lunes, 12 de junio de 2017

El cisne azul

-        Ok Gerard, la embarré hablándote sobre esa vaina, se me escapó, ahora seguro vas a contar, y fijo se van a burlar. Me llega que se burlen, me llega que te burles, y lo haces desde que somos niños. No entiendo por qué se distraen, creen, tienen fe… se friegan despacito; luego pasan los años y zas, ya están bien fregados. Bueno, te sigo contando si quieres. ¿Qué más quieres saber sobre el cisne?
-        Pero primero toma tu foto, guárdala bien. Si se entera Huma ya sabes, es tremendo degenerado.
-        Bueno cómo te explico… de qué manera – bebe un poco de cerveza y limpia su boca con un pedazo de servilleta, un triangulito que acaba de formar, con pliegues aquí y allá. Mira a Gerard que bebe observando. Se acomoda los lentes. En sus ojos puede verse, se miran en el bar, en una mesita del rincón, entre el humo que oculta el rubor que colma de pronto su rostro, lo calienta.
-        Cuenta nomás Veranito con confianza, sería incapaz de mofarme o contarle a alguien lo… digamos… “lo tuyo”… Jo jo – ríe Gerard de esa manera destemplada, aguda al inicio, exasperante al final, que en ocasiones alterna con un “ohooo” sostenido - ¿O te asusta saber que lo puedo contar? No jodas pues, no voy a contar – muerde el puro, resopla. El pañuelo sucio en la izquierda acaricia su frente, como el susurro de su madre cada mañana antes de ir al colegio, “despierta Gordis”, aquellos años, cada mañana - Vamos, ¡ladra!
-        Siento que me explota la cabeza, escucho ladridos, muchos ladridos – Veraniel tiene los ojos entreabiertos, como explorando un horizonte entre las cuatro paredes que los rodean, entre luces que cambian de color. Ha olvidado sus lentes. Allí está Otoniel, apartado en su rincón personal, silba bajito y Elús, y Fabio. Es una fiesta universitaria de sicología y Veraniel se siente otro, perdido, ciego – Mis lentes, mi cabeza, estoy ciego.
-        No hay pe… pe perros hermano, deliras – Otoniel mira a sus amigos, tartamudea, confundido da un paso atrás – ¿por qué no te amarras el cabello? Lo tienes demasiado largo, como enredado, como matas, sí eso, como matas ¿en qué momento te creció tanto? Pareces un marica. Le contaré a padre cuando vuelva de viaje. Te voy a cagar. Él te va a cagar vas a ver.

Oscuro, el sótano es oscuro, y esos ladridos lastiman mis pensamientos. Humo de cigarro. Cerveza, risas histéricas, mujeres histéricas. Luces de neón intermitentes iluminan el espacio de baile, ahora sí ahora no, se me antoja oscuro. No veo. Sicólogos cantan abrazados al compás de trovas infinitas, de esas que esperan que a las mujeres se las lleve la muerte, de esas que no las quieren ver siempre. Fabio toca la guitarra, la felicidad es suya, se le ve feliz, es feliz, ¿es feliz? Para mí es una fiesta más en las que me aburriré con Otoniel, mi mellizo. ¿Qué hago aquí? ¿Qué hace aquí un filósofo que no quiere bailar? Me jode bailar, no debí venir, el lunes tengo prueba de filosofía griega del espacio antiguo, debo estudiar, debo

