Elús Sarmiento duerme. La
República de Platón sobre su pecho que sube, amarillenta y deteriorada,
acompaña el descanso que la elevada temperatura sofoca su pecho que baja. Sin
despertar arranca la corbata rosa de su cuello arrojándola lejos. Ladra.
Mantiene la boca abierta mientras la baba escurre por su mentón. Vuelve a
ladrar. Escribir informes para el Ministerio de Ambiente lo agota, no es el
trabajo que esperaba. «Abogado de ambiente», susurra mientras duerme, «de
ambiente» y cruza la pierna sobre una almohada juntando la otra así, como en
cucharita, sí, se siente así y sonríe Elús, antes que el micrófono aumente su
voz en un discurso más ante una comunidad indígena, esta vez en Madre de Dios,
donde influye bajo una mañana calurosa, manipula, se siente parte y sueña que
es. Ladra.
Y desde ya les digo hermanos, la mujer del pelo suelto y mirada soñolienta
suspira resignada negándose a creer en sus palabras, que la consulta previa no es una concesión, sino un derecho de ustedes
y su pueblo, se peina se peina y lo mira, un derecho gracias al cual iniciaremos procesos de diálogo sobre
distintas medidas que impactarán gravemente sobre sus familias y comunidad, el
hombre de las arrugas sonríe mostrando un único diente de oro y cree que
empieza a creer, sobre cultura. No hablo únicamente
de proyectos de extracción de minerales o hidrocarburos, hablo de cualquier
medida que afecte sus derechos, su modo de vida hermanos, su modo de vida y la
forma en que lo ejercen. Es entonces cuando les hago la consulta: ¿Quieren
consulta? El hombre de los brazos cruzados acomoda sus penachos de plumas
multicolor elevando la vista hacia el estrado donde el abogado está de pie, como
un gran árbol ante sus ojos, de tronco firme y ramas que van y vienen ante las
afrentas del viento, casi haciendo equilibrio las mueve cuan largo es aquel
abogado, o tal vez se mueven a su antojo, y sí quiere y cubre la vista con una
mano bajo el sol que hinca y ahora lo puede ver mejor, su altura, cordura,
garbo, ¿la quieren después, o antes de
suscribir contratos de concesión de lotes petroleros? ¿de gas? ¿qué entienden
ustedes sobre todo esto hermanos? ¿qué entienden? Y yo digo basta, el
pequeño dice «bashta bashta» y yo digo
¡sigamos consultando! Y la madre dice «sigamos» y la comadre grita «¡sigamos!»
mientras Elús seca su rostro con un pañuelo, de pronto allí una vasija con
cocona que Elús acerca a su boca recordando a Gizmo, cierra los ojos y casi
saca la lengua para beber, pero en lugar de ello la bebe nomás, así, tan
tranquilo. No todos los conflictos
sociales se resuelven mediante consultas previas, pero debemos saber cuántos hay,
cuáles nos convienen. Consultar previamente es tarea de todos y para eso estoy
aquí, pues he venido a decirles, ¡que respeto su interculturalidad! Respeto
dicen respeto cantan respeto gritan con un grito de esos que casi no se pueden
oír. Siente la necesidad apremiante de orinar y baja del estrado corriendo
antes que sea tarde. Pisa un charco, apoya la mano sobre una palmera y cierra
los ojos, sonríe mientras el líquido escapa de su vida, los ojos cerrados hacia
el cielo. Las 2 p.m., es tarde.
Mordisquea la sábana
mientras observa los pies descalzos, ya lame uno con insistencia. ¡Apoyarán la ley de consulta previa y no
quiero que me jodan! La pesadilla pesada termina con Elús vociferando y una
lengua lamiendo su cara. El sol escupe sobre su rostro cetrino una luz
punzante, diurna. Abre los ojos irritado mientras vuelve del aquel sueño
recurrente y advierte la silueta sombreada, como el bosquejo en borrador de un
duendecillo dibujado a lápiz, de trazos remarcados, que jadeante mueve la cola
bajo una maraña de pelos blancos-cremas. Ladra.
