«Señores ¡basta!», entre nosotros un familiar, «¡es
suficiente!», rostro severo y desencajado. Considera que todo acabó, le parece
demasiado. Una noche fresca de setiembre. Fría, oscura. La garúa limeña en
Madgalena que pica-desespera, por la avenida La Marina. Todos en terno, con
corbata, yo sin porque ahorca y no le veo sentido. Todos en círculo. Unos
sentados, otros de pie, en círculo, acompañando al payaso, que no parece
compungido, al contrario, repudia el dolor, está resignado mi amigo, lo
comprendo y sigo contando
moviendo
el mofle de un lado hacia el otro Panocha, yo lo miro apoyado en la ventana del
bus de turistas. El cielo claro en Buenos Aires. La nube en forma de cangrejo
sobre la Casa Rosada de rejas negras entre fotógrafos-turistas que agachados
chick, ahora de pie sonríen chick. El mofle de un lado hacia el otro Panocha
junto a un sonido gutural con la saliva que salpica, me limpio, los ojos
abiertos ella, aj digo mientras me limpio y ella avanza un poco más, «What the fuck»,
colorada, «What…», rubia, «the», alta, «fuck», gringa que mira sobre el hombro
al gordo de cabellos rojos, las pecas que invaden su rostro redondo, una boca
enorme que ahora cerrada presiona sus labios inflando los mofles que de un lado
hacia otro Panocha. Chick-chick.
-
¡Qué
mierda te pasa! – le digo.
-
¿Quién
es?
«Silencio», el familiar. Salo sentado, su mano en la
barriga, riendo sin reír. Gerard resopla. Cuchichean a unos metros, nos miran
hostiles. Reprueban. Esa risa destemplada que sube de tono, la mandíbula del
payaso que va. Pero que siga contando me dicen, sigo contando
Panocha
nada, entró al baño del hotel antes de irnos, no pagó la cuenta, escondido entre
nosotros no pagó, y Gonzalo gimiendo la noche anterior, «ay», Panocha
esperando no ser él quien gime, asustado despierta de madrugada, «¡ay!», ay qué
ay qué, pienso, pensamos, menos Elús que duerme soñando que ya no es virgen,
tenemos 30, vamos a un concierto. De la oferta ni la mitad, un paquete engañoso
que terminamos pagando por un cuarto miserable en una calle miserable de un
hotel miserable. Enormemente pequeña habitación, con luz, sin agua. Gonzalo
gime ahora despierto, ay qué ay qué, «ay qué rico», dice Panocha, sí, jejeje,
como no, jajaja, menos Gonzalo que gime, que su testículo, que un calambre, que
le duele el derecho, que lo ayuden, que lo ayudemos, que jódete no te ayudo, sí
me ayudas, no mierda no. Pero Panocha nada, ya encerrado en el baño puja. Las
losetas que brillan mientras tararea-canta su canción favorita, siente que
nadie lo ve, alza la tapa, los pies sobre el borde de la taza, se agacha
como de costumbre el enorme Panocha sobre tremendo espacio reducido, las manos
sobre sus rodillas, Oops i did it again,
canta pujando agachado, una leve sonrisa observando su pudor que le provoca una
alegría extraña mientras piensa en los soles que se va a ahorrar, sus amigos
pagan, él no, él nunca paga. La brisa traviesa, acceso de cosquilla inocente
bajo su vientre, i played with your heart,
lo acaricia, sus ojos llorosos, la cabeza gacha, la mirada perdida y el pedazo
de papel ahí. Canturrea con la mirada oculta tras sus párpados cerrados, got lost in the game, mientras pugna la
caca por salir entre breves espasmos que lo inquietan, oh baby, baby oops!, sumatoria de pellizcos ásperos que impregnan
sus ideas de una hediondez particular, acompañada de una sustancia viscosa, you think im in love, amarillo-naranja
que arremete contra el agua, canta ensimismado, rasca sus cabellos rojizos
deteniendo un instante su cantar mientras jala, la palanca baja, el agua sube, su
canción favorita, that im sent form
above, el agua cae, sale bajo la puerta, apurado se limpia, sus amigos ya
abajo pagando, ya abajo se van, «che gracias por venir», de nada Elús al botones, el agua
baja por las escaleras desde el segundo piso, cae un poquito, «¿Les gustó
Buenos Aires?», y otro más, «No». Otro poquito sigue y el pedazo de caca sólida
que Panocha no logra alcanzar, sujeta sus pantalones, avanza despacio sin
avisar, baja despacio, una estructura amarillo-naranja sólida sobre la base de
una dieta de chorizos y hot dogs de la noche anterior en el concierto, yo lo
miro, Gonzalo mira adolorido, Elús abre la boca, estupefacto. Panocha
con una bolsita en la mano que arroja al tacho de basura, el pantalón
desabrochado, la risa estúpida que dice «vamos» y nos vamos, «vamos que lo
atoré», i´m not that innocent.