-        Se te escapó, lo hiciste a propósito, no sé, tal vez, no sé ni me interesa, ya dijiste lo que dijiste y ahora vas a seguir hablando Verano, no jodas pues, nada más mira esa foto. ¿Qué mierda haces con el cisne? – Gerard no estuvo en aquella fiesta, en donde Veraniel tocó el abismo sin fondo de su propia humillación. Resopla. – D´accord, sigue.
-        Eres pendejo, sigue claro, sigue y te burlas. Ándate a la mierda.
-        ¿Cómo pueden seguirse burlando del asunto de la papaya? ¡Para qué conté carajo! Ahora le cagan la vida a mi hermano, nada más miren, no habla, no come, no ríe, no toma, no baila, solo mira, solo me mira y odia. Está deprimido creo, y templado de una fruta. Basta de burlas Elús, basta de burlas Fabio – Veraniel está ahora incómodo, defiende a su mellizo sin sentirlo, como por compromiso. Sujeta sus cabellos mientras se hace una cola.
-        Sigo sin creer lo de la papaya – dice Fabio mientras descansa afinando la guitarra –, es demasiado pendejo. Parece un invento de Gerard, cuando me contó le escupí.
-        Un invento, un invento de Verano – dice Elús.
-        Entonces no creen que tu hermano se acostó con una papaya – Gerard sonríe, muestra unos dientes amarillentos que el habano coloreó durante años, mueve la cabeza de un lado al otro, con cierta cadencia. – Ohoo, jo jo - Resopla.
-        Claro que es verdad, si hasta se fue corriendo de casa. Lo perseguí varios minutos hasta que se detuvo a comprar helados. Me invitó uno de chocolate, rico. Siguió corriendo y tropezó y
-        Y estoy aquí – dice Otoniel.
-        Y padre esperó con la correa a este imbécil – dice Veraniel presionando sus labios con fuerza.
-        Y los escucho – dice Otoniel - ¿no me ven? ¿no me ves?
-        No veo mierda, pero ellos sí, saben que estás, no les importa. Quiero bailar, voy a bailar – dice Veraniel, asaltado por un repentino calor nocturno, una sensación de cosquilleo morboso cual tiki-tiki-ti en su entrepierna que sube, tiki-ti, que baja.

Siento el pelo en mis hombros, me siento moderno, un poco imbécil. Me hago una cola. Ahora cantan “Personal Jesus”, gritan, saltan, salto solo ante el espejo, ante un espejo. Siguen jodiendo a mi hermano, me alejo, acerco al espejo, lejos y allí está, aparece se acerca conmigo al espejo nos alejamos-acercamos y me habla y me dice para bailar sin decirlo, así, con señas. Padre no estaría de acuerdo, padre nunca está de acuerdo. Acepto y bailo a su lado. Me pregunto si será creyente. Padre no aprobaría, de eso estoy seguro.
-        Y bueno Vera, ¿era simpática? ¿no tanto? – se limpia la frente con el pañuelo, otro poco de habano, entra-sale el humo. Cerveza – cuenta, habla pues.
-        Hablen, otra botella, ya no jodan a Otoniel – dice serio Elús. Otoniel le propina un golpe discreto en el testículo derecho, a palma abierta, que sube presionado en un movimiento violento mientras el portador cae de rodillas, su mano se eleva disparada para golpear el izquierdo de Fabio, quien antes de sentir el dolor, a instantes de sufrir, golpea a Otoniel en ambos, a mano cerrada, que inicia un rictus de dolor, contrahecho, agachado – Carajo, duele.
-        Duele – dice Otoniel.
-        ¡Mierda! – dice Fabio.
-        ¡Pero qué hacen! – grita una sicóloga.
-        ¡Paren ya! – grita otra.
-        Es que – dice Elús, encorvado, de rodillas alza la vista con los labios contraídos, una voz temblorosa y a la vez juguetona, coqueta – es que somos bien amigos.
-        Querido amigo – resopla – por tu cara veo que no te atreves a contar todo, que algo ocultas. Entiendo que para ti sea difícil continuar, pero viendo la foto, tiene sentido, ahora todo tiene sentido. Merci
-        Soy creyente, vaya que sí querido, ¿y tú?
-        No – dice Veraniel.
-        ¿Cómo te llamas querido? – le pregunta.
-        Mi nombre es Veraniel, en verano – le responde.
-        Estúpido, pero gracioso querido. Veraniel me suena a verano y un poco de miel, no mucha.
-        No creo – dice Veraniel.
-        ¿Qué no crees querido?
-        Nada.
-        ¿Nada de lo que dije?
-        No, nada de nada, tampoco en alguien…
-        ¿Qué es creer para ti querido?
-        Amargura, frustración, desgracia, magnificencia de lo desconocido.
-        ¿Eres de los discretos? 

Baila, me habla, no sé, para mí es nada. Así que olvido la poca luz en la oscuridad, abro un botón de mi camisa, mucho calor. Me habla despacio your own… personal… Jesus y el dolor de cabeza con someone to hear your prayer y me pide fuego, quiere fumar y dice algo así como “¿tú eres del grupo de los discretos?” y no sé cómo lo prendió someone who´s there para mí es calor, ese fuego es calor, un calor agradable, incómodo, siento vergüenza en mis mejillas, no me gusta. Reach out and touch faith. Me siento mareado y empiezo a toser. Cierro los ojos, sigo bailando con