El gigante es bondadoso, oscuro, de movimientos lentos y patas largas,
muy largas. En lugar de dar vueltas a la cama antes de dormir, se golpea allí abajo,
se golpea varias veces todas la noches haciendo un sonido raro con el hocico hasta
que termina, recién es cuando duerme. Y cuando duerme grita, grita y grita como
si le gritase a alguien, a muchos humanos. Grita. ¿Cómo avisarle que debo salir?
Lamo y no basta, ladro y no se da cuenta. Grita. Sigue dormido, y mucha baba y
la pruebo, y es rica, sí. Así y así hasta que se acaba y no bastan las horas a
su lado, desde siempre. Como cuando pequeño el gigante lo cargaba y hacía
caricias, besando la nariz que ya casi no huele. «¿Quién es mi chiquito? ¿quién
es mi chiquito?» Recuerda su imagen con ojos que casi no ven, el recuerdo era
vista y luego se volvió olfato; el recuerdo es ahora compañía, presencia y
costumbre.
Elús tiene hambre, se
acerca descalzo a la cocina mientras rasca una nalga. Abre la alacena recordando
aquella llamada. Los odia. Ladra. Gizmo se cruza entre sus piernas y sentado mordisquea
una de sus sandalias, gruñe bajito y ladra. Sus padres han partido y solo
dejaron comida para perro, no le sorprende. Respondió el celular antes de abrir
su libro, antes de penetrar en ese espacio cavernoso en el que los prisioneros
desde siempre sólo miran a la pared del fondo, como los castigos de papá, «un
dos tres toca la pared… no gires la cabeza», y allí está la hoguera,
imprimiendo sombras en la piedra mental que Elús puede ver de su familia
comiendo en navidad, y allí está el pavo y su olor penetrante, suave, un olor
suave al ser consciente de la verdad sobre aquellas sombras, y esa fue la verdad
de su niñez, condenado a tomar por cierta aquella familia de la cual hoy quedan
sombras y siempre atento a lo que ocurre a sus espaldas. Por eso el anillo, por
eso la bruja, por eso la curación. ¿Qué ocurrió Elús cuando fuiste liberado de
pronto en la facultad y obligado a ver la hoguera de trabajar en el Ministerio
aquel? ¿Fue la realidad más profunda que la de tu edad mágica? ¿Asumiste hasta
hoy tu nueva situación áspera, ahora escarpada en tu subida? ¿Desde cuando ves
platillos voladores Elús? Y su mamá pasea allá en la cocina, preparando sabores
espaciales ¿Desde cuándo? «este platillo les va a encantar» «¡Este platillo les
va a encantar!» Sí Elús, ahora ves directamente al Sol y lo que le es propio.
Es hora de salir Elús, sal, sal de la caverna.
Elús responde, es papá:
«Hijo nos vamos a Europa a celebrar navidad. ¿Quieres ir?» Ladra. Europa le
parecía una idea estupenda. ¿Es en serio?
Está emocionado, viajar con la familia, su famiulia. Me parece genial ¿dónde
están? Está muy emocionado. En el
aeropuerto hijo. Descansar algunos días luego de tanta frustración en su
trabajo; a sus veinte y ya ofrece discursos, toda una promesa, pero descansar
la vendría bien. ¡Me encantaría ir! ¿A
qué hora sale el vuelo? Sentirse querido por papá, ser querido por mamá,
con quienes siente el deber de integrarse, participar, formar parte. En cinco minutos hijo, en cinco minutos.
Ser ciudadano. «En cinco minutos» Ser reconocido. Ladra y mira la alacena y
Elús también y comida para perro es todo lo que contiene. Comida para el pequeño
travieso que atraviesa el crepúsculo de la vida y lleva en el hocico su correa,
la mueve a un lado y al otro rascando la puerta, ladrando. Elús lo mira desde
la cocina, el gesto adusto sobre un apacible corazón. Una expresión sobria en
que él mismo se ve como un líder nato que mira desde el estrado-cocina, un
conductor-consultor-salvador de algún pueblo remoto del Perú al que rescata de
las garras hipócritas de los políticos que detestan consultar, consultar
previamente. No encuentra las llaves.
