domingo, 10 de diciembre de 2017

catorce

«Señores ¡basta!», entre nosotros un familiar, «¡es suficiente!», rostro severo y desencajado. Considera que todo acabó, le parece demasiado. Una noche fresca de setiembre. Fría, oscura. La garúa limeña en Madgalena que pica-desespera, por la avenida La Marina. Todos en terno, con corbata, yo sin porque ahorca y no le veo sentido. Todos en círculo. Unos sentados, otros de pie, en círculo, acompañando al payaso, que no parece compungido, al contrario, repudia el dolor, está resignado mi amigo, lo comprendo y sigo contando

moviendo el mofle de un lado hacia el otro Panocha, yo lo miro apoyado en la ventana del bus de turistas. El cielo claro en Buenos Aires. La nube en forma de cangrejo sobre la Casa Rosada de rejas negras entre fotógrafos-turistas que agachados chick, ahora de pie sonríen chick. El mofle de un lado hacia el otro Panocha junto a un sonido gutural con la saliva que salpica, me limpio, los ojos abiertos ella, aj digo mientras me limpio y ella avanza un poco más, «What the fuck», colorada, «What…», rubia, «the», alta, «fuck», gringa que mira sobre el hombro al gordo de cabellos rojos, las pecas que invaden su rostro redondo, una boca enorme que ahora cerrada presiona sus labios inflando los mofles que de un lado hacia otro Panocha. Chick-chick.
-            ¡Qué mierda te pasa! – le digo.
-            ¿Quién es?

«Silencio», el familiar. Salo sentado, su mano en la barriga, riendo sin reír. Gerard resopla. Cuchichean a unos metros, nos miran hostiles. Reprueban. Esa risa destemplada que sube de tono, la mandíbula del payaso que va. Pero que siga contando me dicen, sigo contando

Panocha nada, entró al baño del hotel antes de irnos, no pagó la cuenta, escondido entre nosotros no pagó, y Gonzalo gimiendo la noche anterior, «ay», Panocha esperando no ser él quien gime, asustado despierta de madrugada, «¡ay!», ay qué ay qué, pienso, pensamos, menos Elús que duerme soñando que ya no es virgen, tenemos 30, vamos a un concierto. De la oferta ni la mitad, un paquete engañoso que terminamos pagando por un cuarto miserable en una calle miserable de un hotel miserable. Enormemente pequeña habitación, con luz, sin agua. Gonzalo gime ahora despierto, ay qué ay qué, «ay qué rico», dice Panocha, sí, jejeje, como no, jajaja, menos Gonzalo que gime, que su testículo, que un calambre, que le duele el derecho, que lo ayuden, que lo ayudemos, que jódete no te ayudo, sí me ayudas, no mierda no. Pero Panocha nada, ya encerrado en el baño puja. Las losetas que brillan mientras tararea-canta su canción favorita, siente que nadie lo ve, alza la tapa, los pies sobre el borde de la taza, se agacha como de costumbre el enorme Panocha sobre tremendo espacio reducido, las manos sobre sus rodillas, Oops i did it again, canta pujando agachado, una leve sonrisa observando su pudor que le provoca una alegría extraña mientras piensa en los soles que se va a ahorrar, sus amigos pagan, él no, él nunca paga. La brisa traviesa, acceso de cosquilla inocente bajo su vientre, i played with your heart, lo acaricia, sus ojos llorosos, la cabeza gacha, la mirada perdida y el pedazo de papel ahí. Canturrea con la mirada oculta tras sus párpados cerrados, got lost in the game, mientras pugna la caca por salir entre breves espasmos que lo inquietan, oh baby, baby oops!, sumatoria de pellizcos ásperos que impregnan sus ideas de una hediondez particular, acompañada de una sustancia viscosa, you think im in love, amarillo-naranja que arremete contra el agua, canta ensimismado, rasca sus cabellos rojizos deteniendo un instante su cantar mientras jala, la palanca baja, el agua sube, su canción favorita, that im sent form above, el agua cae, sale bajo la puerta, apurado se limpia, sus amigos ya abajo pagando, ya abajo se van, «che gracias por venir», de nada Elús al botones, el agua baja por las escaleras desde el segundo piso, cae un poquito, «¿Les gustó Buenos Aires?», y otro más, «No». Otro poquito sigue y el pedazo de caca sólida que Panocha no logra alcanzar, sujeta sus pantalones, avanza despacio sin avisar, baja despacio, una estructura amarillo-naranja sólida sobre la base de una dieta de chorizos y hot dogs de la noche anterior en el concierto, yo lo miro, Gonzalo mira adolorido, Elús abre la boca, estupefacto. Panocha con una bolsita en la mano que arroja al tacho de basura, el pantalón desabrochado, la risa estúpida que dice «vamos» y nos vamos, «vamos que lo atoré», i´m not that innocent.
-            ¿Eres imbécil? – le digo.
-            ¿Quién es?

