-
Ok Gerard, la embarré hablándote sobre esa
vaina, se me escapó, ahora seguro vas a contar, y fijo se van a burlar. Me llega
que se burlen, me llega que te burles, y lo haces desde que somos niños. No
entiendo por qué se distraen, creen, tienen fe… se friegan despacito; luego
pasan los años y zas, ya están bien fregados. Bueno, te sigo contando si
quieres. ¿Qué más quieres saber sobre el cisne?
-
Pero primero toma tu foto, guárdala bien. Si se
entera Huma ya sabes, es tremendo degenerado.
-
Bueno cómo te explico… de qué manera – bebe un
poco de cerveza y limpia su boca con un pedazo de servilleta, un triangulito
que acaba de formar, con pliegues aquí y allá. Mira a Gerard que bebe
observando. Se acomoda los lentes. En sus ojos puede verse, se miran en el bar,
en una mesita del rincón, entre el humo que oculta el rubor que colma de pronto
su rostro, lo calienta.
-
Cuenta nomás Veranito con confianza, sería
incapaz de mofarme o contarle a alguien lo… digamos… “lo tuyo”… Jo jo – ríe
Gerard de esa manera destemplada, aguda al inicio, exasperante al final, que en
ocasiones alterna con un “ohooo” sostenido - ¿O te asusta saber que lo puedo
contar? No jodas pues, no voy a contar – muerde el puro, resopla. El pañuelo
sucio en la izquierda acaricia su frente, como el susurro de su madre cada
mañana antes de ir al colegio, “despierta Gordis”, aquellos años, cada mañana -
Vamos, ¡ladra!
-
Siento que me explota la cabeza, escucho
ladridos, muchos ladridos – Veraniel tiene los ojos entreabiertos, como explorando
un horizonte entre las cuatro paredes que los rodean, entre luces que cambian
de color. Ha olvidado sus lentes. Allí está Otoniel, apartado en su rincón
personal, silba bajito y Elús, y Fabio. Es una fiesta universitaria de
sicología y Veraniel se siente otro, perdido, ciego – Mis lentes, mi cabeza,
estoy ciego.
-
No hay pe… pe perros hermano, deliras – Otoniel
mira a sus amigos, tartamudea, confundido da un paso atrás – ¿por qué no te
amarras el cabello? Lo tienes demasiado largo, como enredado, como matas, sí
eso, como matas ¿en qué momento te creció tanto? Pareces un marica. Le contaré
a padre cuando vuelva de viaje. Te voy a cagar. Él te va a cagar vas a ver.
Oscuro, el sótano es oscuro, y esos ladridos lastiman mis pensamientos.
Humo de cigarro. Cerveza, risas histéricas, mujeres histéricas. Luces de neón
intermitentes iluminan el espacio de baile, ahora sí ahora no, se me antoja
oscuro. No veo. Sicólogos cantan abrazados al compás de trovas infinitas, de
esas que esperan que a las mujeres se las lleve la muerte, de esas que no las
quieren ver siempre. Fabio toca la guitarra, la felicidad es suya, se le ve
feliz, es feliz, ¿es feliz? Para mí es una fiesta más en las que me aburriré
con Otoniel, mi mellizo. ¿Qué hago aquí? ¿Qué hace aquí un filósofo que no
quiere bailar? Me jode bailar, no debí venir, el lunes tengo prueba de
filosofía griega del espacio antiguo, debo estudiar, debo
-
Se te escapó, lo hiciste a propósito, no sé, tal
vez, no sé ni me interesa, ya dijiste lo que dijiste y ahora vas a seguir
hablando Verano, no jodas pues, nada más mira esa foto. ¿Qué mierda haces con el
cisne? – Gerard no estuvo en aquella fiesta, en donde Veraniel tocó el abismo
sin fondo de su propia humillación. Resopla. – D´accord, sigue.
-
Eres pendejo, sigue claro, sigue y te burlas.
Ándate a la mierda.
-
¿Cómo pueden seguirse burlando del asunto de la
papaya? ¡Para qué conté carajo! Ahora le cagan la vida a mi hermano, nada más
miren, no habla, no come, no ríe, no toma, no baila, solo mira, solo me mira y
odia. Está deprimido creo, y templado de una fruta. Basta de burlas Elús, basta
de burlas Fabio – Veraniel está ahora incómodo, defiende a su mellizo sin
sentirlo, como por compromiso. Sujeta sus cabellos mientras se hace una cola.