El gigante noble busca aquellos resplandores que chirrín-chirrín y abren
la puerta hacia la calle, pero otra vez se encierra en el cuarto del agua,
donde está el recipiente que calma mi sed y moviendo la cola lo miro de lejos,
vocifera ruidos complicados. Vocifera y mueve las patas hacia arriba, vocifera
y las mueve hacia abajo, como intentando rascarse el cuello, como queriendo
quitarse una pulga. Ahora está arrodillado, se le han caído los vidrios de los
ojos y grita otra vez. Quiere gritar y ya no aguanta. Grita el gigante y yo lo
quiero.
En verdad les digo hermanos, vocifera y mueve las manos hacia
arriba, que tengo en mi despacho un reto
sobre consulta previa e institucionalidad, sí, ¡con todas sus letras!,
institucionalidad indígena para un nuevo amanecer vocifera, y las mueve
hacia abajo, y estamos en un escenario en
el que se debe adquirir consciencia de fortalecer este derecho, como
intentando golpearse el cuello, así como
mejorar la confianza entre el pueblo y nosotros, como queriendo quitarse un
mosquito, su Estado. Mejorar la confianza
de los pueblos indígenas, mejorar las situaciones donde las demandas van más
allá de lo que se les consulta, recoger estas demandas, viabilizarlas hermanos,
viabilizarlas. El alcalde duda sobre la existencia de aquella palabra, sujeta
el sombrero con dos dedos y lo baja levemente hacia su frente, asiente. El Sol
quema plumas y cabezas. Es por ello
hermanos que la consulta previa no solo debe realizarse para actividades
extractivas, es un proceso de diálogo entre nosotros, el alcalde bebe a su
salud, sintiendo al ron causar estragos en sus entrañas, o para lograr acuerdos de convivencia, pues han de saber, que convivir
no siempre es pecado.
Elús mira distraído las
losetas resplandecientes del baño «Confianza, confianza» «¡La confianza es viable!» Quiere comprenderlos, desea comprender
a la persona que le dio la vida, también a mamá. Abre el caño. Desplaza con el
pie a Gizmo y bebe un poco mientras refresca su rostro que húmedo descansa
sobre un joven alto de ojos tristes, cargados de añoranza por aquellos días en
que ingenuo, «¿Será posible?» creía
ser. Ladra. «¿Será posible que no tenga
imagen?» Cepilla sus dientes
mientras el pequeño no deja de ladrar. Rasca y separa las patas traseras. DE-CI-DI-DO
a no buscarse en el espejo se hunde en pensamientos que lo llevan al día,
algunos años atrás, en que lograba ser mayor de edad y su padre le sostenía la
mirada mientras, el dorso desnudo, se rasuraba. Veía a su hijo de pie, lo
miraba en silencio, hacia arriba, Ven, Desde
el silencio hacia arriba, ven hijo ven.
Hombre de mirada adusta, rostro severo y desencajado. ¡Ven mierda! Un cigarro encendido en la comisura de los labios. Ponte otra ropa, cambia de peinado. No
sabía cuánto tiempo llevaba allí, ni que su hijo lo admiraba, ¿Ya te has tirado alguna hembrita?, que
esperaba su aprobación desde hacía tanto. ¿Ya
te has tirado algo? Lo toma del brazo con firmeza volteándolo mientras
presiona su cabeza contra el espejo. Mírate
bien, mírate bien. ¿Puedes verte? La luz constante de la vela en aquel
espacio oscuro del Perú de los noventas arroja sombras diseminadas entre
artículos de baño. Claro que no, Presiona
el mentón de su hijo igual que en el sueño que hasta hoy no logra dejar de
soñar, si no tienes imagen.
