lunes, 12 de junio de 2017

Invisible

Elús Sarmiento duerme. La República de Platón sobre su pecho que sube, amarillenta y deteriorada, acompaña el descanso que la elevada temperatura sofoca su pecho que baja. Sin despertar arranca la corbata rosa de su cuello arrojándola lejos. Ladra. Mantiene la boca abierta mientras la baba escurre por su mentón. Vuelve a ladrar. Escribir informes para el Ministerio de Ambiente lo agota, no es el trabajo que esperaba. «Abogado de ambiente», susurra mientras duerme, «de ambiente» y cruza la pierna sobre una almohada juntando la otra así, como en cucharita, sí, se siente así y sonríe Elús, antes que el micrófono aumente su voz en un discurso más ante una comunidad indígena, esta vez en Madre de Dios, donde influye bajo una mañana calurosa, manipula, se siente parte y sueña que es. Ladra.

Y desde ya les digo hermanos, la mujer del pelo suelto y mirada soñolienta suspira resignada negándose a creer en sus palabras, que la consulta previa no es una concesión, sino un derecho de ustedes y su pueblo, se peina se peina y lo mira, un derecho gracias al cual iniciaremos procesos de diálogo sobre distintas medidas que impactarán gravemente sobre sus familias y comunidad, el hombre de las arrugas sonríe mostrando un único diente de oro y cree que empieza a creer, sobre cultura. No hablo únicamente de proyectos de extracción de minerales o hidrocarburos, hablo de cualquier medida que afecte sus derechos, su modo de vida hermanos, su modo de vida y la forma en que lo ejercen. Es entonces cuando les hago la consulta: ¿Quieren consulta? El hombre de los brazos cruzados acomoda sus penachos de plumas multicolor elevando la vista hacia el estrado donde el abogado está de pie, como un gran árbol ante sus ojos, de tronco firme y ramas que van y vienen ante las afrentas del viento, casi haciendo equilibrio las mueve cuan largo es aquel abogado, o tal vez se mueven a su antojo, y sí quiere y cubre la vista con una mano bajo el sol que hinca y ahora lo puede ver mejor, su altura, cordura, garbo, ¿la quieren después, o antes de suscribir contratos de concesión de lotes petroleros? ¿de gas? ¿qué entienden ustedes sobre todo esto hermanos? ¿qué entienden? Y yo digo basta, el pequeño dice «bashta bashta» y yo digo ¡sigamos consultando! Y la madre dice «sigamos» y la comadre grita «¡sigamos!» mientras Elús seca su rostro con un pañuelo, de pronto allí una vasija con cocona que Elús acerca a su boca recordando a Gizmo, cierra los ojos y casi saca la lengua para beber, pero en lugar de ello la bebe nomás, así, tan tranquilo. No todos los conflictos sociales se resuelven mediante consultas previas, pero debemos saber cuántos hay, cuáles nos convienen. Consultar previamente es tarea de todos y para eso estoy aquí, pues he venido a decirles, ¡que respeto su interculturalidad! Respeto dicen respeto cantan respeto gritan con un grito de esos que casi no se pueden oír. Siente la necesidad apremiante de orinar y baja del estrado corriendo antes que sea tarde. Pisa un charco, apoya la mano sobre una palmera y cierra los ojos, sonríe mientras el líquido escapa de su vida, los ojos cerrados hacia el cielo. Las 2 p.m., es tarde.

Mordisquea la sábana mientras observa los pies descalzos, ya lame uno con insistencia. ¡Apoyarán la ley de consulta previa y no quiero que me jodan! La pesadilla pesada termina con Elús vociferando y una lengua lamiendo su cara. El sol escupe sobre su rostro cetrino una luz punzante, diurna. Abre los ojos irritado mientras vuelve del aquel sueño recurrente y advierte la silueta sombreada, como el bosquejo en borrador de un duendecillo dibujado a lápiz, de trazos remarcados, que jadeante mueve la cola bajo una maraña de pelos blancos-cremas. Ladra.

