lunes, 30 de octubre de 2017

La cinta roja

-        Ya no quiero comer, no me invites más comida, no quiero.
-        Si no comes te mueres – le digo sonriendo, sabiendo que no reirá, solo por decir.
-        Ya lo sé pelotas, me refiero a que quiero bajar de peso, estoy harta. Pero es tan rico comer… ya no sé qué hacer.
-        Cerrar la boca tal vez – lo digo y veo su labio inferior que despacio se comprime contra el otro, formando una línea casi imperceptible entre una noche de verano en Magdalena. Los carros van y vienen por la avenida Javier Prado, los faros en sus ojos se encienden de un rojo intenso, uno que detiene algo en mí que no logro definir, no sé -, o tal vez no...
-        Ay ya cállate, eres un inmaduro, cuándo vas a crecer ¿No te da vergüenza? Siempre con las mismas bromas. No me da risa.
-        ¿Algo te da risa?
-        Sí.
-        Qué.
-        No me acuerdo.
-        Ah ya.
-        Ay ya cállate – y su nariz que se hunde hacia el costado mientras juega con un pellejo de una comisura. Con el dedo entre sus labios presiona despacio y me mira así, empalando mi humor. De pie ante mí, formando un puño que va soltando mientras jala la cadena del perro que insiste hacia delante, junto al mío que ladra, ambos ladran.
-        ¿Qué te gusta de mí? – le pregunto por enésima vez, y por enésima espero una respuesta que nunca llega. Ella piensa incómoda, realmente no sabe digo yo, “realmente no lo sabes”, le digo y Ángel no responde, sostiene mi mirada sin responder, dejándose llevar por el perro una vez más, y se aleja, y allá va mi respuesta mientras veo sus piernas que avanzan descubiertas bajo un vestido corto de esos que le agrada vestir en verano, y este es uno caluroso que calienta mis ideas e imagino las sostengo entre mis brazos, acaricio despacio, así, sin quitarle el vestido. Rozo su vientre con mi rostro y
-        ¿Qué miras? Ya no mires. Eres un enfermo – me dice a lo lejos y lo creo. He sacado cita con una sicóloga que me recomendaron pues ha de ser enfermedad lo que tengo. Luego de años de oírla, cualquier afirmación se vuelve realidad, digo yo, pues es como siempre digo. Y dejo de mirar.
-        Ese bulto es un animal, es por lo que ladran – le digo espabilando mis ideas -, un animal muerto. Déjalo.
-        Ay, tú como siempre tan negativo, tal vez está vivo.
-        No se mueve.
-        Tal vez está dormido.
-        ¿Patas arriba? – y por un instante vuelvo a imaginar sus piernas, ahora las sujeto por los tobillos y elevo hasta mis hombros y
-        Ay, cómo jodes, voy a ver – Ángel se agacha hacia el cadáver, lo toca, intenta olerlo. Alguien que besa en el hocico a un animal, es capaz de todo, es lo que siempre digo. Pero esta vez ella está más interesada en una cinta atada al cuerpo. Yo me fijo en la forma en que sus senos bajan despacio y suben un poco. El vestido aquel permite ese punto de vista en que empiezo a imaginar que hundo mi rostro entre ellos, que presiono los labios, los ojos cerrados y muevo la cabeza, mi cara estampada contra su pecho. Me veo haciendo el gesto del “jefecito” diciéndole a su mujer, “tu cachetoncito…”, y nada, un programa olvidado, un tipo de humor particular, como el mío, se me antoja como el mío, particularmente molesto, “annoying” diría mi traductora, “guglea esa definición y encontrarás una foto tuya”, me dijo el otro día, “eres como un niño”, también me dijo, y le creí. Pero volviendo al par de senos yo
-        ¡Y ahora qué estás mirando! Ay, tú como siempre pensando en sexo, me estás acosando – y yo nada, conmigo no es. Cruzo las manos tras mi espalda, como cada vez que Ángel dice quiero evitar involucrarme en algo, como pagar, comprar, gastar, soltar dinero en general para cosas que no me interesan, pero a ella sí. Y en realidad lo hago por eso, de alguna manera sé que ese cadáver, esa situación no quedará ahí, que habrá algo más aquella noche, y no lo disfrutaré. Como la vez en que íbamos a entrar al teatro, era nuestro aniversario, y encontró un gato moribundo tirado en la pista, encegueció, lo olvidó todo. Obsesionada pretendía salvarlo, rescatarlo, quería darle primeros auxilios, respiración de boca a boca, pero claro, ella no, es asquienta e incapaz de tal cosa, fui yo quien tuvo que hacer aquello, a cambio de algunos insultos que cerrando los ojos intento olvidar -. Acuérdate que ayer vimos un letrero en el poste de la otra esquina, el perro era igualito ¿te acuerdas? Qué te vas a acordar, nunca te acuerdas de nada. Anda y trae ese número. Apúrate.
-        No voy a llamar a nadie, olvídalo – se lo doy resoplando, he corrido, y se lo digo, asaltado por un repentino sentimiento de independencia-virilidad.
-        Ay, tú como siempre tan servicial, qué pesado, así no me sirves.
-        ¿No te sirvo?
-        No me sirves rata, espera que está sonando.
