sábado, 13 de octubre de 2018

anacoreta y yo (tres: sobre su fotografía y una clase magistral)

Tengo quince, le sonrío. No toma la foto. Sí retrata a las parejas de la izquierda, ellos ebrios, ellas con la orquídea en el pecho-muñeca. Muñeca. No los veo, recorté la fotografía en mi mente, luego digitalmente. Yo detrás sonrío hacia él como si de mí se tratase, la muñeca y yo unidos en un breve espacio de tiempo al centro, la foto centrada, el click de su atención. Sale mi cara. Tengo quince. Somos tres, son dos, soy yo. Lejos, estiro la mano queriendo alcanzar esas manos. No me miran, eso me da risa. Nunca había probado un daiquiri. Estoy contento.

Ante todo, buenas noches, impostando la voz resopla Gerard, es para mí un placer iniciar este magno evento, dice grave precipitando el puro desde el bolsillo del saco, con la participación de nuestro compañero aquí presente que ha tenido bien en llamar “clase magistral”, aspira el humo antes de soltar aquella risa aguda, exasperante (“jo jo”, alternándola en ocasiones con un “ohooo” sostenido), tose un poco y resopla, doy la bienvenida además, suelta el humo, a nuestro bien ponderado equipo colombiano ya conectado en video conferencia para hacer las delicias de esta ponencia que quedará en los anales de la historia de nuestra empresa, nuestra casa. Aplausos por favor.

Tengo treinta, no sonrío. La mochila sobre mi regazo oculta mi gusto por ella, mi placer prohibido. Utopía. La tengo tan cerca. Mi foto a los quince mientras tecleo. Su cara tan blanca, sus ojos. Yo a los treinta mirando el monitor. Ella a mi lado tan lejos. La plataforma educativa de fondo, es mi foto la que brilla risueña, yo brillo risueño. Sonrío, más no le sonrío, le temo a sus cabellos lacios; soy fiel a mí, a mi cuerpo. Ya me digo que no ignoro la naturaleza sagrada de mi templo que glorifica al eterno en mí, en mi cuerpo y en mi espíritu. No la niego, no niego que ella me agrade, me agrada, ¡no me agrada! Sonrío. La mochila. Nunca desde entonces el pelo largo, nunca desde esa noche alegre de daiquiris. El baile de promoción conmigo apretado en ese terno que me dura hasta hoy, bastó con subirle la basta. Se enojan conmigo una vez más, se burlan de mi otrora alegría. No me importa mientras ella se siente a mi lado ejerciendo presión inconsciente bajo mi regazo. La mochila encima me oculta, lo oculta. No estoy contento.

Nuestro experto en tecnologías educativas ha de iniciar, un momento querido, la sesión de hoy exponiendo, que te esperes Geri querido, Lady Helena adelante por favor, ah no marica aaah no, ¿no qué?, estoy algo confundida no puede ser no entiendo, ¿no entiendes? Simplemente no puede ser, tal vez puedas ser más explícita, ¿esto se muestra a nuestro personal? ¿esta mamera se muestra a nuestros clientes?, this will be shown to our customers of course, ¿seguro?, sure, ¿seguro seguro?, ¡por qué no habría de estarlo!, para empezar querido me quitas esa foto horrorosa que has puesto ahí ¡a quién se le ocurre Geri!
-       Lady Helena – dice mi amigo anacoreta.
-       ¡Si se trata de atraer a nuestros clientes! – le dice Lady a Gerard, quien escucha atento, intentando salvar una ola más de la tempestad navegada durante más de una década, una ola más pasando como tantas, con él emergiendo, flotando un año, dos olas, tres décadas más. Resopla.
-       Lady Helena – dice Gerard resoplando.
-       ¡Esto es una afrenta no solo a nuestra marca, a nuestra misma institución!
-       A ver, Lady
-       ¡Me quitan ahorita mismo esa cosa!
-       A ver…
-       ¿A quién se le ocurre? ¡Quién es!