-        Ohó ho – ríe Gerard – ohó ho ho - ¿y los abriste? Verano marica seguro no los abriste.
-        Abre los ojos querido, ábrelos para mí – dice mientras camina a su lado hacia el baño, donde Veraniel se acerca tambaleante y ahora de pie frente al urinario apoya una mano en la pared y con la otra sostiene sus largos cabellos que cubren su rostro, el alcohol y mira, se mira, se miran.
-        Quiero vomitar – dice Veraniel.
-        Estaba pensando el otro día querido, soy del norte te cuento, que aquí en Lima todo es teta poto teta poto teta poto, me paro en la esquina en un puesto de periódicos y teta poto teta poto. Prendo la televisión, en cualquier programa, un reality, hasta en el noticiero, teta poto teta poto. No me acostumbro, y tú sí seguramente… ¿no te molesta? ¿no te incomoda?
-        Me incomoda no ver – ahora Veraniel echa agua en su rostro y se seca con el polo, debajo del cual asoma su ombligo, con finos cabellos por aquí y por allá que cortos lo acompañan, que chiquitos lo rodean y hacen cosquillas y Veraniel ahora se mira, pasa el índice por la superficie redondita y sonríe.
-        No lo puedo evitar, estoy jodido. Pero padre dice que estoy bien, que me voy a poner bien, que me olvide, y me jode estarles diciendo que se olviden, que no me estaba tirando ninguna fruta, esa papaya me la iba a comer, estaba bien rica. Ya no se burlen carajo. Justo cuando abro la boca entra el verano, siento por primera vez mucho calor, me quema, y ahí está mi hermano, me ampaya – dice Otoniel.
-        La estabas besando.
-        Mordiendo.
-        ¿Se muerde con lengua?
-        Mentira.
-        Calato – empeora las cosas Fabio.
-        Hacía calor – otra vez el rubor en Otoniel, que nervioso
-        La manoseabas.
-        La pelaba – que nervioso imagina que la pela, cuando la había manoseado.
-        Tenías una erección Otoniel – aclara Elús indignado.
-        Eso es una mentira mierdas, Verano mintió, yo nunca me tiré una fruta, cómo podría, nunca podría, por qué lo haría.
-        Por no tener hembra pues.
-        Cierto pero no es cierto, ustedes no entienden.
-        Entiende Gerard, soy como un pedazo de madera, como este de la mesa, toca la corteza, es una parte muerta, ¿entiendes? Soy una parte muerta de las cosas que crecen en la tierra, estoy allí, todos me ven, un pedazo de corteza rodeada de la arena que fluye entre tus dedos si la levantas en una playa, en la orillita nomás, mojadito. Un día fuimos de campamento, diez años. Resbalé en un charco, mi cuerpo iba y venía - en un espacio sin forma, su pierna se elevaba desmedida ¿o iba hacia abajo?, la izquierda la acompañaba resignada, abría los ojos en un acto sin sentido - no me quería caer y me caía - aferrándose al aire, atrás - Las voces cuchicheaban en fracciones de tiempo que podía controlar, a diferencia de la gravedad, del porrazo en el coxis ¿Rojo en mi cara? Sí – sobando rápido con el shshshsh ahhhh, shshshsh ahhhh, shshshsh ahhhh inexplicable - Y recuerdo la tierra dura, gruesa. Dolió como duele ahora, caí sobre algo áspero, algo áspero bajo mi poto y ese pedazo de tronco. Allí dije “soy, ese soy”. No te rías pues carajo.
-        Ok ok, pero, ¿discretos? ¿Hasta qué punto eras consciente de la situación? ¿Cuál es tu nivel de tolerancia Vera? ¿Era o no era una chica? – dice Gerard, el habano en los labios.

Mi hembra estaba rica. Me tocaba ahí, “el cuchi” le decía, “dame tu cuchi”. Fuimos pareja mucho tiempo, como tres meses, fuimos pareja. La dejé ir, la insulté, la boté. Dejó de buscarme, de llamarme. Que se joda. Teníamos veinte, “vamos al museo”, me decía, “vamos al teatro Veranito, y a la remodelación que han hecho unos artistas europeos en el Callao”, todo pintura y grafiti, “vamos a Barranco donde los hippies”. Manchaba mis dedos con sus pinturas y estaba La Noche al lado de los hippies. Una noche borracho oriné en la puerta de ese bar, era de noche. Ella me sujetaba el cuchi. Las mujeres no existen, me dije, no me dejaba concentrar, quería aprender griego y no podía con tanta tontería. Me gustaba más renegar de Dios, me gustaba más Nietzsche y ahora digo, y hoy digo ¡Nietzche y la concha de tu madre! ¡sí! Por tu culpa me dejaron de gustar un tiempo las chicas, padre me jodía diciendo “ahora te gustan las grandes”, pero no era para reírse, no era para reírse. Estuve confundido, filosofaba. Las paredes de su cuarto estaban llenas de fotos nuestras, luego mías, luego rotas. “Ven tócame” me decía “aquí, así”. Hacíamos poesía. “No te salgas, no pares, no te vayas nunca de mí” y yo sí, sí y sí, decía mi nombre, yo también. Incluso iba a leerle un poema que escribí el día en que fuimos a ver Boogie nights al Romeo. En un instante sentía que era y al otro ya no, ya no era lo que fui, ya no soy, no creo, perdí la fe en ella, en Él, yo creía, mi padre me odia. Ella llenó mi soledad creando un mundo privado, suave, fresco. La recuerdo cuando quiero vomitar.