«¡Silencio carajo!», considera que todo acabó. La noche fresca. La garúa pica-desespera. Salo sentado, su mano en la barriga, riendo sin reír, no puede. Gerard resopla, el pelo graso. Seca su frente, resopla y ríe. Allá ellos cuchicheando en terno, lanzando susurros que se me antojan ensordecedores, con corbata los veo a todos, se persignan. Esa risa destemplada que reprueban, esa mandíbula: «carajo». Pero sigo contando

«No», dice Panocha, no es imbécil, se hace el imbécil mientras me dice en el taxi, llegado a Buenos Aires, que es un muchacho como cualquiera, que siente, tiene emociones, que está enamorado de Hannah Montana, solo que ella no lo sabe. Me invita a su casa en Lima, meses atrás, pone play en el VHS, avanza la imagen, Hannah sostiene el micrófono cerca de sus labios, salta en cámara lenta, la falda sube, «Huma marica, estuve pensando mucho», me dice, y el taxista, «ché pibes, ¿Les gusta Buenos Aires?», pone pausa ahí, las piernas de la adolescente levantadas, me comenta sobre sus zapatos (con taco), el tamaño de su falda (a cuadros), que esa es una peluca, que en realidad es otra, una que no le gusta, una actriz cualquiera que no le gusta, pero que Hannah sí, play otra vez, retrocediendo en cámara lenta baja las piernas, porque es chibola, baja la falda, menos muslos y el micrófono otra vez hacia su boca pequeña, «y no logro entender por qué me he vuelto el payaso de este viaje». Elús responde que no, «no», que no le gusta. El taxista es un hombre mayor. Habla de su ciudad, la falta de empleo, los políticos corruptos, el sol contra su rostro. Todavía no había amanecido, cuenta que trabaja desde el ocaso, detiene el carro en el peaje, presiona un botón, pasa. El sol contra su brazo. Tantas veces Panocha: «Che taxista, ¿te acabás de pasar el peaje sin pagar?». Pero el taxista: «Mirá pibe,», ahora fumando. Lo miro, a mi lado pistas en tres niveles, Gonzalo toma fotos, yo delgado, el pelo largo, las maletas de Elús, su rostro moreno tranquilo, soñoliento, Gonzalo otra foto, una mujer por ahí, tremenda otra por allá, sus ojos se desprenden de sus pestañas y filma excitado, «viste que aquí tenemos tanta tecnología,», Elús un lagarto orgulloso contra el cuero del asiento moviendo la cabeza inmerso en una pesadilla-pesada abraza su maleta («Gimli», dice, «me robaste Gimli»), su rostro desierto, demasiado moreno, lo miro y no veo algo, sus ojos cerrados, con un grumo de saliva balanceándose en su mentón, me demoro mirándolo, hace calor, «pero tanta tecnología, que un satélite reconoció mi rostro desde el espacio y me dejó pasar.»
-            ¿De verdad señor? – inocente ahora el payaso.
-            Andá pibe, andá.
-            ¿Quién es?

«Señores aquí no se hace bulla», entre nosotros un familiar, «¿de qué están hablando?», que ahora se relaja entre nosotros, fuma un cigarro y escucha. La noche fresca. La garúa de Lima que pica-desespera. Salo sentado, su mano en la barriga, riendo sin reír, no puede, la hepatitis. Gerard resopla, el pelo graso, secando su frente resopla y ríe. Los familiares cuchichean, nos miran hostiles, él ya no. Escucha. Reprueban. La risa destemplada de Panocha que sube de tono, su mandíbula que va. No era tan tarde, estaban en plena misa. «Ah carajo, a ver sigue contando muchacho».