-        ¿Qué suena?
-        El teléfono pues pelotas, qué otra cosa, ahora cállate – y su mirada de pronto cambia, su expresión se vuelve aquella de la que un día me enamoré y ella no. Sus ojos irradian bondades de colores, sus labios muestran una sonrisa ajena a mis días a su lado. Inclina un poco la cabeza hacia la derecha, se acomoda el cabello con ese gesto que tanto me gusta, “Aló”, pone el altavoz -. ¿Aló? ¿Sí?
-        Hola ¿quién es? – ha de ser un pequeño de 5, tal vez 6.
-        Hola querido, dime, ¿se te ha perdido un perrito? – ella pregunta y siento que no es precisamente la pregunta que debe hacer, se lo digo y pone el índice entre sus labios, “shshsht”, me mira de cerca, como si estuviese a 100 metros de mi vida.
-        ¡Trompetín! ¡Has encotrado a Trompetín! – imagino al niño bajito, con un overol cuyos tirantes sostiene mientras se mece de un lado a otro. Usa una boina verde, una camisa a cuadros, sus manos pequeñas, grande su ilusión.
-        Bueno… yo… ¿Está tu mamá querido?
-        Pregunta si hay recompensa – digo.
-        Ay, tú como siempre pensando en la plata.
-        ¿Esa no eras tú?
-        Shshsht – otra vez Ángel, y vuelvo a sus senos.
-        No, mi mamá trabaja siempre, trabajo y trabajo, yo… yo quiero que venga aquí, que juegue conmigo, a la pelota, a patinar… pero siempre trabaja y trabaja mi mamá, yo la quiero y
-        Querido… pásame con un adulto…
-        ¡Memé ven! ¡Una señora quiere hablarte! – “dime hijito”, escucho a lo lejos, una voz que inicia bien despacio, termina medio fuerte con el “ya voy”, y lo que siguen son segundos en que el niño dice en voz alta lo mucho que extraña a la trompeta y yo nada, ahí parado con ambas cadenas que se me antojan cerradas sobre mi cuello. Me veo salivando, la lengua afuera, olisqueando… esperando el momento – Memé, toma, ¡encontraron a Trompetín!
-        Buenas tardes, encontró al perrito, es usted un ángel, Trompetín es el único amigo de mi nieto. Verá, usa silla de ruedas y bueno, usted comprenderá, no ha hecho más que llorar estos días. ¿Lo ha encontrado? No sabe lo feliz que hace a esta vieja –. Pálida, Ángel escucha a la señora, no la interrumpe, solo me mira como esperando respuestas, con esa forma de mirar cuando me necesita, cuando sabe que serviré. Una mirada con una diminuta luminiscencia en su centro, que se me antoja cariño en ocasiones, solo un poco.
-        Esteee… bueno señora, no precisamente.
-        Cosa lá – y “abuela, abuelita, dile que lo traiga”, se escucha ahora la segunda voz, alegre, cantarina –. Habla claro hijita, mi angelito no deja de saltar, y esta vieja necesita sus auriculares.
-        Señora creo, creo que su perro ha fallecido un poquito.
-        ¿Un poquito?
-        Ligeramente…
-        Qué dice usted, cómo es posible, si lo queremos tanto.
-        Es que, el aviso, el cuerpo en la calle, no sé…
-        Seguro no es el mismo hijita, mi perro es un schnauzer.
-        Con manchas señora…
-        Manchas negras, y una oreja
-        Una oreja gris… ¿y la otra señora?
-        También…
-        ¿También?
-        También… y el pelo…
-        … recién cortado señora, recién cortado.
-        Pe… pero como va a ser hijita. Bueno, ese perrito tiene una cinta roja.
-        Ah bueno, éste tiene una cinta azul señora.
-        ¿En serio?
-        No – responde Ángel, y me veo emocionado, caen un par de lágrimas que me queman tranquilas, me acarician mientras soporto mis ganas de reír. Y allí ella, tan ella, lo cabellos sueltos, el rostro salpicado, rojo de vergüenza sin saber si colgar, sin saber si seguir. Sonríe ahora, la veo y me pasa igual, me siento mal de hacerlo, pero me pasa -. Es que, ahora que la veo bien, es roja señora, está oscuro y no me había fijado. La cinta es roja.
-        Pero qué me dices hija, por qué eres así.
-        Señora, pero al menos el cuerpo…
-        El cuerpo, me conformo con enterrar el cuerpo.
-        Estee… mejor no.
-        ¿No?
-        No… está a la mitad, partido sabe usted. Ha de haberlo atropellado uno de esos camiones gigantes que
-        A mí me da algo…
-        Ay tú como siempre – cuelga el ángel mientras me río, seria otra vez, el labio que presiona, el hilo, el puño, el rojo intenso, sus senos, las piernas, el vestido aquel -, te burlas de todo. Eres un inmaduro, nunca vas a crecer.
-        No… ¿Qué te gusta de mí?

  “La cinta roja”
Juma Paredes
Mayo, 2010
www.facebook.com/inmaduronarrador


Fotografía: Juma Paredes
Edición de fotografía: TrMarina León

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anacoreta y yo (tres: sobre su fotografía y una clase magistral)

Tengo quince, le sonrío. No toma la foto. Sí retrata a las parejas de la izquierda, ellos ebrios, ellas con la orquídea en el pecho-muñeca....