-        Entonces no entendiste aquello de los discretos – afirma Gerard, pero imprime a “los discretos” un tono de morbo, se demora en decirlo. Su semblante a contraluz como en carboncillo, con sombras entre sus labios y los pelos de su nariz, alrededor de sus cachetes. Resopla.
-        Pero sí la recordé y me sentí un poco triste.
-        Ella te quiso Verita, ella te quiso – dice Gerard y cruza las piernas con desparpajo, se acomoda.
-        ¿Cómo lo sabes?
-        Porque le metí la mano Verita, el día que me encontraste en el bar, no quiso y se fue.
-        Hijo de puta, eso es lo que eres Gerard, un hijo de puta…
-        Caramba Otoniel, ya es tarde, mi mamá se molesta si llego tarde, me jode – dice Fabio.
-        La mía también – dice Elús – se levanta de prisa y abraza a su amigo que dubitante esboza una sonrisa. Un beso de amigos, de hermanos.
-        ¿Te vas? ¿Ya se van chicos? No jodan pues, no es tan tarde. ¿Han notado que mi hermano no sale del baño? ¿Han notado?

Mañana, tarde; para mí es siempre igual, como dormir despierto, la oscuridad de siempre. Para mí no existe la noche, la luz de la esperanza no me hace falta. Cómo extrañar aquello que nunca se perdió, respondo siempre igual y siempre digo, vivo en la oscuridad, pero estoy lejos de ella. Al contrario, justo ahora tengo una luminiscencia en el centro, azul brillante diría, y un terrible dolor de cabeza. Un rojo que se abre paso entre garabatos informes, como nubes. Cuando volvía tarde a casa, antes de conocerla, eso era realmente estar ciego, era cruzar los dedos para no ampayar a mi hermano en sus cosas o peor aún, a padre orando, cantando alabanzas de piedad. El silencio me quema, no soporto y quiero confirmar, quiero corroborar si es, o qué es lo que es.