-
¿Eres
imbécil? – le digo.
-
¿Quién
es?
«¡Silencio carajo!», considera que todo acabó. La noche
fresca. La garúa pica-desespera. Salo sentado, su mano en la barriga, riendo
sin reír, no puede. Gerard resopla, el pelo graso. Seca su frente, resopla y
ríe. Allá ellos cuchicheando en terno, lanzando susurros que se me antojan
ensordecedores, con corbata los veo a todos, se persignan. Esa risa destemplada
que reprueban, esa mandíbula: «carajo». Pero sigo contando
«No», dice Panocha, no es imbécil, se hace el imbécil
mientras me dice en el taxi, llegado a Buenos Aires, que es un muchacho como
cualquiera, que siente, tiene emociones, que está enamorado de Hannah Montana,
solo que ella no lo sabe. Me invita a su casa en Lima, meses atrás, pone play en el VHS, avanza la imagen, Hannah
sostiene el micrófono cerca de sus labios, salta en cámara lenta, la falda
sube, «Huma marica, estuve pensando mucho», me dice, y el taxista, «ché pibes,
¿Les gusta Buenos Aires?», pone pausa ahí, las piernas de la adolescente
levantadas, me comenta sobre sus zapatos (con taco), el tamaño de su falda (a
cuadros), que esa es una peluca, que en realidad es otra, una que no le gusta,
una actriz cualquiera que no le gusta, pero que Hannah sí, play otra vez, retrocediendo en cámara lenta baja las piernas,
porque es chibola, baja la falda, menos muslos y el micrófono otra vez hacia su
boca pequeña, «y no logro entender por qué me he vuelto el payaso de este viaje».
Elús responde que no, «no», que no le gusta. El taxista es un hombre mayor.
Habla de su ciudad, la
falta de empleo, los políticos corruptos, el sol contra su rostro. Todavía no
había amanecido, cuenta que trabaja desde el ocaso, detiene el carro en el
peaje, presiona un botón, pasa. El sol contra su brazo. Tantas veces Panocha: «Che taxista, ¿te
acabás de pasar el peaje sin pagar?». Pero el taxista: «Mirá pibe,», ahora fumando.
Lo miro, a mi lado pistas en tres niveles, Gonzalo toma fotos, yo delgado, el
pelo largo, las maletas de Elús, su rostro moreno tranquilo, soñoliento, Gonzalo
otra foto, una mujer por ahí, tremenda otra por allá, sus ojos se desprenden de
sus pestañas y filma excitado, «viste que aquí tenemos tanta tecnología,», Elús
un lagarto orgulloso contra el cuero del asiento moviendo la cabeza inmerso en
una pesadilla-pesada abraza su maleta («Gimli», dice, «me robaste Gimli»), su
rostro desierto, demasiado moreno, lo miro y no veo algo, sus ojos cerrados,
con un grumo de saliva balanceándose en su mentón, me demoro mirándolo, hace
calor, «pero tanta tecnología, que un satélite reconoció mi rostro desde el
espacio y me dejó pasar.»
-
¿De
verdad señor? – inocente ahora el payaso.
-
Andá
pibe, andá.
-
¿Quién
es?
«Señores aquí no se hace bulla», entre nosotros un
familiar, «¿de qué están hablando?», que ahora se relaja entre nosotros, fuma
un cigarro y escucha. La noche fresca. La garúa de Lima que pica-desespera.
Salo sentado, su mano en la barriga, riendo sin reír, no puede, la hepatitis.