Se mete un palito en los dientes que bota humo. Arroja un olor extraño
entre sus piernas y sigue con el palito. No le da la gana de abrir la puerta,
lo sabe y no quiere. Repite esos sonidos («imagen imagen») los repite («cuestión de imagen») Separa
las patas traseras, mueve a un lado la cola y defeca. Mierda. Defeca con energía, ¡Mierda
mierda! y vigor. El gigante arroja el
palito, le sale humo del hocico y los vidrios de sus ojos caen otra vez. Agarra
por fin la cadena y abre la puerta jalando, jadeante. Defeca formando un
caminito sombreado mientras es arrastrado. Vocifera apuntando con su dedo. Vocifera
y se choca con una como él ¡Jesús!
Una como él pero no él, una a la que Gizmo ladra seguido, pero no un ladrido de
salir, uno de desconfianza.
-
Disculpe señora – dice Elús a su vecina.
-
¡Por Dios muchacho fíjese por dónde camina! –
dice la vecina.
-
Claro – responde Elús con voz insegura, sutil –
¿Cree usted en la suerte?
-
¿Cosa lá?
-
La suerte señora, la suerte – levanta el dedo y
le muestra un anillo de acero, lo acaricia – yo sí creo – regalo de una bruja
que mensualmente le brinda seguridad.
-
Santísimo Cristo resucitado, con amuletos y esas
tonterías a mí, ¡habrase visto!
-
Anillo, sí, y curado mire – Elús se saca el
anillo, sus dedos tiemblan y escapa entre sus manazas, su metro noventa. Cae al
piso y al instante es ingerido por el perro. Una lágrima asoma por el rostro
del abogado.
-
¿Y para qué le sirve eso? ¿Acaso está usted
llorando?
-
Me la dio mi… es que… tengo… estaba curado,
nadie lo podía tocar, nadie – dice Elús, solloza un poquito -. Suerte, me trae
la suerte, doy la imagen, doy la talla ante ellos señora, la talla ¿entiende? No
entiende. ¿Entiende o no entiende?... no entiende.
-
Pero joven, llorar por tan poca cosa. Si hubiera
sabido que usted… era tan… susceptible…
Es
así hermanos, que consideramos necesario mantener la institucionalidad sobre
sus pueblos, y en verdad les digo, que cualquier cambio supondría un retroceso,
una transferencia hacia la invisibilidad de un sub sector intercultural al que
no faltan complicaciones. Debemos fortalecer nuestros entes rectores y ustedes
son la base para el progreso hermanos. Pero él no progresa, al contrario,
sufre mientras transpira copiosamente. Inhala Elús: «Queremos restituir la imagen de sus pueblos y hacerla respetar por
aquellos que se dicen dueños de la verdad y conciben soluciones sin proponer o
preguntar y deciden por ustedes y deciden por nosotros mientras me pregunto
dónde están y ya lo ven que no están». Exhala. Ya ven, ya ven. Pero él no decide, al contrario, duda mientras
suelta un poco su corbata. ¡Juntos
progresando!
Elús sabe la verdad, sentado, sabe que su anillo de acero no
está más curado, y para él ese no es el significado de «poca cosa», al
contrario, ¡fuss!, Se siente
disperso, como imagen confundida entre la partida abrupta e inexplicable de sus
padres y el afecto medido que siempre le brindaron, como limitado, como mordido.
¡Fuss carajo fuss! Continúa bajando
las escaleras tras la mirada serena de la mujer que balbucea «Tus padres te
quieren querido, no es tu culpa». Ajusta la cadena y continúa bajando cuando
cada escalón se vuelve un submundo que respirar, uno más frío, el otro no. «No es tu culpa» repite Elús en voz baja.