avanza el payaso estupefacto conmigo a su lado, un instante antes que su sombra mientras cuenta cuántas le gustan y en Lima no, en Lima es diferente dice, no hay bonitas dice, y cuenta nueve de diez mientras me dice que ha decidido que ya solo le gustan las mujeres y yo anoto todo muy adentro en mi memoria. La fila del concierto, el estadio de River, el sol que abraza-quema todo, Gonzalo comprando hielo, el hielo en su cabeza, sus piernas cortas, aquellos zapatos desproporcionados, me recuerdan los zapateos del patriarca Ballumbrosio, ahí agachado zapateando con zapatos enormes para una cabeza pequeña, la barriga que sale del vientre de mi amigo, mis: «¿Te has metido al gimnasio?», sus: «zí», mis: «no parece», sus «qué te paza imbézil» pre-silencios postreros, soportándome en el viaje, en la fila ahí chupando hielo. El payaso: «amiga no tengo casa, me quedo contigo», el payaso, «amiga qué hacés, veníte conmigo». Elús tendido en el cemento boca arriba, cuan largo es, lo echo de menos, el día anterior en Lima, hizo cola en el aeropuerto, su cámara de fotos nueva, caro le costó, Elús es un avaro, caro le costó, y se le acerca Gimli el enano, lo reconoce, Elús la reconoce mientras saluda, había estudiado con él y en voz baja me confiesa su apodo, a mí, me lo dice a mí, como tantas cosas, cómo se le ocurre, cómo se le puede ocurrir contarme, abro la boca parar reír, le escupo en la espalda a Elús que disimula ahora rojo con Gimli tan coqueta y su cámara más allá que no volvió a encontrar, me echa la culpa luego, durante todo el vuelo, bajando y semanas después, años. «Amiga, dame un beso», el payaso, «amiga vení, tocá sin compromiso», y yo le digo que le van a pegar, «te van a pegar mierda», Panocha no levanta ni sospechas, lo piensa Gonzalo también y me lo dice, «¿imbézil?», le digo que sí, «ajá».
-            ¿Eres imbécil? – le digo.
-            ¿Quién es?

«Habrase visto pues, tamaño manganzón», ya el familiar con nosotros, el brazo en el hombro de Gerard, fumando de ladito. Sonríe distendido. Ignora a los de terno que nos miran reprobando. Cuchichean. La garúa de Lima que pica-desespera. Salo con hepatitis. Gerard resopla. Seca su frente. Una enorme corona de flores, tan querido en vida dice o algo así. Siluetas humanas somos dentro del recinto, casi media noche y nadie se va. Sigo contando

pero ya el payaso cerca de una gordita que nerviosa lo soporta, lo escucha. Las tribunas atestadas, Elús boca arriba en el césped, dormido, ¿cómo puede dormir?. Le escupo un poco, estoy sereno, solo un poco. Miro a Panocha que hace brotar palabras cargadas de intensiones morbosas y ella percibe, suelta la risa él, depravado como es, cual perro con cadena, «¿y no me podés prestar tu cama che?», muerde y se lo dice y ella loco le dice, agrega el vos, «¿pero vos sos loco?», y el payaso insiste ladrando con su nombre, olfateando el aire se lo pregunta con el decíme, insiste «decíme tu nombre» y Lucía se lo dice. Elús levanta el torso, en un instante está sentado-resucitado, mirando a un lado y hacia el otro, deposita una manaza en la cabeza de Gonzalo, la atrae hacia su sexo y besa volado: «chuick». Gonzalo ahí desprevenido, sonríe diciéndole cojudo, y Panocha ahora con el apellido y ella: «Fazzi, pero me dicen Lita boludo». El payaso anota en su libreta, tiene números, direcciones, dibujos de ahorcados, de penes flácidos, de Hannah Montana levantando las piernas, el micrófono cerca de la boca, anota el payaso, ella se aleja: Lu-ci-a-fa-zzi-li-ta, listo el deletreo, «Luciafacilita», resume el payaso y lo repite «Luciafacilita». Veo bocas moverse difusas en segundos que transcurren lentos, rayos de sol cual paraca costeña fastidiando mi rostro, Elús me mira, los argentinos sombras sin ser, gotas de arena que se detienen, escucho mi propia respiración, mi risa exasperante.
-            Cojudo – dice Gonzalo.
-            Sí.
-            ¿Quién es?