El gigante es bondadoso, oscuro, de movimientos lentos y patas largas, muy largas. En lugar de dar vueltas a la cama antes de dormir, se golpea allí abajo, se golpea varias veces todas la noches haciendo un sonido raro con el hocico hasta que termina, recién es cuando duerme. Y cuando duerme grita, grita y grita como si le gritase a alguien, a muchos humanos. Grita. ¿Cómo avisarle que debo salir? Lamo y no basta, ladro y no se da cuenta. Grita. Sigue dormido, y mucha baba y la pruebo, y es rica, sí. Así y así hasta que se acaba y no bastan las horas a su lado, desde siempre. Como cuando pequeño el gigante lo cargaba y hacía caricias, besando la nariz que ya casi no huele. «¿Quién es mi chiquito? ¿quién es mi chiquito?» Recuerda su imagen con ojos que casi no ven, el recuerdo era vista y luego se volvió olfato; el recuerdo es ahora compañía, presencia y costumbre.
               
Elús tiene hambre, se acerca descalzo a la cocina mientras rasca una nalga. Abre la alacena recordando aquella llamada. Los odia. Ladra. Gizmo se cruza entre sus piernas y sentado mordisquea una de sus sandalias, gruñe bajito y ladra. Sus padres han partido y solo dejaron comida para perro, no le sorprende. Respondió el celular antes de abrir su libro, antes de penetrar en ese espacio cavernoso en el que los prisioneros desde siempre sólo miran a la pared del fondo, como los castigos de papá, «un dos tres toca la pared… no gires la cabeza», y allí está la hoguera, imprimiendo sombras en la piedra mental que Elús puede ver de su familia comiendo en navidad, y allí está el pavo y su olor penetrante, suave, un olor suave al ser consciente de la verdad sobre aquellas sombras, y esa fue la verdad de su niñez, condenado a tomar por cierta aquella familia de la cual hoy quedan sombras y siempre atento a lo que ocurre a sus espaldas. Por eso el anillo, por eso la bruja, por eso la curación. ¿Qué ocurrió Elús cuando fuiste liberado de pronto en la facultad y obligado a ver la hoguera de trabajar en el Ministerio aquel? ¿Fue la realidad más profunda que la de tu edad mágica? ¿Asumiste hasta hoy tu nueva situación áspera, ahora escarpada en tu subida? ¿Desde cuando ves platillos voladores Elús? Y su mamá pasea allá en la cocina, preparando sabores espaciales ¿Desde cuándo? «este platillo les va a encantar» «¡Este platillo les va a encantar!» Sí Elús, ahora ves directamente al Sol y lo que le es propio. Es hora de salir Elús, sal, sal de la caverna.

Elús responde, es papá: «Hijo nos vamos a Europa a celebrar navidad. ¿Quieres ir?» Ladra. Europa le parecía una idea estupenda. ¿Es en serio? Está emocionado, viajar con la familia, su famiulia. Me parece genial ¿dónde están? Está muy emocionado. En el aeropuerto hijo. Descansar algunos días luego de tanta frustración en su trabajo; a sus veinte y ya ofrece discursos, toda una promesa, pero descansar la vendría bien. ¡Me encantaría ir! ¿A qué hora sale el vuelo? Sentirse querido por papá, ser querido por mamá, con quienes siente el deber de integrarse, participar, formar parte. En cinco minutos hijo, en cinco minutos. Ser ciudadano. «En cinco minutos» Ser reconocido. Ladra y mira la alacena y Elús también y comida para perro es todo lo que contiene. Comida para el pequeño travieso que atraviesa el crepúsculo de la vida y lleva en el hocico su correa, la mueve a un lado y al otro rascando la puerta, ladrando. Elús lo mira desde la cocina, el gesto adusto sobre un apacible corazón. Una expresión sobria en que él mismo se ve como un líder nato que mira desde el estrado-cocina, un conductor-consultor-salvador de algún pueblo remoto del Perú al que rescata de las garras hipócritas de los políticos que detestan consultar, consultar previamente. No encuentra las llaves.