Gerard resopla, el pelo graso, secando su frente resopla y ríe. Los familiares
cuchichean, nos miran hostiles, él ya no. Escucha. Reprueban. La risa
destemplada de Panocha que sube de tono, su mandíbula que va. No era tan tarde,
estaban en plena misa. «Ah carajo, a ver sigue contando muchacho».
avanza el payaso estupefacto conmigo a su lado, un
instante antes que su sombra mientras cuenta cuántas le gustan y en Lima no, en
Lima es diferente dice, no hay bonitas dice, y cuenta nueve de diez mientras me
dice que ha decidido que ya solo le gustan las mujeres y yo anoto todo muy
adentro en mi memoria. La fila del concierto, el estadio de River, el sol que
abraza-quema todo, Gonzalo comprando hielo, el hielo en su cabeza, sus piernas
cortas, aquellos zapatos desproporcionados, me recuerdan los zapateos del
patriarca Ballumbrosio, ahí agachado zapateando con zapatos enormes para una
cabeza pequeña, la barriga que sale del vientre de mi amigo, mis: «¿Te has
metido al gimnasio?», sus: «zí», mis: «no parece», sus «qué te paza imbézil»
pre-silencios postreros, soportándome en el viaje, en la fila ahí chupando
hielo. El payaso: «amiga no tengo casa, me quedo contigo», el payaso, «amiga
qué hacés, veníte conmigo». Elús tendido en el cemento boca arriba, cuan largo
es, lo echo de menos, el día anterior en Lima, hizo cola en el aeropuerto, su
cámara de fotos nueva, caro le costó, Elús es un avaro, caro le costó, y se le
acerca Gimli el enano, lo reconoce, Elús la reconoce mientras saluda, había
estudiado con él y en voz baja me confiesa su apodo, a mí, me lo dice a mí,
como tantas cosas, cómo se le ocurre, cómo se le puede ocurrir contarme, abro
la boca parar reír, le escupo en la espalda a Elús que disimula ahora rojo con
Gimli tan coqueta y su cámara más allá que no volvió a encontrar, me echa la
culpa luego, durante todo el vuelo, bajando y semanas después, años. «Amiga,
dame un beso», el payaso, «amiga vení, tocá sin compromiso», y yo le digo que
le van a pegar, «te van a pegar mierda», Panocha no levanta ni sospechas, lo
piensa Gonzalo también y me lo dice, «¿imbézil?», le digo que sí, «ajá».
-
¿Eres
imbécil? – le digo.
-
¿Quién
es?
«Habrase visto pues, tamaño manganzón», ya el familiar
con nosotros, el brazo en el hombro de Gerard, fumando de ladito. Sonríe
distendido. Ignora a los de terno que nos miran reprobando. Cuchichean. La
garúa de Lima que pica-desespera. Salo con hepatitis. Gerard resopla. Seca su
frente. Una enorme corona de flores, tan querido en vida dice o algo así. Siluetas
humanas somos dentro del recinto, casi media noche y nadie se va. Sigo contando
pero ya el payaso cerca de una gordita que nerviosa lo
soporta, lo escucha. Las tribunas atestadas, Elús boca arriba en el césped,
dormido, ¿cómo puede dormir?. Le escupo un poco, estoy sereno, solo un poco. Miro
a Panocha que hace brotar palabras cargadas de intensiones morbosas y ella
percibe, suelta la risa él, depravado como es, cual perro con cadena, «¿y no me
podés prestar tu cama che?», muerde y se lo dice y ella loco le dice, agrega el
vos, «¿pero vos sos loco?», y el payaso insiste ladrando con su nombre, olfateando
el aire se lo pregunta con el decíme, insiste «decíme tu nombre» y Lucía se lo
dice. Elús levanta el torso, en un instante está sentado-resucitado, mirando a
un lado y hacia el otro, deposita una manaza en la cabeza de Gonzalo, la atrae
hacia su sexo y besa volado: «chuick». Gonzalo ahí desprevenido, sonríe
diciéndole cojudo, y Panocha ahora con el apellido y ella: «Fazzi, pero me
dicen Lita boludo». El payaso anota en su libreta, tiene números, direcciones,
dibujos de ahorcados, de penes flácidos, de Hannah Montana levantando las
piernas, el micrófono cerca de la boca, anota el payaso, ella se aleja: Lu-ci-a-fa-zzi-li-ta,
listo el deletreo, «Luciafacilita», resume el payaso y lo repite «Luciafacilita».
Veo bocas moverse difusas en segundos que transcurren lentos, rayos de sol cual
paraca costeña fastidiando mi rostro, Elús me mira, los argentinos sombras sin ser,
gotas de arena que se detienen, escucho mi propia respiración, mi risa
exasperante.
-
Cojudo
– dice Gonzalo.
-
Sí.
-
¿Quién
es?
«Familia tal», leo en la corona, en varias coronas.
Riendo el familiar con nosotros, arroja el cigarro encendido, escupe discreto
en la espalda de Gerard que resoplando. Algunos en terno. No uso corbata.
