“No es solo tu patinar, es también tu mente lo que me tiene
en este lío.”
(Anónimo, 1998)
Un par de patines nuevos la
esperan en casa. Baja corriendo de la movilidad que diariamente la regresa a
las cuatro, arroja la mochila sobre la cama y abre el papel de regalo: «¡Patines
nuevos Celestita!». Gracias mamá, sí,
gracias papá, claro hijita todo para ti, sí, besos, sí, abrazo, claro. Vas a estudiar, sí. Vas a aprender, sí papá,
sí mamá.
Piensa ver a sus amigas al
día siguiente, patinar con ellas en la kermesse del colegio Sophianum. Emocionada
ya no puede esperar. Mueve los pies una y otra vez, y otra vez, viendo volar
sus zapatos. Sube el volumen de la radio. Se quita las medias, la falda verde
de cuadros. Deja la camisa sobre el televisor mientras se prueba varios
pantaloncillos cortos antes de escoger el más ajustado, con corazones rosa.
Sentada en el borde de la cama con las manos sobre las rodillas desnudas juega con
sus labios mordiéndose la lengua, masticando chicle, y esa manía de meter el
dedo en una comisura, empujar, morder el pellejito dentro de ese rostro
salpicado de pecas.
La tapizada habitación blanco
invierno distrae su atención, imaginando que rasga el empapelado y lo tira a la
basura, no sin antes acomodarse los tirantes, quiere arrancarlo y luego hacer muchas
estrellas de colores aquí y allá mientras salta sobre la cama con las medias multicolor
que sacó del cajón en una mano. Aquí y allá cantando-brincando. Sujeta los
bordes de una de ellas e introduce su pie distraída, presionando contra su
pantorrilla en el vaivén que sube despacio hasta el muslo. La amé y me destrozó, la amé porque la amé, bella como era. Demasiado
alegre como para advertir mi presencia, reclamaba mi atención por puro
capricho, egoísmo. Sonríe ante el espejo, se peina, ya no sonríe. Mira los
afiches de la pared, entorna los ojos incómoda ante el forcejeo del patín que
no entra, jala con fuerza, la pierna estirada. Tuerce un poco el pie izquierdo.
Sopla hasta reventar la bomba con ganas de bailar sin dejar de respirar hasta
el amanecer. Hoy cumple 15. Una niña
engreída y rebelde. Ya no la quiero amar porque rebasó sus umbrales.[1]
-
Febo, me cantas, dibujas tan bonito y eres tan
lindo… quisiera tener un novio tan lindo como tú.
-
¿De verdad? ¿Quieres ser mi novia?
-
No.
Persigue a sus amigas,
tropieza raspando sus rodillas y suelta una carcajada. Celeste mantiene el
equilibrio sobre las ruedas de los patines volviendo a caer, elevando esta vez
la mirada, fijándose en ese Volkswagen viejo de gran parrilla, en el hombre que
al volante fuma, detenido a pocos metros, cruzando la calle. Está ahora callado,
componiendo en su mente la primera estrofa de una canción. Tararea con el
cigarro encendido entre los labios. Sonríe tras la barba crecida, perdidos los
cabellos, oprimiendo con firmeza la palanca de cambios. El calor lo exaspera,
levanta una ceja, el sudor ha humedecido los contornos de su camisa, pero no se
da cuenta y fuma por última vez. Sigue mirando al hombre que la mira y ahora discreto
acomoda sus gafas oscuras ante el espejo retrovisor que le transmite una
confianza repentina para luego arrojar el cigarro. Febo baja del auto decidido.
Ya no es sagrada para mí. No sabe amar
pues está enamorada de sus pestañas. Se acerca.
-
¿Señor qué desea?
«Vamos a dibujar un cielo
con las manos», le decía a diario, «también una casa enorme, una familia y
bailar». Las paredes de la habitación estaban plagadas de dibujos traviesos con
ángeles y diablillos. «Ven toca mi corazón». Tantos dibujos todos, muchos ellos.
«No te detengas más ni dejes que me vaya». Los domingos se manchaban las manos
de colores y él la ayudaba a pintar. Cantaba todas sus canciones… todas las
compuso para ella. Llenó su soledad, creando un mundo personal intocable,
limpio. Un mundo que compartían por momentos y jamás logró evocar en soledad, buscando
aquella mirada pícara, intentando recordar ese rostro que otrora bajo el sol de
mayo lo miraba con recelo.
-
Deseo… quisiera saber tu nombre.
Celeste patina veloz algunos
metros hacia el hombre de la barba, su sombra la sigue hasta detenerse junto a
él, ambas ahora unidas bajo sus patines y Febo contempla absorto, temblando sin
miedo. Extiende su mano, acaricia un poquito su barbilla. A sus 30 se siente
seguro.
-
Celeste señor. Celeste Perry.
Celeste
Juma Paredes
Setiembre, 2017
www.facebook.com/inmaduronarrador/
[1] Las expresiones de Febo ante el recuerdo de Celeste, fueron
elaboradas sobre la base de los poemas salvajes de Endor Llaxtamasi
(endor-llaxtamasi.blogspot.pe)
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