¿Pero lo era? Si no hubiese estado allí la anciana, si no la hubiera empujado, si
tan solo siguiese durmiendo indiferente ante Gizmo que ahora orina en la puerta
del edificio un poco, tal vez ahora no estaría ese anillo en panza ajena. Como
quiera que fuese, Elús voltea y mira a la vecina que lo ha seguido de cerca
curiosa, algo preocupada.
-
¿Vecina, usted me ve?
-
¿Qué? Está usted hablando incoherencias.
-
¡Me ve o no me ve!
-
Ah carajo, habrase visto. – se acomoda los
ruleros la vecina con una mano, levanta el índice con la otra, como buscando
las palabras, entre insegura y ridícula - No sea usted majadero, pero claro que
lo veo.
-
Estuve pensando sabe, pensando en qué momento de
mi vida me volví invisible.
-
Pero si lo estoy viendo.
-
Invisible para papá, para mamá. Nada más mi
hermana me ha hablado siempre, de cerca, bajito, como evitando que la escuchen,
o me vean. Recuerdo que me cargó, no era más que una niña y yo ni caminaba bien,
y me puso sobre su hombro y me fui de cabeza sobre su espalda, hacia el suelo.
-
¿Fue ahí? – dice la vecina.
-
¿Fue ahí qué?
-
¿Carajo no está usted diciendo que se volvió
invisible?
-
Ah cierto, no, no fue ahí… fue cuando hice mi
comentario ese del beso, en el bar… con papá.
-
¿Y qué mierda tiene que ver una cosa con la
otra?
-
Toda señora, todo.
-
Me haces perder el tiempo – alza la mano la
vecina –, que no tengo por cierto, me voy.
-
No, espere que le cuento –. Elús detiene a la anciana
tirando levemente de un rulero, sus cabellos blancos sobresalen, ella da un
respingo.
-
Pero hijo, permita a esta anciana que…
-
¡Espere le digo! – solloza Elús y ella ahí,
quieta, como la muchedumbre ensimismada a la que él adora dirigirse, hablar, divagar
y convencer. Su “muchedumbre de confort”.
-
Tremendo manganzón.
-
Fue en el bar ¿sabe? Papá hablaba de sus vainas «y
sí, a tu edad me tiré a esta hembra, tremenda hembra y sí a la otra» y yo sí
papá, no papá y papá «lo que más me gustaba era andar agarrándolas ahí en la
calle, metiéndoles la lengua tú sabes» y yo… y a mí se me ocurrió decir «aj
papá ¿te gusta besar con lengua? ¡qué asco!» y papá callado me miraba, y así
estuvo, y así se quedó hasta hoy. No sabe nada de mí.
-
Cómo no va a saber querido, ¿no te traje yo un
regalo cuando me fui de viaje? ¿no le pregunté a Don Rigoberto? Don Rigoberto,
llego a Lima mañana, llevo regalos, ¿qué hace su hijo?
-
Nada – dice elús –, dijo papá.
-
Sí eso, eso respondió, nada. ¿Y no te regalé
lentes para nadar acaso?
-
Nada pues señora nada, nada de ni mierda, yo no
hacía nada en esos años.
-
Ah carajo – murmura la vecina.
La anciana arrastra su
andar hasta los escalones, empieza a subirlos. Entra en su departamento
despacio, moviendo la cabeza a un lado y otro: ¡habrase visto! Cierra la puerta con un movimiento brusco y la
madera tiembla mientras aplica el cerrojo. Elús no esperaba tal fortaleza
viniendo de una mujer que camina con evidente dificultad. Le recuerda a su
abuela, no por la fortaleza, más por el carácter. Siempre sigilosa, observaba
los castigos de papá, los reproches de mamá, testigo sordo de recuerdos que
detesta. Ladra. Elús avanza pensativo, se siente ahora castigado. Es una noche de
luna llena. A juzgar por el halo de luz que ilumina el vitral de la entrada del
edificio, se podría decir que aún no anochece. Cruza la avenida Guardia Civil.
Pisa el césped con cuidado, como midiendo sus pasos llora, Se han ido concha su madre, se han ido en navidad.
