La noche es estrellada, la
bruma limeña evita que Febo se dé cuenta, pero la imagina así, allí sentado en
la vereda. Capitanes dando vuelta en su cabeza, al borde del jardín, frente a
la avenida, bajo un árbol-sombra que a esa hora no, solo lo cubre, haciéndolo
sentir en cierta forma protegido. Insiste en acabar un porro que mantiene en la
comisura, levantando la cabeza hacia atrás. Fuma hacia su garganta, poquito entra,
con eso le basta. Mira la avenida a su derecha, allí nada más (allá) un vago
pidiendo limosna, abrazado de un teléfono público, enlazado. Piensa en los
amigos que se van a Europa y él no, se queda en Lima, viajando a través de
canciones que compone, viviendo a través de letras sin importancia que escribe
y atesora como piezas de colección. Amodorrado levanta el índice, rasgando una
guitarra imaginaria sobre su vientre, chan-chan-channn, dice emulando una de
Led, pan-pan-papannn, ríe esperado Gerard lo escuche.
-
Fumas
demasiado Febo amigo – voltea el rostro Gerard, mirando compasivo tras la luna
abierta del carro que no arranca – ¿Ya me vas a contar quién es esa Celeste?
-
Todavía
la amo – afirma Febo sin dudar, sin saber por qué. Es el capitán.
-
No
jodas carajo – dice Gerard, baja del auto, se sienta a su lado. Saca el
pañuelo.
-
Imbécil,
ya te digo, date cuenta… los perros otra vez… ¡cuidado con los perros!
(el auto no arranca,
amanece un nuevo año. Gerard llamando al viejo. Febo inútil lo espera porque sí, alucinado)
-
Qué
chucha si la amo o no la amo… fuera perro ¡fuera!
-
¿Tanto
la amas?
-
No
la amo
-
¿Total?
-
No
la amo más…
-
Febo,
escúchame, despierta – con un chasquido Gerard, luego en franca cachetada sobre
el rostro de su amigo, intentando atraerlo otra vez ahí -, presta atención: la
amas sí o no.
-
Odio
a la maldita… mi madre me dijo: “esa matalascallando es una maldita”.
-
¿Cómo
así?
-
Se
cansó de mí, pisoteó mi ilusión con esos patines que yo mismo reparé, y eso es
lo peor, esa reparación que hacía mientras yo mismo me partía, eso y no haberme
atrevido – nauseabundo, Febo regurgita un poco de ruso blanco.
-
Atreverte
a…
-
A
besarla pues, a besarla… carajo, siempre que salgo en busca de alguien, casi
siempre no me encuentro con nadie… esa puede ser una canción, ji ji ji.
-
Lo
hiciste
-
Qué
-
Le
dijiste...
-
No
lo hice, parecía, pero no, no lo hice, no me atreví, no insistí, no presioné…
aunque a veces parecía que quería. Me hizo entrar en el país de sus mentiras…
¡otra canción!
-
Entonces
era ella la que insultaste.
-
No
entiendo on.
-
Me
hiciste ir un día a su casa, bueno, pasar por ahí, cerca del Golf, ya no te
acuerdas, dijiste que cortaríamos camino; sacaste la cabeza, gritaste hija de
algo.
-
Hija
de qué va a ser pes.
-
Tanto
tiempo ha pasado…
-
Hija
de qué va a ser Gerard.
(Febo sacando por la
ventana una cabeza ya pronto sin cabello, sorprendiendo al conductor que
detiene el auto y él gritando hacia arriba, a un piso muy arriba del edificio
que la noche oculta tras faros de luz potente. Solo una silueta a lo lejos,
pegada a la luna nocturna que asoma ante el insulto, la bajeza, el rencor que
sale por su garganta, solo lo hace, lo hace y ya. Gerard acelerando)
-
Celeste
– dice Febo, como escupiendo una emoción.
-
Celeste…
-
Celeste
Perry.
-
¿Cómo
Perry?
-
Perry
pes carajo, así apellida, ya fue – dice Febo arrobado, mira las palmas de sus
manos, esas uñas mordidas, los pellejitos, larga la del meñique -. Así le voy a
decir desde ahora… Perry -. Titubea antes de decir “perry”, y mientras lo dice,
suena como si estuviese a punto de disparar balas con la boca.
-
Tanto
la quisiste…
-
No
entiendes, tú no entiendes Gerard. “Quieres ser mi novia” le pregunté y ella me
dijo “no” y yo le dije que lo piense ¿entiendes?, “piénsalo” le dije, qué
imbécil.
-
¿Y
qué te dijo?
-
Nada
– Febo eructa, y algo repuesto golpea su cabeza con la palma abierta, como
castigando su propia humillación, estremeciéndose un momento por el dolor -. No
con la cabeza hizo la Perry.
-
Mejor
ya no pregunto…
-
Que
lo piense le dije “piénsalo”, como si la siguiente vez que la viera, cosa que pasó,
le tuviese que preguntar “¿y lo pensaste?”, no me jodas.