soy yo, es él. soy yo en esa foto, es él a sus quince. aquella pareja tan contenta no sale en la foto y yo aprendiendo a reír sí, aprendió a reír esa noche entre copas. había tomado mucho, tambaleaba canturreando una balada. arranqué mi corbata, la tiró al piso pisoteándola antes de alzar la vista-antes de reír-sí, antes del fin: “antes del click” (dicen ambos, escritor y retratado), mostrando aquel rostro desencajado de los ojos húmedos y el pelo largo (dice el escritor), oscuro bajo un terno gris heredado. oscuro y una corbata demasiado ajustada que desajusta (dice el escritor y sigue diciendo) antes de sonreír y después de hacerlo. esa noche aprendió a sonreír / “esa noche reí con el alma entera”. (dicen)
-      Estimada Lady Helena, sepa que es mi foto – ahora anacoreta formando un puño con una, taladrando su sien con el índice de la otra -, sepa que soy yo (y lo repite bajito).
-      Ala carachas, no sabía que era su foto, me va a disculpar, ¡pero su merced no negará que esa foto es frondia! – meciendo los cabellos Lady Helena entre el lag de una pobre conexión, su bogotano marcado y la vergüenza puesta a prueba ante tamaña muestra de sinceridad.
-      La escogí al azar, hice un algoritmo sencillo de búsqueda y elección de fotos, la base de datos estaba compuesta por una serie de imágenes, y por serie de imágenes me refiero a algunas imágenes, y por algunas imágenes me refiero a pocas imágenes, bueno, por pocas imágenes me refiero a dos, una de mi fiesta de promoción, la otra era la copia de la foto de mi fiesta de promoción, en ambas salgo riendo, soy yo riendo Lady Helena, soy yo (y lo repite bajito cubriendo su boca: “soyyo-soyyo-soyyo”)

Allí el anacoreta ahora quebrado en silencio tamborilea despacio sobre la mesa. Borra la foto del perfil, cerrando los ojos para atrapar el recuerdo de aquella noche en que feliz bailó con la chica de al lado, esa que lo obliga a usar la mochila en el regazo, esa a quien hace viajar continuamente al pasado, a la noche en que tomados de las manos sonríen a la cámara sin testigos. Una noche falta de amargura, carente de dolor.

Fotografía: Juma Paredes







       






        “Sobre su fotografía y una clase magistral”
                                                                     Juma Paredes
                                                                 Setiembre, 2018

anacoreta y yo (dos: precisamente)