Frente a mí ese hombre del cigarro encendido, en planchado traje de luto, nadie
sabía de dónde o familiar de quién, pero ahí con nosotros, erecto, tan alto que
sus piernas no parecían llegar al suelo, con esa voz áspera e inofensiva: «Pero
sigue, sigue compadrito»
y la entrada del estadio, los guardias de seguridad, el
sello en el orto, «no me toque», le digo, y el guardia es fuerte, las letras
V.I.P, no se irrita conmigo ni se asombra, mira en cambio al payaso que le
pregunta ¿dónde?, por el sello que ahora es sesho, y yo no entiendo por qué
suelta tantas tonterías, «espere un momento señor», sintiendo que no es una
persona normal, muy gordo, muy risueño, el pelo demasiado rojo, esas pecas que
lo embarran, yo lo miro con la conciencia tranquila, no es conmigo, es con él, «che
guardia, ¿dónde me vas a poner el sesho?», mientras el otro se acerca formando
un puño que golpea su mano abierta, «¿en el orto?». No me toque le dije a
tiempo, alejándome del payaso que preocupado voltea, su mirada ansiosa, sus
piernas fofas que se mueven en el aire, los guardias que lo levantan, «y sí,»,
le dicen, «vení, que te atendemos». La broma que alega Panocha, diles Huma me
dice, quiere que les diga que es broma, no lo conozco, no sé quién es, deja de
ser él pero sé que lo es, sé que es así todos los días de su vida. Digo que
espere un momento, le agrego señor, le digo que es un payaso, que lo deje ir,
uno no quiere, el otro tal vez. Lo dejan ir, lo arrojan al pavimento, un hilo
de sangre en la comisura, Panocha sonríe espantado, su mirada me recuerda el
susto de aquel niño al que le robamos la comida, el de la enfermería, 10 años
atrás, yo en el patio con los árboles, él husmeando el pabellón de primaria,
diciendo que las loncheras están llenas a esa hora, que los enfermos no comen,
que solo descansan esperando a sus padres, así es como recuerdo. Panocha
detenido, avanzando ya agachado y detenido mirándome de soslayo, porque el
payaso nunca mira de frente, siempre de costado, como un caballo, como un perro
que recibe un llamado de atención, contiene la risa, «shshsht», con el dedo en
la boca, el cuadro de la enfermera pidiendo silencio, el pan con huevo, la
limonada tibia, algunas galletas que se come el payaso y escribe en un papel
gracias, da las gracias el pendejo y yo ahí igual de pendejo comiendo, el niño
que nos mira afiebrado, en sus ojos veo los ojos de mi amigo espantados.
-
¿Eres
o no imbécil? – le digo.
-
¿Quién
es?
cercana otra vez Lucía pide una foto. Payaso le habla ya
sabiendo su nombre, ríen, bromean. Un payaso etéreo, jovial que siente que su
yo vivo no habita más un cuerpo muerto, tremendo diablillo que acerca el
rostro. El grupo demasiado distante, no tocan, no empieza el concierto. Así es
como recuerdo a mi amigo, el polo demasiado apretado, el ombligo que asoma
tuerto, el rostro pecoso, mal-criado, y Lucía, «ché quiero tener una foto de
recuerdo, ¿me tomás?», y Panocha sentado en el aeropuerto, mientras Elús busca
su cámara, leyendo las letras de U2, quiere aprenderlas, canturrea con un
audífono en el oído. Gimli el enano. «Claro, sho te tomo, sho te tomo», alega
el payaso excitado.
-
Pero
con mi novio, boludo – así la encontró, así la perdió, rodeado de argentinos tomó.
-
¿Quién
es?