-
Definitivamente
no te jodo.
-
Es
que… “piénsalo” pes puta madre – ahora ríe Febo, con ese ji ji ji, que repite:
“ji ji ji”, transmutado todo él, deforme, su cuerpo que se deforma ante Gerard,
como con frío, como tiritando hacia un lado y el otro, le recuerda una película
donde un niño calvo afirma que no hay cuchara, y la cuchara se contrae
desdiciéndose en tremenda contorsión. Su propio cuerpo, la barba crecida de
Febo, sus labios contritos, escasos los cabellos. Un corazón chiquito que Febo
abre para un Gerard indiferente, aburridos ambos, pasados de vueltas. No hay
cuchara.
(desabotona su camisa Febo, muestra el pecho lampiño para
indicar al amigo el lugar donde le duele, donde está herido, lo toca, pasa su
dedo por el área, en un círculo que forma mientras rodea el pezón izquierdo. Incordio.
El torso desnudo, la camisa blanca-negra en medio de la pista con sus cuadros.
El chofer aguardando salga de aquella postración intelectual ante una madrugada
que acaba. El sol sale)
-
¿Quieres
que me vaya?
-
En
ese estado no puedes – dice Gerard sereno. Resopla.
-
No
imbécil, eso fue lo que le pregunté al final.
-
¿Y
qué dijo?
-
Nada,
no respondió, pero firmó mi guitarra con rouge…
No la volví a ver en años, y hace poco de nuevo, y de nuevo todo, como la
repetición de una mala película. No lo soporto.
-
Ni
yo – dice Gerard cabeceando el sueño que lo agobia, viendo cómo un perro pasa
cerca, orina a su amigo, se lleva su camisa en el hocico, los cuadrados
blancos/negros -, papá dijo que no demoraba.
-
“La
niña”, le decía al principio. Era mi niña, y creo que realmente nunca lo fue.
La odio. La amo.
-
Bonita
– dice Gerard, que acaba de sacar una foto de su billetera. Allí está Febo, sonriente
en un selfie, la barba crecida, ella
detrás, fuera del carro, fuera del colegio, en patines, patinando con el pantaloncillo,
las rodilleras, mirando curiosa hacia el carro, hacia él, a punto de acercarse.
-
Más
que eso, y devuelve la foto, más que eso era angelical. Bailaba conmigo. Pero
sus manos suaves fueron ultrajadas por otro, no por mí.
-
Entonces
ella
-
“¿Y
lo pensaste?”, le pregunté. Ella nada, no sé, necesito alguien
-
No sabes
-
que
borre de mi mente su cara tan blanca – respira agitado, se mece -. Hice una
canción sobre la paradoja de su existir, hice varias. Su dulce existir me
cautivó, me agobió – dice Febo estremecido, cubriendo su vientre sopla, escupe,
sigue -, me destrozó.
-
¿La
besaste? – no termina la frase Gerard cuando Febo ahí llorando bajito, solo
sobre el pavimento de la avenida Aviación, cubriendo el rostro con ambas.
-
Espérate
un ratito – se oye desde el fondo de sus manos.
(ahí Febo llorando frases entrecortadas, como justificando en no haberla
besado, intentado al menos. Con el dedo escribe su nombre en el barro. Saca una
barra de chocolate del bolsillo, sonríe acariciando el durazno una vez más, su
jean piel de durazno)
-
Me
dijo que pase.
-
Y
pasaste
-
Espérate
un ratito.
-
Carajo
-
Pasé,
subí a su depa, entré a su cuarto, con sus dibujos, sus manos pintadas, mi
guitarra “te quiero” le canté, “te quiero te quiero y no hago otra cosa” le
canté, me miraba de frente, sorprendida, “que pensar en ti” le canté.
-
Y
entonces la besaste, mejor caminamos
-
Espérate
un ratito. Se lo hice al oído, de cerca sabes, cerrando los ojos canté.
Digamos, con sentimiento – un brillo casi imperceptible en su mirada, abrazado
de su cuerpo se mece.
-
Y la
-
Que
te esperes un ratito carajo, verás… le hablé en inglés, no sé por qué, y al revés
-
Al
revés
-
Al
revés en inglés por qué no sé, sí, al revés le hablé. Qué te puedo decir, ni mi
nombre podía decir, tendrías que haber estado allí, comprender. Yo era virgen
Gerard, estaba nervioso, no sé. Qué estoy hablando… me dijo que tenía frío, le
dije que se abrigue, me dijo muchas cosas, no recuerdo, pero están ahí, diez
años hace. A mis casi cuarenta, estoy más solo que Jesús en navidad.
-
Yo
también Febo, yo también… dime… la besaste sí o no…
-
¿Tú
crees que es tan sencillo?
“sencillo”
Juma
Paredes
Diciembre,
2017
www.facebook.com/inmaduronarrador/
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