«Familia tal», leo en la corona, en varias coronas. Riendo el familiar con nosotros, arroja el cigarro encendido, escupe discreto en la espalda de Gerard que resoplando. Algunos en terno. No uso corbata. Frente a mí ese hombre del cigarro encendido, en planchado traje de luto, nadie sabía de dónde o familiar de quién, pero ahí con nosotros, erecto, tan alto que sus piernas no parecían llegar al suelo, con esa voz áspera e inofensiva: «Pero sigue, sigue compadrito»

y la entrada del estadio, los guardias de seguridad, el sello en el orto, «no me toque», le digo, y el guardia es fuerte, las letras V.I.P, no se irrita conmigo ni se asombra, mira en cambio al payaso que le pregunta ¿dónde?, por el sello que ahora es sesho, y yo no entiendo por qué suelta tantas tonterías, «espere un momento señor», sintiendo que no es una persona normal, muy gordo, muy risueño, el pelo demasiado rojo, esas pecas que lo embarran, yo lo miro con la conciencia tranquila, no es conmigo, es con él, «che guardia, ¿dónde me vas a poner el sesho?», mientras el otro se acerca formando un puño que golpea su mano abierta, «¿en el orto?». No me toque le dije a tiempo, alejándome del payaso que preocupado voltea, su mirada ansiosa, sus piernas fofas que se mueven en el aire, los guardias que lo levantan, «y sí,», le dicen, «vení, que te atendemos». La broma que alega Panocha, diles Huma me dice, quiere que les diga que es broma, no lo conozco, no sé quién es, deja de ser él pero sé que lo es, sé que es así todos los días de su vida. Digo que espere un momento, le agrego señor, le digo que es un payaso, que lo deje ir, uno no quiere, el otro tal vez. Lo dejan ir, lo arrojan al pavimento, un hilo de sangre en la comisura, Panocha sonríe espantado, su mirada me recuerda el susto de aquel niño al que le robamos la comida, el de la enfermería, 10 años atrás, yo en el patio con los árboles, él husmeando el pabellón de primaria, diciendo que las loncheras están llenas a esa hora, que los enfermos no comen, que solo descansan esperando a sus padres, así es como recuerdo. Panocha detenido, avanzando ya agachado y detenido mirándome de soslayo, porque el payaso nunca mira de frente, siempre de costado, como un caballo, como un perro que recibe un llamado de atención, contiene la risa, «shshsht», con el dedo en la boca, el cuadro de la enfermera pidiendo silencio, el pan con huevo, la limonada tibia, algunas galletas que se come el payaso y escribe en un papel gracias, da las gracias el pendejo y yo ahí igual de pendejo comiendo, el niño que nos mira afiebrado, en sus ojos veo los ojos de mi amigo espantados.
-            ¿Eres o no imbécil? – le digo.
-            ¿Quién es?

cercana otra vez Lucía pide una foto. Payaso le habla ya sabiendo su nombre, ríen, bromean. Un payaso etéreo, jovial que siente que su yo vivo no habita más un cuerpo muerto, tremendo diablillo que acerca el rostro. El grupo demasiado distante, no tocan, no empieza el concierto. Así es como recuerdo a mi amigo, el polo demasiado apretado, el ombligo que asoma tuerto, el rostro pecoso, mal-criado, y Lucía, «ché quiero tener una foto de recuerdo, ¿me tomás?», y Panocha sentado en el aeropuerto, mientras Elús busca su cámara, leyendo las letras de U2, quiere aprenderlas, canturrea con un audífono en el oído. Gimli el enano. «Claro, sho te tomo, sho te tomo», alega el payaso excitado.
-            Pero con mi novio, boludo – así la encontró, así la perdió, rodeado de argentinos tomó.
-            ¿Quién es?

Las coronas, riendo el familiar con nosotros que proyectamos sombras, bajo llena la luna. Riendo el hombre tras un murmullo socarrón, el traje de luto planchado, su cigarro que fuma. Tan alto él, cada vez más. Y yo ahí en soledad, hablando en voz alta me oyen, pero no, tal vez saben que estoy ahí, miran la historia, al payaso que riendo a mandíbula que bate, que posa sus ojos en mí como si hurgase en mi memoria. Se pregunta si es cierto lo que digo, se ríe más alto. Sigo