…of course considero a todos los aquí presentes mis colaboradores, socios de negocio, casi parte de mi familia. Don´t know how decir esto darlings, en el fondo cada subordinado mío tiene sentimientos, esa idea la tengo cual top of mind; incluso venía en el ascensor pensando, intentando dar un twist a los últimos hechos, pero no se me ocurre nada. Verán, de arriba me presionan, quieren que resuelva esto A.S.A.P… I don´t know sweet lord… en fin, reconozco que la empresa está pasando por un momento de crisis, pero darlings, nunca nos había pasado esto, estoy absolutamente segura que juntos lo vamos a superar. Recuerden que el change es bueno, pero no fácil, en todo caso of course yo apunto al fracaso, si lo hacen, el triunfo será un hábito… pero el camino al éxito no es una línea recta queridos, course not, está lleno de golpes y caídas, de errores, y aprendizajes, así que yo les pido mentes positivas, y mucho ánimo para lo que viene – dice Mrs. Monroe ante aquellos subordinados ansiosos, deseando saber los motivos del corte presupuestal, la restricción de proyectos. La disminución en las ventas es preocupante, no pensaban que tanto. Derramando una lágrima dice, como quien acaba de colocarse mal un lente de contacto lo dice: “ustedes” -. Ustedes son mi familia…
-      Y nadie puede despedirte de tu familia – ya mi anacoreta amigo mirando de costado como miran los caballos, como los perros ante un llamado de atención. Las manos juntas, la espalda recta. Un valiente, pensé murmurando ante él completando la frase en voz alta, apropiándose de la idea. Callé -, ¿o sí?
-      ¿A qué te refieres darling? – ahora Mrs. Monroe mirando al subordinado tras un rostro provecto surcado de ventas y maquillaje, limpiando esa lágrima que tanto trabajo le costó soltar, lo ensayó durante días ante el espejo, una y otra vez. Maquillada en exceso, los cabellos oscuros, sujetos a una diadema tomada directamente de un catálogo de temporada, a pesar de haber pasado hace mucho su última temporada. Con la sonrisa impresa no logra disimular su incomodidad con semejante comentario venido de un ser insignificante como mi amigo, como yo, como todos los presentes. Aún recuerda los días de oro al frente de la empresa que cambió su vida, como estaba a punto de cambiar la de varios allí presentes. No era el caso de Gerard, el director asociado, a quien ella ahora dirige la mirada severa, diciendo sin decir: “fuck, controla a tu súbdito”. Y Gerard nada, resoplando, con él no es; ahora pasa la mano por los cabellos grasos, ahora resopla algo nervioso.
-      Bueno Mrs. Monroe – dice el anacoreta -, quisiera con su permiso hablar en nombre de todos, pues todos… y cuando digo todos me refiero al cien por ciento de los asistentes a esta sala, es decir, al menos el ochenta por ciento de esta sala piensa… con su permiso claro, o bueno, pienso que al menos estoy hablando en nombre de la mayoría, entiéndase el sesenta por ciento de los concurrentes cuya mitad no representa ni la mitad de la cantidad de personas a las que yo represento… es decir, creo estar hablando por mí, en realidad hablo por mí, digo…
-      ¡Oh my gosh!, este muchacho tiene problemas – masajea el punto exacto sobre su nariz mientras susurra, entre los ojos.
-      Desde luego, yo este, este… - cierra los ojos mi amigo, aspira intentando calmarse, reza un breve padre nuestro, balbuceando las palabras más representativas de la oración, sujetando el crucifijo que jamás se quita del cuello. El sudor humedeciendo los bordes del cuello de su camisa, allá va otra vez el dedo sobre la sien, muchas, demasiadas veces -. Quisiera saber si van a haber despidos, porque la verdad es que la empresa hace meses está aplicando la política de ahorro de costos para enfrentar la crisis por la que atraviesa, y en las sedes de otros países ya realizaron despidos masivos; así que me pregunto: ¿por qué aquí no? Pero luego la escucho emocionada diciendo que somos como su familia, que somos su familia, y la verdad yo la considero casi como mi abue… mi madre, sí, mi madre... (y lo repite bajito cubriendo su boca: “mimadre-mimadre-mimadre”) y aun así, con la venia de Dios, me atrevo a preguntar si habrán despidos. Estamos viviendo en incertidumbre, como acaso la vivieron los hijos de Israel en las faldas del monte mientras esperaban el regreso de Moisés. ¿Hay despidos o no hay despidos?
-      Esa – dice Mrs. Monroe, la sonrisa plasmada.
-      ¿Esa? – dice el anacoreta, son sus ojos los que preguntan.
-      Yes darling, esa… - ahora ella.
-      Esa… - ahora él.
-      Sí, esa…– ya Mrs. Monroe vívidamente eufórica, con el lenguaje ontológico a flor de labios y mi amigo henchido de orgullo con la mano en cubriendo su pecho se levanta de su asiento poco a poco, sibilino mira al equipo, siente orgullo, eso siente, como el busto de todos los héroes de batallas ganadas y guerras perdidas que aprendió estudiando con los agustinos.
-      ¡Esa!
-      Esa es precisamente la actitud… - “¡esa! ¡esa!”, piensa el anacoreta volviendo de improviso a los años más inocentes de su infancia perdida -, ¡que no queremos!
Sentado, reducido a la mínima expresión, el anacoreta suspira entre las intermitencias regulares del taladro en su sien y el vaivén de su cuerpo. Una lágrima asoma discreta recorriendo el lado izquierdo de su rosto hasta formar una manchita en la solapa de su camisa desgastada. Yo miro a Gerard impermeable, acorazado tras aquel alto cargo del sueldo abultado. Lo miro ponerse de pie para iniciar una perorata de cincuenta minutos sobre las reformas que se realizarán en el área para mejorar el clima laboral y prevenir otros se sumen a la actitud (que no queremos) del anacoreta, después de todo: “a ver, esa actitud no le hace bien a nadie, ¿no les parece?”, dice Gerard y yo tocando el hombro de mi amigo sollozante le digo señalando a Gerard: “¿sabes?, el próximo año voy a estar en ese lugar”. Carambolas, logro oír a mi amigo decir, y secándose las lágrimas intenta recuperar la compostura, ¿o sea que pretendes reemplazar a Gerard el próximo año? No mi estimado, quiero decir que el próximo año me siento en esa silla porque en esta cae el sol directo en mi cara, me incomoda.