El gigante noble busca aquellos resplandores que chirrín-chirrín y abren la puerta hacia la calle, pero otra vez se encierra en el cuarto del agua, donde está el recipiente que calma mi sed y moviendo la cola lo miro de lejos, vocifera ruidos complicados. Vocifera y mueve las patas hacia arriba, vocifera y las mueve hacia abajo, como intentando rascarse el cuello, como queriendo quitarse una pulga. Ahora está arrodillado, se le han caído los vidrios de los ojos y grita otra vez. Quiere gritar y ya no aguanta. Grita el gigante y yo lo quiero.

En verdad les digo hermanos, vocifera y mueve las manos hacia arriba, que tengo en mi despacho un reto sobre consulta previa e institucionalidad, sí, ¡con todas sus letras!, institucionalidad indígena para un nuevo amanecer vocifera, y las mueve hacia abajo, y estamos en un escenario en el que se debe adquirir consciencia de fortalecer este derecho, como intentando golpearse el cuello, así como mejorar la confianza entre el pueblo y nosotros, como queriendo quitarse un mosquito, su Estado. Mejorar la confianza de los pueblos indígenas, mejorar las situaciones donde las demandas van más allá de lo que se les consulta, recoger estas demandas, viabilizarlas hermanos, viabilizarlas. El alcalde duda sobre la existencia de aquella palabra, sujeta el sombrero con dos dedos y lo baja levemente hacia su frente, asiente. El Sol quema plumas y cabezas. Es por ello hermanos que la consulta previa no solo debe realizarse para actividades extractivas, es un proceso de diálogo entre nosotros, el alcalde bebe a su salud, sintiendo al ron causar estragos en sus entrañas, o para lograr acuerdos de convivencia, pues han de saber, que convivir no siempre es pecado.

Elús mira distraído las losetas resplandecientes del baño «Confianza, confianza» «¡La confianza es viable!» Quiere comprenderlos, desea comprender a la persona que le dio la vida, también a mamá. Abre el caño. Desplaza con el pie a Gizmo y bebe un poco mientras refresca su rostro que húmedo descansa sobre un joven alto de ojos tristes, cargados de añoranza por aquellos días en que ingenuo, «¿Será posible?» creía ser. Ladra. «¿Será posible que no tenga imagen?» Cepilla sus dientes mientras el pequeño no deja de ladrar. Rasca y separa las patas traseras. DE-CI-DI-DO a no buscarse en el espejo se hunde en pensamientos que lo llevan al día, algunos años atrás, en que lograba ser mayor de edad y su padre le sostenía la mirada mientras, el dorso desnudo, se rasuraba. Veía a su hijo de pie, lo miraba en silencio, hacia arriba, Ven, Desde el silencio hacia arriba, ven hijo ven. Hombre de mirada adusta, rostro severo y desencajado. ¡Ven mierda! Un cigarro encendido en la comisura de los labios. Ponte otra ropa, cambia de peinado. No sabía cuánto tiempo llevaba allí, ni que su hijo lo admiraba, ¿Ya te has tirado alguna hembrita?, que esperaba su aprobación desde hacía tanto. ¿Ya te has tirado algo? Lo toma del brazo con firmeza volteándolo mientras presiona su cabeza contra el espejo. Mírate bien, mírate bien. ¿Puedes verte? La luz constante de la vela en aquel espacio oscuro del Perú de los noventas arroja sombras diseminadas entre artículos de baño. Claro que no, Presiona el mentón de su hijo igual que en el sueño que hasta hoy no logra dejar de soñar, si no tienes imagen.