el cantante diciendo unos, en plural, «unos», y sigue, «dos, tres, catorce», las luces apagadas, la enorme oscuridad con lucecitas calladas que invaden el aire llenando de gritos mis oídos. Elús con la manaza en mi nuca, Gonzalo saltando, sus piernas cortas, los zapatos de otro cuerpo, me abraza y salta conmigo. Payaso meditando, calculando, el gesto contrariado. «Circulá», lo oigo decir, distraído yo cantando, allá Bono abriendo con Elevation. Sobre los hombros de Elús ahora soy grande, abriendo los brazos un momento. Ni cinco ni seis esperamos, toda la vida esperamos ese viaje, ese momento de los tres mientras el payaso nos dice que también quiere ir, que no conoce al grupo, allí sentado en el aeropuerto, mientras Gimli el enano, le explico que la entrada está cara, le subo el precio al triple, no se lo digo mientras me paga. «Circulá, circulá», los veo apretujados allí abajo, Gonzalo llora abrazado de Elús, un tipo enorme empujando mientras, I will be with you again, lloro, algunas banderas venidas desde lejos, y más fuerte el payaso que circulá-circulá, el enorme que voltea, no lo deja ver, «¿Qué decís gusano?»
-            Y nada che… disfrutá, disfrutá…
-            ¿Quién es?

Del velorio caigo en cuenta tarde, casi de madrugada, del volumen que esperan bajemos entre esos cuchicheos y algunos «shsht», con otros «¡basta!». Tengo frío, no he dormido bien. Esa garúa limeña. Salo sentado. Gerard resopla. El hombre del terno que pide más, divertido, que sacando una cajetilla ofrece y yo no gracias, pero Panocha que sí mientras ríe, tose de tanto reír. Fuma. Hay más

así nos despierta Elús, golpeando la pared de madrugada indignado, «cállense mierdas», repite Elús, «ya cállense», y no entiendo. Así nos despierta Elús, golpea fuerte sobre el empapelado de flores amarillentas, roto por aquí, rasgado por allá, la ventana, las cortinas verdes. El mini bar del cual payaso ya se acabó las gaseosas y reemplazó por unas de la calle. El mini bar. Los gritos de Elús que indignado pregunta que quién les ha dicho. Una pareja decente que vimos en la mañana, se besaban en los labios. Ella levantó la cabeza y miró a través de mi pecho, no sé cómo, pero cerré los ojos para que no viera que la estaba mirando, arrobado; él se da cuenta y sonríe, se besan en los labios. Los gritos de Elús, «carajo ¡quién les ha dicho», indignado, «que a un hotel se viene a tirar!», y Gonzalo «ay», su torsión testicular.
-            Es peligrozo mierda, peligrozo, zi ze me tuerze me tienen que operar – dice Gonzalo, no le creo y es verdad.

Y ahora solo me falta la pose del pingüino, ¿o no?

con la pose del pingüino ahora andaba el payaso, repitió toda la noche en la disco, una argentina le había prometido, «me dijo papá, no sabés», que se iba a morir. Esperando su muerte se despide, ahora sube los escalones del edificio, los pasillos húmedos, viejos. Truena los dedos ella, la vista arriba le dice, no en su cola, él la sigue. Huele a gotas de lluvia que escurren por la madera, huele a humedad, alfombra mojada, a su cuerpo, sus besos. Se acerca a esas piernas suaves, que mantienen el equilibrio sobre un par de tacones atados desde los tobillos por una sinuosa cinta-cuero hasta las rodillas. El tatuaje, logo de Evanescence en la espalda-nuca. Muslos firmes. Falda corta ceñida a las caderas. Una blusa transparente que cubre algo su piel. Esos cabellos lacios mientras el payaso cierra los ojos, sus manos sobre la espalda, acariciando el tatuaje sopla de cerca, no quiere despertar de su letargo, ser salvado. No puede respirar, ella se lo permite, ella, Hannah, ahí tiene, tantas veces Hannah transportada a su presente, Bring me to live, le dice, con peluca. Desesperado se hunde en sus pechos pequeños, contorneados, iluminados por la luz de su deseo, esperando la pose del pingüino. «No le digas a nadie,», me dijo una vez, «pero estoy enamorado de Hannah Montana», me dijo, «No te preocupes, no lo haré.», lo hice. Ya sus manos se deslizan sin reparos por su cintura, reposan en sus nalgas, presionan contra su vientre, de pie uno frente al otro, gimiendo ella sin descanso mientras mete la mano en los pantalones del payaso, quiere que arroje el veneno insoportable que nubla su mente, mueve la mano con cadencia, estruja. Lejos de casa, sin dinero, colado en el hotel. U2 ha valido la pena, piensa y dice bajito, se viene el pingüino che, escucha que le dice, que se baje los pantalones, «y ahora nada boludo, nos vemos otro día», se lleva la billetera, él dice que espere, lo grita, avanza. Los brazos estirados, los dedos juntos, las piernas atrapadas entre los caídos pantalones que avanzan torpemente con la pose del pingüino.

