lunes, 18 de septiembre de 2017

Celeste

“No es solo tu patinar, es también tu mente lo que me tiene en este lío.”
(Anónimo, 1998)

Un par de patines nuevos la esperan en casa. Baja corriendo de la movilidad que diariamente la regresa a las cuatro, arroja la mochila sobre la cama y abre el papel de regalo: «¡Patines nuevos Celestita!». Gracias mamá, sí, gracias papá, claro hijita todo para ti, sí, besos, sí, abrazo, claro. Vas a estudiar, sí. Vas a aprender, sí papá, sí mamá.

Piensa ver a sus amigas al día siguiente, patinar con ellas en la kermesse del colegio Sophianum. Emocionada ya no puede esperar. Mueve los pies una y otra vez, y otra vez, viendo volar sus zapatos. Sube el volumen de la radio. Se quita las medias, la falda verde de cuadros. Deja la camisa sobre el televisor mientras se prueba varios pantaloncillos cortos antes de escoger el más ajustado, con corazones rosa. Sentada en el borde de la cama con las manos sobre las rodillas desnudas juega con sus labios mordiéndose la lengua, masticando chicle, y esa manía de meter el dedo en una comisura, empujar, morder el pellejito dentro de ese rostro salpicado de pecas.

La tapizada habitación blanco invierno distrae su atención, imaginando que rasga el empapelado y lo tira a la basura, no sin antes acomodarse los tirantes, quiere arrancarlo y luego hacer muchas estrellas de colores aquí y allá mientras salta sobre la cama con las medias multicolor que sacó del cajón en una mano. Aquí y allá cantando-brincando. Sujeta los bordes de una de ellas e introduce su pie distraída, presionando contra su pantorrilla en el vaivén que sube despacio hasta el muslo. La amé y me destrozó, la amé porque la amé, bella como era. Demasiado alegre como para advertir mi presencia, reclamaba mi atención por puro capricho, egoísmo. Sonríe ante el espejo, se peina, ya no sonríe. Mira los afiches de la pared, entorna los ojos incómoda ante el forcejeo del patín que no entra, jala con fuerza, la pierna estirada. Tuerce un poco el pie izquierdo. Sopla hasta reventar la bomba con ganas de bailar sin dejar de respirar hasta el amanecer. Hoy cumple 15. Una niña engreída y rebelde. Ya no la quiero amar porque rebasó sus umbrales.[1]
-        Febo, me cantas, dibujas tan bonito y eres tan lindo… quisiera tener un novio tan lindo como tú.
-        ¿De verdad? ¿Quieres ser mi novia?
-        No.

Persigue a sus amigas, tropieza raspando sus rodillas y suelta una carcajada. Celeste mantiene el equilibrio sobre las ruedas de los patines volviendo a caer, elevando esta vez la mirada, fijándose en ese Volkswagen viejo de gran parrilla, en el hombre que al volante fuma, detenido a pocos metros, cruzando la calle. Está ahora callado, componiendo en su mente la primera estrofa de una canción. Tararea con el cigarro encendido entre los labios. Sonríe tras la barba crecida, perdidos los cabellos, oprimiendo con firmeza la palanca de cambios. El calor lo exaspera, levanta una ceja, el sudor ha humedecido los contornos de su camisa, pero no se da cuenta y fuma por última vez. Sigue mirando al hombre que la mira y ahora discreto acomoda sus gafas oscuras ante el espejo retrovisor que le transmite una confianza repentina para luego arrojar el cigarro. Febo baja del auto decidido. Ya no es sagrada para mí. No sabe amar pues está enamorada de sus pestañas. Se acerca.
-        ¿Señor qué desea?

«Vamos a dibujar un cielo con las manos», le decía a diario, «también una casa enorme, una familia y bailar». Las paredes de la habitación estaban plagadas de dibujos traviesos con ángeles y diablillos. «Ven toca mi corazón». Tantos dibujos todos, muchos ellos. «No te detengas más ni dejes que me vaya». Los domingos se manchaban las manos de colores y él la ayudaba a pintar. Cantaba todas sus canciones… todas las compuso para ella. Llenó su soledad, creando un mundo personal intocable, limpio. Un mundo que compartían por momentos y jamás logró evocar en soledad, buscando aquella mirada pícara, intentando recordar ese rostro que otrora bajo el sol de mayo lo miraba con recelo.
-        Deseo… quisiera saber tu nombre.

Celeste patina veloz algunos metros hacia el hombre de la barba, su sombra la sigue hasta detenerse junto a él, ambas ahora unidas bajo sus patines y Febo contempla absorto, temblando sin miedo. Extiende su mano, acaricia un poquito su barbilla. A sus 30 se siente seguro.
-        Celeste señor. Celeste Perry.

Celeste
Juma Paredes
Setiembre, 2017
www.facebook.com/inmaduronarrador/




[1] Las expresiones de Febo ante el recuerdo de Celeste, fueron elaboradas sobre la base de los poemas salvajes de Endor Llaxtamasi (endor-llaxtamasi.blogspot.pe)

No hay comentarios:

Publicar un comentario

anacoreta y yo (tres: sobre su fotografía y una clase magistral)

Tengo quince, le sonrío. No toma la foto. Sí retrata a las parejas de la izquierda, ellos ebrios, ellas con la orquídea en el pecho-muñeca....