Se mete un palito en los dientes que bota humo. Arroja un olor extraño entre sus piernas y sigue con el palito. No le da la gana de abrir la puerta, lo sabe y no quiere. Repite esos sonidos («imagen imagen») los repite («cuestión de imagen») Separa las patas traseras, mueve a un lado la cola y defeca. Mierda. Defeca con energía, ¡Mierda mierda! y vigor. El gigante arroja el palito, le sale humo del hocico y los vidrios de sus ojos caen otra vez. Agarra por fin la cadena y abre la puerta jalando, jadeante. Defeca formando un caminito sombreado mientras es arrastrado. Vocifera apuntando con su dedo. Vocifera y se choca con una como él ¡Jesús! Una como él pero no él, una a la que Gizmo ladra seguido, pero no un ladrido de salir, uno de desconfianza.
-        Disculpe señora – dice Elús a su vecina.
-        ¡Por Dios muchacho fíjese por dónde camina! – dice la vecina.
-        Claro – responde Elús con voz insegura, sutil – ¿Cree usted en la suerte?
-        ¿Cosa lá?
-        La suerte señora, la suerte – levanta el dedo y le muestra un anillo de acero, lo acaricia – yo sí creo – regalo de una bruja que mensualmente le brinda seguridad.
-        Santísimo Cristo resucitado, con amuletos y esas tonterías a mí, ¡habrase visto!
-        Anillo, sí, y curado mire – Elús se saca el anillo, sus dedos tiemblan y escapa entre sus manazas, su metro noventa. Cae al piso y al instante es ingerido por el perro. Una lágrima asoma por el rostro del abogado.
-        ¿Y para qué le sirve eso? ¿Acaso está usted llorando?
-        Me la dio mi… es que… tengo… estaba curado, nadie lo podía tocar, nadie – dice Elús, solloza un poquito -. Suerte, me trae la suerte, doy la imagen, doy la talla ante ellos señora, la talla ¿entiende? No entiende. ¿Entiende o no entiende?... no entiende.
-        Pero joven, llorar por tan poca cosa. Si hubiera sabido que usted… era tan… susceptible…

Es así hermanos, que consideramos necesario mantener la institucionalidad sobre sus pueblos, y en verdad les digo, que cualquier cambio supondría un retroceso, una transferencia hacia la invisibilidad de un sub sector intercultural al que no faltan complicaciones. Debemos fortalecer nuestros entes rectores y ustedes son la base para el progreso hermanos. Pero él no progresa, al contrario, sufre mientras transpira copiosamente. Inhala Elús: «Queremos restituir la imagen de sus pueblos y hacerla respetar por aquellos que se dicen dueños de la verdad y conciben soluciones sin proponer o preguntar y deciden por ustedes y deciden por nosotros mientras me pregunto dónde están y ya lo ven que no están». Exhala. Ya ven, ya ven. Pero él no decide, al contrario, duda mientras suelta un poco su corbata. ¡Juntos progresando!