Es una tarde calurosa
en el pueblo, los sonidos de la selva descansan amodorrados y el alcalde
sirviendo más ron en su copa ve ocho horas de retraso en el reloj de pared,
sospecha que no va a llegar. Dos gallinas cruzan corriendo en la puerta de su
despacho, levantan polvo y estornuda. Se acomoda el saco gris, con parches en
los codos y mira su retrato en el cuadro. Aquel día estaba feliz, acababan de
elegirlo, todos festejaban y no quería aguarles la fiesta. Un rostro sobrio,
como amagando una sonrisa bajo el bigote, los ojos fijos en el horizonte
exponiendo pocas alegrías en su vida. Un rostro algo sombreado de sol que
contrasta con el brillo de sus dientes. Los vecinos gritando «¡Unas palabras!
¡Que hable!» y su timbre de voz con ese tono cantarín que termina siempre en
interrogación: «querido pueblo». Entonces se oye un alboroto en la calle «¡es
el joven es el joven!» El joven infunde en sus corazones el alborozo de saberse
consultados, pensar que pueden tomar decisiones sobre el lugar en el que viven,
creer que se puede mejorar. «Es el joven de Lima». Había preparado unas
palabras de agradecimiento por su reciente elección y esperaba ansioso su primer
evento público, donde recibiría al joven de Lima, al abogado que siendo de
ambiente preocupan temas como la consulta previa. Terminada la jornada, piensa
invitarlo a cenar en casa, comer los juanes de su mujer y brindar por su
pueblo.
Vuelve a su despacho
contrariado, mirando el ventilador pum pum que ya de viejo y el aire en esa
etapa fresca en que acompaña su propia modorra. Los electores caminan como
zombies mientras los contempla por la ventana acalorado. Algo más de ron a
través de su garganta. Nota las nubes que van oscureciendo su mundo, con el Sol
que ahogado lanza brazos de luz en señal de socorro, con el agua cayendo en
pedacitos, rompiendo arriba, chocando abajo y rebotando. Allí está Elús,
bajando a lo lejos de una moto-taxi, con el andar soberbio de quien todo lo
sabe sin consultar; con aquella corbata rosa, terno, sombrero de copa, zapatos
de charol. Sostiene un bastón con el que se abre paso entre los salvajes dignos
de admirar su presencia. Alcalde jala su silla ante la ventana y le hace señas
amistosas con la mano, con lo cual Elús, a lo lejos, pareció retomar el rumbo
hacia él, acomodándose el saco y aquel cabello engominado que cae en dos
mechones sobre su frente amplia de cejas pobladas, mirada mojada. Una barba
rala enarca el rostro del abogado. El trueno. Elús muestra ahora un rostro
iluminado tras un sonido terrible bajo el cielo oscuro. Buenas tardes su señoría.
-
Caramba joven, me hace sentir usted como un don,
cuando sólo soy un nativo de un pueblo alejado – dice alcalde alagado.
-
Faltaba más mi estimado, lo felicito, es ahora
usted alcalde. Espero tenga a bien contarme las nuevas.
-
Las nuevas se las cuento en casa, mi mujer ha
preparado unos fuanes que no imagina, ¿le hablará al pueblo hoy?
-
Hablaré mañana temprano – dice Elús mientras
acaricia el anillo de acero en su anular. Enciende un cigarro.
-
¿Todo bien joven? – alcalde se muestra
contrariado, Elús eleva la voz de un momento a otro, arroja el cigarro y tose
un poco.
-
Todo bien no, todo bien no ¿cómo puede estar
todo bien? Me olvidé de curarlo ¿entiende? No sé si comprende lo que es eso.
Tengo muchos enemigos, uno nunca sabe. El cazo sonó estupendamente sobre mi
cabeza y manos, pero en mis pies, nada. Y ella me dijo que estaba encadenado.
-
¿Encadenado? Cómo puede ser – dice alcalde.
-
Tal vez, puede ser me dijo la bruja, en todo
caso olvidé curar mi anillo, han pasado días, ¡semanas!
