viernes, 29 de diciembre de 2017

incordio

-            Cómo explicarle… – su mano una araña que sube distraída por la pierna, que baja. No es de día o de noche en la celda, pero sí la misma palma retenida a medio camino entre las piernas y sus palabras. Pero sí ambas palmas, abiertas.
-            Pues habla mentecato, habrase visto, una vergüenza más para tu padre carajo – tose mientras lo increpa con el bastón, más que tos, es un traqueteo, cual quijada de burro –. Dónde está ese guardia, ¡guardia!
-            Papá ¿dónde está mamá? – Aviación con un globo naranja que suelta para preguntar, explorando las arrugas del viejo entre las paredes de la habitación. Primer día de colegio, la lonchera, la mochila, el robot.
-            No hay mamá, otra vez la misma cantaleta – confundido, retrocede tartamudeando –. Se… se fue y punto, supéralo.
-            Cuando se va, demora en volver, toda la mañana lo hizo, ha de estar durmiendo. Usted debería saber eso que me dice, la forma en que me trata. No soy normal dice, distraído, jodiendo despacio, jode y jode. Pasaron los años y estoy otra vez parado sobre la silla del salón, o fue quizá al frente. Solo está mi mano en un puño. Me trataban como usted, con ellos tampoco pude. Ya nada me importa. ¿Qué cosa quiere saber?
-            Qué es lo que vi en las noticias, qué es esto de la redada. No pienso pagar fianza alguna. Esa camisa rara, ese mameluco. Tu maldita camisa. Tu maldita peluca. Esperaba llegases temprano por una vez, ¡te lo dije! Yo sufro de taquicardia. Encima… ¿Qué mierda le hacías a ese blanconcito? – señor Ruiz no lo vio, leyendo en el parte, preguntando, atando cabos sin los cuales entendería menos de lo que entiende a quien delante suyo desafiante -. ¿Qué le hacías? ¿Qué eres? ¿de qué eres capaz?
-            Negro me dijeron, marica también – suelta su mano el Señor Ruiz mientras caminan hacia el colegio, se diría que ofuscado, perturbado – la miss dice que no, pero dime tú qué es un marica, es malo creo, es negro. Ya no quiero ir, quiero jugar con mi robot, juega conmigo a Star Wars papá, no te vayas a trabajar. Si te amistas con mamá, puedo tener un hermano ¿no? Así puedo jugar. Ya no quiero ir.
-            Vas a ir carajo, y le vas a romper la cara al primer huevón que te lo diga, no voy a tener un hijo que no pueda. No se llora carajo, ¡no me llore!
-            A ver pues, dígame que no llore, ¡dígamelo ahora! – el hombre al frente del señor Ruiz, mostrando dientes risa-desafío que brotan de labios pintados. No un hijo, un sonido en su mente que lo perturba subiendo el volumen. Algo mareado ahora el señor, mueve la cabeza de un lado al otro, con cierta cadencia. – Lo de negro ya está, de negro padre negro hijo, hace mucho me dejó de importar. No como a usted, nunca como a usted. ¿Por qué nunca la olvidó? ¿Por qué esa obsesión con alguien que lo deja? Que nos deja. Muy blanca acaso, dónde va a encontrar una blanquita así seguro, pecosa en la foto rota que nunca pasó del tacho. Pero tremendo marica, eso no, eso sí que no.
-            Ah carajo, ahora resulta que no – hormigas caminan en el brazo del señor. Tose – me tienes harto. Pagaré nomás, como siempre. Vamos que ya sale el sol.
-            Hace calor papá, llévame a la playa – el pequeño pasando el dedo por la nariz, limpiando su rostro con la manga. En su recuerdo inmediato el dibujo del nido. Enmarcado en un cajón dentro de un escritorio, dentro de un garaje, dentro de cosas olvidadas que él un día curioso. Él y papá del mismo tamaño, palitos, una mancha azul el mar, hormiguitas que los rodean y cuenta antes de dormir por las noches, sin cuentos, los monstruos del armario, los lamentos del hombre maldiciendo en silencio, corriendo hacia la cocina ya sin maldiciones, solo silencio; los ojos cerrados de papá, en el piso –. No vayas a trabajar, yo tengo mucha plata en mi cajón, yo te doy todo papá, no trabajes, no te vayas.
-            Se llama responsabilidad, tengo que. Tu profesora me contó lo que dijiste, cómo lo dijiste. Vas a repartir cocachos hoy, escúchame bien, mírame cuando te hablo. No entraste al equipo de natación, no sabes jugar futbol. ¡Qué es eso de dibujar todo el santo día! Es hora que bajes la mente, la pongas en tus notas que para eso pago. Vas a ser responsable, vas a dejar de llorar. Voy a hacer de ti un hombre, un varón. Escúchame bien.