Elús sabe la verdad, sentado, sabe que su anillo de acero no está más curado, y para él ese no es el significado de «poca cosa», al contrario, ¡fuss!, Se siente disperso, como imagen confundida entre la partida abrupta e inexplicable de sus padres y el afecto medido que siempre le brindaron, como limitado, como mordido. ¡Fuss carajo fuss! Continúa bajando las escaleras tras la mirada serena de la mujer que balbucea «Tus padres te quieren querido, no es tu culpa». Ajusta la cadena y continúa bajando cuando cada escalón se vuelve un submundo que respirar, uno más frío, el otro no. «No es tu culpa» repite Elús en voz baja. ¿Pero lo era? Si no hubiese estado allí la anciana, si no la hubiera empujado, si tan solo siguiese durmiendo indiferente ante Gizmo que ahora orina en la puerta del edificio un poco, tal vez ahora no estaría ese anillo en panza ajena. Como quiera que fuese, Elús voltea y mira a la vecina que lo ha seguido de cerca curiosa, algo preocupada.
-        ¿Vecina, usted me ve?
-        ¿Qué? Está usted hablando incoherencias.
-        ¡Me ve o no me ve!
-        Ah carajo, habrase visto. – se acomoda los ruleros la vecina con una mano, levanta el índice con la otra, como buscando las palabras, entre insegura y ridícula - No sea usted majadero, pero claro que lo veo.
-        Estuve pensando sabe, pensando en qué momento de mi vida me volví invisible.
-        Pero si lo estoy viendo.
-        Invisible para papá, para mamá. Nada más mi hermana me ha hablado siempre, de cerca, bajito, como evitando que la escuchen, o me vean. Recuerdo que me cargó, no era más que una niña y yo ni caminaba bien, y me puso sobre su hombro y me fui de cabeza sobre su espalda, hacia el suelo.
-        ¿Fue ahí? – dice la vecina.
-        ¿Fue ahí qué?
-        ¿Carajo no está usted diciendo que se volvió invisible?
-        Ah cierto, no, no fue ahí… fue cuando hice mi comentario ese del beso, en el bar… con papá.
-        ¿Y qué mierda tiene que ver una cosa con la otra?
-        Toda señora, todo.
-        Me haces perder el tiempo – alza la mano la vecina –, que no tengo por cierto, me voy.
-        No, espere que le cuento –. Elús detiene a la anciana tirando levemente de un rulero, sus cabellos blancos sobresalen, ella da un respingo.
-        Pero hijo, permita a esta anciana que…
-        ¡Espere le digo! – solloza Elús y ella ahí, quieta, como la muchedumbre ensimismada a la que él adora dirigirse, hablar, divagar y convencer. Su “muchedumbre de confort”.
-        Tremendo manganzón.
-        Fue en el bar ¿sabe? Papá hablaba de sus vainas «y sí, a tu edad me tiré a esta hembra, tremenda hembra y sí a la otra» y yo sí papá, no papá y papá «lo que más me gustaba era andar agarrándolas ahí en la calle, metiéndoles la lengua tú sabes» y yo… y a mí se me ocurrió decir «aj papá ¿te gusta besar con lengua? ¡qué asco!» y papá callado me miraba, y así estuvo, y así se quedó hasta hoy. No sabe nada de mí.
-        Cómo no va a saber querido, ¿no te traje yo un regalo cuando me fui de viaje? ¿no le pregunté a Don Rigoberto? Don Rigoberto, llego a Lima mañana, llevo regalos, ¿qué hace su hijo?
-        Nada – dice elús –, dijo papá.
-        Sí eso, eso respondió, nada. ¿Y no te regalé lentes para nadar acaso?
-        Nada pues señora nada, nada de ni mierda, yo no hacía nada en esos años.
-        Ah carajo – murmura la vecina.

La anciana arrastra su andar hasta los escalones, empieza a subirlos. Entra en su departamento despacio, moviendo la cabeza a un lado y otro: ¡habrase visto! Cierra la puerta con un movimiento brusco y la madera tiembla mientras aplica el cerrojo. Elús no esperaba tal fortaleza viniendo de una mujer que camina con evidente dificultad. Le recuerda a su abuela, no por la fortaleza, más por el carácter. Siempre sigilosa, observaba los castigos de papá, los reproches de mamá, testigo sordo de recuerdos que detesta. Ladra. Elús avanza pensativo, se siente ahora castigado. Es una noche de luna llena. A juzgar por el halo de luz que ilumina el vitral de la entrada del edificio, se podría decir que aún no anochece. Cruza la avenida Guardia Civil. Pisa el césped con cuidado, como midiendo sus pasos llora, Se han ido concha su madre, se han ido en navidad.