Una más,

pregunta por las prendas Panocha, que cuánto le cobra, «¿cuánto me cobrás?», y le dicen que 20 pesos, «¿y si te doy un besito?», en el barrio de la Boca. Allí los colores, las formas, la tarde lluviosa, la pareja de tango que va probando de otra manera la inmortalidad del amor despacito, muy pegados, los colores en las fachadas, Caminito que el tiempo ha borrado, las caras de Maradona, que juntos un día nos viste pasar. El paraguas del payaso que se abrió al revés, se lo lleva el viento, mojado recorre las calles bajo el mío, sonríe despreocupado, sigue siendo imbécil, «y, 80 pesos boludo», pero no sabe, no le da la gana de entender, le digo que nos vayamos, «ah ya, entonces dame dos», que se hace tarde para el metro. Un metro que no sabemos usar, el ticket que Gonzalo advirtió era peligroso, «ez peligrozo», si el payaso se equivoca, la maquinita se lo traga. En la fila Panocha nervioso, los argentinos impacientes, mete el ticket al revés, no sabe si entrar, salir, pedir ayuda. Duda, arranca el ticket, lo huele, palpa la máquina, recuerda la advertencia de Gonzalo, le gritan de atrás, lo insultan solapados, la frente húmeda, lo miro tranquilo, conmigo no es. Ahora un pequeño de rostro sucio, cabellos dorados, mirada azul se acerca. Sujeta sus tirantes al mover continuamente los pulgares, los jala sobre el overol; moviendo y moviendo los pulgares se mece hacia delante, se mece hacia atrás; sube y baja los dedos, tirita en esa tarde gris, «¿ché, qué hacés?», acomoda su boina, «Decíme, ¡qué hacés!». Panocha tartamudea bajito, las palabras no le salen, sostiene el ticket, lo deja caer, lo levanta el crío, «Mirá, metés el ticket ¿por aquí, empujás el fierro por ashá, listo… ahora circulá papá, circulá». Agradece el payaso, se fijaban en nosotros, como grillos se fijaban, amontonados. Avanzamos. Agradece el payaso, «¡Andá!», grita el pequeño, la mano levantada. Se burla.

«Señores ¡basta!», entre nosotros otro familiar, «¡es suficiente!», pide respeto con el finado. La noche fresca. La garúa de Lima que pica-desespera en el patio del recinto. Salo sentado, su mano en la barriga, riendo sin reír, no puede, la hepatitis. Gerard resopla, el pelo graso, secando su frente resopla y ríe. Los familiares cuchichean desde la capilla, nos miran hostiles. Reprueban. La risa destemplada de Panocha que sube de tono, su mandíbula que va, sus mofles, que viene. No respeta, respeto eso. Abrazo a Elús, sujeto su cabeza, la traigo hacia mi sexo besando volado: «chuick». Gonzalo operado, sonríe diciendo «667, te pazazte de beztia». Seguí contando, mi voz no cesaba, se la iba tragando la noche, y ella allí en la penumbra, un rostro suave, con un leve aroma a fragancia juvenil, dulzona besando a su amado, de la mano con Lágrima Chicha, todo desgarbado, se diría que era su propio velorio, huraño nos contempla junto a ella, le susurra traducciones de mis diálogos, mis personajes, la verdad en mis historias, lo ocioso que resulta preguntarse si digo la verdad, su barba crecida, embrujado como el más afortunado la besa y ella ríe flexible, agitada sin tregua nos contempla de reojo, soltando por fin una mofa, soñadora, risueña, victoriosa.
-            ¿Y quién es el imbécil de Panocha? – escucha el payaso en silencio, transfigurado por la escena, su mandíbula por fin cerrada, la actitud en reposo.
-            Soy yo – responde el payaso, otrora jovial.



“catorce”
Juma Paredes
 Diciembre, 2017

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anacoreta y yo (tres: sobre su fotografía y una clase magistral)

Tengo quince, le sonrío. No toma la foto. Sí retrata a las parejas de la izquierda, ellos ebrios, ellas con la orquídea en el pecho-muñeca....