-            Ya sé, ya oí, es de día. Me voy a quedar aquí un rato más, me voy a quedar así, sin más. Ya no quiero extrañarlo, voy a arrancarlo de aquí. Solo quiero dejar de verlo en todas partes, por eso lo del pituquito, por eso lo de esta noche, me confundí, ya está. Pero le explico, las tetas para mí son nada, no sé si me explico, nada. Olvídese que las patas, olvídese que los potos, nada. Años fui raro, un anormal le decían a usted, y tenían razón, si acaso soy algo fuera de lo normal. Pero no malo, malo no padre, entienda que malo no. Soy como una mañana que amaga buen sol, como cuando me llevaba a la playa, si acaso recuerda, y que al final se retrae, sale, se mete, se metió… todo nublado ¿ve? Soy un hombre nublado, soy así – Aviación no aparta la vista del suelo mientras dice, a punto de despedazar la celda con sus barrotes, a punto de pedirle un abrazo al viejo – Número uno: “Luis murió”, venga siéntese – habla bajito mientras ayuda a su padre a sentarse a su lado – para mí su ausencia es calor, como el fuego de la vela que soplé al cumplir cuatro, el día en que mamá nos dejó, “pide un deseo”, me dijo, y el calor en mi rostro era en cierto modo agradable, sin los gritos de mamá o la vergüenza en mis mejillas, pero claro, de eso nadie se da cuenta.
-            Entonces, para ti todo se resume a una vela, calor le llamas, mariconada digo yo, habrase visto carajo. Dame un vaso de agua, me duele el brazo.
-            Me duele, no lo quiero mover, no hagas que lo mueva – dice Aviación retrocediendo, lo sujeta el señor, le sube la manga. Un moretón –, me escupen, me pegan. Vamos a la playa papá, llévame ¿Cuándo viene mamá? Si tú y ella dejan de pelear
-            Quien va a pelear eres tú, no esa… no ella… los vas a agarrar a golpes, y ojo, nada de acusar. En fin, mírame, ¡mira!, no va a volver.
-            Lo miro y no lo conozco, sigue insultando. Los pómulos siempre cubriendo su expresión, las cejas hacia abajo, matando a insultos a quienes lo rodean, fregando sabe usted, siempre fregando. – incordio piensa Aviación, y lo dice, “incordio”, lo leyó por ahí, se le pega de improviso. Señor Ruiz lo mira perplejo, algo agitado, más que hace un rato, menos que dentro de poco – Número dos: “soy negro”, no afro-peruano, no moreno, negro es la palabra, ¿acaso madre era euro-peruana? Un día te vi haciéndote así en el rostro, como sombreándote la cara con los dedos, la mano cerrada movías, con esa mueca tuya de asco, como si yo fuera… como si usted no fuera… me lo he dicho mil veces frente al espejo, un día supe que ahí estaba, detrás de mi color, de ese que repele, ¿ve?, estire la mano y sienta el color de su hijo. Mamá me decía, “shshsht, sin color”, y luego, “váyase a dormir”. Ella era un globo naranja padre, enorme, su cabeza grande y sus pies pequeños, las cejas hacia abajo siempre. Miraba sus dientes, la garganta. Sus manos que se estiran aquí y allá, “no has ordenado” decía, escapando sus ojos muy abiertos, “no has comido”, gritando desde lejos, bien arriba, la miro con miedo, bien abajo yo, hasta hoy es así, ella bien lejos, yo temeroso, viendo cumplido mi deseo de convertirla en el globo naranja en que se convirtió y no gritaba más. Al principio la busqué al su lado padre, en su cama, o al lado de sus borracheras, sus lágrimas cuando lo dejó, no estaba. No estaba en la refri, en la lavadora, no estaba en la alacena, ni en el desván, solo mucho silencio y mi globo en la mano ya sin gritarle a la lavadora, a la alacena, o al desván. La veo inflarse mucho, ponerse colorada al lado de la luz de ese verano amarillo y zas, un globo naranja. Calladito yo nunca se lo conté. La llevé al parque, la cuidé e hice dar saltos especiales a mi lado, conmigo.
-            Colores, recuerdos, para ti todo esto es una broma, sigues jugando, sigues mataperreando carajo – hace una pausa. Una risa a lo lejos, en la radio un partido, un grito de gol que rompe el letargo de la conversación. El hormigueo ahora en su pecho – Eres un error que sigo pagando, contenido en un nombre que inventé borracho. Te veo y la veo, le hice cosas, la dañé antes del inicio, antes no era así, pero todo vuelve.