Las coronas, riendo el familiar con nosotros que
proyectamos sombras, bajo llena la luna. Riendo el hombre tras un murmullo
socarrón, el traje de luto planchado, su cigarro que fuma. Tan alto él, cada
vez más. Y yo ahí en soledad, hablando en voz alta me oyen, pero no, tal vez
saben que estoy ahí, miran la historia, al payaso que riendo a mandíbula que
bate, que posa sus ojos en mí como si hurgase en mi memoria. Se pregunta si es
cierto lo que digo, se ríe más alto. Sigo
el cantante diciendo unos, en plural, «unos», y sigue, «dos,
tres, catorce», las luces apagadas, la enorme oscuridad con lucecitas calladas
que invaden el aire llenando de gritos mis oídos. Elús con la manaza en mi
nuca, Gonzalo saltando, sus piernas cortas, los zapatos de otro cuerpo, me
abraza y salta conmigo. Payaso meditando, calculando, el gesto contrariado. «Circulá»,
lo oigo decir, distraído yo cantando, allá Bono abriendo con Elevation. Sobre los hombros de Elús
ahora soy grande, abriendo los brazos un momento. Ni cinco ni seis esperamos,
toda la vida esperamos ese viaje, ese momento de los tres mientras el payaso
nos dice que también quiere ir, que no conoce al grupo, allí sentado en el
aeropuerto, mientras Gimli el enano, le explico que la entrada está cara, le
subo el precio al triple, no se lo digo mientras me paga. «Circulá, circulá»,
los veo apretujados allí abajo, Gonzalo llora abrazado de Elús, un tipo enorme
empujando mientras, I will be with you
again, lloro, algunas banderas venidas desde lejos, y más fuerte el payaso
que circulá-circulá, el enorme que voltea, no lo deja ver, «¿Qué decís gusano?»
-
Y
nada che… disfrutá, disfrutá…
-
¿Quién
es?
Del velorio caigo en cuenta tarde, casi de madrugada, del
volumen que esperan bajemos entre esos cuchicheos y algunos «shsht», con otros
«¡basta!». Tengo frío, no he dormido bien. Esa garúa limeña. Salo sentado.
Gerard resopla. El hombre del terno que pide más, divertido, que sacando una
cajetilla ofrece y yo no gracias, pero Panocha que sí mientras ríe, tose de tanto
reír. Fuma. Hay más
así nos despierta Elús, golpeando la pared de madrugada
indignado, «cállense mierdas», repite Elús, «ya cállense», y no entiendo. Así
nos despierta Elús, golpea fuerte sobre el empapelado de flores amarillentas,
roto por aquí, rasgado por allá, la ventana, las cortinas verdes. El mini bar del
cual payaso ya se acabó las gaseosas y reemplazó por unas de la calle. El mini
bar. Los gritos de Elús que indignado pregunta que quién les ha dicho. Una
pareja decente que vimos en la mañana, se besaban en los labios. Ella levantó
la cabeza y miró a través de mi pecho, no sé cómo, pero cerré los ojos para que
no viera que la estaba mirando, arrobado; él se da cuenta y sonríe, se besan en
los labios. Los gritos de Elús, «carajo ¡quién les ha dicho», indignado, «que a
un hotel se viene a tirar!», y Gonzalo «ay», su torsión testicular.
-
Es
peligrozo mierda, peligrozo, zi ze me tuerze me tienen que operar – dice
Gonzalo, no le creo y es verdad.
Y ahora solo me falta la pose del pingüino, ¿o no?
con la pose del pingüino ahora andaba el payaso, repitió
toda la noche en la disco, una argentina le había prometido, «me dijo papá, no
sabés», que se iba a morir. Esperando su muerte se despide, ahora sube los
escalones del edificio, los pasillos húmedos, viejos. Truena los dedos ella, la
vista arriba le dice, no en su cola, él la sigue. Huele a gotas de lluvia que
escurren por la madera, huele a humedad, alfombra mojada, a su cuerpo, sus
besos. Se acerca a esas piernas suaves, que mantienen el equilibrio sobre un
par de tacones atados desde los tobillos por una sinuosa cinta-cuero hasta las
rodillas. El tatuaje, logo de Evanescence en la espalda-nuca. Muslos firmes.
Falda corta ceñida a las caderas. Una blusa transparente que cubre algo su piel.
Esos cabellos lacios mientras el payaso cierra los ojos, sus manos sobre la
espalda, acariciando el tatuaje sopla de cerca, no quiere despertar de su
letargo, ser salvado. No puede respirar, ella se lo permite, ella, Hannah, ahí
tiene, tantas veces Hannah transportada a su presente, Bring me to live, le dice, con peluca. Desesperado se hunde en sus
pechos pequeños, contorneados, iluminados por la luz de su deseo, esperando la
pose del pingüino. «No le digas a nadie,», me dijo una vez, «pero estoy
enamorado de Hannah Montana», me dijo, «No te preocupes, no lo haré.», lo hice.
Ya sus manos se deslizan sin reparos por su cintura, reposan en sus nalgas,
presionan contra su vientre, de pie uno frente al otro, gimiendo ella sin
descanso mientras mete la mano en los pantalones del payaso, quiere que arroje
el veneno insoportable que nubla su mente, mueve la mano con cadencia, estruja.