-
Sigo sin creer lo de la papaya – dice Fabio
mientras descansa afinando la guitarra –, es demasiado pendejo. Parece un
invento de Gerard, cuando me contó le escupí.
-
Un invento, un invento de Verano – dice Elús.
-
Entonces no creen que tu hermano se acostó con
una papaya – Gerard sonríe, muestra unos dientes amarillentos que el habano
coloreó durante años, mueve la cabeza de un lado al otro, con cierta cadencia. –
Ohoo, jo jo - Resopla.
-
Claro que es verdad, si hasta se fue corriendo
de casa. Lo perseguí varios minutos hasta que se detuvo a comprar helados. Me
invitó uno de chocolate, rico. Siguió corriendo y tropezó y
-
Y estoy aquí – dice Otoniel.
-
Y padre esperó con la correa a este imbécil –
dice Veraniel presionando sus labios con fuerza.
-
Y los escucho – dice Otoniel - ¿no me ven? ¿no
me ves?
-
No veo mierda, pero ellos sí, saben que estás,
no les importa. Quiero bailar, voy a bailar – dice Veraniel, asaltado por un
repentino calor nocturno, una sensación de cosquilleo morboso cual tiki-tiki-ti
en su entrepierna que sube, tiki-ti, que baja.
Siento el pelo en mis hombros, me siento moderno, un poco imbécil. Me
hago una cola. Ahora cantan “Personal Jesus”, gritan, saltan, salto solo ante
el espejo, ante un espejo. Siguen jodiendo a mi hermano, me alejo, acerco al
espejo, lejos y allí está, aparece se acerca conmigo al espejo nos alejamos-acercamos
y me habla y me dice para bailar sin decirlo, así, con señas. Padre no estaría
de acuerdo, padre nunca está de acuerdo. Acepto y bailo a su lado. Me pregunto
si será creyente. Padre no aprobaría, de eso estoy seguro.
-
Y bueno Vera, ¿era simpática? ¿no tanto? – se
limpia la frente con el pañuelo, otro poco de habano, entra-sale el humo.
Cerveza – cuenta, habla pues.
-
Hablen, otra botella, ya no jodan a Otoniel – dice
serio Elús. Otoniel le propina un golpe discreto en el testículo derecho, a
palma abierta, que sube presionado en un movimiento violento mientras el
portador cae de rodillas, su mano se eleva disparada para golpear el izquierdo
de Fabio, quien antes de sentir el dolor, a instantes de sufrir, golpea a
Otoniel en ambos, a mano cerrada, que inicia un rictus de dolor, contrahecho,
agachado – Carajo, duele.
-
Duele – dice Otoniel.
-
¡Mierda! – dice Fabio.
-
¡Pero qué hacen! – grita una sicóloga.
-
¡Paren ya! – grita otra.
-
Es que – dice Elús, encorvado, de rodillas alza
la vista con los labios contraídos, una voz temblorosa y a la vez juguetona,
coqueta – es que somos bien amigos.
-
Querido amigo – resopla – por tu cara veo que no
te atreves a contar todo, que algo ocultas. Entiendo que para ti sea difícil
continuar, pero viendo la foto, tiene sentido, ahora todo tiene sentido. Merci
-
Soy creyente, vaya que sí querido, ¿y tú?
-
No – dice Veraniel.
-
¿Cómo te llamas querido? – le pregunta.
-
Mi nombre es Veraniel, en verano – le responde.
-
Estúpido, pero gracioso querido. Veraniel me
suena a verano y un poco de miel, no mucha.
-
No creo – dice Veraniel.
-
¿Qué no crees querido?
-
Nada.
-
¿Nada de lo que dije?
-
No, nada de nada, tampoco en alguien…
-
¿Qué es creer para ti querido?
-
Amargura, frustración, desgracia, magnificencia
de lo desconocido.
-
¿Eres de los discretos?
Baila, me habla, no sé, para mí es nada. Así que olvido la poca luz en
la oscuridad, abro un botón de mi camisa, mucho calor. Me habla despacio your
own… personal… Jesus y el dolor de cabeza con someone to hear your prayer y me
pide fuego, quiere fumar y dice algo así como “¿tú eres del grupo de los
discretos?” y no sé cómo lo prendió someone who´s there para mí es calor, ese
fuego es calor, un calor agradable, incómodo, siento vergüenza en mis mejillas,
no me gusta. Reach out and touch faith. Me siento mareado y empiezo a toser.
Cierro los ojos, sigo bailando con
-
Ohó ho – ríe Gerard – ohó ho ho - ¿y los
abriste? Verano marica seguro no los abriste.