-            ¡Sí va a volver! – grita Aviación como hace poco en el salón cansado de maltratos: “basta”, voltea, corre entre jardines descuidados, a lo largo de la calle, bajo árboles sin sombra ante la verdad ineludible impuesta a sus diez, y bajo sus pies otro él que lo sigue impasible hasta resbalar en un charco, su cuerpo va y viene en un espacio sin forma, su pierna se elevaba desmedida ¿o va hacia abajo?, la izquierda la acompaña resignada. Abre los ojos en un acto sin sentido, aferrándose al aire. El grito del señor se escucha en fracciones de tiempo que puede controlar, a diferencia de la gravedad que atrae su nuca contra el pavimento, rojo en su cara. Sobando con el shshshsh ahhhh… shshshsh ahhhh, shshshsh ahahah, inservible. Más duele el cocacho posterior en su cabeza. Shshshsh ahhhh.
-            Así has nacido, estás jodido, pero vas a abrir los ojos, te vas a levantar. ¡No se llora mierda!
-            Así he nacido, estoy jodido. Pero no siento estarlo, y me jode que no se dé cuenta. Número tres: “soy marica”. Es como ser una isla, así, la miras desde la cosa, no te acercas, para qué, es una parte muerta de un todo, separada, soy una parte muerta de un todo, no digo familiar, social, estoy allí, me ven. Naranja-fosforescente, como mi camisa, como el globo que perdí cuando niño.
-            Como esa ridícula camisa, la peluca sicodélica, ahora entiendo. Tu tatuaje, dice “me muero”, pero significa que literalmente quieras morirte. Tu naranja es ausencia de calor, ves todo oscuro. Si pudiera darte un coscorrón como cuando niño carajo – dice papá, ahora recostado contra la pared, presiona su pecho, vuelto una mueca en que su hijo no repara, no se fija.
-            Caramba padre, ya es tarde, mejor nos vamos, llamo al oficial – Aviación se levanta de prisa, percibiendo en un instante el murmullo del aliento de quien tantas veces le mostró quién era, y lo que pasaría en realidad, y fue como cuando la niebla-neblina limeña se disipa con una brisa, empezando el medio día de su vida. Pues para él (Aviación) siempre fue igual, la niebla-neblina ante sus ojos, una luz que no le hacía falta, un resplandor que no era consciente de querer, pues ¿cómo extrañar aquello que nunca tuvo? Viviendo al filo de la oscuridad, entre las discotecas de ambiente y los insultos del señor Ruiz, con una luminiscencia en el centro con nombre propio (Luis), cuyo recuerdo tomó forma en el cuerpo de un músico cualquiera, en una noche cualquiera, a quien sin dudar corrió a abrazar, a besar, como garabatos en su cerebro que no comprende. No comprendió cuando la redada, los serenos que se lo llevaron, encerraron esa misma madrugada. Ideas cual chimenea recién apagada, silencio que quema, conversación con nadie, y nadie responde, puros garabatos y él buscando pistas en la arena que no precisa, prohibido de andar gritando “Luis” por ahí como si nada, luego andar dando explicaciones, solo él (Aviación) encerrado, sin saber si ha vivido. Prohibido de disfrutar las cosas que siente, agotándose paulatinamente, como atado a esa peluca, pegado a un tatuaje, o el tatuaje mismo vuelto él, siempre aguantando sin abrir los ojos justo cuando hoy al fin “papá” -, ¿papá?

***

El señor Ruiz fue enterrado en el “El Ángel”. Caía la tarde y Aviación estaba allí, desprovisto de su fatal vergüenza, cartera en mano, zapatos de tacón. Lápidas con flores marchitas. Vírgenes. Quizá por una vez en su vida estuvo orgulloso de algo, ya sin poder compartir ese estado (ambos, padre e hijo). Elevando el bastón algunos metros hacia delante, aparta personas que estorban su camino sin pedir permiso, lo pone sobre el ataúd. El sacerdote pronuncia una oración que no escucha distraído con el calor de una nueva ausencia, la oscuridad de un nuevo recuerdo, el naranja-fosforescente de la realidad que al fin comprende, y acepta.


“incordio”
Juma Paredes
Diciembre, 2017
www.facebook.com/inmaduronarrador/














Nota: Fragmentos del recuerdo de Aviación sobre su madre, fueron elaborados sobre la base del cuento "El globo", de Isol.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

anacoreta y yo (tres: sobre su fotografía y una clase magistral)

Tengo quince, le sonrío. No toma la foto. Sí retrata a las parejas de la izquierda, ellos ebrios, ellas con la orquídea en el pecho-muñeca....