada, medio sucia-avergonzada que se pasan de mano en mano, sin consultar.

Olfatea, atrapa olores, los prueba moviendo la cola oliendo aquí y allá. Elús admira la imponente estructura del Museo de la Nación adornado con esas brillantes luces navideñas, le parece un espectáculo fascinante bajo una noche húmeda, acaso fría. Es la tercera operación que te hacemos. Cuándo, dime cuándo te vas a morir. ¡Tienes 16 años! Un perro de tu tamaño no vive tanto. ¿Cómo haces? Gizmo lo mira, entiende. Olfatea despidiendo chorritos de orina en cada árbol. Levanta la pata manteniendo el equilibrio mientras Elús distraído jala la cadena, mirando desde arriba cuan alto es. Su terno arrugado, la corbata rosa, la camisa desabotonada. Gizmo levanta tanto la pata que termina orinándose a sí mismo, en un chorrito arqueado que Elús advierte y aprieta los labios negando con la cabeza. Vuelve a tirar de la correa, arrastrando al pequeño patas arriba. ¿Es posible que estés tan viejo? Le da la vuelta despacio y acaricia el lomo del pequeño, una, dos veces sintiendo la textura, los pelos que entrelazados en matas son suaves, una pequeña bola de pelos suave, como cada toalla que usa después de bañarse y al instante desecha; como el sueño que no logra olvidar. Boca arriba mueve la cola. Ladra. Elús llora.                                                
                                  
Invisible
Juma Paredes
Octubre, 2017
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anacoreta y yo (tres: sobre su fotografía y una clase magistral)

Tengo quince, le sonrío. No toma la foto. Sí retrata a las parejas de la izquierda, ellos ebrios, ellas con la orquídea en el pecho-muñeca....