 
Fotografía: Juma Paredes
            “precisamente”
                  Juma Paredes
                      Agosto, 2018

viernes, 12 de octubre de 2018

anacoreta y yo (uno: todos muertos)

Miro sus manos mientras las mira absorto el anacoreta, abiertas ante él como su alma sincera ante mí, abierta la boca también, como la mía delante de aquellos pantalones remendados, la basta subida bien podría decirse casi hasta las pantorrillas, subida a mano por él mismo para tal vez ahorrar un poco en esto, como en aquello. Un hombre simple, sincero e inocente.
-      ¿Sabías que es más rápido ir por este camino? – me pregunta acelerando el paso con el índice derecho taladrando su sien.
-      La verdad no, bajar al estacionamiento para llegar hasta el ascensor en lugar de caminar como ellos, por donde va todo el mundo, no comprendo – le digo y es cierto, marcar, ir al comedor, almorzar, volver a través de la plaza, tomar un café, volver a marcar. Sol, sonrisas, todos sonríen menos él.
-      No soy todo el mundo mi estimado, como tú, soy individuo; verás, circulan por allí muchas ideologías acerca de la naturaleza del hombre como individuo, en general, no consideran los principios.
-      ¿Te refieres al origen?
-      Me refiero a los valores.
-      No te entiendo y vamos a llegar tarde a la reunión en la Torre Azul, recuerda que la pidieron ei-es-ei-pi.
-      Don´t worry, he calculado el tiempo.
-      El tiempo.
-      Es correcto estimado – ya el taladro una vez más -, el tiempo (y lo repite bajito cubriendo su boca: “eltiempo-eltiempo-eltiempo”). Son dos minutos y treinta y cinco segundos si es viernes como hoy, cuando la mayoría no vuelve al trabajo después de almorzar. Digamos que demoras menos, pero demoras.
-      ¿Y por el estacionamiento?
-      Tres minutos… verás, por ejemplo, ahí tienes a los sicólogos, andan por ahí escuchando, aconsejando, sin una idea del hombre que no venga de sus análisis impíos; o los pedagogos del Estado, formulando doctrinas sobre la base de la antropología, la naturaleza humana como tal, pero sin alma. Así, pareciera que todo fuese lo mismo, todo igual, entonces, terminamos diciendo todo el mundo a alguien, a uno, a la unidad.
-      Y con esto a dónde quieres llegar.
-      Al ascensor, como todos.
-      Me refiero a tu reflexión mister.
-      Sé a dónde llegar estimado, has de acompañarme en mi cruzada por recuperar la sabiduría religiosa revelada por Dios, refrescar en esas mentes las consecuencias del pecado original. Allí donde los ves a todos bien vestidos, a la moda; las camisas remangadas y los zapatos de marca, los cabellos engominados, las sonrisas impresas, invariables, allí veo el pecado, ¿lo ves?
-      Lo veo mister, lo veo – respondo. Señala. “Allá, mira”, me dice.
-      Dos minutos y treintaicinco, ciento cincuenta pasos de adulto común peruano nacido en San Isidro.
-      Me vas a decir que también calculaste.
-      Calculé, revisé estadísticas, al final, cuando no se trata de los asuntos de Dios, todo se reduce a la estadística.
-      No has considerado mister que para subir al ascensor en el estacionamiento, hay que hacer cola, arriba en la plaza no.
-      ¿No?
-      No.
-      ¡Carambolas! – dice mi amigo golpeando su cabeza contra la columna, no fuerte, no demasiado fuerte (“carambolas-carambolas-carambolas”).