-
Abre los ojos querido, ábrelos para mí – dice mientras
camina a su lado hacia el baño, donde Veraniel se acerca tambaleante y ahora de
pie frente al urinario apoya una mano en la pared y con la otra sostiene sus
largos cabellos que cubren su rostro, el alcohol y mira, se mira, se miran.
-
Quiero vomitar – dice Veraniel.
-
Estaba pensando el otro día querido, soy del
norte te cuento, que aquí en Lima todo es teta poto teta poto teta poto, me
paro en la esquina en un puesto de periódicos y teta poto teta poto. Prendo la
televisión, en cualquier programa, un reality, hasta en el noticiero, teta poto
teta poto. No me acostumbro, y tú sí seguramente… ¿no te molesta? ¿no te
incomoda?
-
Me incomoda no ver – ahora Veraniel echa agua en
su rostro y se seca con el polo, debajo del cual asoma su ombligo, con finos
cabellos por aquí y por allá que cortos lo acompañan, que chiquitos lo rodean y
hacen cosquillas y Veraniel ahora se mira, pasa el índice por la superficie
redondita y sonríe.
-
No lo puedo evitar, estoy jodido. Pero padre
dice que estoy bien, que me voy a poner bien, que me olvide, y me jode estarles
diciendo que se olviden, que no me estaba tirando ninguna fruta, esa papaya me
la iba a comer, estaba bien rica. Ya no se burlen carajo. Justo cuando abro la
boca entra el verano, siento por primera vez mucho calor, me quema, y ahí está
mi hermano, me ampaya – dice Otoniel.
-
La estabas besando.
-
Mordiendo.
-
¿Se muerde con lengua?
-
Mentira.
-
Calato – empeora las cosas Fabio.
-
Hacía calor – otra vez el rubor en Otoniel, que
nervioso
-
La manoseabas.
-
La pelaba – que nervioso imagina que la pela,
cuando la había manoseado.
-
Tenías una erección Otoniel – aclara Elús
indignado.
-
Eso es una mentira mierdas, Verano mintió, yo
nunca me tiré una fruta, cómo podría, nunca podría, por qué lo haría.
-
Por no tener hembra pues.
-
Cierto pero no es cierto, ustedes no entienden.
-
Entiende Gerard, soy como un pedazo de madera, como
este de la mesa, toca la corteza, es una parte muerta, ¿entiendes? Soy una
parte muerta de las cosas que crecen en la tierra, estoy allí, todos me ven, un
pedazo de corteza rodeada de la arena que fluye entre tus dedos si la levantas
en una playa, en la orillita nomás, mojadito. Un día fuimos de campamento, diez
años. Resbalé en un charco, mi cuerpo iba y venía - en un espacio sin forma, su
pierna se elevaba desmedida ¿o iba hacia abajo?, la izquierda la acompañaba
resignada, abría los ojos en un acto sin sentido - no me quería caer y me caía -
aferrándose al aire, atrás - Las voces cuchicheaban en fracciones de tiempo que
podía controlar, a diferencia de la gravedad, del porrazo en el coxis ¿Rojo en
mi cara? Sí – sobando rápido con el shshshsh ahhhh, shshshsh ahhhh, shshshsh ahhhh
inexplicable - Y recuerdo la tierra dura, gruesa. Dolió como duele ahora, caí
sobre algo áspero, algo áspero bajo mi poto y ese pedazo de tronco. Allí dije
“soy, ese soy”. No te rías pues carajo.
-
Ok ok, pero, ¿discretos? ¿Hasta qué punto eras
consciente de la situación? ¿Cuál es tu nivel de tolerancia Vera? ¿Era o no era
una chica? – dice Gerard, el habano en los labios.