Es una tarde calurosa en el pueblo, los sonidos de la selva descansan amodorrados y el alcalde sirviendo más ron en su copa ve ocho horas de retraso en el reloj de pared, sospecha que no va a llegar. Dos gallinas cruzan corriendo en la puerta de su despacho, levantan polvo y estornuda. Se acomoda el saco gris, con parches en los codos y mira su retrato en el cuadro. Aquel día estaba feliz, acababan de elegirlo, todos festejaban y no quería aguarles la fiesta. Un rostro sobrio, como amagando una sonrisa bajo el bigote, los ojos fijos en el horizonte exponiendo pocas alegrías en su vida. Un rostro algo sombreado de sol que contrasta con el brillo de sus dientes. Los vecinos gritando «¡Unas palabras! ¡Que hable!» y su timbre de voz con ese tono cantarín que termina siempre en interrogación: «querido pueblo». Entonces se oye un alboroto en la calle «¡es el joven es el joven!» El joven infunde en sus corazones el alborozo de saberse consultados, pensar que pueden tomar decisiones sobre el lugar en el que viven, creer que se puede mejorar. «Es el joven de Lima». Había preparado unas palabras de agradecimiento por su reciente elección y esperaba ansioso su primer evento público, donde recibiría al joven de Lima, al abogado que siendo de ambiente preocupan temas como la consulta previa. Terminada la jornada, piensa invitarlo a cenar en casa, comer los juanes de su mujer y brindar por su pueblo.

Vuelve a su despacho contrariado, mirando el ventilador pum pum que ya de viejo y el aire en esa etapa fresca en que acompaña su propia modorra. Los electores caminan como zombies mientras los contempla por la ventana acalorado. Algo más de ron a través de su garganta. Nota las nubes que van oscureciendo su mundo, con el Sol que ahogado lanza brazos de luz en señal de socorro, con el agua cayendo en pedacitos, rompiendo arriba, chocando abajo y rebotando. Allí está Elús, bajando a lo lejos de una moto-taxi, con el andar soberbio de quien todo lo sabe sin consultar; con aquella corbata rosa, terno, sombrero de copa, zapatos de charol. Sostiene un bastón con el que se abre paso entre los salvajes dignos de admirar su presencia. Alcalde jala su silla ante la ventana y le hace señas amistosas con la mano, con lo cual Elús, a lo lejos, pareció retomar el rumbo hacia él, acomodándose el saco y aquel cabello engominado que cae en dos mechones sobre su frente amplia de cejas pobladas, mirada mojada. Una barba rala enarca el rostro del abogado. El trueno. Elús muestra ahora un rostro iluminado tras un sonido terrible bajo el cielo oscuro. Buenas tardes su señoría.
-        Caramba joven, me hace sentir usted como un don, cuando sólo soy un nativo de un pueblo alejado – dice alcalde alagado.
-        Faltaba más mi estimado, lo felicito, es ahora usted alcalde. Espero tenga a bien contarme las nuevas.
-        Las nuevas se las cuento en casa, mi mujer ha preparado unos fuanes que no imagina, ¿le hablará al pueblo hoy?
-        Hablaré mañana temprano – dice Elús mientras acaricia el anillo de acero en su anular. Enciende un cigarro.
-        ¿Todo bien joven? – alcalde se muestra contrariado, Elús eleva la voz de un momento a otro, arroja el cigarro y tose un poco.
-        Todo bien no, todo bien no ¿cómo puede estar todo bien? Me olvidé de curarlo ¿entiende? No sé si comprende lo que es eso. Tengo muchos enemigos, uno nunca sabe. El cazo sonó estupendamente sobre mi cabeza y manos, pero en mis pies, nada. Y ella me dijo que estaba encadenado.
-        ¿Encadenado? Cómo puede ser – dice alcalde.
-        Tal vez, puede ser me dijo la bruja, en todo caso olvidé curar mi anillo, han pasado días, ¡semanas!
-        ¿Quién pudo ser? – alcalde ofrece un pañuelo al joven.
-        No lo sé, puede ser cualquiera, aquí y allá, me odian. Invite uno de esos, venga.
-        Ron del bueno joven.
-        He cambiado don, siento que puedo, siento que puedo don y hablaré con su gente, hablaré ante su gente y me verán, verán y sabrán que soy, que estoy, que emano interculturalidad -. Elús camina hacia la puerta, de un porrazo la cierra y se despide con la mano alzada, sin mirar. Se enreda con el bastón, tropieza y cae de rodillas, los brazos extendidos, las manos abiertas, el rostro encarando al cielo y de vuelta al frío lodo. Se queda ahí, boca abajo entre el barro, ante los pobladores que en principio no salen de su letargo pero que ahora, como en cámara lenta, como paso a paso, salen de su asombro arrastrando sus cuerpos con caddencia. Primero la imagen (luz, Elús, color, forma), luego el sonido (gallinas, truenos, lluvia), ahora la distancia es menor mientras se acercan al cuerpo que ya no está tan lejos ni es de Lima, es un abogado de ahí, de ellos. Elús saca el rostro a la superficie, los ve. Se desmaya.