No se baña hace tres días, me lo dice bajito, casi susurrando, quiere ahorrar agua desde que se enteró que, en San Isidro, distrito en el que vive desde su último aumento de sueldo, cada usuario consume al día cuatrocientos setenta y siete litros de agua potable, y esto supera en cuatrocientos porciento el estimado recomendado por la World Health Organization, me dice, he tomado cartas en el asunto estimado, me dice, yo asiento y veo las lucecitas encendiendo alrededor de cada número, el distrito a nuestros pies, en cierta forma es como si el número se viera atrapado en la luz y luego no, ahora sí, ahora no, y me desespero un poco con mi amigo anacoreta, quiero agarrarlo de la solapa, lo agarro de la solapa y digo basta: “¡basta!”.
-      Eso es violencia – se arregla el cuello de la guayabera mi amigo, tranquilo recoge el botón caído en el suelo -, has de saber que la violencia ya sea en el hogar o fuera de este, nunca es justificada.
-      Lo siento.
-      Me refiero a cualquier forma de violencia: física, sexual, verbal; esto que acabas de hacer es pecaminoso.
-      Perdón.
-      Debes controlarte.
-      Olvídalo, me desesperaste eso es todo. Abusé de tu confianza. Eres el hombre más bueno que he conocido, Dios sabe que no vivirás mucho e irás derechito a donde quién sabe si podré llegar.
-      El abuso es un tópico pocas veces tratado en Internet – el taladro con mayor intensidad, tartamudea un poco anacoreta, cierra los párpados, abre los ojos -, pero existe en todas partes, en nuestra vecindad, nuestros barrios, nuestras parroquias.
-      No es… no es para tanto.
-      A partir de hoy iniciaré una huelga de hambre, hasta que cambies tu actitud y te arrepientas de corazón.
-      Vamos hombre, ¿nunca has perdido los papeles? – ya la campanilla suena en el piso deseado, caminamos despacio y veo la foto de mi rostro en el carnet que me dio la empresa hace algunos meses. Ese no soy yo, el de aquel saquito coqueto, no lo soy. Marco. La puerta se abre.
-      Nunca.
-      No puede ser, ¿ni en el colegio?
-      Una vez.
-      Lo sabía.
-      Yo rezaba.
-      No me digas.
-      Los demás se burlaban.

Es una mañana soleada. Ahí los alumnos en fila listos para ser revisados en el colegio, su colegio de agustinos. Derechos, las uñas, firmes, la camisa dentro del pantalón, distancia, los zapatos lustrados, descanso, y lo más importante, ¡Dije descanso carajo!, el corte de pelo que Pedro-Vargas revisaba metódicamente dos veces al día, como si aquellas manifestaciones capilares gozaran ampliamente de crecer a sus espaldas, no podía descuidarse. Su castigo preferido: jalar las patillas hasta hacer que el niño llore, o el adolescente refunfuñe. Pero aquella mañana Pedro-Vargas se sintió inspirado, dando una pitada al cigarro demasiado corto mira al grupo de primaria, los conoce, él diría que los detesta. Acomoda sus lentes mientras lo hace (la pelada prominente). Sí anacoreta, al parecer tienes razón, no hay otra explicación, hoy el castigo por no tener el pelo al ras será distinto, y por eso rezas anacoreta, ¡hoy vamos a cortar con tijeras el pelo a cualquier pelucón de mierda! Valga la redundancia carajo, porque sabes que no te has cortado el cabello en una semana; por eso tu angustia, por eso la lágrima que asoma discreta cuando el hombre, el individuo se detiene frente a ti.