Mi hembra estaba rica. Me tocaba ahí, “el cuchi” le decía, “dame tu
cuchi”. Fuimos pareja mucho tiempo, como tres meses, fuimos pareja. La dejé ir,
la insulté, la boté. Dejó de buscarme, de llamarme. Que se joda. Teníamos
veinte, “vamos al museo”, me decía, “vamos al teatro Veranito, y a la
remodelación que han hecho unos artistas europeos en el Callao”, todo pintura y
grafiti, “vamos a Barranco donde los hippies”. Manchaba mis dedos con sus pinturas
y estaba La Noche al lado de los hippies. Una noche borracho oriné en la puerta
de ese bar, era de noche. Ella me sujetaba el cuchi. Las mujeres no existen, me
dije, no me dejaba concentrar, quería aprender griego y no podía con tanta
tontería. Me gustaba más renegar de Dios, me gustaba más Nietzsche y ahora
digo, y hoy digo ¡Nietzche y la concha de tu madre! ¡sí! Por tu culpa me
dejaron de gustar un tiempo las chicas, padre me jodía diciendo “ahora te
gustan las grandes”, pero no era para reírse, no era para reírse. Estuve
confundido, filosofaba. Las paredes de su cuarto estaban llenas de fotos
nuestras, luego mías, luego rotas. “Ven tócame” me decía “aquí, así”. Hacíamos
poesía. “No te salgas, no pares, no te vayas nunca de mí” y yo sí, sí y sí,
decía mi nombre, yo también. Incluso iba a leerle un poema que escribí el día
en que fuimos a ver Boogie nights al Romeo. En un instante sentía que era y al
otro ya no, ya no era lo que fui, ya no soy, no creo, perdí la fe en ella, en
Él, yo creía, mi padre me odia. Ella llenó mi soledad creando un mundo privado,
suave, fresco. La recuerdo cuando quiero vomitar.
-
Entonces no entendiste aquello de los discretos
– afirma Gerard, pero imprime a “los discretos” un tono de morbo, se demora en
decirlo. Su semblante a contraluz como en carboncillo, con sombras entre sus
labios y los pelos de su nariz, alrededor de sus cachetes. Resopla.
-
Pero sí la recordé y me sentí un poco triste.
-
Ella te quiso Verita, ella te quiso – dice
Gerard y cruza las piernas con desparpajo, se acomoda.
-
¿Cómo lo sabes?
-
Porque le metí la mano Verita, el día que me
encontraste en el bar, no quiso y se fue.
-
Hijo de puta, eso es lo que eres Gerard, un hijo
de puta…
-
Caramba Otoniel, ya es tarde, mi mamá se molesta
si llego tarde, me jode – dice Fabio.
-
La mía también – dice Elús – se levanta de prisa
y abraza a su amigo que dubitante esboza una sonrisa. Un beso de amigos, de
hermanos.
-
¿Te vas? ¿Ya se van chicos? No jodan pues, no es
tan tarde. ¿Han notado que mi hermano no sale del baño? ¿Han notado?
Mañana, tarde; para mí es siempre igual, como dormir despierto, la
oscuridad de siempre. Para mí no existe la noche, la luz de la esperanza no me
hace falta. Cómo extrañar aquello que nunca se perdió, respondo siempre igual y
siempre digo, vivo en la oscuridad, pero estoy lejos de ella. Al contrario, justo
ahora tengo una luminiscencia en el centro, azul brillante diría, y un terrible
dolor de cabeza. Un rojo que se abre paso entre garabatos informes, como nubes.
Cuando volvía tarde a casa, antes de conocerla, eso era realmente estar ciego,
era cruzar los dedos para no ampayar a mi hermano en sus cosas o peor aún, a
padre orando, cantando alabanzas de piedad. El silencio me quema, no soporto y
quiero confirmar, quiero corroborar si es, o qué es lo que es.
-
Lo ves todo negro entonces querido, soledad – Veraniel
asiente, el vaivén de su cabeza corrobora – te sientes solo y no te has dado
cuenta.
-
No sé si personas como yo ven también lo que yo
veo – Veraniel sonríe, entrecierra los ojos, pide dos cervezas más, Gerard
asiente – pero mierda, mi hermano y yo somos como dos cortezas en medio de la
arena, mojadas, secándose al sol - Veraniel aspira el humo del bar, tose, tose
mucho – Recuerdo un parque de mi barrio, había una laguna donde luchaba con
barcos de papel y mi hermano hasta cansarnos o que nos llamara padre para
cenar. Hoy me parece un charco, ridículamente pequeño, hoy no sé cuál es la
verdad, si es asunto de dimensiones, formas, sentidos o colores. No sé si he
vivido, no sé si he vivido – tose – Una vez leí un ensayo en el que todas las
personas se quedaban como yo, ciegas. No sabían ya si existía una relación
directa entre los ojos y los sentimientos, o si los actos eran consecuencia
natural de una buena visión. Se volvieron animales carajo, y ya nadie sabía
decir cómo eran las cosas, a dónde ir o cómo comer… salvo claro, los ciegos de
nacimiento, o los que se habían acostumbrado con los años a serlo. Ellos eran
líderes, no eran isla, no quiero ser isla, ¡ya no quiero ser isla Gerard!