-
¿Quién pudo ser? – alcalde ofrece un pañuelo al
joven.
-
No lo sé, puede ser cualquiera, aquí y allá, me
odian. Invite uno de esos, venga.
-
Ron del bueno joven.
-
He cambiado don, siento que puedo, siento que
puedo don y hablaré con su gente, hablaré ante su gente y me verán, verán y
sabrán que soy, que estoy, que emano interculturalidad -. Elús camina hacia la
puerta, de un porrazo la cierra y se despide con la mano alzada, sin mirar. Se
enreda con el bastón, tropieza y cae de rodillas, los brazos extendidos, las
manos abiertas, el rostro encarando al cielo y de vuelta al frío lodo. Se queda
ahí, boca abajo entre el barro, ante los pobladores que en principio no salen
de su letargo pero que ahora, como en cámara lenta, como paso a paso, salen de
su asombro arrastrando sus cuerpos con caddencia. Primero la imagen (luz, Elús,
color, forma), luego el sonido (gallinas, truenos, lluvia), ahora la distancia
es menor mientras se acercan al cuerpo que ya no está tan lejos ni es de Lima,
es un abogado de ahí, de ellos. Elús saca el rostro a la superficie, los ve. Se
desmaya.
El pueblo lo conoce, lo
reconoce. Allí está el joven que los anima, que los convoca y exhorta a
participar- sentirse-parte-ser-estar-formar-parte-de. Esa mujer del pelo suelto
y mirada somnolienta lo mira directo a los ojos soltando un suspiro mientras se
peina. Un niño desnudo de unos seis años se acerca e intenta levantarlo,
agarrándolo del cuello, un poco del sobaco; está ahora colorado del esfuerzo y
dice un par de palabras que Elús no entiende. Su madre se acerca, limpia su
rostro con el dorso de su falda, algo percudido ante sus ojos e intenta ayudar
al guambrillo; ahora un hombre con arrugas que sonríe mostrando un diente de
oro, ahora un hombre que hasta el momento tenía los brazos cruzados se anima a
levantar al abogado que con la punta del zapato ensucia sus penachos de plumas
multicolor y la comadre levanta las manos con todos, entre todos sostienen en
alto entre sus manos al joven en actitud crucificada, los ojos cerrados, los
brazos abiertos, la baba escurriendo. Entre todos sostienen el cuerpo en alto,
sobre ellos, cual sacrificio, como una ofrenda especial medio desmayada, medio
sucia-avergonzada que se pasan de mano en mano, sin consultar.
Olfatea, atrapa olores,
los prueba moviendo la cola oliendo aquí y allá. Elús admira la imponente
estructura del Museo de la Nación adornado con esas brillantes luces navideñas,
le parece un espectáculo fascinante bajo una noche húmeda, acaso fría. Es la tercera operación que te hacemos.
Cuándo, dime cuándo te vas a morir. ¡Tienes 16 años! Un perro de tu tamaño no
vive tanto. ¿Cómo haces? Gizmo lo mira, entiende. Olfatea despidiendo
chorritos de orina en cada árbol. Levanta la pata manteniendo el equilibrio
mientras Elús distraído jala la cadena, mirando desde arriba cuan alto es. Su
terno arrugado, la corbata rosa, la camisa desabotonada. Gizmo levanta tanto la
pata que termina orinándose a sí mismo, en un chorrito arqueado que Elús
advierte y aprieta los labios negando con la cabeza. Vuelve a tirar de la
correa, arrastrando al pequeño patas arriba. ¿Es posible que estés tan viejo? Le da la vuelta despacio y
acaricia el lomo del pequeño, una, dos veces sintiendo la textura, los pelos
que entrelazados en matas son suaves, una pequeña bola de pelos suave, como
cada toalla que usa después de bañarse y al instante desecha; como el sueño que
no logra olvidar. Boca arriba mueve la cola. Ladra. Elús llora.