-      “Aquí tenemos un ganador” dijo el loco ese – dice mi amigo y yo lo veo algo ansioso, como presionando la mandíbula.
-      ¿Y qué te hicieron?
-      Los odio, por eso casi no tengo amigos, tú eres mi amigo.
-      Pero qué te hicieron…
-      Se rieron cuando rezaba, la sangre me caía por la nuca, manchó mi camisa blanca, mi mamá me pegó esa tarde.
-      Hasta hacerte sangrar…
-      La sangre ya la traía encima, ese loco no tuvo las agallas de hacerlo él mismo, le encargó cortarme al auxiliar, que no tenía tijera.
-      Solo tengo una Gillete señor.
-      ¡Pues úsala inepto!
-      Y se le pasó la mano, me cortó, yo rezaba arrodillado llorando, ellos se reían…
-      Qué hiciste.
-      Nada.
-      Nada.
-      Pero quise, tal vez pude, si hubiera querido, si tan solo hubiese tenido…
-      El valor suficie
-      … una metralleta, sí, para ra-ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta a todos – contengo el estupor ante un anacoreta de rostro desencajado, disparando saliva hacía el mío, apuntando hacia todos a mi lado, por todas partes tras sus ojos vidriosos. Su cuerpo estremecido.

Abre la puerta el director asociado, viejo conocido, “welcome jóvenes, ya era hora, ante todo buenas tardes” dice resoplando, y aquella frase entrecortada de mi amigo anacoreta disparándome la mente -, ra-ta-ta-ta-ta-ta-ta.

Fotografía: Juma Paredes


“todos muertos”
Juma Paredes
Agosto, 2018

viernes, 14 de septiembre de 2018

La abuela, la madre, y el hijo descuidado

Mueve las agujas entre sus dedos como pellizcando, cerca de aquel rostro surcado de arrugas, esforzando la vista tras los lentes, ahí va un pellizco, otro. Gusanos de lana entrelazados van formando una bufanda, es para ti hijito. Sonríe mostrando unos dientes blancos, completos; la sonrisa blanca abriendo la boca completa riendo, tirando la cabeza hacia atrás suelta la carcajada, aayayay, un suspiro, necesitaba una pistola, ríe mi abuela preguntando si me contó de la vez en que asaltaron a Rodolfito, siempre tan bajito a sus diez, veinte, tan travieso mi hijo la llevó sin permiso. Guardo silencio asintiendo. Los gusanos entrelazados. Llama a su hija, “Clara”, le dice, ¿ya tuviste hijos Clara?, pero es Rosa quien responde, soy Rosa mamá, dice madre, peinando las canas de abuela mientras veo las suyas frente al espejo, juntas entre años de distancia. Abuela llora, los años pasan volando hijo. Me saco la corbata, cuéntame algo abuela, digo apagando el celular, como hacías cuando niño. Allí la enfermera tocando sus labios con el índice en el cuadro. Es tarde, de noche entre los tres, jajaja, ríe moviendo la cabeza hacia atrás, aayayay, y me cuenta de cuando a mi tío le robaron la pistola, ¡una pistola para cuidar la pistola!

        "La abuela, la madre, y el hijo descuidado”
                                                                     Juma Paredes
Agosto, 2018
www.facebook.com/inmaduronarrador