-
¿Entonces eres ateo querido? ¿Cómo se siente? ¿Cómo es? – lo dice bostezando, insiste,
esperando si acaso vuelve a subirse el polo el flaquito de los cabellos al
aire, de la sonrisa discreta.
-
Ser ateo nihilista implica dejar de disfrutar
las cosas que ves, que sientes. Es agotarse despacio, atado a una silla ante un
mundo que ve, que cree, pudiendo mover únicamente la cabeza. Suena pendejamente
irónico, pero cuando no necesitaba la silla, la religión me tenía igual atado, aguantando,
aguantado, siempre aguantado. Perder la fe es no querer vivir, es no darte
cuenta de la mujer que te quiere, no querer abrir los ojos, ver. Darte cuenta
que no es una etapa por la que pasas, es una que se instala de manera
definitiva y las personas que te rodean se vuelven tus luminiscencias
brillantes, de colores indefinidos, pero a diferencia tuya, ya no las sientes,
sólo las ves – dice Veraniel, una lágrima cae discreta por su mejilla, da un respingo
y de pronto crece como un árbol en sí mismo, ahora con ramas, ahora con frutos
frescos, ahora omnipresente, de voz gutural – Es precisamente dejar de sentir
el sol, o su color; dejar de necesitar agua, o su sinsabor; no volver a poner
los pies en la tierra y andar; no volver a sentir una hembra pastrula, apretar
tu cara contra su vientre y sentir que estás vivo. Y jode, jode mucho puta
madre, jode mucho – aprieta los dientes, las palabras salen masticadas, casi
chirreando – Pero lo peor es la noche, todos mis días son de noche, y abro los
ojos, todo negro, me he vuelto ciego, pudiendo ver toda la vida, toda la vida.
-
Quisiera que me recuerdes querido – dice
abriendo la cartera y un azul intenso devuelve la vista a Veraniel en un
instante, poquito tiempo y mucho cariño. Pone la estatuilla en sus manos, se
las acaricia un instante, poquito tiempo. Allí figura un cisne, el largo
cuello, las alas contorneadas, la cara como queriendo picar, como dando un
piquito. Baja la mirada cual jovencita arrobada que Veraniel mira contrito. –
Toma querido, recuérdame bonito.
-
Gracias… ¿eres hombre, cierto?
-
Soy Cierto querido, y no te diste cuenta.
-
Verano, eres tremendo marica – dice Gerard,
suspirando ahora tranquilo tras conocer la verdad, la secuencia de los
acontecimientos que hasta hoy no había podido hilvanar.
-
No sabía, yo no sabía que
-
¿Que era hombre? No me jodas – resopla Gerard,
se suena ahora la nariz y limpia con la camisa. Resopla.
-
Me confundió, por mi pelo largo seguro, yo
estaba volteado además cuando se acercó y
-
Ajá… muestra el cisne ahora pues, ahora – y
Gerard ríe de verdad, es sincero como pocas veces mientras maltrata otra vez la
foto de su amigo con el cisne azul, juntos, pico a pico, tú a tú.
Veraniel entra a su
cuarto dando un portazo, la repisa cae. Cierto corre por la avenida, las
lágrimas caen a borbotones. Veraniel sigue allí, de rodillas, contemplando el
desastre mientras saca de su morral el cisne, despacito, así, sí. Cierto llega
al paradero del Metropolitano, se sienta, sujeta sus piernas e inicia el vaivén
de su cuerpo, su ruta hasta Los Olivos es larga desde Miraflores, siente que no
quiere ir, siente que no quiere seguir así. Cae la mañana y Veraniel está allí,
impávido mientras padre pregunta si va a desayunar, “¡que se me revientan los
huevos!” y ha encontrado sus lentes, ya los usa, ya no está ciego. Cierto tantea
sus ideas, como requiriendo un bastón las tantea, como apartando el estorbo,
como pidiendo permiso; cierra los ojos, los aprieta gimiendo, el vaivén del
sentir ahora que no ve. Veraniel recuerda una oración, pero no la dice, solo
silba “Personal Jesus”, lo distrae el reflejo del foco en el azul de la
estatuilla sobre su mano. Arranca una flor de la maceta, la huele. Se alegra. Cierto
ahora llora bajito, prudente, discreto. Veraniel siente que ve, que esa luz
azul de la noche que termina le permite ver, que ya no está todo negro, que ese
cisne azul lo deja ver. Se le antoja bonito, un cisne bonito y azul que ahora
acaricia.
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