-        Lo ves todo negro entonces querido, soledad – Veraniel asiente, el vaivén de su cabeza corrobora – te sientes solo y no te has dado cuenta.
-        No sé si personas como yo ven también lo que yo veo – Veraniel sonríe, entrecierra los ojos, pide dos cervezas más, Gerard asiente – pero mierda, mi hermano y yo somos como dos cortezas en medio de la arena, mojadas, secándose al sol - Veraniel aspira el humo del bar, tose, tose mucho – Recuerdo un parque de mi barrio, había una laguna donde luchaba con barcos de papel y mi hermano hasta cansarnos o que nos llamara padre para cenar. Hoy me parece un charco, ridículamente pequeño, hoy no sé cuál es la verdad, si es asunto de dimensiones, formas, sentidos o colores. No sé si he vivido, no sé si he vivido – tose – Una vez leí un ensayo en el que todas las personas se quedaban como yo, ciegas. No sabían ya si existía una relación directa entre los ojos y los sentimientos, o si los actos eran consecuencia natural de una buena visión. Se volvieron animales carajo, y ya nadie sabía decir cómo eran las cosas, a dónde ir o cómo comer… salvo claro, los ciegos de nacimiento, o los que se habían acostumbrado con los años a serlo. Ellos eran líderes, no eran isla, no quiero ser isla, ¡ya no quiero ser isla Gerard!
-        ¿Entonces eres ateo querido? ¿Cómo se siente?  ¿Cómo es? – lo dice bostezando, insiste, esperando si acaso vuelve a subirse el polo el flaquito de los cabellos al aire, de la sonrisa discreta.
-        Ser ateo nihilista implica dejar de disfrutar las cosas que ves, que sientes. Es agotarse despacio, atado a una silla ante un mundo que ve, que cree, pudiendo mover únicamente la cabeza. Suena pendejamente irónico, pero cuando no necesitaba la silla, la religión me tenía igual atado, aguantando, aguantado, siempre aguantado. Perder la fe es no querer vivir, es no darte cuenta de la mujer que te quiere, no querer abrir los ojos, ver. Darte cuenta que no es una etapa por la que pasas, es una que se instala de manera definitiva y las personas que te rodean se vuelven tus luminiscencias brillantes, de colores indefinidos, pero a diferencia tuya, ya no las sientes, sólo las ves – dice Veraniel, una lágrima cae discreta por su mejilla, da un respingo y de pronto crece como un árbol en sí mismo, ahora con ramas, ahora con frutos frescos, ahora omnipresente, de voz gutural – Es precisamente dejar de sentir el sol, o su color; dejar de necesitar agua, o su sinsabor; no volver a poner los pies en la tierra y andar; no volver a sentir una hembra pastrula, apretar tu cara contra su vientre y sentir que estás vivo. Y jode, jode mucho puta madre, jode mucho – aprieta los dientes, las palabras salen masticadas, casi chirreando – Pero lo peor es la noche, todos mis días son de noche, y abro los ojos, todo negro, me he vuelto ciego, pudiendo ver toda la vida, toda la vida.
-        Quisiera que me recuerdes querido – dice abriendo la cartera y un azul intenso devuelve la vista a Veraniel en un instante, poquito tiempo y mucho cariño. Pone la estatuilla en sus manos, se las acaricia un instante, poquito tiempo. Allí figura un cisne, el largo cuello, las alas contorneadas, la cara como queriendo picar, como dando un piquito. Baja la mirada cual jovencita arrobada que Veraniel mira contrito. – Toma querido, recuérdame bonito.
-        Gracias… ¿eres hombre, cierto?
-        Soy Cierto querido, y no te diste cuenta.
-        Verano, eres tremendo marica – dice Gerard, suspirando ahora tranquilo tras conocer la verdad, la secuencia de los acontecimientos que hasta hoy no había podido hilvanar.
-        No sabía, yo no sabía que
-        ¿Que era hombre? No me jodas – resopla Gerard, se suena ahora la nariz y limpia con la camisa. Resopla.
-        Me confundió, por mi pelo largo seguro, yo estaba volteado además cuando se acercó y
-        Ajá… muestra el cisne ahora pues, ahora – y Gerard ríe de verdad, es sincero como pocas veces mientras maltrata otra vez la foto de su amigo con el cisne azul, juntos, pico a pico, tú a tú.

Veraniel entra a su cuarto dando un portazo, la repisa cae. Cierto corre por la avenida, las lágrimas caen a borbotones. Veraniel sigue allí, de rodillas, contemplando el desastre mientras saca de su morral el cisne, despacito, así, sí. Cierto llega al paradero del Metropolitano, se sienta, sujeta sus piernas e inicia el vaivén de su cuerpo, su ruta hasta Los Olivos es larga desde Miraflores, siente que no quiere ir, siente que no quiere seguir así. Cae la mañana y Veraniel está allí, impávido mientras padre pregunta si va a desayunar, “¡que se me revientan los huevos!” y ha encontrado sus lentes, ya los usa, ya no está ciego. Cierto tantea sus ideas, como requiriendo un bastón las tantea, como apartando el estorbo, como pidiendo permiso; cierra los ojos, los aprieta gimiendo, el vaivén del sentir ahora que no ve. Veraniel recuerda una oración, pero no la dice, solo silba “Personal Jesus”, lo distrae el reflejo del foco en el azul de la estatuilla sobre su mano. Arranca una flor de la maceta, la huele. Se alegra. Cierto ahora llora bajito, prudente, discreto. Veraniel siente que ve, que esa luz azul de la noche que termina le permite ver, que ya no está todo negro, que ese cisne azul lo deja ver. Se le antoja bonito, un cisne bonito y azul que ahora acaricia.

Diseño: Víctor Trujillano
                                                                                                                                                                          "El cisne azul"
                                                                                   Juma Paredes
                                                                                    Agosto, 2017





















        

No hay comentarios:

Publicar un comentario

anacoreta y yo (tres: sobre su fotografía y una clase magistral)

Tengo quince, le sonrío. No toma la foto. Sí retrata a las parejas de la izquierda, ellos ebrios, ellas con la orquídea en el pecho-muñeca....