El pueblo lo conoce, lo reconoce. Allí está el joven que los anima, que los convoca y exhorta a participar- sentirse-parte-ser-estar-formar-parte-de. Esa mujer del pelo suelto y mirada somnolienta lo mira directo a los ojos soltando un suspiro mientras se peina. Un niño desnudo de unos seis años se acerca e intenta levantarlo, agarrándolo del cuello, un poco del sobaco; está ahora colorado del esfuerzo y dice un par de palabras que Elús no entiende. Su madre se acerca, limpia su rostro con el dorso de su falda, algo percudido ante sus ojos e intenta ayudar al guambrillo; ahora un hombre con arrugas que sonríe mostrando un diente de oro, ahora un hombre que hasta el momento tenía los brazos cruzados se anima a levantar al abogado que con la punta del zapato ensucia sus penachos de plumas multicolor y la comadre levanta las manos con todos, entre todos sostienen en alto entre sus manos al joven en actitud crucificada, los ojos cerrados, los brazos abiertos, la baba escurriendo. Entre todos sostienen el cuerpo en alto, sobre ellos, cual sacrificio, como una ofrenda especial medio desmayada, medio sucia-avergonzada que se pasan de mano en mano, sin consultar.

Olfatea, atrapa olores, los prueba moviendo la cola oliendo aquí y allá. Elús admira la imponente estructura del Museo de la Nación adornado con esas brillantes luces navideñas, le parece un espectáculo fascinante bajo una noche húmeda, acaso fría. Es la tercera operación que te hacemos. Cuándo, dime cuándo te vas a morir. ¡Tienes 16 años! Un perro de tu tamaño no vive tanto. ¿Cómo haces? Gizmo lo mira, entiende. Olfatea despidiendo chorritos de orina en cada árbol. Levanta la pata manteniendo el equilibrio mientras Elús distraído jala la cadena, mirando desde arriba cuan alto es. Su terno arrugado, la corbata rosa, la camisa desabotonada. Gizmo levanta tanto la pata que termina orinándose a sí mismo, en un chorrito arqueado que Elús advierte y aprieta los labios negando con la cabeza. Vuelve a tirar de la correa, arrastrando al pequeño patas arriba. ¿Es posible que estés tan viejo? Le da la vuelta despacio y acaricia el lomo del pequeño, una, dos veces sintiendo la textura, los pelos que entrelazados en matas son suaves, una pequeña bola de pelos suave, como cada toalla que usa después de bañarse y al instante desecha; como el sueño que no logra olvidar. Boca arriba mueve la cola. Ladra. Elús llora.                                                
                                  
Invisible
Juma Paredes
Octubre, 2017
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anacoreta y yo (tres: sobre su fotografía y una clase magistral)

Tengo quince, le sonrío. No toma la foto. Sí retrata a las parejas de la izquierda, ellos ebrios, ellas con la orquídea en el pecho-muñeca....