Lejos de casa, sin dinero, colado en el hotel. U2 ha valido la pena, piensa y
dice bajito, se viene el pingüino che, escucha que le dice, que se baje los
pantalones, «y ahora nada boludo, nos vemos otro día», se lleva la billetera,
él dice que espere, lo grita, avanza. Los brazos estirados, los dedos juntos,
las piernas atrapadas entre los caídos pantalones que avanzan torpemente con la
pose del pingüino.
Una más,
pregunta por las prendas Panocha, que cuánto le cobra, «¿cuánto
me cobrás?», y le dicen que 20 pesos, «¿y si te doy un besito?», en el barrio
de la Boca. Allí los colores, las formas, la tarde lluviosa, la pareja de tango
que va probando de otra manera la inmortalidad del amor despacito, muy pegados,
los colores en las fachadas, Caminito que
el tiempo ha borrado, las caras de Maradona, que juntos un día nos viste pasar. El paraguas del payaso que se
abrió al revés, se lo lleva el viento, mojado recorre las calles bajo el mío,
sonríe despreocupado, sigue siendo imbécil, «y, 80 pesos boludo», pero no sabe,
no le da la gana de entender, le digo que nos vayamos, «ah ya, entonces dame
dos», que se hace tarde para el metro. Un metro que no sabemos usar, el ticket
que Gonzalo advirtió era peligroso, «ez peligrozo», si el payaso se equivoca,
la maquinita se lo traga. En la fila Panocha nervioso, los argentinos
impacientes, mete el ticket al revés, no sabe si entrar, salir, pedir ayuda.
Duda, arranca el ticket, lo huele, palpa la máquina, recuerda la advertencia de
Gonzalo, le gritan de atrás, lo insultan solapados, la frente húmeda, lo miro
tranquilo, conmigo no es. Ahora un pequeño de rostro sucio, cabellos dorados,
mirada azul se acerca. Sujeta sus tirantes al mover continuamente los pulgares,
los jala sobre el overol; moviendo y moviendo los pulgares se mece hacia
delante, se mece hacia atrás; sube y baja los dedos, tirita en esa tarde
gris, «¿ché, qué
hacés?», acomoda su boina, «Decíme, ¡qué hacés!». Panocha tartamudea bajito, las
palabras no le salen, sostiene el ticket, lo deja caer, lo levanta el crío, «Mirá,
metés el ticket ¿por aquí, empujás el fierro por ashá, listo… ahora circulá
papá, circulá». Agradece el payaso, se fijaban en nosotros, como grillos se
fijaban, amontonados. Avanzamos. Agradece el payaso, «¡Andá!», grita el
pequeño, la mano levantada. Se burla.
«Señores ¡basta!», entre nosotros otro familiar, «¡es
suficiente!», pide respeto con el finado. La noche fresca. La garúa de Lima que
pica-desespera en el patio del recinto. Salo sentado, su mano en la barriga,
riendo sin reír, no puede, la hepatitis. Gerard resopla, el pelo graso, secando
su frente resopla y ríe. Los familiares cuchichean desde la capilla, nos miran
hostiles. Reprueban. La risa destemplada de Panocha que sube de tono, su
mandíbula que va, sus mofles, que viene. No respeta, respeto eso. Abrazo a Elús,
sujeto su cabeza, la traigo hacia mi sexo besando volado: «chuick». Gonzalo operado,
sonríe diciendo «667, te pazazte de beztia». Seguí contando, mi voz no cesaba,
se la iba tragando la noche, y ella allí en la penumbra, un rostro suave, con
un leve aroma a fragancia juvenil, dulzona besando a su amado, de la mano con Lágrima
Chicha, todo desgarbado, se diría que era su propio velorio, huraño nos
contempla junto a ella, le susurra traducciones de mis diálogos, mis
personajes, la verdad en mis historias, lo ocioso que resulta preguntarse si
digo la verdad, su barba crecida, embrujado como el más afortunado la besa y
ella ríe flexible, agitada sin tregua nos contempla de reojo, soltando por fin
una mofa, soñadora, risueña, victoriosa.
-
¿Y
quién es el imbécil de Panocha? – escucha el payaso en silencio, transfigurado
por la escena, su mandíbula por fin cerrada, la actitud en reposo.
-
Soy
yo – responde el payaso, otrora jovial.
“catorce”
Juma Paredes
Diciembre, 2017
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