Fotografía: TrMarina León




sábado, 14 de julio de 2018

eso


Tuve que irme a la cama para no flaquear, de haberme quedado ahí, de pie, pudo haberse dado cuenta de mis dudas, acaso miedo,
-              A ver, para ser sincero, yo estaba aterrado, ese payaso es un sicópata en potencia – dice Gerard bebiendo café esa mañana calurosa en el comedor del hotel, mordiendo un poco el puro frente a la piscina. Resopla.
-              Yo estaba igual que tú, una cosa es ser sonámbulo, otra empezar a oír voces, luego se tiró en la cama a roncar como si nada – digo casi susurrando, la luz matutina me molesta, la tos persistente que no he logrado vencer -. Juraría haberlo visto sonreír.
-              Estoy aquí.
pudo haber despertado de improviso y darse cuenta del pánico en que sumido me cubrí con la sábana y ahí el payaso caminando despacio hacia su cama se echa, roncando antes de caer sobre el colchón, cayendo antes que su peso.
-              Antes de todo, empezó a hablar, no entendí lo que decía, pero discutía con alguien – ahora Gerard pasando la mano sobre los cabellos grasos, oscuros -, algo de un administrador escuché, no fue un sueño, mío no al menos.
-              Te consta que te llamé, tú lo viste antes del fin - digo.
-              Sí – dice. Resopla.
-               Dijo que había un bar lado del hotel, un karaoke, sí, y cantaban diez chicas – sigo susurrando, mi mano cubriendo la boca. Miro de reojo esbozar esa sonrisa.
-              Sigo aquí.
Lo vi cambiarse de ropa, ponerse la gorra, ir hacia la puerta y avanzar contra ella, no abrirla, avanzar, contra ella, la cabeza contra ella sin abrir, moviendo las piernas y yo nada, absorto, oye Gerard ven apúrate mira a este loco, llamando a Gerard y él asomando la frente desde el borde de mi vista al fondo de la habitación, aparecen ya sus ojos mientras los mueve calculando el peligro, de un lado a otro los mueve Gerard; de pronto nada, ¡ya no está! Entre sueño y realidad se fue, abre la puerta, desapareció, ¡ábrela tú! Antes de salir, murmuraba algo de
-              Qué intentaba hacer a esa hora. Cómo calculó la cantidad de mujeres – digo y es sonrisa ya no lo es, crece.
-              La bulla, yo no oí nada, tú tampoco, solo él – fuma un poco más, arroja el humo mientras displicente me mira. Resopla. Soñoliento Gerard bosteza y me mira al resoplar.
-              Sigo aquí, los escucho.
-              Si hubieras oído al payaso saltando de la cama, vistiéndose apurado para llegar quién sabe a dónde, alegando ir en busca del administrador del hotel quién sabe para qué. No es lo peor Gerard, no lo es. Él las oía llamándolo, llamándolo para
hacer el amor, como un llamado nocturno, con la saliva escurriendo por la papada, la barriga saliendo del cuerpo bajo-entre-sobre la camisa cual hernia umbilical epigástrica soportando su mano al caminar, la otra en la cadera; y aquella risa fingida, sonora como el traqueteo de una quijada de burro. La mirada desquiciada. No los ojos cerrados, de dormido nada, y dos minutos después ya de regreso, abriendo la manija, dando un portazo. Gerard escondido en el baño resoplando desnudo, yo bajo la sábana temblando. Ya el payaso va, ya el payaso vuelve a la cama, se saca la gorra, liberando una mata pelirroja a un lado, una mata pelirroja al otro al centro nada, arriba nada, debajo su rostro que voltea mientras se deja caer, libera los dientes atrapados en una sonrisa como mordiendo, no riendo, roncando antes de caer sobre el colchón, no riendo, cayendo antes que su peso. Duerme.
-              Hablan de mí como si no estuviese presente. Sonámbulo no soy – el payaso abre la caverna en el rostro, horizontal, profunda, muestra los dientes no riendo, como un simio amenazante, blancos, la mandíbula tensa -. Me tienen harto (y su camiseta a rayas de colores arcoíris, y la gorra a rayas de colores arcoíris con la hélice a la que acostumbra dar vueltas cuando no ríe, porque eso no es ninguna risa. No lo es.
-              Dices que fuiste a un bar inexistente – digo -, a las cuatro de la mañana.
-              Había bar – sujetando un brillo plateado lo dice, la otra mano sobre la hernia prominente, umbilical.
-              Dices que oías música, cantos, nadie oyó nada – ahora Gerard calmado me vuelve a mirar -. Y lo peor, dices que te llamaban.
-              Cantaban “Hacer el amor con otro” de Alejandra Guzmán. No a mí. Era el llamado de la aventura. Ustedes no entienden – sujetando un cuchillo lo dice, despacio lo acerca al plato vacío, clava el tenedor contra el plato, mueve la mano como cortando, cortando nada.
Oigo al payaso roncar, murmurar incoherencias sobre un administrador al que no encontró, la puerta del hotel cerrada, el licor que bebió junto a ellas, con ellas. Tarareando una canción de amor el payaso duerme, ¿o no?
“eso”
Juma Paredes
 Julio, 2018
www.facebook.com/inmaduronarrador/



anacoreta y yo (tres: sobre su fotografía y una clase magistral)

Tengo quince, le sonrío. No toma la foto. Sí retrata a las parejas de la izquierda, ellos ebrios, ellas con la orquídea en el pecho-muñeca....